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Página 12

LIBROS & ARTES

cho al que matan a los 21

años en sus condiciones se

convierte en un emblema.

Hay diversos modos de

verlo: hay gente que en su

momento creyó que no

sólo habían matado a un

muchacho poeta, sino ha-

bían frustrado a un diri-

gente guerrillero que pre-

paraba una nueva estrate-

gia y regresaba para libe-

rar al Perú. Por supuesto

que la gente con sentido

común fue dándose cuen-

ta de que en realidad la

muerte de este muchacho

y la herida de Alain Elías,

que lo acompañaba, era

otra cosa. Esa guerrilla que

salió de Cuba en aquel

1962 y llegó al poblado

peruano de Madre de

Dios, en la selva, no esta-

ba invadiendo nada. Eran

un par de muchachitos

que trataban de regresar a

sus casas como fuera. No

tenían armas ni plata ni

nada. Alain Elías se salvó

extrañamente: el primero

en caer por un balazo es

él: el proyectil le atravie-

sa el cuello pero sin afec-

tarle ningún órgano vital.

El segundo balazo le pega

a Javier, quien cae sobre

el cuerpo de Elías. Como

Javier era enorme y cor-

pulento lo cubre con el

cuerpo. La balacera pos-

terior –el acribillamiento–

le toca a Javier. Mucha

gente creyó lo que quería

creer y otra poca decía

aun que fueron la CIA o

el ejército. No: fueron los

colonos. ¿Javier y Elías fue-

ron cazados? Muy proba-

blemente. Como se vio,

las balas eran de cacería,

para animales grandes.

¿Por qué los cazaron? Na-

die sabe si los colonos lo

hicieron porque creyeron

que eran abigeos, o por-

que los azuzó alguna au-

toridad política, o por des-

concierto al ver en su pe-

queño pueblo selvático a

aquellos grandazos blan-

cos, o por una u otra ra-

zón. Javier quedó como

símbolo joven de heroís-

mo, de entrega, de bon-

dad, pero pasado el tiem-

po la gente fue viéndolo

menos como el mito del

poeta guerrillero, sino

como un poeta que mu-

rió, quien formaba parte

de una guerrilla desafortu-

nada que no iba ni fue

tampoco hacia ningún

lado. Hará cosa de unos

diez años se hizo una en-

cuesta muy larga en un

semanario muy popular

(

Caretas

) a jóvenes que

cursaban primero y segun-

do de la carrera de Letras,

preguntándoles por He-

raud, y contestaban que

era un tipo que no les so-

naba. Desde luego eso no

quita el hermoso símbolo

de la muerte de un joven

poeta. Por demás, no debe

olvidarse que Heraud y

Elías eran de mi barrio,

miraflorinos, de clase me-

dia. Yo mismo he sido

cómplice, no de hablar

bien o mal del guerrillero

Heraud, pero sí de que-

darme callado. Cuesta tra-

bajo decirlo, da pena, sí,

lo siento en verdad, pero

las cosas no fueron como

quisieron que las creyéra-

mos. Sobre esto, hace

unos 20 años el poeta

Wáshington Delgado y yo

tuvimos un conversatorio

que se publicó en un su-

plemento cultural.

¿Y cómo se relaciona

esta guerrilla con la del ’65,

la de Chapi?

Muchos de esa guerri-

lla acaban formando par-

te con la de 1965, que

encabezaba Héctor Béjar,

la del ELN (Ejército de

Liberación Nacional).

Muchos murieron. Es im-

presionante el parecido

que hay entre esta guerri-

lla y la del Che en Bolivia

en relación con las iz-

quierdas, y que el Che

cuenta en su diario, por

ejemplo, cómo los comu-

nistas brasileños para cru-

zar un puente le pedían

tantos dólares, o cómo los

comunistas bolivianos

para llevarlos a la salida de

tal carretera le pedían tan-

tos dólares. Fueron esquil-

mando por dondequiera al

pequeño grupo. Todo el

mundo conoce que los

cubanos auspiciaban ope-

raciones suicidas. ¿Dónde

está el humanismo, cara-

jo? No el humanismo en

abstracto, con mayúscula,

sino en el ser humano, en

concreto.

La residencia en Ingla-

terra parece cambiarlo.

Hay tres libros, que de una

u otra forma, hacen una

unidad

(Canto ceremo-

nial contra un oso hormi-

guero, Agua que no has

de beber

y

Como higuera

en un campo de golf)

. A

mí me sorprende la plurali-

dad temática en ellos, y pese

a que no hay una aparente

coherencia, siempre hay un

raro tino para unir lo más

dispar.

No sé si hubiera podi-

do escribir el

Canto cere-

monial contra un oso hor-

miguero

sin ir a la isla. Yo

creo que no. Cuando lle-

go a Inglaterra, me lleno

impresionantemente de

ideas, emociones, sensa-

ciones, colores. Yo era

entonces una esponja ul-

tra absorbente. Llego ade-

más, fíjese, al s

winging

London

. Era como estar en

el centro del centro del

mundo. Inglaterra me afi-

nó en la cultura

pop

y co-

laboró o acentuó en mí el

desenfado y asimismo la

falta de fe en las grandes

verdades y en los cojudos

solemnes. Inglaterra tenía

mucho el espíritu de la

época, tanto que se podía

creer que el mundo había

cambiado para siempre.

