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Página 16

LIBROS & ARTES

eoncio Bueno Barrantes

nació en 1921 en un ca-

serío de la hacienda La Cons-

tancia, distrito de Chocope, cer-

ca de Trujillo. Es muy proba-

ble que conociera el trabajo en

el campo antes de llegar a la

edad de la razón. Fue peón ca-

ñero en Facalá, anexo de la ha-

cienda Casa Grande. Al llegar

a Lima a los 19 años de edad

se enroló en la gran masa tra-

bajadora citadina y fue obrero

de construcción civil, obrero

textil y mecánico, hasta tener

su propio taller, Tungar, que

es también el nombre de su se-

llo editorial, donde ha publica-

do algunos de sus libros de poe-

mas, como

Este gran capitán

(1968),

Pastor de truenos

(1968),

Invasión poderosa

(1970) y

La guerra de los ru-

nas

(1980).

Es también autor de un li-

bro de memorias, titulado

Hijo

de golondrino

, libro que re-

zuma ironía, raza y auténtica

sed de conocimiento. Esto últi-

mo y las vueltas que da la vida

lo llevaron a trabar amistad con

muchos de sus colegas escrito-

res, entre ellos Emilio Adolfo

Westphalen. El encuentro en-

tre ambos ocurrió en 1944, año

en que Bueno y el sindicalista

Félix Zevallos fundaron el Gru-

po Obrero Marxista (GOM),

poco después de haber sido ex-

pulsados del Partido Comunis-

ta Peruano. Creado el GOM,

Bueno y Zevallos se abocaron

fervorosamente a buscar el

apoyo de los intelectuales

(«nuestro Mariátegui, nuestro

González Prada») que librarían

la batalla doctrinal del grupo de

orientación trotskista. Gracias

al desliz de una «compañera

stalina» los amigos se entera-

ron de que vivía en Lima un

intelectual trotskista apellidado

Westphalen, «que mantenía

estrecha correspondencia con la

sección norteamericana de la

Cuarta Internacional, sita en

New York». Bueno y Zevallos

abordaron a Westphalen una

noche en que este se dirigía a la

Peña Pancho Fierro y obtuvie-

ron de él una cita, a la que el

poeta asistió con puntualidad.

A partir de ese momento las

páginas de las memorias de Leo-

ncio Bueno revelan a Emilio

Adolfo Westphalen bajo una

luz inédita, pues este no solo

los escuchó con suma atención

sino que se entregó en cuerpo y

alma a la labor de ayudarlos a

dotar a su célula del debido

marco teórico e ideológico, lo

cual exigía la conformación de

un grupo de estudios y el alum-

bramiento de una revista, en-

tre otras tareas. Westphalen les

presentó a Rafo Méndez Dori-

ch, quien los invitó a conversar

en su casa en Chucuito y se

convirtió a partir de ese momen-

to en «el reclutador de nuevos

camaradas intelectuales». Ra-

fael Méndez Dorich es un poe-

ta hoy olvidado, amigo de Cé-

sar Moro y deWestphalen y que

colaboró con ellos en el número

de la revista

El uso de la pala-

bra

con un poema a Pablo Pi-

casso, y con una violenta carta

en el famoso libelo

Vicente

Huidobro o el obispo embo-

tellado

.

Como en un viejo docu-

mental en blanco y negro par-

padean en las memorias de

Bueno las imágenes de los fe-

roces debates que se levantaron

durante la repotenciación del

GOM. Desfilan por esas imá-

genes Francisco Abril de Vive-

ro (cuyo retrato es impecable),

el líder boliviano Tristán Ma-

roff, y entre muchos otros Os-

car Milla, Sócrates García, Ar-

turo Alburquerque y el maes-

tro Miguel Ángel Vargas. El

Grupo Obrero Marxista llegó

a sacar dos publicaciones: la re-

vista

Cara & Sello

y el periódi-

co

Revolución

. El 1946, el

GOM se convirtió en el Partido

ObreroMarxista, sección perua-

na de la Cuarta Internacional.

