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LIBROS & ARTES
l primero es el Cisne-
ros que ganó innu-
merables, merecidos, pre-
mios, el frecuente invita-
do a festivales de poesía,
a integrar jurados y demás
eventos culturales. Este
fue, y sigue siendo, el Cis-
neros preferido del perio-
dismo, el Cisneros exter-
no, el que fue presentado
en la primera plana del
diario cuando ganó el Pre-
mio Neruda pero que fue
relegado a un suplemento
cuando publicó
Un cruce-
ro a las islas Galápagos.
El otro Cisneros, el de
los poemas para adentro,
fue el escritor en su oficio.
La importancia de este
Cisneros se refleja no tan-
to en las páginas de los
diarios cuanto en las ge-
neraciones de generacio-
nes de poetas que vieron
en sus poemarios una
«forma de decir» novedo-
sa, original, una forma dig-
na de estudiarse, seguirse,
hasta imitarse.
Tanto no es artificial la
distinción entre ambos
Cisneros que él mismo la
respetó admirablemente.
Cisneros raramente escri-
bió sobre poesía, raramen-
te hizo reseñas de poema-
rios, raramente los presen-
tó; y sus lecturas públicas
fueron intensas pero espo-
rádicas. Todas estas, acti-
vidades externas.
Cisneros no mezcló,
por así decirlo, el placer de
ser querido públicamente
con el negocio de escribir.
Quiero incidir breve-
mente en este Cisneros de
los poemas para adentro.
Se ha dicho y repetido
que un aspecto de la im-
portancia de Cisneros es
que le dio carta de ciuda-
danía plena a lo que ha
venido en llamarse poesía
conversacional o colo-
quial o cotidiana. El cin-
cuenta no escribía así. Cis-
neros hace dos cosas: en-
cuentra en los hechos más
próximos de la vida coti-
diana los elementos de su
iconografía poética y en-
cuentra, al mismo tiempo,
un lenguaje igualmente
material. En efecto, eso es
poesía cotidiana y si al-
guien quiere saber a qué
suena eso el
Canto ceremo-
nial contra un oso hormigue-
ro
es una condensación
ejemplar de ese programa.
Pero la idea que ha lle-
gado hasta nosotros de lo
que es poesía conversacio-
nal o cotidiana es una ver-
sión bastante más diluida
de la que encontramos en
Cisneros. La versión que
llega a nosotros es más una
versión Luis Hernández
de la coloquialidad. En
efecto, del «acuérdate
Hermelinda» al «que tal
viejo che’ su madre» hay
una distancia bastante
grande de dicción y for-
ma-de-decir.
En esto, una relectura
del
Canto ceremonial
con-
tra un oso hormiguero
de
Cisneros nos corta la re-
saca de una coloquialidad
diluida para replantearnos
una coloquialidad casi
culterana.
Por eso es tan paradig-
mático el poema mismo
«Canto ceremonial con-
tra un oso hormiguero»
que le da título al libro.
Ostensivamente se trata
de un poema contra un
chismoso, contra un «co-
mediante de los almuerzos
de señoras» como dice en
sus líneas. Pero sin duda es
más. Es un canto contra el
que se va de lengua, con-
tra el exceso verbal. Por
supuesto, la imagen de la
Torre de Babel está servi-
da pero Cisneros la reco-
ge para otorgarle un esce-
nario novedoso, la gran
cama sobre la que reposa
y sobre la que, aún en re-
poso, se reproduce. Re-
produce, claro, la gran
confusión de lenguas.
Que uno de los repre-
sentantes máximos del es-
tilo cotidiano advierta
muy temprano contra los
excesos del irse de len-
gua—que para muchos
parece ser el destino ma-
nifiesto de la coloquiali-
dad—es significativo.
No sorprende ahora
que el Cisneros de los úl-
timos libros, digamos de
Las inmensas preguntas ce-
lestes
para acá, haya sido
el poeta maduro y exacto
que fue, pero sí sorprende
que esa misma madurez y
exactitud (que en muchos
casos es un ejemplo admi-
rable de mesura, de medi-
da poética) hayan estado
ahí desde el inicio.
El cuidado de Cisneros
por sus versos es algo que
no termina de sorprender.
Aún en detalles que pasan
desapercibidos incluso
para lectores profesiona-
les. Por poner un ejemplo
entre muchos, el remate
justamente del poema
«Canto ceremonial con-
tra un oso hormiguero» es
una lección de prosodia:
escucha / escucha mi can-
to / «escucha mi tambor /
no dances más», donde la
viada del último verso
(que
no
puede leerse
como «no DAN ces más»
sino como «NO DAN
CES MÁS», acentuando
simétricamente sus cuatro
sílabas) sólo es posible por
el delicado juego de los
versos graves que lo pre-
ceden, más la insinuación
de la viada, claro, con el
agudo de «tambor».
El lenguaje medido,
exacto, va de la mano con
un programa temático e
iconográfico muy preciso
también. Cisneros no es
un poeta metafísico sino
un poeta de lo que Mirko
Lauer ha llamado, al refe-
rirse a su poesía, de lo
«particular concreto», es
decir, un poeta cuyos te-
mas existen en proximi-
dad material. De ahí su
conocida respuesta a «las
grandes preguntas celes-
tes». Es a partir de ese ape-
go a realidades muy cer-
canas que le es posible
(como le fue posible a
Blanca Varela en sus últi-
mos libros) hablarnos de
realidades menos próxi-
mas, menos obvias, y que
tienen más que ver con
cierta configuración de lo
humano.
Me atrevo a sugerir,
nunca hablé de esto con
Es posible desdoblar la figura de Antonio Cisneros en dos,
en un Cisneros de los poemas para afuera y otro de los poemas para adentro.
Mario Montalbetti
EL CANTOCEREMONIAL
40 AÑOS DESPUÉS
E
En su casa en Miraflores. Foto: Daphne Zileri.