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Página 30

LIBROS & ARTES

l editor de

El Caballo

Rojo

, Lucho Valera,

me solicita una nota con

motivo de la publicación

del centésimo quincuagé-

simo número del selecto y

orgánico suplemento de

El

Diario

.

Pero ¿qué puedo váli-

damente decir yo, que for-

mo parte del mismo? ¿No

incurriré en la incómoda

figura de ser a un tiempo

juez y parte? ¿No exage-

raré los méritos de tantos

buenos amigos y colegas?

¿No seré quizá injusto con

alguno? El periodismo tie-

ne sus riesgos, es induda-

blemente, el que hoy co-

rro no es de muerte. No

os olvido ni os olvidaré

nunca, queridos compa-

ñeros de Uchuraccay.

El Caballo Rojo

no es

ciertamente un grupo más

de Izquierda Unida. No es

tampoco una hermandad

subversiva, una secta con

visos de masónica ni, mu-

cho menos, una capilla ce-

rrada, excluyente, elitista,

un conciliábulo de Merli-

nes. Esta última idea o su-

posición la alimentan in-

conscientemente muchos

compañeros, que nos mi-

ran, sin pretenderlo en ab-

soluto nosotros, como el es-

calón más alto de

El Diario.

–¡Ese escribe en

El Ca-

ballo

!

¡Cuántas veces lo he

oído repetir en un tono

que oscilaba entre la ad-

miración, el desdén injus-

tificado y la envidia, ama-

rilla como la ictericia o los

dorados campos de trigo

de Van Gogh sobrevola-

dos por negros cuervos

ominosos! Yo quiero de-

cir la verdad y no lo que

me conviene. Tenemos

–¡cómo negarlo!– fallas y

anticuerpos.

«El bostezo del lagar-

to» no es, a veces, boste-

zo solamente sino cruel

mordedura con las consi-

guientes lágrimas de coco-

drilo por la laceración pro-

ducida. De vez en cuando

soltamos «trancas», como

las llama Lucho Valera,

que ni el propio autor es

capaz de leerlas dos veces

seguidas. Mis propios ar-

tículos se pasan, en cier-

tas ocasiones, de vuelta (o

«rosca», como dicen los

castizos) y más semejan

correspondencia particu-

lar y no información inte-

resante para todos los lec-

tores. Pero, con todo, se

sigue adelante, en medio

de la inquietud de nues-

tra acomedida Charito

Cisneros

1

, la eterna sonri-

sa irónica (¡no sarcástica!)

de nuestro jefe de diagra-

mación, el sapiente y finí-

simo artista Lorenzo Oso-

res. La fotógrafa Beatriz

Suárez, feminista de gran

corazón que reemplazó a

la bella y dulcemente al-

tiva Mariel Vidal, suele

permanecer sentada en la

oficina de redacción, si-

lenciosa, sin llamar la

atención, concentrada

como una escolar de se-

cundaria que escuchara y

siguiera con provecho la

lección que dicta la pro-

fesora. Mito Tumi, correc-

tor de lujo y fina pluma

2

se multiplica en los agre-

gados y cambios de últi-

ma hora (mea culpa, mea

grandísima culpa). Marco

Martos, mixto de Quijo-

te, alfil fulminante y hoja

de acero toledano que

descansa de la ardua ba-

talla colgada indiferente

en la panoplia del muro,

da sus grandes y curiosos

paso de caballero extra-

viado y con prisas. Lo he

descrito como poeta,

como lo que él es, en su

absoluto dialéctico, sose-

gado y activo.

A Rosalba Oxandaba-

rat, monstruo de crítica ci-

nematográfica y puro ta-

lento, se la ve esporádica-

mente siempre con los mi-

nutos contados. Ahora

más urgida, pues tiene, ade-

más de sus hermosos hijos,

una linda librería que has-

ta hoy no conozco.

¡Qué lástima, Rosalba,

que nada te detenga! ¡Para

los quince minutos que

hemos de vivir! No olvi-

des que la tensión genera

úlcera, «stress», abulia psi-

cótica, etc. En el etc. está

el que nos privas tan ale-

vosamente de tu encanta-

dora presencia. ¡Allá vos!

Pero convenceos, y

para consuelo de los que

no han penetrado en el

santuario:

El Caballo Rojo

no ha escuchado jamás un

diálogo trascendente. To-

dos, con las inmensas cua-

lidades morales que los

adornan, están ganados

por el ajetreo, el tráfago y

la horrenda necesidad

material de la aparición

oportuna.

Las oficinas no son, ni

con mucho, los jardines de

Academoni, con mayor

razón, la zona imprescin-

dible de pláticas históri-

cas, el escenario de amo-

res legendarios, el foco

irradiante que uno se ima-

gina fue la rue de Rome,

de Mallarme o, simple-

mente, el Parque de Ba-

rranco de comienzos del

siglo. Decepcionante, pe-

ro cierto.

El Caballo Rojo

es el mejor suplemento

cultural del Perú, pero, la

más chata trivialidad lo

rodea. De inanidad está

cercado. Y de la importan-

te capacidad de melanco-

lía. Y de ternura.

Tenemos visitas de po-

líticos en candelero (Letts,

Tapia, Cucho Haya de la

Torre, Murrugara, etc.).

Nos visita Tito Hurtado,

prototipo del «discreto»

de Gracián. Raúl Gonzá-

les, el más apagado de los

hombres que conozco,

pasa a entregar sus exce-

lentes entrevistas. Carlos

Iván Degregori pasa como

un meteoro. Compañeras

transitan indolentes (o

aburridas). Pero en

El Ca-

ballo

Rojo

no hay, y quizá

no haya nunca, la anima-

ción que se respira en re-

dacción, administración o

corrección. ¿Por qué cau-

sa? ¿Demasiado peso espe-

cífico de sus miembros?

¿

Tedium vitae

? ¿Sortilegio

Francisco Bendezú

E

EL CABALLO ROJO

LIENZO DE

FANTASMAS

El Caballo Rojo

no es una institución. Es una empresa de ilusión, una aventura, una búsqueda no dogmática de

la verdad. A veces me lo imagino como un gobelino de la Restauración francesa, con frondas, damas y alimañas.

Otras veces como una lámpara votiva encendida en el corazón de la patria. Siempre como un lienzo de fantasmas

que, de pronto, se encarnan, actúan y parten como un legendario caballero a «desfacer entuertos». Sigamos así.

1 Que reemplazó a la juncal Ceci-

lia Seminario, piurana de abolengo, em-

parentada con Grau y con Chocano.

2 Dicho sea de paso, celebración y

homenaje de: Maruja Barrig, Félix

Azofra, Tito Flores Galindo, Cucho

Haya, Ricardo Letts, Wáshington Del-

gado, Antonio Cornejo Polar, Paco

Moncloa, Chema Salcedo, Pablo Ma-

cera.

Ilustración: Hernando Núñez Carvallo.