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LIBROS & ARTES
cho al que matan a los 21
años en sus condiciones se
convierte en un emblema.
Hay diversos modos de
verlo: hay gente que en su
momento creyó que no
sólo habían matado a un
muchacho poeta, sino ha-
bían frustrado a un diri-
gente guerrillero que pre-
paraba una nueva estrate-
gia y regresaba para libe-
rar al Perú. Por supuesto
que la gente con sentido
común fue dándose cuen-
ta de que en realidad la
muerte de este muchacho
y la herida de Alain Elías,
que lo acompañaba, era
otra cosa. Esa guerrilla que
salió de Cuba en aquel
1962 y llegó al poblado
peruano de Madre de
Dios, en la selva, no esta-
ba invadiendo nada. Eran
un par de muchachitos
que trataban de regresar a
sus casas como fuera. No
tenían armas ni plata ni
nada. Alain Elías se salvó
extrañamente: el primero
en caer por un balazo es
él: el proyectil le atravie-
sa el cuello pero sin afec-
tarle ningún órgano vital.
El segundo balazo le pega
a Javier, quien cae sobre
el cuerpo de Elías. Como
Javier era enorme y cor-
pulento lo cubre con el
cuerpo. La balacera pos-
terior –el acribillamiento–
le toca a Javier. Mucha
gente creyó lo que quería
creer y otra poca decía
aun que fueron la CIA o
el ejército. No: fueron los
colonos. ¿Javier y Elías fue-
ron cazados? Muy proba-
blemente. Como se vio,
las balas eran de cacería,
para animales grandes.
¿Por qué los cazaron? Na-
die sabe si los colonos lo
hicieron porque creyeron
que eran abigeos, o por-
que los azuzó alguna au-
toridad política, o por des-
concierto al ver en su pe-
queño pueblo selvático a
aquellos grandazos blan-
cos, o por una u otra ra-
zón. Javier quedó como
símbolo joven de heroís-
mo, de entrega, de bon-
dad, pero pasado el tiem-
po la gente fue viéndolo
menos como el mito del
poeta guerrillero, sino
como un poeta que mu-
rió, quien formaba parte
de una guerrilla desafortu-
nada que no iba ni fue
tampoco hacia ningún
lado. Hará cosa de unos
diez años se hizo una en-
cuesta muy larga en un
semanario muy popular
(
Caretas
) a jóvenes que
cursaban primero y segun-
do de la carrera de Letras,
preguntándoles por He-
raud, y contestaban que
era un tipo que no les so-
naba. Desde luego eso no
quita el hermoso símbolo
de la muerte de un joven
poeta. Por demás, no debe
olvidarse que Heraud y
Elías eran de mi barrio,
miraflorinos, de clase me-
dia. Yo mismo he sido
cómplice, no de hablar
bien o mal del guerrillero
Heraud, pero sí de que-
darme callado. Cuesta tra-
bajo decirlo, da pena, sí,
lo siento en verdad, pero
las cosas no fueron como
quisieron que las creyéra-
mos. Sobre esto, hace
unos 20 años el poeta
Wáshington Delgado y yo
tuvimos un conversatorio
que se publicó en un su-
plemento cultural.
¿Y cómo se relaciona
esta guerrilla con la del ’65,
la de Chapi?
Muchos de esa guerri-
lla acaban formando par-
te con la de 1965, que
encabezaba Héctor Béjar,
la del ELN (Ejército de
Liberación Nacional).
Muchos murieron. Es im-
presionante el parecido
que hay entre esta guerri-
lla y la del Che en Bolivia
en relación con las iz-
quierdas, y que el Che
cuenta en su diario, por
ejemplo, cómo los comu-
nistas brasileños para cru-
zar un puente le pedían
tantos dólares, o cómo los
comunistas bolivianos
para llevarlos a la salida de
tal carretera le pedían tan-
tos dólares. Fueron esquil-
mando por dondequiera al
pequeño grupo. Todo el
mundo conoce que los
cubanos auspiciaban ope-
raciones suicidas. ¿Dónde
está el humanismo, cara-
jo? No el humanismo en
abstracto, con mayúscula,
sino en el ser humano, en
concreto.
La residencia en Ingla-
terra parece cambiarlo.
Hay tres libros, que de una
u otra forma, hacen una
unidad
(Canto ceremo-
nial contra un oso hormi-
guero, Agua que no has
de beber
y
Como higuera
en un campo de golf)
. A
mí me sorprende la plurali-
dad temática en ellos, y pese
a que no hay una aparente
coherencia, siempre hay un
raro tino para unir lo más
dispar.
No sé si hubiera podi-
do escribir el
Canto cere-
monial contra un oso hor-
miguero
sin ir a la isla. Yo
creo que no. Cuando lle-
go a Inglaterra, me lleno
impresionantemente de
ideas, emociones, sensa-
ciones, colores. Yo era
entonces una esponja ul-
tra absorbente. Llego ade-
más, fíjese, al s
winging
London
. Era como estar en
el centro del centro del
mundo. Inglaterra me afi-
nó en la cultura
pop
y co-
laboró o acentuó en mí el
desenfado y asimismo la
falta de fe en las grandes
verdades y en los cojudos
solemnes. Inglaterra tenía
mucho el espíritu de la
época, tanto que se podía
creer que el mundo había
cambiado para siempre.
