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LIBROS & ARTES

Página 5

piden los desbordes del

patetismo y la autocom-

pasión. Así ocurre a lo lar-

go de todo el libro, al que

sella un ánimo ácido y des-

encantado: en vez de su-

blimar su desamparo y

prestigiarlo estéticamen-

te, el yo poético fustiga su

estado y se burla implaca-

blemente de él. La deso-

lación palpita bajo el tono

sardónico; la crisis exis-

tencial se advierte detrás

del desenfado cómico de

las imágenes.

Atrapado en la frag-

mentación y el descon-

cierto, sin brújula moral ni

proyectos válidos, el ha-

blante se refugia por mo-

mentos en la nostalgia

–es el caso de «La casa de

Punta Negra (ese impe-

rio)»–, pero en el libro no

hay en verdad una Itaca

ideal, un punto de referen-

cia que le de orientación

y sentido al proyecto vi-

tal. Si a

Canto ceremonial

contra un oso hormiguero

lo

animaba la decisión de

partir del lugar de origen,

Como higuera en un cam-

po de golf

considera, sin

ilusiones, la posibilidad del

retorno. Volver a la ciu-

dad natal engendra, sobre

todo, incertidumbres:

«Tengo que volar a Lima,

aunque temo/ no poder

reconocerme entre la

foto/ de mi foto en fami-

lia», confiesa el hablante

en «Otra vez el invierno

+ ‘Dos indios’», de Al-

fredo Bryce».

Entre los poetas perua-

nos de la generación del

60, Luis Hernández es el

más próximo a la corrosi-

va informalidad del len-

guaje de

Como higuera en

un campo de golf

, pero lo

que en Hernández tiene

un carácter casi festivo

cobra un regusto amargo

en Cisneros. Hasta la pa-

labra poética, que antes

reivindicaba para sí los

poderes del canto y el co-

mentario, resulta escarne-

cida en el libro. Así lo

atestigua «Arte poética

1», que sirve de pórtico a

Como higuera en un cam-

po de golf

: «Un chancho

hincha sus pulmones bajo

un gran limonero/ mete

su trompa entre la Reali-

dad/ se come una bola de

Caca/ eructa/ pluajj/ un

premio». La segunda es-

trofa repite, con ciertas

variantes, a la primera,

mientras que la última ni

siquiera se toma la moles-

tia de copiar la anterior y

se reduce a un verso tan

escueto que resulta casi

taquigráfico: «Un chan-

cho etc.» Procaz e insolen-

te, «Arte poética 1» hace

recordar a la antipoesía de

Parra y al ánimo provoca-

dor de los dadaístas –que,

por cierto, no estuvieron

representados en la van-

guardia latinoamericana

de los años 20 y 30–. La

irreverencia, sin embargo,

es solo humorística en la

superficie: en el poema

prima un acento más

autodenigratorio que lú-

dico, más agrio que bur-

lón. El cerdo es la encar-

nación metafórica del

poeta, que ocupa así un

peldaño inferior al del li-

meño chismoso y banal

cuya figura en el bestiario

de Cisneros era el oso hor-

miguero. Más allá solo

quedan la renuncia a la

poesía y la rendición ante

el vacío. El punto final del

libro es, en rigor, un lugar

sin retorno.

EL VERBO Y LA FE

Cuando el poeta re-

tome la palabra seis años

después, con

El libro de

Dios y de los húngaros

(1975), otros serán su jui-

cio y su actitud. Un nue-

vo ciclo se abre en la obra

del poeta: al descreimien-

to extremo de

Como hi-

guera en un campo de golf

,

con el cual concluye la

etapa juvenil de la pro-

ducción de Antonio

Cisneros, se contrapone

el vigor afirmativo que

anima a

El libro de Dios y

de los húngaros

. La plega-

ria es la forma que vierte

otra manera de entender

la relación con el lengua-

je y con los otros: poesía

del vínculo, del acto ver-

bal que religa al sujeto

con el mundo,

El libro de

Dios y de los húngaros

da

fe de una experiencia que

es, sustancialmente, co-

municativa.