Emilio Adolfo Westphalen

es presentado en estas páginas

como la personificación de la

prudencia y el sigilo. Y también

de la cordialidad. En más de

una ocasión los invitó a su casa:

«El poeta y su esposa nos reci-

bieron con un afecto que sobre-

pasaba el que nos mostraba en

las sesiones. Nos enseñaron li-

bros, publicaciones, etc. Su es-

posa Judith, hermana de José

Ortiz Reyes, nos mostró sus

pinturas y dibujos con familia-

ridad y entusiasmo como si Ze-

vallos y yo no solo fuéramos de

la familia sino dos expertos…

Westphalen no nos habló ni por

descuido de sus poemarios pu-

blicados, ni de poesía en gene-

ral. Solo algunos años después,

gracias a la gentileza de Spen-

cer O’Connor, pude tener en-

tre mis manos

Las ínsulas ex-

trañas

. Al autor poco le gusta-

ba que lo llamaran con el cargo-

so nombre de «poeta». Se ponía

rojo de mortificación y respon-

día: «Mi nombre es López».

Viene a continuación un

capítulo de

Hijo de golondri-

no

titulado «La botella de

Viso», que es parte de este epi-

sodio en la vida de Leoncio

Bueno, aquel en que Emilio

Adolfo Westphalen se dirige a

su primera cita.

(

Pilar Núñez Carvallo

)

LA BOTELLA DE VISO

l poeta fue puntual. A

las 7 p.m. en el café del

costado del cine Ópera, acu-

dió a la cita con escrupulosa

puntualidad germánica.

Siempre circunspecto, ensi-

mismado, pero respirando

una notoria indulgencia ami-

cal. Se le notaba calidad hu-

mana transparente, pero no

hablaba, no gesticulaba, no

impactaba en absoluto. Sal-

vo su tolerancia casi francis-

cana, nos hubiéramos que-

dado ese mismo día trauma-

dos. Se le veía siempre pul-

cramente vestido, con su

saco invernal a cuadros, esta

vez entre verde petróleo y

amarillo oro viejo. Su clási-

co pantalón plomo de paño,

bien peinado y mejor corta-

do, su corbata verde con ra-

yitas rojo rubí, su camisa de

cuello impecable. Todos sus

ademanes como de un aris-

tócrata de la Belleza. Muy

gentil, tal vez excesivamen-

te amable y esforzándose lo

indecible por aparecer com-

prensivo. En ese momento

solo sabíamos que era poeta.

Para nosotros aun no se es-

tablecía la diferencia entre

un poeta y un intelectual.

Creíamos que ambos eran la

misma cosa. El recuerdo de

la inicua calificación del

Negro Pancho nos hacía ver-

lo un poco como un poeta

de esos de tantos que escri-

ben un poemario para llenar

un currículo. Ni una sola

sombra pasaba por nuestras

mentes, entonces, del vate

excelso. A él no parecía tam-

poco importarle la cosa y, sin

duda, dada su fina sensibili-

dad, en esos momentos es-

taba detectando las ondas de

la poca importancia que es-

tábamos haciendo de su con-

dición de poeta. Se sentía

cómodo, y perdonaba nues-

Westphalen y el Grupo Obrero Marxista

HABLA, MEMORIA

Leoncio Bueno

Leoncio Bueno ingresó a las antologías de poesía peruana acompañado de Alberto Escobar y Ricardo González

Vigil, quien lo considera «la voz proletaria más notable de la poesía peruana». En opinión de Alberto Escobar «su

mundo poético está construido a base de testimonios de la vida y combates de la clase obrera, pero enhebrados por

la rebeldía, la fraternidad y la ternura, componentes que orean la violencia de su palabra con una hebra lírica que

subsiste, inclusive, cuando sus versos se convierten en himnos de protesta en lenguaje coloquial».

L

E

César Moro. Viñeta para una revista limeña, 13 x 12cm., Lima, 1922.