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LIBROS & ARTES
eoncio Bueno Barrantes
nació en 1921 en un ca-
serío de la hacienda La Cons-
tancia, distrito de Chocope, cer-
ca de Trujillo. Es muy proba-
ble que conociera el trabajo en
el campo antes de llegar a la
edad de la razón. Fue peón ca-
ñero en Facalá, anexo de la ha-
cienda Casa Grande. Al llegar
a Lima a los 19 años de edad
se enroló en la gran masa tra-
bajadora citadina y fue obrero
de construcción civil, obrero
textil y mecánico, hasta tener
su propio taller, Tungar, que
es también el nombre de su se-
llo editorial, donde ha publica-
do algunos de sus libros de poe-
mas, como
Este gran capitán
(1968),
Pastor de truenos
(1968),
Invasión poderosa
(1970) y
La guerra de los ru-
nas
(1980).
Es también autor de un li-
bro de memorias, titulado
Hijo
de golondrino
, libro que re-
zuma ironía, raza y auténtica
sed de conocimiento. Esto últi-
mo y las vueltas que da la vida
lo llevaron a trabar amistad con
muchos de sus colegas escrito-
res, entre ellos Emilio Adolfo
Westphalen. El encuentro en-
tre ambos ocurrió en 1944, año
en que Bueno y el sindicalista
Félix Zevallos fundaron el Gru-
po Obrero Marxista (GOM),
poco después de haber sido ex-
pulsados del Partido Comunis-
ta Peruano. Creado el GOM,
Bueno y Zevallos se abocaron
fervorosamente a buscar el
apoyo de los intelectuales
(«nuestro Mariátegui, nuestro
González Prada») que librarían
la batalla doctrinal del grupo de
orientación trotskista. Gracias
al desliz de una «compañera
stalina» los amigos se entera-
ron de que vivía en Lima un
intelectual trotskista apellidado
Westphalen, «que mantenía
estrecha correspondencia con la
sección norteamericana de la
Cuarta Internacional, sita en
New York». Bueno y Zevallos
abordaron a Westphalen una
noche en que este se dirigía a la
Peña Pancho Fierro y obtuvie-
ron de él una cita, a la que el
poeta asistió con puntualidad.
A partir de ese momento las
páginas de las memorias de Leo-
ncio Bueno revelan a Emilio
Adolfo Westphalen bajo una
luz inédita, pues este no solo
los escuchó con suma atención
sino que se entregó en cuerpo y
alma a la labor de ayudarlos a
dotar a su célula del debido
marco teórico e ideológico, lo
cual exigía la conformación de
un grupo de estudios y el alum-
bramiento de una revista, en-
tre otras tareas. Westphalen les
presentó a Rafo Méndez Dori-
ch, quien los invitó a conversar
en su casa en Chucuito y se
convirtió a partir de ese momen-
to en «el reclutador de nuevos
camaradas intelectuales». Ra-
fael Méndez Dorich es un poe-
ta hoy olvidado, amigo de Cé-
sar Moro y deWestphalen y que
colaboró con ellos en el número
de la revista
El uso de la pala-
bra
con un poema a Pablo Pi-
casso, y con una violenta carta
en el famoso libelo
Vicente
Huidobro o el obispo embo-
tellado
.
Como en un viejo docu-
mental en blanco y negro par-
padean en las memorias de
Bueno las imágenes de los fe-
roces debates que se levantaron
durante la repotenciación del
GOM. Desfilan por esas imá-
genes Francisco Abril de Vive-
ro (cuyo retrato es impecable),
el líder boliviano Tristán Ma-
roff, y entre muchos otros Os-
car Milla, Sócrates García, Ar-
turo Alburquerque y el maes-
tro Miguel Ángel Vargas. El
Grupo Obrero Marxista llegó
a sacar dos publicaciones: la re-
vista
Cara & Sello
y el periódi-
co
Revolución
. El 1946, el
GOM se convirtió en el Partido
ObreroMarxista, sección perua-
na de la Cuarta Internacional.
