LIBROS & ARTES
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recopiladas en
El libro del
buen salvaje
(1994) advir-
tió lo siguiente: «Más de
algún sabio lector, bonda-
doso tal vez, podría creer
que muchos de los textos
que aquí aparecen preten-
den ser relatos más o me-
nos imaginativos o histo-
rias de ficción. Sin embar-
go, puedo jurarlo, tanto las
crónicas como los diarios
semanales no son otra
cosa que el fiel recuento
de algunas circunstancias
de mi disparatada vida».
Y, más adelante, añadía:
«Por lo demás, ese perio-
dista que habita en mí no
tiene por qué estar reñido
con el viejo poeta que me
ocupa. Al fin y al cabo,
buena parte de los miles
de versos escritos a lo lar-
go de la vida también vie-
nen a ser, a su manera, el
libro de mis crónicas de
viaje».
La insistencia en dis-
tinguir entre ficción y tes-
timonio se entiende en la
medida en que algunas
piezas del volumen narran
anécdotas («El conejo de
la muerte», «La maldad
de la señora C», «Mis hos-
pitales favoritos») y sedu-
cen al lector como si fue-
ran cuentos por la habili-
dad del autor para crear
atmósferas y dosificar los
elementos de la trama.
Un texto resulta bastante
sui generis
, ya que es pre-
sentado como un guión
cinematográfico («Intro-
ducción a Tatán») y su-
pone el desarrollo de una
historia y aun de una in-
triga. En cualquier caso,
poco importa si no son fic-
ciones al uso. La destreza
narrativa de Cisneros lo-
gra que sus textos en pro-
sa alcancen un nivel in-
usual. Son crónicas, claro
está, pero su composición
y factura rebasan los lin-
deros habituales del perio-
dismo y adquieren un in-
negable valor literario.
Curiosamente, Cisne-
ros fracasó cuando acome-
tió deliberadamente la fic-
ción y se aventuró en la
literatura infantil. Nos re-
ferimos a su libro «Cuen-
tos idiotas para niños con
buenas notas» (2002),
conformado por tres rela-
tos que, aunque están bien
escritos, carecen del en-
canto de sus crónicas. Es
posible que el autor pro-
bara con este género a ins-
tancias de sus editores, sin
calibrar adecuadamente
las dificultades que impli-
ca escribir para niños.
En el proemio citado
líneas arriba, Cisneros ex-
presó que su labor como
periodista no tenía que
estar reñida con su vena
poética. Para corroborar
esta aserción, reconoció
que a fin de cuentas bue-
na parte de sus «miles de
versos» eran también, a su
manera, crónicas de via-
je. Esto nos lleva a aludir
a la tendencia narrativa
que predomina en la poe-
sía de Cisneros, pero que
no se limita a transmitir la
experiencia del viajero.
En libros como
Comenta-
rios reales
,
Crónica del Niño
Jesús de Chilca
y
Monólogo
de la casta Susana
la apues-
ta es mucho mayor. No
solo se adopta un tono
narrativo sino que se cons-
truye un mundo donde se
caracterizan personajes y
se simula una diversidad
de voces que se superpo-
nen a la del yo poético.
Como si fuera un fabula-
dor, este urde una suerte
de ficción, la historia de
una comunidad, artificio
que desencadena una mul-
tiplicidad de puntos de
vista. Así, la conciencia
individual del poeta se
torna colectiva y poliédri-
ca, con resonancias que
exceden el ámbito perso-
nal y se insertan en el pro-
ceso histórico y social. De
ahí que la prosa no le sea
ajena a Cisneros, a quien
su rechazo del lirismo tra-
dicional lo impulsó a tra-
bajar con un discurso más
coloquial y narrativo,
apto para generar la ilu-
sión de un universo ficti-
cio parecido al que encon-
tramos en un cuento o
novela.
Desde que nuestro au-
tor publicara su primera
selección de textos en
prosa,
El arte de envolver
pescado
(1990), fue depu-
rando y ampliando su es-
pectro. Así, en volúmenes
posteriores como
Ciudades
en el tiempo
(2001) y
Los
viajes del buen salvaje
(2008), recupera, agrega
y suprime piezas, mostran-
do que puede manejar
con soltura tanto la cró-
nica sobre sus estancias en
diversos lugares del plane-
ta como el comentario
gastronómico («Homena-
je a lo crudo»), la sem-
blanza («Mi amigo Allen
Ginsberg, mi conocido»,
«Mi Julio Cortázar») y el
diario personal («Las doce
semanas del buen salva-
je»). Esta última vertien-
te reviste especial impor-
tancia por cuanto el poe-
ta se vale de anotaciones
íntimas que, al estilo de
entradas de un dietario,
van componiendo un fres-
co más amplio en donde
todo cabe, incluida la re-
producción de poemas y
de pasajes de lecturas.
