LIBROS & ARTES
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políticas, que, por lo regu-
lar, son pasajeras. Se da en
ti una suerte de escepticis-
mo religioso, se relativiza
la religión, y te convier-
tes, si no en un ateo tra-
gacuras, en un agnóstico.
Pese a mi distanciamien-
to religioso, está en mi
poesía la temática: se en-
cuentra el rey bíblico Da-
vid y hay varios poemas
sobre Dios Padre en
Co-
mentarios reales
(1964). El
Señor ha estado en mi
obra para su Gloria o
como objeto de blasfemia
y sacrilegio. Lo he dicho y
he escrito y se lo repito
ahora: cosa de diez años
más tarde, al promediar los
años setenta, viviendo en
Budapest, me caí como
Saulo del caballo en el
camino a Damasco. En
una tarde lluviosa, en vez
de entrar a una taberna,
me metí a una iglesia
(Santa Cristina), yo, que
hacía años no entraba a un
recinto religioso. Un pa-
dre daba misa en húnga-
ro. No entendía las pala-
bras pero sí la misa. Tuve
una sensación extraordi-
naria, muy difícil, diría
aun imposible de describir
racionalmente, cayó en
mí una suerte de fulminan-
te rayo divino que me lle-
vó a una inmediata con-
versión.
¿Y cómo varió su vida
después de eso?
Vamos, no me volví
una persona ejemplar en
nada. Sólo he retomado
de manera consciente mi
pertenencia y mi vincula-
ción al mundo cristiano, y
aun puedo decirle que mi
vida no ha sido desde en-
tonces muy distinta a
cuando yo era agnóstico.
La única diferencia es que
ahora tengo
conciencia
y
esta conciencia me acom-
paña –me ha acompaña-
do– en la vida.
El libro de
Dios y de los húnga-
ros
(1978) es el libro de la
reconversión y en el poe-
ma «Domingo en Santa
Cristina y frutería al lado»
defino el lugar exacto.
Pero mi religiosidad se
halla asimismo en la
Cró-
nica del niño Jesús de Chil-
ca
, el cual es una apuesta
por la iglesia de los pobres,
sin tener los versos esa cosa
ideologizada, ni ser yo una
suerte de apóstol propa-
gandístico, ni tener ga-
nas ni interés de llevar a
nadie al gran rebaño del
Señor.
Pero en su libro
Monó-
logo de la casta Susana
, en
el que hay momentos diver-
tidísimos, es más bien la ca-
ricaturización de una trein-
tona, quien tiene una su-
puesta vinculación con el
personaje bíblico, cuyo pa-
saje, por demás, tan traba-
jado por artistas del Renaci-
miento, brilla por su ausen-
cia en las Biblias modernas.
Hay un cambio de tono.
El marco es cristiano,
pero no exageremos, por-
que van a acabar pensan-
do de mí no sé qué cosa.
En efecto, esa casta Susa-
na se convierte en un sím-
bolo carnal y vivamente
contemporáneo. Suena
raro en momentos, por-
que en los poemas sobre
ella contenidos en el
libro
hablo con su voz
, es
decir, con la voz de una
mujer y alguna veces Su-
sana hace cosas que he
hecho yo, como beber ron
con coca-cola.
En los años cuando us-
ted escribía
Comentarios
reales
, –tendría 20 o 22
años–, quiso hacer una re-
visión iconoclasta de la his-
toria del Perú: una desmiti-
ficación de héroes y de he-
chos, no exenta desde luego
de blasfemias y profanacio-
nes.
Comentarios reales
es
un libro bien labioso y bien
burlón. El objetivo era ese:
contar la historia desde el
punto de vista del común,
del personaje que no se
menciona en las efeméri-
des y a quien nunca se le
coronó con laurel; por eso
tiene un título tan preten-
cioso, y en él hay, como
en el del Inca Garcilaso,
una revisión de la historia.
Claro, era muy ingenuo
que un muchacho de 22
años quisiera revisar la his-
toria de un país en cosa de
80 páginas. Pero me gusta
porque ya había en él una
toma de posición contes-
tataria, era también acom-
pañada por un elemento
escéptico y burlón que
acompaña mi poesía. Yo
no quería seguir las modas
de una época que se to-
maba tan serio la poesía
social y de combate, y en
la cual se escribían esló-
gans de izquierda que eran
tan ridículos como los ca-
pitalistas. Se igualaban en
un extremo revoluciona-
rios y conservadores. Nun-
ca han dejado de ser per-
sonas de una sola dimen-
sión. Desconfío de cual-
quier cosa que sea irreba-
tible, es decir, aborrezco
los fundamentalismos, la
solemnidad, la estupidez.
Políticamente en ese
tiempo se sentía cerca de la
Revolución Cubana y sen-
tía simpatía por la guerrilla.
