LIBROS & ARTES
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sobre todo, de sus reivin-
dicaciones frente a la in-
vasión de sus tierras por
colonos costeños.
La narración en
off
ela-
borada por Toño acompa-
ña a las imágenes sin des-
merecerlas o agobiarlas
con un exceso de datos, un
apoyo eficaz que demues-
tra que el poeta había
aprendido ya este difícil
arte, que practicó siempre
combinando su experien-
cia periodística con aque-
lla curiosidad por el saber
que alimentó también sus
mejores poemas.
COLOFÓN
Hay un último trabajo
de Toño sobre el cual ca-
recemos de datos. Se tra-
ta de
Cáceres
(1986), es-
crito para Isidoro López
Cano. No hemos podido
averiguar si se trató de un
texto para un documental
sobre el héroe de La Bre-
ña o de un guión para una
cinta de ficción. Tal vez
algún paciente lector pue-
da satisfacer este vacío.
Solo nos queda, para
terminar, destacar que
Antonio Cisneros, como
muchos de los miembros
de la Generación del 60,
mantuvo a lo largo de su
vida una pasión cinéfila
intacta, nutrida por igual
de cine clásico norteame-
ricano como de los nue-
vos cines europeos. Justa-
mente, una de las últimas
polémicas que le tocó pro-
tagonizar en relación con
el cine fue aquella susci-
tada con ocasión del tar-
dío estreno en Lima de la
cinta
Exótica
(1994) del
realizador canadiense de
origen armenio Aton Ego-
yan. La película obtuvo el
apoyo de la crítica más
seria, aunque sorprendió
al público por su trata-
miento algo hermético,
distinto al cine que suele
verse habitualmente en la
pésima cartelera limeña.
Por razones que no
compartimos, el poeta se
contó entre los detracto-
res de la cinta. Ello, por
cierto, no interrumpió
nuestra amistad, iniciada
en las aulas de la Univer-
sidad Católica. A ella de-
dicamos este texto.
ntonio Cisneros fue un hombre múltiple,
poeta, cronista, periodista en la radio y la
televisión, conversador nocturno, hincha apasionado
del Sporting Cristal, pero también fue por muchos
años un gestor cultural activo y original. Cuando
todavía era profesor universitario en San Marcos,
coordinó actividades de promoción cultural en el
Instituto Raúl Porras Barrenechea. Posteriormente,
desde la dirección del Centro Cultural Inca Garcilaso
del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú
desarrolló una provechosa y singular actividad
cultural en una de las casonas emblemáticas de la
Lima virreinal y republicana.
El año 2003, mediante un Convenio de
Cooperación entre el Ministerio de Relaciones
Exteriores y la Agencia Española de Cooperación
Internacional, la Escuela Taller de Lima inició las
obras de restauración de la llamada Casa Aspíllaga,
con el propósito de ponerla en valor y acondicionada
para convertida en el Centro Cultural del Ministerio
de Relaciones Exteriores del Perú. Esta obra contó
con la supervisión del Instituto Nacional de Cultura.
Una institución cultural requiere de un espacio
material adecuado, pero no basta el soporte físico
para crear una organización viva. Hubo dos personas
claves en esta historia. El excanciller Manuel
Rodríguez Cuadros, quien definió la naturaleza y las
funciones del nuevo centro cultural, y Antonio
Cisneros, quien estableció el estilo de la gestión. El
diplomático tuvo una visión original ya que ninguna
cancillería latinoamericana contaba con un centro
cultural propio, y el poeta, con su amplia experiencia
y redes culturales nacionales e internacionales, le dio
rápidamente el vuelo que exigían las circunstancias
Desde sus inicios, Antonio Cisneros se rodeó de
un equipo profesional proveniente de diversas
disciplinas, como el arte gráfico, la comunicación
social y la literatura, y con amplia experiencia en
gestión cultural. Gredna Landolt, destacada artista
gráfica, tiene a su cargo la organización de las
exposiciones en la galería de arte, además se
desempeña como curadora de la casa. Katherine
Durán fue pieza clave en la coordinación general,
principalmente en articulación con la prensa cultural
limeña y en la gestión de los procesos administra-
tivos. Mario Granda asumió desde el 2008 la
planificación de las conferencias culturales que
siempre buscaron ofrecer ciclos de interés para el
ciudadano y convocar a especialistas que pudiesen
ofrecer una charla amena, original y valiosa. Arianna
Castañeda y Ángela Luna también formaron parte
del equipo que dirigió el oso hormiguero.