Antes de concluir nos
gustaría recordar que la
última publicación origi-
nal de Antonio Cisneros,
al margen de las antolo-
gías de su poesía, fue una
plaquette
que data del año
2010 y que tuvo una cir-
culación muy restringida:
Diario de un diabético hos-
pitalizado
(Colección Un-
derwood, Estudios Gene-
rales Letras de la Pontifi-
cia Universidad Católica
del Perú). El texto que da
título al volumen está in-
tegrado por apuntes que
se remontan a un periodo
de crisis de salud del es-
critor y sobresale por el
tono descarnado e iróni-
co con que este contem-
pla la posibilidad de la
muerte y enfrenta «las in-
mensas preguntas celes-
tes». Escrito dos décadas
atrás, todo hace suponer
que pertenece a un diario
más amplio que valdría la
pena rescatar.
Completan el delgado
volumen dos textos no
menos singulares. Uno es
un monólogo dramático
hecho especialmente para
ser interpretado por Al-
berto Ísola en una prime-
ra función en el teatro
Municipal incendiado en
el invierno de 1999. El
otro es un conjunto de
ocho piezas breves conce-
bidas a partir de una serie
de fotografías sobre toros
que Javier Silva Meinel
publicó en 1992 con el tí-
tulo de
Acho, altar de are-
na
. Son textos admirables
en los que prosa y poesía
se funden en un acto de
suprema revelación.
TENNESSE WILLIAMS,
EL POETA SUCIO
Antonio Cisneros
as imágenes más viejas y perfectas que de
él guardo, poco tienen que ver con el gran
hombre de letras que acaba de morir y que nació
en 1914. Su nombre siempre estuvo enredado
con los nombres de Marlon Brando, Paul Newman,
Geraldine Page, Liz Taylor, Richard Burton, Elia
Kazan. Es decir, con la cinematografía.
Más aún, para mi adolescencia incipiente,
siempre tuvo algo de cosa prohibida en las
galerías del Leuro, el Excelsior (de Miraflores) y
el Montecarlo. Casi como el mambo frenético
prohibido por el arzobispado y el bolero
Señora
de Agustín Lara cuya audiencia, aunque sea en
parte, era entonces motivo de excomunión.
Sus temas y personajes torturados, retorcidos,
en las fronteras mismas de la patología, repre-
sentaban el lado oscuro de la luna. Esas praderas
maltrechas de las que jamás se hablaba en la
escuela o en la casa. Homosexuales, alcohólicos,
impotentes, ninfómanas, dementes. Seres aco-
rralados y rabiosos desde que se apagaban las
luces de la sala hasta que volvían a encenderse.
Afuera, empezaba el crepúsculo (si era
verano) y la hora de visitar a mi primera
enamorada o a los patas o, simplemente, regresar
a la casa. Encuentros donde, más allá del pan-
talón pescador y la cola de caballo, la cháchara
del fútbol y el «cómo te fue, hijo», todos habían
adquirido una nueva dimensión, de carne y
hueso, amenazante, como en
Verano y humo, La
noche de la iguana, La gata sobre el tejado caliente.
Como en una vida real desconocida.
Es verdad que muchos de los soliloquios y
los gritos, los silencios eternos y las otras miradas
furtivas, huían de mi pobre comprensión: Pero
en el alma se levantaba un fuego curioso y
compasivo. Más bien, cuando la cosa era de
rocanroleros o muchachos a secas (Marlon
Brando en la primera línea), mis catorce años
vibraban, sin perder el compás, con la absoluta
certeza de que el mundo estaba muy mal hecho.
Todos éramos, entonces, los hijos del
blue jeans
,
la casaca de cuero y la inacabable rebelión.
Con los años me enteré que Tennesse
Williams, era junto con Arthur Miller, la voz
más alta del teatro norteamericano después de
la Segunda Guerra. Que las lacras de su sociedad,
simbolizadas en la represión sexual, se tornaban
en verdad universal. Que era, sobre todo, un
gran poeta.
Y me soplé todas las traducciones de la casa
editorial Losada, vi
El zoológico de cristal
con
Sonia Seminario, tuve muchos reencuentros en
los cineclub y la televisión. Pero ya nunca nada
fue lo mismo.
El poeta sucio y violento, la deslumbrante y
prohibida libertad que reveló el lado oscuro de
la luna, permanece cabalgando, pleno aún de
secretos, en mis últimos años de escolar.
El Caballo Rojo,
06/03/83.
L