¿Cómo ve el Cisneros de
ahora al Cisneros de enton-
ces? ¿Cuánto ha cambiado?
Esencialmente soy un
hombre que cree en el
bien común y en la justi-
cia. Soy hijo de una épo-
ca, soy hijo de la revolu-
ción cubana. Aquella re-
volución era algo muy dis-
tinto a la que habían plan-
teado izquierdistas pre-
vios. No surge de las ba-
ses partidarias ni de los
dogmas de la URSS. Co-
mo muchacho creador,
algo que me interesaba
mucho conocer era que en
el arte no había ninguna
imposición dogmática de
social realismos ni de nor-
mas definitivas, y que exis-
tía cierta distancia con la
solemnidad, con la retóri-
ca, el «ya me lo sé todo»
de los soviéticos y de los
chinos. A mi generación
le tocó la llamada revolu-
ción con pachanga. La
pachanga que fue. Yo tal
vez con el tiempo he va-
riado, pero no en dema-
sía. Lógico: los años te
hacen ver las cosas más
distantes, pero nunca, y
no tengo por qué, he sido
un condenador profesio-
nal de Cuba. Sin embar-
go, hay cosas que no me
gustan nada de la situa-
ción cubana, la escasa de-
mocracia y la aplastante
burocracia, y sospecho
que ahora no soy de sus
escritores políticamente
favoritos. Igual yo quiero
a Cuba y a mis amigos
cubanos. Total, con los
años uno cambia, se pier-
den intensidades y convic-
ciones irrefutables, crece
el escepticismo, se gana
en crítica y autocrítica.
Vas abandonando la cosa
grupal, gremial y partida-
ria, como de patota de
muchacho de barrio. Ya
no te escudas en el mon-
tón. A la edad de uno (los
67 años), ya se ha visto
cómo tantas buenas inten-
ciones han fracasado y
cómo tantos y tantos hom-
bres se baten y se quie-
bran. Uno va aislándose
más, te vas quedando más
solo, los amigos disminu-
yen, te ves con menos
gente. Y así pasa. El hom-
bre nace solo y muere solo,
y uno, en ese medio, va
preparándose para la muer-
te. Se sigue creyendo en
la bondad y en la justicia,
pero ya no te las comes
todas.
¿Cómo nació «Crónica
de Chapi, 1965», que para
Julio Ortega es el poema
paradigmático de la guerri-
lla?
En aquellos años había
un espíritu guerrillerista.
Eso, por ejemplo, es lo que
me asombraba y me des-
lumbraba. El Che decía:
«El deber de todo revolu-
cionario es hacer la revo-
lución». No era necesario
tener el carnet del Parti-
do Comunista. Ahora,
cuando lo veo a la distan-
cia, no hubo en el Perú
guerrillas de importancia,
pero uno de muchacho les
da importancia, aunque
no la tengan. La «Cróni-
ca de Chapi» es un ré-
quiem. En él muestro que
tengo simpatía por aque-
llos guerrilleros, creo un
tono épico, pero a diferen-
cia de muchos otros poe-
mas de la época no los
hago héroes: cuando mue-
ren, simplemente mueren.
¿Recuerda las líneas fina-
les? «Y ya ninguno pre-
gunte sobre el peso/ y la
medida de/ los hermanos
muertos,/ y ya nadie les
guarde repugnancia o te-
mor». No hay nada de esa
manida retórica de que su
muerte traerá un alba nue-
va y regresarán con el
puño levantado. No. A mí
me ha movido pura y
esencialmente el aspecto
humano, es decir, anti
dogmático, anti proclama,
anti ideología. Es un poe-
ma que tiene una solida-
ridad compasiva por una
guerrilla que fracasó, y eso
es todo. La misma solida-
ridad compasiva hay en el
poema por Javier Heraud
que se halla en
Comenta-
rios reales
, donde no me
apego al dramatismo ni lo
exalto ante el sacrificio.
Simplemente Javier está
bajo la tierra.
¿Qué significó Javier
Heraud para la izquierda
peruana, y más en concre-
to, para los poetas llamados
comprometidos?
No sólo para los poe-
tas comprometidos, sino
para todo el mundo.
Comprenda: un mucha-
“En general mi poesía se corresponde, no con los
viajes –que no son pocos– sino con largas estadías más
o menos largas. El
Canto ceremonial contra un oso
hormiguero
es mi residencia en Londres,
Como higuera
en un campo de golf
mi vida en el sur de Francia, en
El
libro de Dios y de los húngaros
dejo huella de mi paso
por Budapest,
El monólogo de la casta Susana
es
respuesta a mi estancia en Alemania, y
Un crucero a las
islas Galápagos
, su título ya lo dice. El viaje es
elemento o pretexto. Se trata de
un viaje a tu propio interior”.