Era el auge de la contra-

cultura. Durante esos años

en Inglaterra lo anticon-

vencional era lo conven-

cional. El verdadero audaz

era el joven que se atre-

vía a salir de traje y cor-

bata.

¿Y que había en la poesía?

En esos años se daba

una discusión esquizofré-

nica entre poesía pura y

poesía social. Yo en

Canto

ceremonial contra un oso

hormiguero

(1968) junto

de todo. No es que hubie-

ra en él una poesía de

tema histórico, otra de

tema político y otro de

tema doméstico: es un

mélange

de todo. En Ingla-

terra existían nuevos va-

lores. Si bien en Lima los

conocía, en Londres los

encontré con mucha más

fuerza: la revolución juve-

nil y la revolución sexual.

Se me presentaban tam-

bién los castillos, Enrique

VIII, Marx, la revolución

cultural china, la historia

inglesa, y su contraste, la

aparición de las

birds

-las

jovencitas en minifalda-,

las drogas, el pacifismo

hippie. A todo tenía que

darle una forma. A menu-

do, ¿no es cierto?, uno

siente que no tiene mucho

que decir y a veces aun

que se le agotó la vena; en

este caso fue al revés: te-

nía demasiado que decir.

El

Canto ceremonial

contra

un oso hormiguero

pudo ser

mucho más grande. Salió

perfectito; escogí sólo la

carne fina. Empecé inclu-

so a utilizar un versículo

que se alargaba y enrosca-

ba como una serpiente.

Agua que no has de be-

ber

(1971) es un libro cu-

riosón. Son poemas suel-

tos que pude haber incor-

porado al

Canto ceremo-

nial contra un oso hormigue-

ro

. Ahí está el poema

«Para hacer el amor», que

forma parte de un poema

más vasto («Una mucha-

cha católica toca la flau-

ta»), escrito para mi ex

mujer, que tiene éxito

siempre cuando lo digo

en los recitales.

Parecido y a la vez dis-

tinto a los dos anteriores

es

Como higuera en un

campo de golf

(1972).

A diferencia, sobre

todo de

Canto ceremonial

contra un oso hormiguero

,

es un libro muy duro por

momentos, muy oscuro,

muy depresivo. Londres es

la puerta que me abre Eu-

ropa, pero ya viviendo en

Niza, en el sur de Francia,

estoy muy golpeado, sepa-

rado de mi mujer, alejado

de mi hijo que vivía en el

Perú, escéptico en religión

y en política, en fin, aban-

donado hasta de las con-

vicciones, muy necesarias

para mantenerte vivo. Y

sin embargo, nunca gané

tanta plata con mi sueldo

de profesor y tenía amigos

que eran dueños de yates,

es decir, la vida de Costa

Azul. Todo lo contrario a

la de los parias latinoame-

ricanos que se la pasan en

el clóset mirando cómo

viven los demás. Ya en

Francia estaba más adap-

tado a Europa.

Como hi-

guera en un campo de

golf

es un libro al que le

tengo cariño, pero un ca-

riño más bien compasivo:

eres ese pero también no

lo eres. Te da pena ese

muchacho que escribía en

aquel entonces. Hay en el

libro un lenguaje distinto

y a la vez parecido al otro

libro. Fue un trabajo duro:

piense en poemas de lar-

go aliento como «El rey

Lear» o «Sobre el lugar

común»; el aliento no se

perdió, se perdió la fe. A

todo eso, añádasele la pér-

dida de las convicciones,

y encima de eso, que me

vuelvo un asiduo de los

hospitales.

¿De qué enfermó?

Primero, ataques de

ansiedad y angustia como

pan de cada día. Eso se ve

en esa suerte de crónica

«Mis hospitales favori-

tos», que me divierte mu-

cho. Me encantan los hos-

pitales, son un templo

para mí. Entraba y salía de

Emergencias a cada rato,

hasta que dejaron de ha-

cerme caso. Al final, en

Emergencias, me daban

una aspirina y luego una

buena palmada en la es-

palda. Pero una vez en

Niza enfermé seriamente:

una enfermedad parasita-

ria con una reacción en las

meninges. Tuvieron que

internarme y aislarme en

el hospital de Brousailles

que, por cierto, era el me-

jor de Cannes. El colmo:

yo tenía en esa época una

compañera cubana esta-

“Nadie desconoce que en uno, a lo largo

de una vida, son varias las personas que escriben

los libros: desde aquel muchacho de 18 años que

escribió

Destierro

al que publicó a los 62 años

Un

crucero a las islas Galápagos

. Son varios Cisneros

muy distintos y a cada uno lo respeto profundamente”.