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LIBROS & ARTES

Página 13

tras me miraba sin parpa-

dear, yo imaginaba con en-

vidia aquella caminata de

muchas horas en la que un

joven Vargas Llosa lo escu-

chaba hablar en la noche

romana de mármoles bizan-

tinos y versos de Cavafis.

Imaginé sus noches colma-

das por la obsesión marina,

sus diálogos con esas «mare-

jadas rugientes y el oleaje en

caravana interminable rom-

piéndose en espuma y es-

truendo». Pensé hablarle del

efecto prodigioso del sol que

él tanto amaba, de la «gloria

llameante que descansa en

nuestros cuerpos / levantan-

do sobre el combate atroz de

la tiniebla y la luz», pero me

quedé callado. Ya no sabía

en qué posición sentarme

cuando recordé una fotogra-

fía en blanco y negro publi-

cada por la revista

Caretas.

En esa fotografía figuraba

nuestro poeta, varios años

más joven, conduciendo un

Chevrolet cuyo pasajero era

nada menos que Pablo Neru-

da. Solo entonces reaccionó.

Como activado por un re-

sorte, se levantó del sillón

y señalándome con el mis-

mo dedo que había fulmi-

nado a los fotógrafos, me es-

petó: «¿Cómo se atreve a

confundir un Chevrolet con

un Jaguar?» Me tomó des-

prevenido. No podía com-

prender que ese hombre, a

quien imaginaba tan ajeno

a esas frivolidades, pudiera

reaccionar de ese modo.

Supongo que él también lo

entendió así, porque volvió

a tomar asiento y empezó a

contarnos –como si se tra-

tara de algo muy personal y

muy íntimo– la historia de

su Jaguar.

Recuerdo muy vívida-

mente el entusiasmo con que

refería sus carreras sobre los

empedrados de Roma, el

modo en que simulaba ma-

niobrar el timón para esqui-

var los mármoles, la decisión

de traérselo de Italia al Perú

en barco, los paseos con sus

amigos de la Peña Pancho

Fierro. Extasiados, Jannine

y yo lo escuchábamos hablar

sin hacer mayor caso al reloj

ni al silencio. Tampoco a la

noche que golpeaba las ven-

tanas y nos decía que ya era

tarde, que podíamos pedir-

le una dedicatoria, que no

dejáramos de visitarlo por-

que no basta un Jaguar

para

conocer a fondo a un poeta

ni una rosa para cubrir el

sueño.

Se interrumpe finalmente el largo

silencio poético de Emilio Adolfo

Westphalen? Por suerte que sí. Fue a

partir de un conjunto de textos publi-

cados en los años ochenta, epilogando

así su obra creadora. Y precisamente

entre esos textos se encuentran las ra-

zones del sorpresivo silencio, que desa-

zona a los devotos lectores de sus li-

bros juveniles. Es una suerte de paladi-

na confesión, la cual se inscribe en cier-

ta línea temática de la poesía hispano-

americana contemporánea, como son

las artes poéticas de nuevo cuño, exen-

tas de afanes didácticos. Es el hablante

consciente de que aquello que escribe

es digno de ser cuestionado estilística-

mente.

Todo ello ocurre en «Poema inútil»,

donde se incuba el radical escepticis-

mo literario que embarga a nuestro

poeta. A primera vista lo que llama la

atención es que el cuerpo del texto

resulte tan diferente al de las composi-

ciones de sus primeros poemarios. No

es la disposición bajo el impulso de una

escritura automática ponderada, sino

cinco tercetos y un cuarteto último.

Escritas en verso libre y blanco, las pa-

labras no se juntan ni en tropel ni en

cascada, por lo tanto la lectura no se

diluye, y el hablante parece que tuviera

empuñada en la mano la ilación de sus

ideas rotundas en torno al frustrante

empeño de escribir. Y los oxímoron

entre las estrofas tercera y cuarta, y la

puesta en tela de juicio primero del

poema y luego del poeta. Por último,

el remate como una impetración con-

jetural, suponiendo que el sol le puede

inyectar vida al poema inútil.

Enhorabuena que el mutismo de un

autor quede superado, como en el feliz

caso de Westphalen, y más aún con

composiciones de la calidad de la de-

DESPUÉS DEL SILENCIO

WESTPHALEANO

Carlos Germán Belli

nominada «El mar en la ciudad», que

ha terminado siendo emblemática en

toda su producción. Posee un aire fa-

miliar con respecto a los versos ante-

riores, porque son libres, blancos y dis-

puestos en estrofas -en este caso seis

cuartetos-, y porque ambos poemas

pertenecen al libro

Belleza de una espa-

da clavada en la lengua

. El específico tema

hace pensar en el recóndito inconscien-

te colectivo, visceral, atávico, más allá

del inconsciente individual, pues

Westphalen, como limeño que era, y,

por añadidura, vecino del balneario de

Barranco, sabía del legendario maremo-

to que asoló Callao en el siglo XVIII.

Pero aquí el mar emerge en la imagina-

ción no como una fuerza destructora de

la naturaleza, sino como una fuerza en-

teramente benigna. Gracias al recurso de

la metagoge, el mar se corporiza, sucesi-

vamente se transforma en un animal y

en un humano, levanta las manos, es

tímido y amoroso, más adelante enarca

el lomo y hasta acaricia. Y al final del

poema, admirablemente climático, sur-

ge el propio mar de los orígenes, que lim-

pia los estragos del mundo.

La imagen de la rosa perdurable, que

cierra triunfalmente el «Poema inútil»,

motiva ahora al lector westphaleano a

aprovechar las circunstancias que des-

cribe el texto, como un hecho favora-

ble por entero, sin la menor huella de

cosa negativa. Sí, en efecto, el miedo

pánico, sentimiento lógico ante la pre-

sencia del mar en tierra firme, cambia

en sentimiento de júbilo; el silencio o

la mudez literaria en pura letra fértil; y

en virtud de la socorrida metagoge el

entorno que nos rodea se amplia con

nuevos seres racionales. Y más que todo

el inconsciente colectivo, en su temple

benigno, cómo aflora en la psiquis de

un poeta del siglo XX.

¿