Tuve el privilegio de trabajar casi tres años con
Toño y pude conocer de cerca su inmenso don de
gentes; afable, jovial y locuaz con los amigos; irónico,
afilado, protocolar con los hombres sin mérito que a
veces pululan por los ambientes culturales y
diplomáticos. Él se preciaba (y era cierto) de conocer
a los principales actores de la movida cultural de
Lima. Además, distinguía con ojo de águila al creador
del farsante, al literato cabal del mero chambón; el
cuadro novedoso del meramente experimental.
Su fama de gran conversador se quedaba corta
ante la experiencia real de tenerlo al frente en la
mesa de un café o de un bar, le gustaba ser la estrella
y lo conseguía con facilidad. Se desplazaba con la
misma maestría entre el debate cultural erudito y
en los vericuetos de la cultura popular criolla: poseía
clase y calle en igual medida. Tenía porte y poses
de actor, una voz ronca y aguardentosa que se
fortalecía con el paso de las horas: heredero del
dandismo, convirtió su vida bohemia en una obra
de arte singular, muchas veces brillante, otras
también dura y conflictiva.
Fui víctima gozosa más de una vez de sus
interminables jornadas de culto al pisco sour en el
antiguo y noble Hotel Maury. En la disputa de ideas,
el poeta desenfadado era implacable incluso con los
que quería, si no podía persuadirte se dedicaba a
pulverizar tus argumentos con razones y retórica.
Siempre buscaba acuñar frases rotundas, fieramente
transparentes, cultivaba como pocos la inteligencia
verbal y la arrojaba con donaire al viento. Bebía y
fumaba con una energía pantagruélica, cuando los
meros mortales quedábamos vencidos, él seguía su
marcha en pos de nuevos interlocutores y nuevos
espacios en donde proseguir el combate con su
noche cada vez más personal e íntima.
Aunque pocos lo notaban, Cisneros y su equipo
poseían una dimensión política en el trabajo de la
promoción cultural. Siempre se nadó entre dos
aguas, una más canónica y oficial, otra más marginal
y provocadora; por ello, la galería podía ser ocupada
por un artista conceptual como Runcie Tanaka o
por creadores populares del mundo amazónico. El
único requisito que siempre se exigió fue la calidad
de la conferencia, de la exposición plástica o la
instalación artística. El valor intrínseco y el carácter
polisémico de toda manifestación cultural era la
única consigna, el autor de
Como higuera en un campo
de golf
siempre mantuvo una posición crítica e
irónica frente a esos artistas que se sometían a los
dictados de mensajes unívocos, aunque estos fuesen
políticamente correctos.
En
El Caballo Rojo
, publicado el 25 de diciembre
de 1983, se encuentra una hermosa apelación a los
lectores. Las palabras de Cisneros, director de la
publicación, condensan el proyecto político y
cultural del célebre suplemento y el ideario del poeta
en ese momento: «la injusticia no puede ser eterna
y es menester cambiar los reinos mal crecidos de
este mundo. Y no se trata de cálculo o consigna. Es
de necesidad elemental y viva como el pan. Para
que valga la pena ser padre, para que valga la pena
ser hijo. Por nunca abandonarnos en una calle oscura
y dejarnos morir». Quiero concluir recordando esas
palabras del poeta que siempre guiaron, más allá de
la retórica de los gobiernos de turno, su trabajo de
promotor y gestor cultural.
EL OSO HORMIGUERO
COMO GESTOR CULTURAL
Marcel Velázquez Castro
A