LIBROS & ARTES
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piden los desbordes del
patetismo y la autocom-
pasión. Así ocurre a lo lar-
go de todo el libro, al que
sella un ánimo ácido y des-
encantado: en vez de su-
blimar su desamparo y
prestigiarlo estéticamen-
te, el yo poético fustiga su
estado y se burla implaca-
blemente de él. La deso-
lación palpita bajo el tono
sardónico; la crisis exis-
tencial se advierte detrás
del desenfado cómico de
las imágenes.
Atrapado en la frag-
mentación y el descon-
cierto, sin brújula moral ni
proyectos válidos, el ha-
blante se refugia por mo-
mentos en la nostalgia
–es el caso de «La casa de
Punta Negra (ese impe-
rio)»–, pero en el libro no
hay en verdad una Itaca
ideal, un punto de referen-
cia que le de orientación
y sentido al proyecto vi-
tal. Si a
Canto ceremonial
contra un oso hormiguero
lo
animaba la decisión de
partir del lugar de origen,
Como higuera en un cam-
po de golf
considera, sin
ilusiones, la posibilidad del
retorno. Volver a la ciu-
dad natal engendra, sobre
todo, incertidumbres:
«Tengo que volar a Lima,
aunque temo/ no poder
reconocerme entre la
foto/ de mi foto en fami-
lia», confiesa el hablante
en «Otra vez el invierno
+ ‘Dos indios’», de Al-
fredo Bryce».
Entre los poetas perua-
nos de la generación del
60, Luis Hernández es el
más próximo a la corrosi-
va informalidad del len-
guaje de
Como higuera en
un campo de golf
, pero lo
que en Hernández tiene
un carácter casi festivo
cobra un regusto amargo
en Cisneros. Hasta la pa-
labra poética, que antes
reivindicaba para sí los
poderes del canto y el co-
mentario, resulta escarne-
cida en el libro. Así lo
atestigua «Arte poética
1», que sirve de pórtico a
Como higuera en un cam-
po de golf
: «Un chancho
hincha sus pulmones bajo
un gran limonero/ mete
su trompa entre la Reali-
dad/ se come una bola de
Caca/ eructa/ pluajj/ un
premio». La segunda es-
trofa repite, con ciertas
variantes, a la primera,
mientras que la última ni
siquiera se toma la moles-
tia de copiar la anterior y
se reduce a un verso tan
escueto que resulta casi
taquigráfico: «Un chan-
cho etc.» Procaz e insolen-
te, «Arte poética 1» hace
recordar a la antipoesía de
Parra y al ánimo provoca-
dor de los dadaístas –que,
por cierto, no estuvieron
representados en la van-
guardia latinoamericana
de los años 20 y 30–. La
irreverencia, sin embargo,
es solo humorística en la
superficie: en el poema
prima un acento más
autodenigratorio que lú-
dico, más agrio que bur-
lón. El cerdo es la encar-
nación metafórica del
poeta, que ocupa así un
peldaño inferior al del li-
meño chismoso y banal
cuya figura en el bestiario
de Cisneros era el oso hor-
miguero. Más allá solo
quedan la renuncia a la
poesía y la rendición ante
el vacío. El punto final del
libro es, en rigor, un lugar
sin retorno.
EL VERBO Y LA FE
Cuando el poeta re-
tome la palabra seis años
después, con
El libro de
Dios y de los húngaros
(1975), otros serán su jui-
cio y su actitud. Un nue-
vo ciclo se abre en la obra
del poeta: al descreimien-
to extremo de
Como hi-
guera en un campo de golf
,
con el cual concluye la
etapa juvenil de la pro-
ducción de Antonio
Cisneros, se contrapone
el vigor afirmativo que
anima a
El libro de Dios y
de los húngaros
. La plega-
ria es la forma que vierte
otra manera de entender
la relación con el lengua-
je y con los otros: poesía
del vínculo, del acto ver-
bal que religa al sujeto
con el mundo,
El libro de
Dios y de los húngaros
da
fe de una experiencia que
es, sustancialmente, co-
municativa.
