LIBROS & ARTES
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tra estulticia ya que tenía en
alta estima nuestra condi-
ción de dirigentes obreros,
deseosos de ponernos en au-
tos acerca de Trotsky, la opo-
sición de izquierda y algunas
señales de la Cuarta Inter-
nacional. Eso, solo eso, para
un poeta de su valía tenía
tanta importancia como la
poesía misma. De ahí su
afectiva indulgencia, su mi-
rada curiosa y su asistencia
puntual al sórdido cuchitril
donde lo habíamos citado
para nuestro primer en-
cuentro.
-¿Tomamos asiento?
-Ah, claro: en ese sitio.
-Sí, ese rinconcito está
bien especial.
Nos sentamos, nos aco-
modamos, Zevallos y yo al
lado de nuestro intelectual,
notoriamente ávidos.
-¿Qué desean tomar?
Zevallos, como era su
costumbre cada vez que en-
traba a un bar de barrio,
pegó dos sonoras palmadas.
Se acercó el mozo. Pidió café
con leche en vaso grande y
dos panes con jamón del país;
yo imité el pedido.
-Y usted, compañero,
preguntamos en vista de que
el poeta se preocupaba más
de que nos atendieran pri-
mero a nosotros.
-¿Yo? … Bueno, para mí
una botella chica de agua de
Viso.
Zevallos me zamaqueó
con el codo por debajo de la
mesa; quería decirme «Ya
ves tú, qué tal austeridad.
Ese es el signo de los carac-
teres espartanos hechos para
la lucha y no para el placer».
Una vez servidos empezamos
a pasarle el rollo. Zevallos
era el que más hablaba. Ha-
blaba como una vitrola a tra-
vés de sus labios delgados, a
los cuales mi madre había
encontrado un parecido no
muy digno de mencionar. Yo
también me mandé mi par-
te. El poeta escuchaba, es-
cuchaba, y a veces asentía.
Pero cada vez que soltaba un
monosílabo, es decir frases
que nunca pasaban de más
de tres palabras, era tiro se-
guro, punto redondo. Nos
descuadraba, nos dejaba se-
cos. Pero como éramos bas-
tantes charlatanes y estába-
mos embalados volvíamos a
arremeter, hasta que nos di-
mos cuenta de que a la per-
sona que teníamos delante
no la íbamos a ganar por
cansancio, ni abrumándola
con chubascos de palabrería,
por más espectacular y pin-
toresca que esta fuera. Al fi-
nal nos dijo que había pasa-
do ya hora y media y que él
sólo disponía de una hora
para esta entrevista.
La conclusión fue que
estaba llano a prestarnos co-
laboración. «Sería prematu-
ro que me considerasen un
militante trotskista». «Estoy
de acuerdo en alentar
un
Grupo de Estudios. Es bue-
na la idea de publicar algo
de carácter teórico, cultu-
ral». «En la próxima re-
unión las traeré material de
la sección norteamericana».
«Hay actualmente una dis-
cusión interna sobre la
URSS: defensismo o antide-
fensismo». «Todos los docu-
mentos están en inglés. Yo
no tengo tiempo para tradu-
cirlos».
El poeta tenía que mar-
charse. Nos pidió dolorosa-
mente muchas disculpas.
Nos tendió la mano frater-
nalmente y, cosa admirable:
sonrió, casi se carcajeó ante
el aluvión de Zevallos que le
dijo camarada y que le augu-
raba un «magisterio ideoló-
gico». Luego, pagó toda la
cuenta. Inmediatamente fi-
jamos fecha para la nueva
reunión. El próximo viernes,
en el mismo lugar.
En la segunda oportuni-
dad fue igualmente puntual.
Vino vestido de saco de paño
azul marino, con botones
metálicos a lo capitán de
navío, y su infaltable panta-
lón plomo. La reunión trans-
currió igual que la vez pasa-
da. El poeta siempre hermé-
tico, indulgente y casi gla-
cial. Pero en el fondo dulce,
y resuelto a llevar adelante
el proyecto del Grupo. Nue-
vamente el lunch para pro-
letas y él agüita de Viso en
botella chica. Nos abrumó
con una buena cartera llena
de documentos en inglés de
la sección americana de la
Cuarta, de Nueva York. Se
despabiló un poco cuando
nos habló de la discusión
entre Cannon y Shatman, y
el entrampe de la sección
norteamericana por el nudo
gordiano del «defensismo y
el antidefensismo» en plena
guerra mundial No 2.
-A su criterio, ¿por dón-
de cree, compañero, que está
la onda?
-Ejem… Creo que Shat-
man tiene argumentos más
sólidos.
-¿Qué?
-Así es. En la URSS no
hay nada que defender que,
finalmente, no termine for-
taleciendo a la burocracia
stalinista.
-Pero estamos en guerra
para aniquilar al fascismo.
No vamos a dejar que la
URSS… ¿Qué decía el Vie-
jo al respecto?
-El Viejo no llegó a ver
todo lo que está hoy acae-
ciendo…
-¿La conferencia de Te-
herán? ...
-Sí, pero primero fue el
pacto con Hitler y el repar-
to de Polonia…
-¡Anjá! … Entonces no-
sotros nos alinearemos con
el ala de Shatman.
-Pero primero lean los
documentos.