Emilio Adolfo Westphalen
es presentado en estas páginas
como la personificación de la
prudencia y el sigilo. Y también
de la cordialidad. En más de
una ocasión los invitó a su casa:
«El poeta y su esposa nos reci-
bieron con un afecto que sobre-
pasaba el que nos mostraba en
las sesiones. Nos enseñaron li-
bros, publicaciones, etc. Su es-
posa Judith, hermana de José
Ortiz Reyes, nos mostró sus
pinturas y dibujos con familia-
ridad y entusiasmo como si Ze-
vallos y yo no solo fuéramos de
la familia sino dos expertos…
Westphalen no nos habló ni por
descuido de sus poemarios pu-
blicados, ni de poesía en gene-
ral. Solo algunos años después,
gracias a la gentileza de Spen-
cer O’Connor, pude tener en-
tre mis manos
Las ínsulas ex-
trañas
. Al autor poco le gusta-
ba que lo llamaran con el cargo-
so nombre de «poeta». Se ponía
rojo de mortificación y respon-
día: «Mi nombre es López».
Viene a continuación un
capítulo de
Hijo de golondri-
no
titulado «La botella de
Viso», que es parte de este epi-
sodio en la vida de Leoncio
Bueno, aquel en que Emilio
Adolfo Westphalen se dirige a
su primera cita.
(
Pilar Núñez Carvallo
)
LA BOTELLA DE VISO
l poeta fue puntual. A
las 7 p.m. en el café del
costado del cine Ópera, acu-
dió a la cita con escrupulosa
puntualidad germánica.
Siempre circunspecto, ensi-
mismado, pero respirando
una notoria indulgencia ami-
cal. Se le notaba calidad hu-
mana transparente, pero no
hablaba, no gesticulaba, no
impactaba en absoluto. Sal-
vo su tolerancia casi francis-
cana, nos hubiéramos que-
dado ese mismo día trauma-
dos. Se le veía siempre pul-
cramente vestido, con su
saco invernal a cuadros, esta
vez entre verde petróleo y
amarillo oro viejo. Su clási-
co pantalón plomo de paño,
bien peinado y mejor corta-
do, su corbata verde con ra-
yitas rojo rubí, su camisa de
cuello impecable. Todos sus
ademanes como de un aris-
tócrata de la Belleza. Muy
gentil, tal vez excesivamen-
te amable y esforzándose lo
indecible por aparecer com-
prensivo. En ese momento
solo sabíamos que era poeta.
Para nosotros aun no se es-
tablecía la diferencia entre
un poeta y un intelectual.
Creíamos que ambos eran la
misma cosa. El recuerdo de
la inicua calificación del
Negro Pancho nos hacía ver-
lo un poco como un poeta
de esos de tantos que escri-
ben un poemario para llenar
un currículo. Ni una sola
sombra pasaba por nuestras
mentes, entonces, del vate
excelso. A él no parecía tam-
poco importarle la cosa y, sin
duda, dada su fina sensibili-
dad, en esos momentos es-
taba detectando las ondas de
la poca importancia que es-
tábamos haciendo de su con-
dición de poeta. Se sentía
cómodo, y perdonaba nues-
Westphalen y el Grupo Obrero Marxista
HABLA, MEMORIA
Leoncio Bueno
Leoncio Bueno ingresó a las antologías de poesía peruana acompañado de Alberto Escobar y Ricardo González
Vigil, quien lo considera «la voz proletaria más notable de la poesía peruana». En opinión de Alberto Escobar «su
mundo poético está construido a base de testimonios de la vida y combates de la clase obrera, pero enhebrados por
la rebeldía, la fraternidad y la ternura, componentes que orean la violencia de su palabra con una hebra lírica que
subsiste, inclusive, cuando sus versos se convierten en himnos de protesta en lenguaje coloquial».
L
E
César Moro. Viñeta para una revista limeña, 13 x 12cm., Lima, 1922.