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LIBROS & ARTES

Página 15

C

con el hombre, una suerte

de reconocimiento pero

también de fastidio. Como

si le dijera: «Basta, lo hicis-

te bien, pero ya vete de

aquí».

Uno, sin querer, acaba

generando mitos urbanos.

Hace unos 25 años hubo

una amplia encuesta para

ver quién era el mejor poe-

ta del Perú. El periodista,

esperando la respuesta

consabida: «Es Vallejo»,

se sorprendió porque res-

pondí: «Es Jorge Eduardo

Eielson». ¿Por qué? Sin

que negara los grandes

méritos de Vallejo, la poe-

sía de Eielson me ha gus-

tado siempre, me interesa

profundamente, me llena.

Me vi como políticamen-

te

incorrecto

. Fue una blas-

femia que yo no diera la

respuesta apropiada a esa

pregunta que ni se pregun-

ta. No me gustan en Va-

llejo los poemas, pocos

pero son, que tienen cier-

ta cosa melodramática.

Me fastidia la imperfec-

ción. Honestamente, des-

de muy joven Vallejo ja-

más me maravilló. Res-

pecto a su muerte, me

pone de malas ese dislate

de que murió de España.

La gente no muere román-

ticamente de España; la

gente muere de tubercu-

losis, de sífilis, de cáncer,

de una pulmonía, de un

balazo en la cabeza. Siem-

pre esa cosa tan misterio-

sa de su muerte auspicia-

da tanto por el Partido

Comunista como por la

derecha conservadora. El

pobre hombre que sufría,

sufría, sufría. Sin embargo,

me interesa en alto grado

la influencia tan vasta que

ha tenido, no en el Perú,

donde es relativamente

menor, sino en todo el

ámbito de la lengua espa-

ñola. Es muy sorprenden-

te para bien que un mar-

ginal de marginales de un

país marginal y margina-

do, provinciano de lo que

era entonces una peque-

ña aldea andina, sea con-

siderado el poeta más im-

portante de la lengua y

uno de los más sobresa-

lientes del siglo XX. Es

muy relevante para los

peruanos, porque la ma-

yoría, mal que bien, de

alguna manera, son habi-

tantes de aldeas, y para

ellos es una posibilidad,

una ilusión o una utopía

llegar a ser tan grandes

como él lo fue.

«Qué triste es ser letra-

do y funcionario», dice us-

ted en un famoso verso.

¿Qué opina usted de los poe-

tas académicos y los poetas-

funcionarios?

Como ocurre en casi

toda la poesía el sujeto y

el objeto es uno mismo.

He pasado muchos años

enseñando, de lo cual no

me enorgullezco, porque

nunca he tenido vocación

de profesor. He sido un

profesor normal, nada del

otro mundo. He cumpli-

do, y ya. Jamás he aspira-

do a ser coordinador, jefe

de departamento o deca-

no. He enseñado en el

Perú, en Europa, dos ve-

ces en Estados Unidos

(Berkeley y Virginia). No

me interesa el destino ni

el futuro de la juventud.

Me importa un carajo

cómo le vaya a ir. «Qué

triste ser letrado y funcio-

nario», sí, tiene una refe-

rencia con la realidad,

pero también con la vida

de los poetas chinos, por-

que son letrados y funcio-

narios. Qué curioso: inge-

nieros, abogados o médi-

cos trabajan en su profe-

sión pero aún no se ha in-

ventado la profesión re-

munerada de poeta. Se lo

digo con sinceridad: hay

gente que creería que el

poeta Antonio Cisneros le

debe mucho a quienes le

han dado el trabajo de pro-

fesor universitario; no; es-

tos le deben al poeta. ¿Por

qué me invitan a dar cla-

ses a la universidad de Niza

o a la de Virginia? ¿Porque

soy una maravilla como

académico o por los libros

de filología que he publi-

cado? No: la gracia es que

el poeta Antonio Cisneros

dicta esos cursos. Si estoy

en deuda, si hay alguna, es

con la gente que me ha

querido aquí en el Perú o

en el exterior, claro, no

incluyendo a las tribus de

envidiosos. Pero ¿a quién

es al que han querido? Al

poeta. El ciudadano Cis-

neros se siente indigno

cuando no escribe poesía

porque a fin de cuentas a

quien le debe demasiado

es al poeta.

