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LIBROS & ARTES

Página 29

recopiladas en

El libro del

buen salvaje

(1994) advir-

tió lo siguiente: «Más de

algún sabio lector, bonda-

doso tal vez, podría creer

que muchos de los textos

que aquí aparecen preten-

den ser relatos más o me-

nos imaginativos o histo-

rias de ficción. Sin embar-

go, puedo jurarlo, tanto las

crónicas como los diarios

semanales no son otra

cosa que el fiel recuento

de algunas circunstancias

de mi disparatada vida».

Y, más adelante, añadía:

«Por lo demás, ese perio-

dista que habita en mí no

tiene por qué estar reñido

con el viejo poeta que me

ocupa. Al fin y al cabo,

buena parte de los miles

de versos escritos a lo lar-

go de la vida también vie-

nen a ser, a su manera, el

libro de mis crónicas de

viaje».

La insistencia en dis-

tinguir entre ficción y tes-

timonio se entiende en la

medida en que algunas

piezas del volumen narran

anécdotas («El conejo de

la muerte», «La maldad

de la señora C», «Mis hos-

pitales favoritos») y sedu-

cen al lector como si fue-

ran cuentos por la habili-

dad del autor para crear

atmósferas y dosificar los

elementos de la trama.

Un texto resulta bastante

sui generis

, ya que es pre-

sentado como un guión

cinematográfico («Intro-

ducción a Tatán») y su-

pone el desarrollo de una

historia y aun de una in-

triga. En cualquier caso,

poco importa si no son fic-

ciones al uso. La destreza

narrativa de Cisneros lo-

gra que sus textos en pro-

sa alcancen un nivel in-

usual. Son crónicas, claro

está, pero su composición

y factura rebasan los lin-

deros habituales del perio-

dismo y adquieren un in-

negable valor literario.

Curiosamente, Cisne-

ros fracasó cuando acome-

tió deliberadamente la fic-

ción y se aventuró en la

literatura infantil. Nos re-

ferimos a su libro «Cuen-

tos idiotas para niños con

buenas notas» (2002),

conformado por tres rela-

tos que, aunque están bien

escritos, carecen del en-

canto de sus crónicas. Es

posible que el autor pro-

bara con este género a ins-

tancias de sus editores, sin

calibrar adecuadamente

las dificultades que impli-

ca escribir para niños.

En el proemio citado

líneas arriba, Cisneros ex-

presó que su labor como

periodista no tenía que

estar reñida con su vena

poética. Para corroborar

esta aserción, reconoció

que a fin de cuentas bue-

na parte de sus «miles de

versos» eran también, a su

manera, crónicas de via-

je. Esto nos lleva a aludir

a la tendencia narrativa

que predomina en la poe-

sía de Cisneros, pero que

no se limita a transmitir la

experiencia del viajero.

En libros como

Comenta-

rios reales

,

Crónica del Niño

Jesús de Chilca

y

Monólogo

de la casta Susana

la apues-

ta es mucho mayor. No

solo se adopta un tono

narrativo sino que se cons-

truye un mundo donde se

caracterizan personajes y

se simula una diversidad

de voces que se superpo-

nen a la del yo poético.

Como si fuera un fabula-

dor, este urde una suerte

de ficción, la historia de

una comunidad, artificio

que desencadena una mul-

tiplicidad de puntos de

vista. Así, la conciencia

individual del poeta se

torna colectiva y poliédri-

ca, con resonancias que

exceden el ámbito perso-

nal y se insertan en el pro-

ceso histórico y social. De

ahí que la prosa no le sea

ajena a Cisneros, a quien

su rechazo del lirismo tra-

dicional lo impulsó a tra-

bajar con un discurso más

coloquial y narrativo,

apto para generar la ilu-

sión de un universo ficti-

cio parecido al que encon-

tramos en un cuento o

novela.

Desde que nuestro au-

tor publicara su primera

selección de textos en

prosa,

El arte de envolver

pescado

(1990), fue depu-

rando y ampliando su es-

pectro. Así, en volúmenes

posteriores como

Ciudades

en el tiempo

(2001) y

Los

viajes del buen salvaje

(2008), recupera, agrega

y suprime piezas, mostran-

do que puede manejar

con soltura tanto la cró-

nica sobre sus estancias en

diversos lugares del plane-

ta como el comentario

gastronómico («Homena-

je a lo crudo»), la sem-

blanza («Mi amigo Allen

Ginsberg, mi conocido»,

«Mi Julio Cortázar») y el

diario personal («Las doce

semanas del buen salva-

je»). Esta última vertien-

te reviste especial impor-

tancia por cuanto el poe-

ta se vale de anotaciones

íntimas que, al estilo de

entradas de un dietario,

van componiendo un fres-

co más amplio en donde

todo cabe, incluida la re-

producción de poemas y

de pasajes de lecturas.

