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Página 8

LIBROS & ARTES

que Westphalen abrazara

el surrealismo como una

actitud vital y no como

una técnica o una retóri-

ca para producir imágenes

y textos sometidos al im-

pulso de la escritura auto-

mática. El surrealismo fue

para él una estructura

para reforzar una vida in-

terior y una manera discre-

ta de percibir y estar en el

mundo.

Pero el surrealismo de

Westphalen, como han

señalado varios críticos,

está matizado por el dis-

curso de la mística. Los

nueve poemas de cada li-

bro –sin título que los iden-

tifique, ni disposición es-

pacial, ni puntuación– di-

señan un flujo continuo,

un largo monólogo en el

que no habla el Yo sino el

Lenguaje que discurre de

lo inarticulado e informe

a una plenitud que se ara-

ña apenas y que no puede

decirse. En la mística el

lenguaje enmudece para

admitir la vivencia de la

divinidad; en los dos opús-

culos de los años treinta,

el discurso no es enuncia-

do por un yo que preten-

de decir o comunicar algo,

sino por una fuerza ascen-

dente que crece en su fluir

incesante, La energía está

en el deseo que anula el

tiempo y la distancia de los

cuerpos y las cosas. Es un

viaje que atraviesa la no-

che para alcanzar ese «no

sé qué que se queda bal-

buceando» de San Juan de

la Cruz. Pero en Westpha-

len hallamos una mística

terrena que no persigue la

fusión con la divinidad,

sino la sumersión en ese

profundo mar donde cesan

las contradicciones y que-

dan la existencia y la

muerte flotando suspendi-

das en una plenitud silen-

ciosa. Cuando el lector

cierra los dos breves volú-

menes se percata de que

los dieciocho poemas son

las marcas exiguas de ese

proceso, sus cenizas como

reconoce el autor citando

a Reverdy en «Pecios de

una actividad incruenta»:

«La poesía es a la vida

como el fuego a la pala-

bra. Emana de ella y la

transforma. Durante un

momento, un breve mo-

mento, engalana la vida

con toda la magia de las

combustiones y las incan-

descencias. La poesía es la

forma más ardiente y más

imprecisa de la vida. Des-

pués, ceniza».

El incendio impuso un

largo silencio que se ex-

tendió con breves inte-

rrupciones casi cuarenta

años. En la última etapa de

su vida Westphalen publi-

Otra imagen deleznable

(1980),

Arriba bajo el cielo

(1982),

Máximas y míni-

mas de sapiencia pedestre

escuchadas al desgaire sin

certificación de autenticidad

por E. A. W.

(1982),

Nue-

va serie

(1984),

Belleza de

una espada clavada en la

lengua

(1986),

Ha vuelto la

diosa ambarina

(1988) y

Cuál es la risa

(1989). Es

evidente que todos los

poemas de este ciclo cons-

tituyen el reverso de

Las

ínsulas extrañas

y

Abolición

de la muerte

, o tal vez la

deconstrucción de un de-

cir que buscó en algún

momento la plenitud y

que ahora contempla, en

la madurez, el fracaso del

intento. En este sentido

representan, fundamental-

mente, un acto de ética

poética en tanto desen-

mascaran el espejismo de

los poemas juveniles.

Tomo de

Ha vuelto la dio-

sa ambarina

lacónicas sen-

tencias que muestran la

exigua naturaleza de la

poesía: «sonido lúgubre»,

«simulación de sortile-

gios», «golpe mortífero de

daga», «un vacío más otro

vacío». Todas estas expre-

siones repiten la naturale-

za exigua y falaz de la poe-

sía y tienen su correlato en

la disposición formal de

todas estas colecciones. En

efecto, el monólogo íg-

neo, exuberante y ascen-

dente de los textos de los

años cuarenta sufrió un

proceso de concentración

que marcó un retorno a la

poesía con un lenguaje

pétreo y seco. La preferen-

cia por el poema en prosa

refuerza, igualmente, la

búsqueda de una forma

cercana a la reflexión y el

aforismo. Es la voz que ha

dejado de contemplar la

plenitud del silencio para

sonar chirriante desde él o

después de él: «Concebir

pensamientos de piedra

–que se echen al agua y

formen ondas– que se

arrojen al vidrio y lo des-

trocen».

Este breve poema per-

tenece al volumen meta-

poético

Ha vuelto la diosa

ambarina

y dialoga por su

aliento reflexivo con el

texto que da título al li-

bro:

«Hoy he visto a la Dio-

sa Ambarina –la misma

tez de ámbar– sus ojos de

llamarada y tiniebla –en-

carnación de la única y

perennal belleza.

Su espléndida Iracun-

dia me abrazó el alma –su

belleza funesta se cebó en

mi sangre– sus despropor-

cionados Rencor y Odio

me fueron de gloria.

No soy –no seré sino

sonámbulo atónito ante la

belleza tremebunda de la

Diosa Ambarina.

Nada existe –nada

puede existir sino la Dio-

sa Ambarina y su Belleza

de Medusa arrebatadora y

mortífera».

A diferencia de la dei-

dad de Eguren, definida

por la perfección y la be-

lleza, la de Westphalen es

una figura ambigua y con-

tradictoria. Ella es incen-

dio y oscuridad; belleza

perenne y a la vez abismo

que contiene tres atribu-

tos: la ira, el rencor y el

odio. El poema concluye

fundiendo en una sola

identidad a la diosa amba-

rina con Medusa. Etimo-

lógicamente, «Medusa»

significa guardiana, la que

custodia, y en la mitolo-

gía griega era una de las

tres con serpientes en lu-

gar de cabello y que tenía

el poder de petrificar con

la mirada. En el poema de

Westphalen la diosa am-

barina es la dadora de la

Poesía y su fuerza seca y

petrifica al que escribe y a

los textos que produce.

Petrificar al creador es

encerrarlo en el silencio

–correlato en la existencia

de Westphalen; petrificar

los textos es volverlos voz

sequedad y aspereza. Lejos

del flujo del discurso aé-

reo y acuático del primer

ciclo, la visita de la diosa

ambarina deja ahora osa-

mentas y restos, signos pé-

treos de un incendio que

se persiguió alguna vez,

aunque era inalcanzable.

Pero es humano empe-

ñarse en lo imposible y

abrazar esa «perennal be-

lleza» que ofrece a algunos

pocos escritores la diosa

ambarina. Westphalen lo

hizo entregando esa «for-

ma más ardiente y más

imprecisa de la vida»; por

eso lo seguiremos leyendo

los próximos cien años.

Junio de 2011

En la fotografía: Olga Orozco, Álvaro Mutis, Emilio AdolfoWestphalen y Gonzalo Rojas, en la Residencia de

Estudiantes de Madrid, en 1991.

«La poesía es a la vida como el fuego a la palabra. Emana de

ella y la transforma. Durante un momento, un breve

momento, engalana la vida con toda la magia de las

combustiones y las incandescencias. La poesía es la forma

más ardiente y más imprecisa de la vida. Después, ceniza».