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LIBROS & ARTES
ellos de audaz erotismo,
acompañados con este
breve y brillante texto ti-
tulado «Arte erótico»:
«El puritanismo y la es-
tupidez (que son lo mis-
mo) engendran la porno-
grafía. La pornografía es la
pantalla harapienta del
erotismo alegre y creador.
Cuando una sociedad re-
prime los valores natura-
les, se entrega al babeo
clandestino, al machismo,
al café teatro de pacotilla,
a las revistas de calatas
importadas para gerentes
y generales. Los represores
de la vida pública pueblan
sus vidas secretas de que-
ridas y chistes de Jaimito.
Son hipócritas y tienen
mal gusto. La pornografía
es el erotismo inmoral y
vergonzante.
El arte erótico es anti-
guo como el hombre.
Amado y respetado como
rito, celebración o simple
testimonio estético. Claro
que en diversas épocas ha
sido víctima de los pornó-
grafos de turno, es decir,
de los censores. Aubrey
Beardsley, el más grande
dibujante del
Art Nouveau
inglés, sufrió juicio y pri-
sión. Eso fue en la era vic-
toriana, proverbial por su
doblez, en el siglo XIX. El
pintor surrealista René
Magritte y Pablo Picasso
(aunque acosado por el
franquismo) conocieron
la tolerancia –digo es un
decir– del siglo XX. Sos-
pecho que las cosas han
cambiado. ¿Han cambia-
do?»
Fue tan contundente la
temeraria respuesta que
Nicolás salió libre de pol-
vo y paja de tan pornográ-
fica acusación y nosotros,
los monos, continuamos
más insolentes que nunca.
Después de cada número
donde nos burlábamos de
los gorilas, de los falsos va-
lores, de los áulicos del
poder, de la derecha re-
trógrada, salíamos a la ca-
lle para recibir, como di-
ría Nietzche, «el aire puro
y el peligro cercano con el
espíritu lleno de una ale-
gre maldad».
Es importante recordar
que Toño escribía con el
seudónimo de Laura An-
tonelli una columna di-
vertidísima que se llama-
ba «En el seno de la
Constituyente». Desde
cuando asumió la direc-
ción de
El Caballo Rojo
de
El Diario de Marka,
el me-
jor suplemento cultural
de la historia del periodis-
mo peruano, sentimos
hondamente su ausencia.
Felizmente, éramos un
grupo afiatado y pudimos
continuar con la calidad
necesaria en ese humor
desenfadado hasta la in-
solencia. Tácito homena-
je a quien supo imponer
ese estilo de humor en el
Perú.
En esa época tuve la
doble felicidad de traba-
jar en
El Caballo Rojo
y a
la vez de continuar en
Monos y Monadas
como
jefe de arte y como miem-
bro de su Comité Diverti-
do junto a Juan, Carlín, el
Loco Freire, Rafo León,
Lalo Morel y Fedor Larco.
Además de encomiar a
estos inspirados caballe-
ros, también es necesario
aquilatar el equilibrado
papel de director que
esa columna, la bella y ca-
rismática diva se burlaba
de la fauna política y a la
vez hacía un análisis fino
de la coyuntura, mejor
que cualquiera de los po-
litólogos conocidos. Por
otro lado, la presencia de
Toño en las reuniones del
llamado Comité Diverti-
do era fundamental. Y
cumplía Nicolás y el im-
portante aporte de otros
integrantes de la revista.
Pienso en Etalo Núñez , en
Bernardo Barreto, en
Dare.
En
El Caballo Rojo
, cu-
yos vasos comunicantes
con
Monos y Monadas
eran evidentes, también
imperaba un ambiente
muy divertido. No olvide-
mos que Toño era el di-
rector y Lucho Valera el
editor y que siempre esta-
ban presentes mi querida
comadre Rosalba Oxan-
dabarat, el inolvidable
Paco Bendezú y atisbando
desde «La ventana sinies-
tra»,
el piurano Marco
Martos. Y ni hablar de las
visitas del Cuy Acevedo
y del Monstruo de Logro-
ño, que eran puntuales
como la hora del Ángelus.
Pero había otras personas
no menos importantes que
también le ponían su sal y
su pimienta: Charito Cis-
neros, que imponía orden
entre tanto lagarto; Mito
Tumi, que además de co-
rregir y reparar frases, es-
cribía «El bostezo del la-
garto»; mi dulce Mariela,
que modestamente hacía
los titulares en
letraset
, un
trabajo inventado por Lu-
cho Valera para que yo no
me moviera de mi modes-
to lugar de diagramador o
de iconógrafo, como argu-
mentaba Toño para de-
fenderme de algunos en-
vidiosos.
Volviendo a
Monos y
Monadas
, hay que aclarar-
lo, Toño nunca se desligó
de su amada revista y
siempre mantuvo su firme
compromiso con el hu-
mor. Nunca faltaba los
jueves de celebración y yo
mismo me encargaba de
llevarlo de grado o fuerza.
Otras veces, robándole
tiempo al tiempo, Toño
se las arreglaba para seguir
colaborando con sus escri-
tos o con sus ideas, siem-
pre brillantes.
De aquel grupo de
Mo-
nos y Monadas
, Toño, Car-
lín, Juan, Etalo y yo con-
tinuamos siempre muy
unidos en una amistad a
prueba de balas. Y con la
justa y necesaria incorpo-
ración de Polanco, los seis
amigos fundamos el irre-
ductible «Club de Tobi».
Irreductible en la amistad
no en la misoginia, porque
muchas veces, demasiadas
tal vez, nuestras bien ama-
das Lulús fueron invitadas
a nuestras divertidísimas
reuniones.
Hasta que vinieron los
días más tristes y fuimos
testigos del espíritu inde-
clinable de nuestro queri-
do Toño, de su dignísima
actitud frente a la enfer-
medad que lo iba devo-
rando.
Con Antonio Cisneros,
el humor adquiere su ver-
dadera dimensión: «Nues-
tra única victoria frente a
la muerte», como bien dice
Cioran.