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Página 18

LIBROS & ARTES

milio Adolfo Wes-

tphalen ha sido uno de

los hombres de influencia

permanente, secreta y fe-

cunda, en la cultura nacio-

nal. No solo como autor de

dos de las cumbres poéticas

de nuestra literatura:

Las ín-

sulas extrañas

y

Abolición de

la muerte

(1933 y 1935 res-

pectivamente) sino como in-

fatigable animador de dos

notables revistas de cultu-

ra:

Las moradas

y

Amaru

.

Desde la reedición de su poe-

sía completa, bajo el título

Otra imagen deleznable

(Co-

lección Tierra Firme, FCE,

México, 1980), nuevas ge-

neraciones de lectores se

acercan a Westphalen y

quieren conocer al hombre

y a su obra.

MORO

Y EL SURRELISMO

¿Qué significado tuvo Cé-

sar Moro para el surrealismo

en el Perú?

Moro hizo la primera ex-

posición de arte surrealista

en Lima, en el año 1935 y

fue su principal animador. El

catálogo preparado para di-

cha exposiciónme parece un

documento de gran impor-

tancia. Debería reeditarse.

-¿Qué nos puede decir de

la «etapa mexicana» de Moro,

la época en que estuvo más ac-

tivamente ligado al surrealis-

mo?

Fue una etapa muy inten-

sa de su actividad. Hay un li-

bro de Schneider sobre esos

años que es muy interesante,

aunque contiene algunas in-

exactitudes respecto aMoro,

como cuando afirma que fue

propietario de una librería; él

trabajó ahí como simple em-

pleado y durante toda su vida

fue un hombre sin mayores

recursos económicos.

¿Estaría de acuerdo en que

los últimos libros de Moro re-

flejan un descenso en su cali-

dad?

¿Descenso? ¿Cómo va a

haber un descenso? No sé

quién pueda decir eso.

Bueno, críticos como Ricar-

do Silva-Santisteban y Ricardo

González Vigil...

Cada uno es dueño de sus

propias opiniones; sin em-

bargo me parece prematuro

hacer escalas cuando aún no

conocemos más de la mitad

de la obra de Moro escrita

en francés. Por lo que conoz-

co, su última poesía es tan

valiosa como la anterior; el

último Moro me parece tan-

to o más original que el pri-

mero.

Imaginamos que la Exposi-

ción Surrealista de 1935 en

Lima debe haber causado un

gran revuelo. ¿Cómo fue?

En esa época paraba por

Lima una pintora chilena,

María Valencia. Ella trajo

algunos cuadros y escultu-

ras de pequeño formato –

suyos y de otros artistas chi-

lenos– que en total serían

entre quince y veinte pie-

zas. Contactó a Moro a tra-

vés de amigos comunes y él

acogió con entusiasmo la

tarea de hacer una exposi-

ción de grupo; en realidad

quien dio el acento a la ex-

posición fue Moro: exhibió

como cuarenta cuadros y pre-

paró el catálogo. Él lo

diagramó, escribió los tex-

tos, eligió muestras de los

surrealistas más importan-

tes, de los dadaístas y de los

grandes precursores. Por

último, nos pidió textos a

Rafael Méndez Doricho y

a mí.

Quisiéramos insistir: una

exposición cuyo catálogo tenía

como epígrafe una cita de Pica-

bia afirmando que «el arte es

un producto farmacéutico para

imbéciles» no pasaría inadver-

tida. ¿Qué efecto produjo en el

público?

Ustedes podrán imagi-

narse cómo fue eso. Hace

poco encontré una carta de

Moro en la que, hablándo-

me de la exposición, me de-

cía: «Nunca se había dado

algo tan insolente en

Lima»; algunas de las reac-

ciones más violentas fueron

las de la prensa, y no se

ocultaron sino que se pu-

sieron a la vista del públi-

co que asistía.

¿Había en ustedes una vo-

luntad muy clara de ruptura?

Eso fue una ruptura com-

pleta. En el momento de la

exposición estaba en pleno

auge el movimiento indige-

nista en la pintura y se abo-

minaba de todos los afrance-

sados. Todavía, cuatro años

más tarde, cuando publica-

mos con Moro el único nú-

mero de

El uso de la palabra

,

tuvimos que dedicar una pá-

gina a defender la pintura de

Pablo Picasso. En esos años

había que defender a Picas-

so. Es muy difícil hacerse hoy

idea de la impermeabilidad

delmediolimeñoenesaépoca

en que los pocos que habían

tenido contacto con el arte

moderno no lo comprendían

y en que la actividad literaria

era totalmente marginal.

Cuando uno publicaba algo

en la única página cultural de

los diarios, eso significaba un

favor impagable que había

que agradecer al jefe de la sec-

ción cultural.

Con Emilio Adolfo Westphalen

Federico de Cárdenas y Peter Elmore

“EN LA PARED DEL TIEMPO”

Esta entrevista fue publicada en el desaparecido

El Observador

el 25 de abril de 1982 y su gran gestor fue Luis

Jaime Cisneros, por entonces a cargo de la dirección del diario. Su concreción conmocionó al binomio de redactores

culturales encargado de hacerla, y por varios motivos: conocíamos el carácter «difícil» del poeta, que además no

había aceptado entrevistas en muchos años. Entonces, y como una manera de quebrar el hielo, lo invitamos a una

merienda en mi casa, que sirvió de escenario al largo diálogo que ahora rescato para Libros & Artes (F. de C.)

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