Era el auge de la contra-
cultura. Durante esos años
en Inglaterra lo anticon-
vencional era lo conven-
cional. El verdadero audaz
era el joven que se atre-
vía a salir de traje y cor-
bata.
¿Y que había en la poesía?
En esos años se daba
una discusión esquizofré-
nica entre poesía pura y
poesía social. Yo en
Canto
ceremonial contra un oso
hormiguero
(1968) junto
de todo. No es que hubie-
ra en él una poesía de
tema histórico, otra de
tema político y otro de
tema doméstico: es un
mélange
de todo. En Ingla-
terra existían nuevos va-
lores. Si bien en Lima los
conocía, en Londres los
encontré con mucha más
fuerza: la revolución juve-
nil y la revolución sexual.
Se me presentaban tam-
bién los castillos, Enrique
VIII, Marx, la revolución
cultural china, la historia
inglesa, y su contraste, la
aparición de las
birds
-las
jovencitas en minifalda-,
las drogas, el pacifismo
hippie. A todo tenía que
darle una forma. A menu-
do, ¿no es cierto?, uno
siente que no tiene mucho
que decir y a veces aun
que se le agotó la vena; en
este caso fue al revés: te-
nía demasiado que decir.
El
Canto ceremonial
contra
un oso hormiguero
pudo ser
mucho más grande. Salió
perfectito; escogí sólo la
carne fina. Empecé inclu-
so a utilizar un versículo
que se alargaba y enrosca-
ba como una serpiente.
Agua que no has de be-
ber
(1971) es un libro cu-
riosón. Son poemas suel-
tos que pude haber incor-
porado al
Canto ceremo-
nial contra un oso hormigue-
ro
. Ahí está el poema
«Para hacer el amor», que
forma parte de un poema
más vasto («Una mucha-
cha católica toca la flau-
ta»), escrito para mi ex
mujer, que tiene éxito
siempre cuando lo digo
en los recitales.
Parecido y a la vez dis-
tinto a los dos anteriores
es
Como higuera en un
campo de golf
(1972).
A diferencia, sobre
todo de
Canto ceremonial
contra un oso hormiguero
,
es un libro muy duro por
momentos, muy oscuro,
muy depresivo. Londres es
la puerta que me abre Eu-
ropa, pero ya viviendo en
Niza, en el sur de Francia,
estoy muy golpeado, sepa-
rado de mi mujer, alejado
de mi hijo que vivía en el
Perú, escéptico en religión
y en política, en fin, aban-
donado hasta de las con-
vicciones, muy necesarias
para mantenerte vivo. Y
sin embargo, nunca gané
tanta plata con mi sueldo
de profesor y tenía amigos
que eran dueños de yates,
es decir, la vida de Costa
Azul. Todo lo contrario a
la de los parias latinoame-
ricanos que se la pasan en
el clóset mirando cómo
viven los demás. Ya en
Francia estaba más adap-
tado a Europa.
Como hi-
guera en un campo de
golf
es un libro al que le
tengo cariño, pero un ca-
riño más bien compasivo:
eres ese pero también no
lo eres. Te da pena ese
muchacho que escribía en
aquel entonces. Hay en el
libro un lenguaje distinto
y a la vez parecido al otro
libro. Fue un trabajo duro:
piense en poemas de lar-
go aliento como «El rey
Lear» o «Sobre el lugar
común»; el aliento no se
perdió, se perdió la fe. A
todo eso, añádasele la pér-
dida de las convicciones,
y encima de eso, que me
vuelvo un asiduo de los
hospitales.
¿De qué enfermó?
Primero, ataques de
ansiedad y angustia como
pan de cada día. Eso se ve
en esa suerte de crónica
«Mis hospitales favori-
tos», que me divierte mu-
cho. Me encantan los hos-
pitales, son un templo
para mí. Entraba y salía de
Emergencias a cada rato,
hasta que dejaron de ha-
cerme caso. Al final, en
Emergencias, me daban
una aspirina y luego una
buena palmada en la es-
palda. Pero una vez en
Niza enfermé seriamente:
una enfermedad parasita-
ria con una reacción en las
meninges. Tuvieron que
internarme y aislarme en
el hospital de Brousailles
que, por cierto, era el me-
jor de Cannes. El colmo:
yo tenía en esa época una
compañera cubana esta-
“Nadie desconoce que en uno, a lo largo
de una vida, son varias las personas que escriben
los libros: desde aquel muchacho de 18 años que
escribió
Destierro
al que publicó a los 62 años
Un
crucero a las islas Galápagos
. Son varios Cisneros
muy distintos y a cada uno lo respeto profundamente”.