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LIBROS & ARTES
l editor de
El Caballo
Rojo
, Lucho Valera,
me solicita una nota con
motivo de la publicación
del centésimo quincuagé-
simo número del selecto y
orgánico suplemento de
El
Diario
.
Pero ¿qué puedo váli-
damente decir yo, que for-
mo parte del mismo? ¿No
incurriré en la incómoda
figura de ser a un tiempo
juez y parte? ¿No exage-
raré los méritos de tantos
buenos amigos y colegas?
¿No seré quizá injusto con
alguno? El periodismo tie-
ne sus riesgos, es induda-
blemente, el que hoy co-
rro no es de muerte. No
os olvido ni os olvidaré
nunca, queridos compa-
ñeros de Uchuraccay.
El Caballo Rojo
no es
ciertamente un grupo más
de Izquierda Unida. No es
tampoco una hermandad
subversiva, una secta con
visos de masónica ni, mu-
cho menos, una capilla ce-
rrada, excluyente, elitista,
un conciliábulo de Merli-
nes. Esta última idea o su-
posición la alimentan in-
conscientemente muchos
compañeros, que nos mi-
ran, sin pretenderlo en ab-
soluto nosotros, como el es-
calón más alto de
El Diario.
–¡Ese escribe en
El Ca-
ballo
!
¡Cuántas veces lo he
oído repetir en un tono
que oscilaba entre la ad-
miración, el desdén injus-
tificado y la envidia, ama-
rilla como la ictericia o los
dorados campos de trigo
de Van Gogh sobrevola-
dos por negros cuervos
ominosos! Yo quiero de-
cir la verdad y no lo que
me conviene. Tenemos
–¡cómo negarlo!– fallas y
anticuerpos.
«El bostezo del lagar-
to» no es, a veces, boste-
zo solamente sino cruel
mordedura con las consi-
guientes lágrimas de coco-
drilo por la laceración pro-
ducida. De vez en cuando
soltamos «trancas», como
las llama Lucho Valera,
que ni el propio autor es
capaz de leerlas dos veces
seguidas. Mis propios ar-
tículos se pasan, en cier-
tas ocasiones, de vuelta (o
«rosca», como dicen los
castizos) y más semejan
correspondencia particu-
lar y no información inte-
resante para todos los lec-
tores. Pero, con todo, se
sigue adelante, en medio
de la inquietud de nues-
tra acomedida Charito
Cisneros
1
, la eterna sonri-
sa irónica (¡no sarcástica!)
de nuestro jefe de diagra-
mación, el sapiente y finí-
simo artista Lorenzo Oso-
res. La fotógrafa Beatriz
Suárez, feminista de gran
corazón que reemplazó a
la bella y dulcemente al-
tiva Mariel Vidal, suele
permanecer sentada en la
oficina de redacción, si-
lenciosa, sin llamar la
atención, concentrada
como una escolar de se-
cundaria que escuchara y
siguiera con provecho la
lección que dicta la pro-
fesora. Mito Tumi, correc-
tor de lujo y fina pluma
2
se multiplica en los agre-
gados y cambios de últi-
ma hora (mea culpa, mea
grandísima culpa). Marco
Martos, mixto de Quijo-
te, alfil fulminante y hoja
de acero toledano que
descansa de la ardua ba-
talla colgada indiferente
en la panoplia del muro,
da sus grandes y curiosos
paso de caballero extra-
viado y con prisas. Lo he
descrito como poeta,
como lo que él es, en su
absoluto dialéctico, sose-
gado y activo.
A Rosalba Oxandaba-
rat, monstruo de crítica ci-
nematográfica y puro ta-
lento, se la ve esporádica-
mente siempre con los mi-
nutos contados. Ahora
más urgida, pues tiene, ade-
más de sus hermosos hijos,
una linda librería que has-
ta hoy no conozco.
¡Qué lástima, Rosalba,
que nada te detenga! ¡Para
los quince minutos que
hemos de vivir! No olvi-
des que la tensión genera
úlcera, «stress», abulia psi-
cótica, etc. En el etc. está
el que nos privas tan ale-
vosamente de tu encanta-
dora presencia. ¡Allá vos!
Pero convenceos, y
para consuelo de los que
no han penetrado en el
santuario:
El Caballo Rojo
no ha escuchado jamás un
diálogo trascendente. To-
dos, con las inmensas cua-
lidades morales que los
adornan, están ganados
por el ajetreo, el tráfago y
la horrenda necesidad
material de la aparición
oportuna.
Las oficinas no son, ni
con mucho, los jardines de
Academoni, con mayor
razón, la zona imprescin-
dible de pláticas históri-
cas, el escenario de amo-
res legendarios, el foco
irradiante que uno se ima-
gina fue la rue de Rome,
de Mallarme o, simple-
mente, el Parque de Ba-
rranco de comienzos del
siglo. Decepcionante, pe-
ro cierto.
El Caballo Rojo
es el mejor suplemento
cultural del Perú, pero, la
más chata trivialidad lo
rodea. De inanidad está
cercado. Y de la importan-
te capacidad de melanco-
lía. Y de ternura.
Tenemos visitas de po-
líticos en candelero (Letts,
Tapia, Cucho Haya de la
Torre, Murrugara, etc.).
Nos visita Tito Hurtado,
prototipo del «discreto»
de Gracián. Raúl Gonzá-
les, el más apagado de los
hombres que conozco,
pasa a entregar sus exce-
lentes entrevistas. Carlos
Iván Degregori pasa como
un meteoro. Compañeras
transitan indolentes (o
aburridas). Pero en
El Ca-
ballo
Rojo
no hay, y quizá
no haya nunca, la anima-
ción que se respira en re-
dacción, administración o
corrección. ¿Por qué cau-
sa? ¿Demasiado peso espe-
cífico de sus miembros?
¿
Tedium vitae
? ¿Sortilegio
Francisco Bendezú
E
EL CABALLO ROJO
LIENZO DE
FANTASMAS
El Caballo Rojo
no es una institución. Es una empresa de ilusión, una aventura, una búsqueda no dogmática de
la verdad. A veces me lo imagino como un gobelino de la Restauración francesa, con frondas, damas y alimañas.
Otras veces como una lámpara votiva encendida en el corazón de la patria. Siempre como un lienzo de fantasmas
que, de pronto, se encarnan, actúan y parten como un legendario caballero a «desfacer entuertos». Sigamos así.
1 Que reemplazó a la juncal Ceci-
lia Seminario, piurana de abolengo, em-
parentada con Grau y con Chocano.
2 Dicho sea de paso, celebración y
homenaje de: Maruja Barrig, Félix
Azofra, Tito Flores Galindo, Cucho
Haya, Ricardo Letts, Wáshington Del-
gado, Antonio Cornejo Polar, Paco
Moncloa, Chema Salcedo, Pablo Ma-
cera.
Ilustración: Hernando Núñez Carvallo.