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LIBROS & ARTES

Página 31

de las habitaciones que

ocupamos? ¿O todo lo

que he expuesto no pasa

de ser un agudo y desco-

munal subjetivismo de mi

parte? ¡Sólo Pateta lo

sabe!

Toño Cisneros, gran

poeta y gran amigo, es el

director. Lucho Valera,

profesional hasta el tuéta-

no, es el editor. No igno-

ran ambos que en sus ma-

nos está y de su talento y

diligencia depende el me-

jor suplemente cultural del

Perú. Me imagino que

debe ser abrumador. Qui-

zá el deber sofoca la in-

quietud. Y naturalmente

me acuerdo del título del

libro de Paul Eluard:

El

deber y la inquietud.

Toño es de presencia y

carácter marciales

3

. Tiene

don de mando. Se da ín-

tegro por lo que cree. Es

valiente. Sensible, sutil,

macizamente inteligente.

Pero como lo que yo

escribo es una crónica y

no un panegírico, debo

aclarar también que todas

sus innegables virtudes es-

tán empañadas por un gra-

ve, mas no mortal defec-

to: una visión rabiosamen-

te egocéntrica del mundo.

Le parece, por ejemplo,

increíble que las cosas no

sean como él las piensa.

Se me podrá argüir: ¡pero

eso le ocurre a todo el

mundo! De acuerdo. Aun-

que entre la humildad y el

orgullo, escoge –como

yo– el orgullo porque la

humildad siempre nos

acompaña. No la he des-

terrado. Toño tampoco – co-

mo cristiano– no sola-

mente no la ha desterra-

do sino que, por doctrina,

la cultiva. ¡Ojalá nunca la

olvide el querido amigo y

respetado director!

Lucho Valera, el edi-

tor, es un lector omnívo-

ro atraído como por un

imán por los mariscos. Se-

rio, pero con una inven-

cible proclividad a la bro-

ma, si a media voz, mejor

aún. Leal ciento por cien-

to. Yo le vi siempre aire

de comisario, conspirador

nato y dueño de secretos

que solamente los recién

nacidos no conocen. ¡Y

no es preciso torcer la

boca! –¡quién lo dice!–

para comunicar semejan-

tes noticias. El calor está

BIENVENIDOGRANDA,

MÁS VIEJOQUE EL RECUERDO

Antonio Cisneros

ienvenido Granda es casi más viejo que el recuerdo.

Es el disco negro, espeso, pesado, de 78 revoluciones,

con una etiqueta verde (marca Seeco), repetido una y otra

vez hasta que al fin de la fiesta, estaba escrito, se hace siem-

pre añicos.

Era de La Habana (tierra soberana, dice el son), pero no

de La Habana que existe en la realidad o en la memoria.

Más allá de la opulencia y la miseria, los días de Batista y,

también, más allá de la esperanza de la revolución. Otra

Habana.

Aquella que habitaba en los tocadiscos con aguja de púa,

en el Embassy, en las primeras rocolas y en la radionovela

El derecho de nacer.

Las mujeres llevaban turbantes y túni-

cas brillantes de colores. Los hombres, trajes impecables

de punta en blanco y sombreros ladeados de Panamá. El

castillo del Moro (una carátula de

Selecciones

), las mesas y

sus sombrillas en las terrazas (una foto de

Life

) y todas las

palmeras del planeta meciéndose en el viento contra el sol

tropical.

La del Corazón de Jesús en la salita de la casa. La de los

bailes infantiles en el parque de Barranco, la de los aniver-

sarios de matrimonio, la de los burdeles del jirón Huatica,

la de las encerronas del general Odría, la de las amas de

casa picando cebolla, la de los oficinistas canturreando en

un bar, la de los apristas, la de las bataclanas, la de los ena-

morados jurándose amor eterno y grabando sus nombres

en un muro de ladrillo (porque en Lima no hay árboles).

Toda esa Habana, capital del Perú, en la voz gangosa,

pícara, quieta de Bienvenido Granda. Oooooyeeemeee

maaa...má era una invitación a la danza y, como dicen, a la

sana alegría pero, también, «a lo que el destino nos depa-

re». Señora... te llamaaaan… señora era una invitación al

bochorno o al llanto pero, también, al bolerazo con rodilla

y en la sombra.

El no fue compositor, mas le dio carne a los cantos aje-

nos. Una dulzura «trafera», un si-es-no-es canallesco que

flotaba en la región más transparente de los años 50. Y era

al mismo tiempo, como debe ser, todo un señor.

Yo era muy niño. Ahora me dicen que alguna vez lo vi,

no lo recuerdo. Fue amigo de mi tío Nico Cisneros, perio-

dista y capitán de la bohemia. Por entonces, Bienvenido

Granda era un nombre cotidiano, bigotón, que vivía a la

vuelta de mi casa o en la casa de mi tío. Era el mismo en el

dial de la radio y en las parrandas del Negro Negro (sótano

del Zela, Plaza San Martín). Para mí, que nunca salió del

Perú.

Mi tío Nico lucía también unos grandes bigotes. Alguna

vez (me cuentan) hicieron un concurso entre los dos: una

suerte de carrera de mostachos a lo largo de los meses. No

sé en lo que acabó.

Sólo sé que Bienvenido Granda ahora (y mi tío hace casi

diez años) ha terminado por hacerse añicos como un gran

disco de 78 que, sin embargo, gira en la memoria.

El Caballo Rojo, 17/07/83

B

fuerte este verano –verbi-

gracia. ¡Pero no hay como

él para decir de dónde

proviene tal texto o dar el

sitio exacto donde se con-

sigue tal o cual libro!

Lucho Valera forma

parte del paisaje de

El

Caballo Rojo

. No como ji-

nete ni como palafrenero,

sino como el padre amo-

roso que espera con ansia

soterrada ver el recién na-

cido. Y es el primero, jun-

to con Tito Hurtado, que

comentará que tal quedó

la entrevista, tal nota, ese

artículo, «A Caballo»,

«El trotar de las ratas», las

páginas de pura inteligen-

cia y ternura con que nos

suele obsequiar y deslum-

brar Rosalba, las «tran-

cas», el siempre mítico

dibujo de Carlín, la cola-

boración del que escribe

tarde, mal y nunca y «has-

ta los anuncios de revistas

y librerías de la contraca-

rátula».

El Caballo Rojo

es un

mundo y sus miembros,

como los personajes de

Cervantes, no solamente

en el corazón existen. Ya

no pueden ir al «Baruch»,

innoblemente clausurado y

desmantelado. Y el río de

la vida los arrastra hacia la

luz (aunque no está bien

que

El Caballo Rojo

guiñe

un ojo como una vulgar

estatua ecuestre de París).

En fin, me consuelo

pensando que son bromas

de Lorenzo o algún espo-

lonazo a destiempo de

Toño o (¿por qué?) algu-

na contraseña de Lucho,

absurdo nostálgico de los

días de la Bastilla. Se oye

–Antes que nada hay que

liberar al «divino mar-

qués». ¿Quién lo dijo? Si-

lencio. ¿Empezamos a

apostar quien lo pronun-

ció? ¡Hum! ¡Quizá a coro

toda la redacción, los co-

laboradores y el personal

de arte, diagramación, fo-

tografía y corrección!

El

Caballo Rojo

en verdad es

un grupo que padece el

encantamiento de algún

mago Merlín.

El Caballo Rojo,

27/03/83

3 Hasta tiene un parecido físico

con el general Hidalgo de Cisneros, jefe

de la aviación republicana durante la

trágica Guerra Civil Española.