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LIBROS & ARTES

Página 17

tra estulticia ya que tenía en

alta estima nuestra condi-

ción de dirigentes obreros,

deseosos de ponernos en au-

tos acerca de Trotsky, la opo-

sición de izquierda y algunas

señales de la Cuarta Inter-

nacional. Eso, solo eso, para

un poeta de su valía tenía

tanta importancia como la

poesía misma. De ahí su

afectiva indulgencia, su mi-

rada curiosa y su asistencia

puntual al sórdido cuchitril

donde lo habíamos citado

para nuestro primer en-

cuentro.

-¿Tomamos asiento?

-Ah, claro: en ese sitio.

-Sí, ese rinconcito está

bien especial.

Nos sentamos, nos aco-

modamos, Zevallos y yo al

lado de nuestro intelectual,

notoriamente ávidos.

-¿Qué desean tomar?

Zevallos, como era su

costumbre cada vez que en-

traba a un bar de barrio,

pegó dos sonoras palmadas.

Se acercó el mozo. Pidió café

con leche en vaso grande y

dos panes con jamón del país;

yo imité el pedido.

-Y usted, compañero,

preguntamos en vista de que

el poeta se preocupaba más

de que nos atendieran pri-

mero a nosotros.

-¿Yo? … Bueno, para mí

una botella chica de agua de

Viso.

Zevallos me zamaqueó

con el codo por debajo de la

mesa; quería decirme «Ya

ves tú, qué tal austeridad.

Ese es el signo de los carac-

teres espartanos hechos para

la lucha y no para el placer».

Una vez servidos empezamos

a pasarle el rollo. Zevallos

era el que más hablaba. Ha-

blaba como una vitrola a tra-

vés de sus labios delgados, a

los cuales mi madre había

encontrado un parecido no

muy digno de mencionar. Yo

también me mandé mi par-

te. El poeta escuchaba, es-

cuchaba, y a veces asentía.

Pero cada vez que soltaba un

monosílabo, es decir frases

que nunca pasaban de más

de tres palabras, era tiro se-

guro, punto redondo. Nos

descuadraba, nos dejaba se-

cos. Pero como éramos bas-

tantes charlatanes y estába-

mos embalados volvíamos a

arremeter, hasta que nos di-

mos cuenta de que a la per-

sona que teníamos delante

no la íbamos a ganar por

cansancio, ni abrumándola

con chubascos de palabrería,

por más espectacular y pin-

toresca que esta fuera. Al fi-

nal nos dijo que había pasa-

do ya hora y media y que él

sólo disponía de una hora

para esta entrevista.

La conclusión fue que

estaba llano a prestarnos co-

laboración. «Sería prematu-

ro que me considerasen un

militante trotskista». «Estoy

de acuerdo en alentar

un

Grupo de Estudios. Es bue-

na la idea de publicar algo

de carácter teórico, cultu-

ral». «En la próxima re-

unión las traeré material de

la sección norteamericana».

«Hay actualmente una dis-

cusión interna sobre la

URSS: defensismo o antide-

fensismo». «Todos los docu-

mentos están en inglés. Yo

no tengo tiempo para tradu-

cirlos».

El poeta tenía que mar-

charse. Nos pidió dolorosa-

mente muchas disculpas.

Nos tendió la mano frater-

nalmente y, cosa admirable:

sonrió, casi se carcajeó ante

el aluvión de Zevallos que le

dijo camarada y que le augu-

raba un «magisterio ideoló-

gico». Luego, pagó toda la

cuenta. Inmediatamente fi-

jamos fecha para la nueva

reunión. El próximo viernes,

en el mismo lugar.

En la segunda oportuni-

dad fue igualmente puntual.

Vino vestido de saco de paño

azul marino, con botones

metálicos a lo capitán de

navío, y su infaltable panta-

lón plomo. La reunión trans-

currió igual que la vez pasa-

da. El poeta siempre hermé-

tico, indulgente y casi gla-

cial. Pero en el fondo dulce,

y resuelto a llevar adelante

el proyecto del Grupo. Nue-

vamente el lunch para pro-

letas y él agüita de Viso en

botella chica. Nos abrumó

con una buena cartera llena

de documentos en inglés de

la sección americana de la

Cuarta, de Nueva York. Se

despabiló un poco cuando

nos habló de la discusión

entre Cannon y Shatman, y

el entrampe de la sección

norteamericana por el nudo

gordiano del «defensismo y

el antidefensismo» en plena

guerra mundial No 2.

-A su criterio, ¿por dón-

de cree, compañero, que está

la onda?

-Ejem… Creo que Shat-

man tiene argumentos más

sólidos.

-¿Qué?

-Así es. En la URSS no

hay nada que defender que,

finalmente, no termine for-

taleciendo a la burocracia

stalinista.

-Pero estamos en guerra

para aniquilar al fascismo.

No vamos a dejar que la

URSS… ¿Qué decía el Vie-

jo al respecto?

-El Viejo no llegó a ver

todo lo que está hoy acae-

ciendo…

-¿La conferencia de Te-

herán? ...

-Sí, pero primero fue el

pacto con Hitler y el repar-

to de Polonia…

-¡Anjá! … Entonces no-

sotros nos alinearemos con

el ala de Shatman.

-Pero primero lean los

documentos.