Nos despedimos, esta vez
con el compromiso de que en
la tercera oportunidad le
presentaríamos a los compa-
ñeros del Grupo. El poeta no
se entusiasmó mayormente
con la perspectiva, pero tam-
poco se negó. Volvió a pa-
gar la cuenta y se retiró dis-
pensando sendos apretones
de mano y sonrisas un tanto
cómicas y furtivas.
Zevallos empezó a hacer
proyectos. Yo le decía: «No
creo que dé fuego, es muy
parco, demasiado hermético,
no suelta prenda». El me
contestaba: «Ya verás cómo
se despacha cuando esté fren-
te a los obreros. Este es un
gallo de tapada. El viejo
González Prada era igual,
calladito y cuando estaba
frente a los obreros sacaba la
voz como un rebenque im-
pávido». «No mojes, compa-
dre, todos los discursos los
hacía leer…». «A última
hora, basta con que escriba.
Si llega a escribir y a pole-
mizar él se encargará de pul-
verizar con la pluma; noso-
tros lo haremos con la voz y
la diestra poderosa. Pero ne-
cesitamos que saque el gallo
con las espuelas, también
por escrito. Nosotros nos
encargaremos de pescar bien
los argumentos y esgrimirlos
con nuestros iguales en las
asambleas».
En la reunión realizada
en el cuarto del callejón de
Miguel Ángel Vargas, el poe-
ta tuvo la oportunidad de
conocer y tratar a un nutri-
do grupo de obreros, en su
mayoría dirigentes sindica-
les. Estuvieron, aparte del
dueño de casa, Juan Palacios
y Sócrates García, del sindi-
cato Faucett, Román Flores,
del sindicato textil La Bello-
ta, Oscar Milla, en ese tiem-
po carpintero de obra blan-
ca en construcción civil,
Pablo Castillo, ex textil, Al-
berto Moncada, ex dirigen-
te textil de Vitarte, El Ne-
gro Reyes, textil, y Félix Ze-
vallos y el que escribe, en-
tonces con cargos de direc-
ción en la FTTP y la USTL.
Al poeta le causó muy
buena impresión la reunión.
Insistió en que el primer paso
para fundar una tendencia
era constituir un Grupo de
Estudios. Siempre hablaba
de que había que estudiar,
repensar, disciplinarse mu-
cho, ya que asumir una polí-
tica disidente era tan serio
como elegir la vocación ar-
tística. No se puede impro-
visar nada. Nada se debe
hacer a base de impulsos.
¿Qué resultaría de alguien
que quisiera dar un concier-
to de piano sin haberse ejer-
citado largamente en el
aprendizaje? Haría el ridícu-
lo. Igual sucede con un polí-
tico revolucionario. El mar-
xismo es una ideología cien-
tífica, tan difícil de apren-
der como el piano. Los polí-
ticos oportunistas son otra
cosa, a esos no les importa
ni el ridículo ni estafar al
público, etc.
Estas fueron más o me-
nos sus frases, aunque con
menos texto… Al final nos
invitó a Zevallos y a mí a
conocer a un colega suyo que
vivía en Chucuito, y que era,
aparte de gran amigo, admi-
rador de Trotsky. Este com-
pañero disponía de abundan-
te material trotskista en cas-
tellano, estaba avisado de la
existencia del Grupo y nos
esperaba el sábado en su casa.
Zevallos comenzó a vapu-
lear mis predicciones: «Ya
ves tú… Acabas de oírlo tú
mismo ¡Sacó la garra! Vas a
verlo cuando esté frente a la
masa». Nosotros habíamos
comenzado ya a alimentar-
nos de algunos documentos
trotskistas. Hermosilla era
un excelente traductor del
inglés, y había empezado a
traducirnos varios documen-
tos. Nos traía traducciones
tarde y noche. Páginas pul-
cramente mecanografiadas.
Daba la impresión que tra-
bajaba con un equipo de se-
cretarias pues de cada traba-
jo, por ejemplo
El Partido que
dio la victoria
, de Shatman,
nos sacó abundantes copias.
Habíamos oído decir que
el marxismo es una teoría
dinámica, un constante ejer-
cicio de la crítica, la creación
e interpretación que marcha
al compás de los aconteci-
mientos. La óptica trotskis-
ta venía a ser la más estric-
tamente marxista-leninista y
la teníamos que apreciar en
los nuevos aportes, análisis
y discusiones de los nuevos
teóricos y militantes que vi-
vían estudiando y viviendo
los acontecimientos a nivel
mundial. El complicado lío
del «defensismo» y el «anti-
defensismo» era más gordo
de lo que habíamos imagina-
do. El lío había empezado en
vida de Trotsky. El Viejo ha-
bía terciado a favor de James
P. Cannon, sosteniendo su
antigua posición de que ha-
bía que defender a la URSS
porque era un «Estado obre-
ro aunque degenerado por la
burocracia». Y su mayor ar-
gumento era cuando apela-
ba a la comparación de un
sindicato con una dirección
amarilla. Había que defender
siempre al sindicato, aunque
también había que denun-
ciar a la dirección amarilla.
Los defensistas eran, pues,
los ortodoxos y, en los he-
chos, con su apoyo a la de-
fensa de la URSS mantenían
un secreto, aunque tan solo
nostálgico, cordón umbilical
con la madre Rusia.
“En la segunda oportunidad fue igualmente puntual. Vino
vestido de saco de paño azul marino, con botones metálicos
a lo capitán de navío, y su infaltable pantalón plomo. La
reunión transcurrió igual que la vez pasada. El poeta
siempre hermético, indulgente y casi glacial”.