Antes de concluir nos

gustaría recordar que la

última publicación origi-

nal de Antonio Cisneros,

al margen de las antolo-

gías de su poesía, fue una

plaquette

que data del año

2010 y que tuvo una cir-

culación muy restringida:

Diario de un diabético hos-

pitalizado

(Colección Un-

derwood, Estudios Gene-

rales Letras de la Pontifi-

cia Universidad Católica

del Perú). El texto que da

título al volumen está in-

tegrado por apuntes que

se remontan a un periodo

de crisis de salud del es-

critor y sobresale por el

tono descarnado e iróni-

co con que este contem-

pla la posibilidad de la

muerte y enfrenta «las in-

mensas preguntas celes-

tes». Escrito dos décadas

atrás, todo hace suponer

que pertenece a un diario

más amplio que valdría la

pena rescatar.

Completan el delgado

volumen dos textos no

menos singulares. Uno es

un monólogo dramático

hecho especialmente para

ser interpretado por Al-

berto Ísola en una prime-

ra función en el teatro

Municipal incendiado en

el invierno de 1999. El

otro es un conjunto de

ocho piezas breves conce-

bidas a partir de una serie

de fotografías sobre toros

que Javier Silva Meinel

publicó en 1992 con el tí-

tulo de

Acho, altar de are-

na

. Son textos admirables

en los que prosa y poesía

se funden en un acto de

suprema revelación.

TENNESSE WILLIAMS,

EL POETA SUCIO

Antonio Cisneros

as imágenes más viejas y perfectas que de

él guardo, poco tienen que ver con el gran

hombre de letras que acaba de morir y que nació

en 1914. Su nombre siempre estuvo enredado

con los nombres de Marlon Brando, Paul Newman,

Geraldine Page, Liz Taylor, Richard Burton, Elia

Kazan. Es decir, con la cinematografía.

Más aún, para mi adolescencia incipiente,

siempre tuvo algo de cosa prohibida en las

galerías del Leuro, el Excelsior (de Miraflores) y

el Montecarlo. Casi como el mambo frenético

prohibido por el arzobispado y el bolero

Señora

de Agustín Lara cuya audiencia, aunque sea en

parte, era entonces motivo de excomunión.

Sus temas y personajes torturados, retorcidos,

en las fronteras mismas de la patología, repre-

sentaban el lado oscuro de la luna. Esas praderas

maltrechas de las que jamás se hablaba en la

escuela o en la casa. Homosexuales, alcohólicos,

impotentes, ninfómanas, dementes. Seres aco-

rralados y rabiosos desde que se apagaban las

luces de la sala hasta que volvían a encenderse.

Afuera, empezaba el crepúsculo (si era

verano) y la hora de visitar a mi primera

enamorada o a los patas o, simplemente, regresar

a la casa. Encuentros donde, más allá del pan-

talón pescador y la cola de caballo, la cháchara

del fútbol y el «cómo te fue, hijo», todos habían

adquirido una nueva dimensión, de carne y

hueso, amenazante, como en

Verano y humo, La

noche de la iguana, La gata sobre el tejado caliente.

Como en una vida real desconocida.

Es verdad que muchos de los soliloquios y

los gritos, los silencios eternos y las otras miradas

furtivas, huían de mi pobre comprensión: Pero

en el alma se levantaba un fuego curioso y

compasivo. Más bien, cuando la cosa era de

rocanroleros o muchachos a secas (Marlon

Brando en la primera línea), mis catorce años

vibraban, sin perder el compás, con la absoluta

certeza de que el mundo estaba muy mal hecho.

Todos éramos, entonces, los hijos del

blue jeans

,

la casaca de cuero y la inacabable rebelión.

Con los años me enteré que Tennesse

Williams, era junto con Arthur Miller, la voz

más alta del teatro norteamericano después de

la Segunda Guerra. Que las lacras de su sociedad,

simbolizadas en la represión sexual, se tornaban

en verdad universal. Que era, sobre todo, un

gran poeta.

Y me soplé todas las traducciones de la casa

editorial Losada, vi

El zoológico de cristal

con

Sonia Seminario, tuve muchos reencuentros en

los cineclub y la televisión. Pero ya nunca nada

fue lo mismo.

El poeta sucio y violento, la deslumbrante y

prohibida libertad que reveló el lado oscuro de

la luna, permanece cabalgando, pleno aún de

secretos, en mis últimos años de escolar.

El Caballo Rojo,

06/03/83.

L