«Domingo en Santa
Cristina de Budapest y fru-
tería al lado», que se cuen-
ta entre los mejores poe-
mas de Antonio Cisneros,
inaugura
El libro de Dios y
de los húngaros
. El admira-
ble equilibrio entre el tono
serenamente jubiloso y la
impecable precisión de las
imágenes exalta la evoca-
ción de una epifanía que
parte las aguas de la exis-
tencia: «Llueve entre el
ronquido de todas las re-
sacas/ y las grúas de hie-
rro. El sacerdote lleva el
verde de Adviento y un
micrófono./ Ignoro su len-
guaje como ignoro/ el si-
glo en que fundaron este
templo./Pero sé que el Se-
ñor está en su boca». So-
nido y sentido, voz e ima-
gen, convergen en una
apoteosis que es a la vez
íntima y pública: la matriz
de la palabra se redescu-
bre en el ritual –ese orden
en el cual la trascenden-
cia se presenta como for-
ma y figura– y en la cróni-
ca lírica del instante. Una
temporalidad que es al
mismo tiempo inmediata
y compleja, pues en ella
resuenan y reverberan tan-
to la biografía y el pasado
histórico como la metafí-
sica presencia del origen,
anima la visión de la per-
sona poética. En
El libro de
Dios y de los húngaros
pri-
ma la vivencia de la ple-
nitud, que significativa-
mente se manifiesta en
una valoración positiva
del tiempo personal y
comunitario. La actuali-
dad –que es el vértice y la
clave del sentimiento de
la vida en la poesía de
Cisneros– no es ya el sitio
del naufragio, sino el de la
salvación. Notoriamente,
en
El libro de Dios y de los
húngaros
el hijo pródigo
es la encarnación del
poeta. Esa presencia re-
sulta la más íntima y en-
trañable en el repertorio
de identidades que, al
modo de una galería del
yo, se despliega en la obra
del autor.
La palabra de la poe-
sía, que la ironía autocrí-
tica profanaba en
Como
higuera en un campo de
golf
, adquiere en
El libro de
Dios y de los húngaros
un
aura y un valor sagrados.
No es casual, por ello, que
algunos de los poemas de
este volumen sean, a la
vez, homenajes e invo-
caciones a otros poetas:
ecos y diálogos que afir-
man la solidaridad en la
vocación creadora y en el
oficio de la palabra. Un
ejemplo admirable se ha-
lla en «Oh Señor, las cáp-
sulas venados», donde
Martín Adán –una de las
voces cruciales de la tra-
dición moderna peruana–
no es meramente una fi-
gura representada: «Oh
Señor, las cápsulas vena-
dos que entre mi sangre
viajan/ para auxilio y con-
suelo del páncreas más
antiguo/ tinieblas son de
mi alma: ballesta que me
libra de la muerte/ –pena,
dolor, memoria– pero
prívame así del mío hu-
mano».
El sello que la observa-
ción alerta y la experien-
cia singular imprimen en
los versos de
El libro de Dios
y de los húngaros
sugiere,
de modo intenso, el privi-
legio del contacto vivo y
activo con el mundo: nada
hay de genérico ni tópico
en la crónica del viajero
que reencuentra sus creen-
cias. El estado de armonía
que impregna
El libro de
Dios y de los húngaros
no
supone, sin embargo, la
aceptación del orden es-
tablecido; por el contra-
rio, a lo largo del poe-
mario resulta evidente
que el retorno a la fe reli-
giosa despeja la bruma de
alienación y desencanto
que envolvía a la persona
del poeta en
Como higue-
ra en un campo de golf
. La
presencia del prójimo, de
hecho, le da sustancia dra-
mática a varios de los poe-
mas («Muchacha húnga-
ra en Hungría otra vez» o
«Tu cabeza de arcángel
italiano»): una empatía
que es, claramente, una
opción ética y existencial,
hace que el poeta asuma
e imagine la mirada y las
vivencias de aquellos en
cuyo país reside por una
temporada. La extranjería
no es ya la condición de
la extrañeza, la distancia
no es el estigma inevita-
ble del viajero. Todo lo
anterior tiene, como coro-
lario y sustento, la reno-
vación abierta de la fe en
la palabra poética, cuyo
versátil poder abarca tan-
to el canto a lo sublime
como el juicio a la reali-
dad social. Esa doble fun-
ción no es, en rigor, armó-
En su casa con sus nietos Massiel, Lía, Sol, Diego y Lucas (2012). Foto: Mayu Mohanna.