ELGRANHERMANO

Víctor Hurtado Oviedo

onocí a Antonio Cisneros en la oficina de Humberto Damonte, en la

Editorial Horizonte, en 1973. Toño llenaba todo el espacio con esa

irradiación de vida que ahora parece –solo parece– faltarle. Nos

reencontramos en 1975 en la revista

Marka

, donde él escribió comentarios

y recuerdos en los que muchos deseábamos estar como en fiestas a las que no

fuimos. En 1980, nos reunimos otra vez en la aventura de

El Diario de

Marka

pues él dirigió su revista cultural,

El Caballo Rojo

. Quisiera que

recuerdos de entonces vengan aquí, donde Toño revive en la calidez de

páginas amigas.

A fines de 1980, unos periodistas suecos visitaron el local de

El Diario de

Marka

, suerte de velero náufrago y escorado que había perdido todas las

guerras y pedía más. En el techo, el ingenioso, el Da Vinci de la producción

(el nipón-brasileño Tomochi Sumida), había armado un taller de filmación

de páginas y cosas similares, lugar que el doctor Frankenstein habría rechazado

por inverosímil.

Allí, Tomochi explicó a los visitantes que se hacía una parte del trabajo.

¿Qué habrían entendido los suecos? El asunto es que se rieron: creían que

era broma; »sabían» que así

no

podía hacerse nada, que eso que miraban no

existía; pero lo bueno –o lo malo– era que sí, que así podía publicarse un

periódico en el Perú si era pobre y de izquierda (valga la redundancia).

En el diario había una sola línea telefónica, de la que colgaban

pendientes –como aretes– las orejas de la policía política, y algunas máquinas

de escribir que pesaban cual tanques Sherman y que disparaban, como ellos,

noticias sobre el gobierno y la corrupción (valga la redundancia).

En esas condiciones de buque fantasma encallado en la avenida Salaverry

y trajinado por gente indignada y feliz, Antonio Cisneros creó y dirigió uno

de los mejores –si no el mejor– suplementos culturales del diarismo peruano

en mucho, mucho tiempo:

El Caballo Rojo,

chúcaro y mítico. Este título

provenía de un verso de Toño incluido en su poema «Nacimiento de Soledad

Cisneros (29 enero 75)»: «Corrí, caballo rojo, bajo el blanquísimo cielo del

invierno».

La escudería de Toño brillaba con Lucho Valera, operativo y eficaz; Mito

Tumi, domador de poetas, y Charo, hermana de Toño, en el trabajo de

archivo, imponiendo disciplina minutísima al ir y venir de intelectuales,

visitantes y charladores (bohemios del mediodía).

Toño reinaba, soberano, risueño y cordial, sobre aquella locura de

imprevistos de incertidumbres que era

El Diario de Marka

. Claro está, eran

años pre-Internet: no había computadoras; todo se escribía en papeles, que

terminaban alfombrando la Redacción cual una blanca alfombra roja. Daba

igual: Toño tenía su propia Internet en la cabeza: años de viajes y estudios

en otros países; dominio del inglés y del francés; lecturas infinitas; memoria

total; contactos en el mundo de la literatura y del arte, como una bohemia

de lujo que abarcaba Europa e Hispanoamérica... Entonces, en 1980, a los

38 años, Toño ya era Antonio Cisneros.

Yo no formaba parte del equipo de

El Caballo Rojo

pues vivía en la sección

de política, cuyo lema era: «Ustedes solo hagan el gobierno; nosotros

haremos la oposición». Sin embargo, eran constantes mis diálogos con Toño:

empezaban en el segundo piso de la nave de los locos y terminaban en los

restaurantes de las cercanías, muelles a los que arribaba la sed, incluida la de

conocimientos.

Yo escuchaba entonces los recuerdos de Toño, donde se abrazaban nombres

que estaban ya en las historias de la literatura, con anécdotas de la Movida

londinense de los Beatles y Carnaby Street. Parecía que Toño había estado

en todas partes en los momentos adecuados, y de ellas traía sus ríos de viejos

saberes decorados con humor.

Que sean otros los amigos quienes hablen del Toño poeta; estoy lejos de

los créditos que autoricen a hacerlo: no soy escritor, pero algo que agradeceré

siempre a Toño es el haberme tratado como tal: como un hermano que

sentía tener un gran hermano.

Al Toño que recordaremos le toca perfecto el título de una novela de

Hemingway:

Una fiesta móvil

(

A Moveable Feast

). Ir con Toño era alegrarse

el día, y tanto lo conocían y lo saludaban que navegar las calles con él era

como pasear con la bandera. Su arte de la conversación hacía que siempre

saliésemos dibujados, sonrientes, mejorados.

Me faltarán ahora sus abrazos que me obsequiaban veranos en invierno,

y sus palabras suaves con voz ronca, y la presteza juvenil de su sonrisa; mas

Toño me visitará otra vez cuando pase la sombra de luz de su amistad por mi

memoria.