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LIBROS & ARTES

Página 9

ropea le ha sido sumamen-

te provechosa: ha ensan-

chado su visión del mun-

do, disciplinado su voca-

ción, fortalecido espiritual

y emocionalmente su per-

sonalidad de creador. La

trayectoria de este enri-

quecimiento puede adver-

tirse en las tres partes que

componen

Canto ceremo-

nial contra un oso hor-

miguero

. La más antigua

es una versión ceñida y

castigada de un poema

que apareció en una revis-

ta limeña hace tres

años: «Crónica de Chapi,

1965». El título alude a

una matanza de campesi-

nos operada por las «fuer-

zas del orden» en la épo-

ca de las guerrillas, y el

poema es, en el fondo,

una elegía, un canto fúne-

bre a esas víctimas, pero

su apariencia es la narra-

ción grave, impersonal, de

una marcha sonámbula y

heroica: un grupo de com-

batientes avanza, perse-

guido, por un paisaje fru-

gal y muy áspero, que a

alguno de ellos le recuer-

da el mar, con un fondo

de lamentos indígenas.

Aunque ninguna decla-

mación, grandilocuencia

o arrebato lírico interrum-

pe la severa relación, a

veces, bajo la contenida

solemnidad de las pala-

bras, entre los acentos casi

religiosos y la monotonía

lúgubre del ritmo, asoma,

en un sarcasmo hiriente,

en una imagen lapidaria, el

sentimiento de ira y de so-

lidaridad que mueve la

mano del poeta, en estado

puro, disociado del mun-

do verbal, enfrentado a él.

Esos momentáneos des-

ajustes entre emoción y

expresión no frustran el

poema, que consigue casi

siempre comunicar la pa-

sión con belleza discreta y

digna, pero conviene men-

cionarlos para destacar más

el logro posterior de la poe-

sía de Cisneros: el perfec-

to equilibrio entre las ideas

y emociones y la palabra

poética que las expresa.

La segunda parte del

libro reúne, bajo el título

de «Animales domésti-

cos», media docena de

poemas –algunos apare-

cieron en la revista

Ama-

ru

– más breves y menos

ambiciosos temáticamen-

te que «Crónica de Cha-

pi», pero en los que se

siente al poeta mucho más

seguro de sí mismo, más

diestro y audaz en el uso

de sus medios expresivos,

más original en sus hallaz-

gos. Una ojeada superfi-

cial a sus títulos y motivos,

a la fauna que los puebla,

al tono ligero, leve, alegre

que adoptan a veces, po-

dría hacer creer que se tra-

ta de brillantes juegos in-

geniosos, de alardes. En

realidad, son trabajadas

alegorías: una realidad in-

tensa y dramática late de-

bajo de ese territorio de

«cangrejos muertos ha

muchos días», arañas gro-

seras y malhumoradas,

ballenas hospitalarias y

hormigueros capaces de

hospedar a un hombre.

Dramática, porque esa

realidad es una prisión, en

la que el poeta se siente

encarcelado, como Jonás

en el vientre del soberbio

mamífero marino, a oscu-

ras, enterrado vivo en el

corazón de un hormigue-

ro, condenado a morir víc-

tima de esa araña que «al-

muerza todo lo que se en-

reda en su tela». Intensa

porque el poeta sufre en

carne propia ese encierro

que es también la vida de

su tribu («Y estoy por

creer que vivo en la barri-

ga de alguna ballena/ con

mi mujer y Diego y todos

mis abuelos»). Se trata de

una realidad estrecha, li-

mitada por implacables

barrotes. Los seis poemas

son variaciones –hábiles,

lúcidas, imaginativas– so-

bre un tema único: el dis-

gusto de una sociedad hos-

til, el rechazo de esa vida

que lo atenaza como ca-

misa de fuerza y le ofrece,

como furtiva compensa-

ción, un placer animal:

abrazarse bajo el sol, tum-

bado frente al mar, sobre

arenales candentes.