Nos despedimos, esta vez

con el compromiso de que en

la tercera oportunidad le

presentaríamos a los compa-

ñeros del Grupo. El poeta no

se entusiasmó mayormente

con la perspectiva, pero tam-

poco se negó. Volvió a pa-

gar la cuenta y se retiró dis-

pensando sendos apretones

de mano y sonrisas un tanto

cómicas y furtivas.

Zevallos empezó a hacer

proyectos. Yo le decía: «No

creo que dé fuego, es muy

parco, demasiado hermético,

no suelta prenda». El me

contestaba: «Ya verás cómo

se despacha cuando esté fren-

te a los obreros. Este es un

gallo de tapada. El viejo

González Prada era igual,

calladito y cuando estaba

frente a los obreros sacaba la

voz como un rebenque im-

pávido». «No mojes, compa-

dre, todos los discursos los

hacía leer…». «A última

hora, basta con que escriba.

Si llega a escribir y a pole-

mizar él se encargará de pul-

verizar con la pluma; noso-

tros lo haremos con la voz y

la diestra poderosa. Pero ne-

cesitamos que saque el gallo

con las espuelas, también

por escrito. Nosotros nos

encargaremos de pescar bien

los argumentos y esgrimirlos

con nuestros iguales en las

asambleas».

En la reunión realizada

en el cuarto del callejón de

Miguel Ángel Vargas, el poe-

ta tuvo la oportunidad de

conocer y tratar a un nutri-

do grupo de obreros, en su

mayoría dirigentes sindica-

les. Estuvieron, aparte del

dueño de casa, Juan Palacios

y Sócrates García, del sindi-

cato Faucett, Román Flores,

del sindicato textil La Bello-

ta, Oscar Milla, en ese tiem-

po carpintero de obra blan-

ca en construcción civil,

Pablo Castillo, ex textil, Al-

berto Moncada, ex dirigen-

te textil de Vitarte, El Ne-

gro Reyes, textil, y Félix Ze-

vallos y el que escribe, en-

tonces con cargos de direc-

ción en la FTTP y la USTL.

Al poeta le causó muy

buena impresión la reunión.

Insistió en que el primer paso

para fundar una tendencia

era constituir un Grupo de

Estudios. Siempre hablaba

de que había que estudiar,

repensar, disciplinarse mu-

cho, ya que asumir una polí-

tica disidente era tan serio

como elegir la vocación ar-

tística. No se puede impro-

visar nada. Nada se debe

hacer a base de impulsos.

¿Qué resultaría de alguien

que quisiera dar un concier-

to de piano sin haberse ejer-

citado largamente en el

aprendizaje? Haría el ridícu-

lo. Igual sucede con un polí-

tico revolucionario. El mar-

xismo es una ideología cien-

tífica, tan difícil de apren-

der como el piano. Los polí-

ticos oportunistas son otra

cosa, a esos no les importa

ni el ridículo ni estafar al

público, etc.

Estas fueron más o me-

nos sus frases, aunque con

menos texto… Al final nos

invitó a Zevallos y a mí a

conocer a un colega suyo que

vivía en Chucuito, y que era,

aparte de gran amigo, admi-

rador de Trotsky. Este com-

pañero disponía de abundan-

te material trotskista en cas-

tellano, estaba avisado de la

existencia del Grupo y nos

esperaba el sábado en su casa.

Zevallos comenzó a vapu-

lear mis predicciones: «Ya

ves tú… Acabas de oírlo tú

mismo ¡Sacó la garra! Vas a

verlo cuando esté frente a la

masa». Nosotros habíamos

comenzado ya a alimentar-

nos de algunos documentos

trotskistas. Hermosilla era

un excelente traductor del

inglés, y había empezado a

traducirnos varios documen-

tos. Nos traía traducciones

tarde y noche. Páginas pul-

cramente mecanografiadas.

Daba la impresión que tra-

bajaba con un equipo de se-

cretarias pues de cada traba-

jo, por ejemplo

El Partido que

dio la victoria

, de Shatman,

nos sacó abundantes copias.

Habíamos oído decir que

el marxismo es una teoría

dinámica, un constante ejer-

cicio de la crítica, la creación

e interpretación que marcha

al compás de los aconteci-

mientos. La óptica trotskis-

ta venía a ser la más estric-

tamente marxista-leninista y

la teníamos que apreciar en

los nuevos aportes, análisis

y discusiones de los nuevos

teóricos y militantes que vi-

vían estudiando y viviendo

los acontecimientos a nivel

mundial. El complicado lío

del «defensismo» y el «anti-

defensismo» era más gordo

de lo que habíamos imagina-

do. El lío había empezado en

vida de Trotsky. El Viejo ha-

bía terciado a favor de James

P. Cannon, sosteniendo su

antigua posición de que ha-

bía que defender a la URSS

porque era un «Estado obre-

ro aunque degenerado por la

burocracia». Y su mayor ar-

gumento era cuando apela-

ba a la comparación de un

sindicato con una dirección

amarilla. Había que defender

siempre al sindicato, aunque

también había que denun-

ciar a la dirección amarilla.

Los defensistas eran, pues,

los ortodoxos y, en los he-

chos, con su apoyo a la de-

fensa de la URSS mantenían

un secreto, aunque tan solo

nostálgico, cordón umbilical

con la madre Rusia.

“En la segunda oportunidad fue igualmente puntual. Vino

vestido de saco de paño azul marino, con botones metálicos

a lo capitán de navío, y su infaltable pantalón plomo. La

reunión transcurrió igual que la vez pasada. El poeta

siempre hermético, indulgente y casi glacial”.