«Domingo en Santa

Cristina de Budapest y fru-

tería al lado», que se cuen-

ta entre los mejores poe-

mas de Antonio Cisneros,

inaugura

El libro de Dios y

de los húngaros

. El admira-

ble equilibrio entre el tono

serenamente jubiloso y la

impecable precisión de las

imágenes exalta la evoca-

ción de una epifanía que

parte las aguas de la exis-

tencia: «Llueve entre el

ronquido de todas las re-

sacas/ y las grúas de hie-

rro. El sacerdote lleva el

verde de Adviento y un

micrófono./ Ignoro su len-

guaje como ignoro/ el si-

glo en que fundaron este

templo./Pero sé que el Se-

ñor está en su boca». So-

nido y sentido, voz e ima-

gen, convergen en una

apoteosis que es a la vez

íntima y pública: la matriz

de la palabra se redescu-

bre en el ritual –ese orden

en el cual la trascenden-

cia se presenta como for-

ma y figura– y en la cróni-

ca lírica del instante. Una

temporalidad que es al

mismo tiempo inmediata

y compleja, pues en ella

resuenan y reverberan tan-

to la biografía y el pasado

histórico como la metafí-

sica presencia del origen,

anima la visión de la per-

sona poética. En

El libro de

Dios y de los húngaros

pri-

ma la vivencia de la ple-

nitud, que significativa-

mente se manifiesta en

una valoración positiva

del tiempo personal y

comunitario. La actuali-

dad –que es el vértice y la

clave del sentimiento de

la vida en la poesía de

Cisneros– no es ya el sitio

del naufragio, sino el de la

salvación. Notoriamente,

en

El libro de Dios y de los

húngaros

el hijo pródigo

es la encarnación del

poeta. Esa presencia re-

sulta la más íntima y en-

trañable en el repertorio

de identidades que, al

modo de una galería del

yo, se despliega en la obra

del autor.

La palabra de la poe-

sía, que la ironía autocrí-

tica profanaba en

Como

higuera en un campo de

golf

, adquiere en

El libro de

Dios y de los húngaros

un

aura y un valor sagrados.

No es casual, por ello, que

algunos de los poemas de

este volumen sean, a la

vez, homenajes e invo-

caciones a otros poetas:

ecos y diálogos que afir-

man la solidaridad en la

vocación creadora y en el

oficio de la palabra. Un

ejemplo admirable se ha-

lla en «Oh Señor, las cáp-

sulas venados», donde

Martín Adán –una de las

voces cruciales de la tra-

dición moderna peruana–

no es meramente una fi-

gura representada: «Oh

Señor, las cápsulas vena-

dos que entre mi sangre

viajan/ para auxilio y con-

suelo del páncreas más

antiguo/ tinieblas son de

mi alma: ballesta que me

libra de la muerte/ –pena,

dolor, memoria– pero

prívame así del mío hu-

mano».

El sello que la observa-

ción alerta y la experien-

cia singular imprimen en

los versos de

El libro de Dios

y de los húngaros

sugiere,

de modo intenso, el privi-

legio del contacto vivo y

activo con el mundo: nada

hay de genérico ni tópico

en la crónica del viajero

que reencuentra sus creen-

cias. El estado de armonía

que impregna

El libro de

Dios y de los húngaros

no

supone, sin embargo, la

aceptación del orden es-

tablecido; por el contra-

rio, a lo largo del poe-

mario resulta evidente

que el retorno a la fe reli-

giosa despeja la bruma de

alienación y desencanto

que envolvía a la persona

del poeta en

Como higue-

ra en un campo de golf

. La

presencia del prójimo, de

hecho, le da sustancia dra-

mática a varios de los poe-

mas («Muchacha húnga-

ra en Hungría otra vez» o

«Tu cabeza de arcángel

italiano»): una empatía

que es, claramente, una

opción ética y existencial,

hace que el poeta asuma

e imagine la mirada y las

vivencias de aquellos en

cuyo país reside por una

temporada. La extranjería

no es ya la condición de

la extrañeza, la distancia

no es el estigma inevita-

ble del viajero. Todo lo

anterior tiene, como coro-

lario y sustento, la reno-

vación abierta de la fe en

la palabra poética, cuyo

versátil poder abarca tan-

to el canto a lo sublime

como el juicio a la reali-

dad social. Esa doble fun-

ción no es, en rigor, armó-

En su casa con sus nietos Massiel, Lía, Sol, Diego y Lucas (2012). Foto: Mayu Mohanna.