Esta facultad de traspo-

ner en alegorías poéticas,

en construcciones verba-

les independientes, en ob-

jetos artísticos autónomos

las preocupaciones que

conforman su mundo in-

terior, alcanza en la terce-

ra parte del libro de Cis-

neros –casi todos poemas

escritos luego de su salida

de Lima– un desarrollo

notable. Doce poemas

integran

Canto ceremonial

contra un oso hormiguero

y

todos ellos constituyen,

por separado, una hazaña

creadora. Incluso el me-

nos importante de ellos, el

que da título al libro –una

abominación de humor

negro contra un «oso hor-

miguero», que puede ser

un ser particular, el mun-

do de la maledicencia y el

chisme limeño, o la sim-

ple estupidez humana– es

una pieza maestra de do-

minio verbal, de coheren-

cia intelectual y soltura

rítmica. Hay un elemen-

to racional que prevalece

siempre en los poemas de

Cisneros, un control de la

razón sobre la imaginación

y las emociones, y este es

uno de los factores de la

originalidad de su poesía,

en un mundo, el de la poe-

sía de lengua española,

donde la tendencia predo-

minante es más bien la

contraria. Pero el hecho

de que las ideas desempe-

ñen un papel primordial

en su poesía, no ha resta-

do a esta ni osadía imagi-

nativa ni ha mermado su

vitalidad. Al contrario:

en poemas como «Paris

5e» y «Karl Marx Died

1883 Aged 65», una me-

ditación perfectamente

lógica cobra una jerarquía

artística sobresaliente por-

que cada uno de los pen-

samientos que la compo-

nen genera imágenes, aso-

ciaciones inesperadas e

insolentes, se dispara en

direcciones múltiples de la

realidad, en fantasías oní-

ricas, en símbolos, en me-

táforas, sin que estas au-

dacias desvíen el transcur-

so de la reflexión. El soli-

tario tema de «Animales

domésticos» se ha conver-

tido en un abanico vasto

que abraza asuntos múlti-

ples: una evocación omi-

nosa de Lima, un examen

de conciencia ante una

amistad que se ha roto, las

primeras impresiones eu-

ropeas, una averiguación

de las luchas, dudas y pa-

siones políticas que agita-

ron sus años de adolescen-

cia, añoranzas de personas

y paisajes de la ciudad

abandonada un año atrás,

una interrogación ante el

problema de la cultura y

el destino de América,

una definición frente a

Cuba. Individuales o co-

lectivos, culturales o po-

líticos, los temas de estos

poemas encarnan siempre

en formas verbales de eje-

cución tan perfectamente

adecuada al pensamiento

y la emoción que los in-

forma, que se emancipan

de la experiencia particu-

lar del autor. El verso –ca-

si siempre largo, de músi-

ca grave– adopta a veces

un tono confidencial, sua-

vemente patético («Yo vi

a los manes de mi genera-

ción, a los lares, cantar en

ceremonias…»); otras, es

irónicamente marcial (co-

mo cuando evoca sus lu-

chas contra la modorra, a

la que corporiza en un

monstruo zoológico, el

Rey de los Enanos); otras

se disfraza de fábula míti-

ca, canto religioso o

soliloquio. Esa diversi-

dad, sin embargo, no re-

vela una búsqueda, sino la

riqueza de movimientos,

la flexibilidad de matices

y maneras de una voz que

ha conquistado una pode-

rosa madurez.

ANTONIO CISNEROS

Fernando de Szyszlo

Decir que fui su amigo sería un abuso de confianza. Si

bien es cierto que lo conocí hace mucho tiempo, que nun-

ca dejé de verlo y que siempre admiré su poesía, pertenecía-

mos a generaciones diferentes, yo le llevaba 17 años y eso

quizás es la explicación de que rara vez coincidiéramos en

círculos más estrechos.

Aunque recuerdo que cuando Mario y Patricia Vargas

Llosa regresaron de Europa en los años 60 y nos reuníamos

los sábados en mi departamento de Miraflores antes de ir a

comer al chifa Kuo Wha, alguna vez aparecieron Toño y su

primera esposa.

No soy crítico de literatura pero puedo decir que en la

poesía de Cisneros siempre siento por debajo de una ino-

cente ironía, un desencanto, un pesimismo que su aparente

alegría y desprendimiento no logran velar.

Era un gran poeta que, como Becquer, tenía «alegre la

tristeza y triste el vino».