LIBROS & ARTES
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Palabras que son la for-
ma más ardiente e impreci-
sa de la vida
a identidad y la fuer-
za de un poema están
en la autoridad que trans-
mite. Empleo el término
en el sentido de legitimi-
dad y autosuficiencia de
una organización de pala-
bras para trascender la
materia lingüística y al-
canzar ese poder de per-
suasión que solo poseen
algunas obras y poemas.
Hay una primera autori-
dad que podríamos deno-
minar «emocional» y que
está vinculada al carácter
de necesidad del poema;
este surge como un orga-
nismo inevitable, dueño
de un hálito y una intensi-
dad que son percibidos y
aceptados por el lector: el
texto impone, por así de-
cirlo, su existencia. La se-
gunda tiene que ver con
el dominio del lenguaje y
se trata de una autoridad
formal; el poeta tiene la
capacidad de encauzar las
palabras para que estas no
traicionen el hálito que es
el centro del poema y está
más allá de los signos lin-
güísticos. Pocos autores
alcanzan esta síntesis y en
nuestra poesía podríamos
mencionar a dos poetas
que pertenecen a un mis-
mo dominio de afinidades.
Me refiero a José María
Eguren, el explorador de
un mundo fantasmagórico
y siniestro, y especialmen-
te a Emilio Adolfo Wes-
tphalen, que ha ofrecido
una de las obras más legí-
timas de la poesía perua-
na del siglo XX.
A diferencia de tantos
poetas que se prodigan y
recorren en su obra diver-
sos trayectos y experimen-
taciones, Emilio Adolfo
Westphalen aguardó el
don del llamado que recla-
ma un texto. A la poesía
no se la busca ni es el re-
sultado de un ejercicio
continuo; ella es, por el
contrario, la encarnación
de la autonomía del len-
guaje en un cuerpo dueño
de su autoridad, pero que
es al mismo tiempo frágil
y transitorio. Por eso Wes-
tphalen concibe a la escri-
tura como una vigilia en
«estado de disponibili-
dad» que aguarda el ins-
tante de su manifestación
inevitable. «Durante un
periodo breve de mi vida
ensayé con bastante cons-
tancia la experiencia poé-
tica», confesó en «Poetas
en Lima de los años trein-
ta»,
1
para añadir inmedia-
tamente que lo desconcer-
tante no es el silencio o la
renuncia a escribir, sino el
ceder a esa actividad. Esta
idea de la «disponibili-
dad» va unida a la acep-
tación de ese esquivo lla-
mado cuando él decide
acudir. «Escribir un poe-
ma es casi como tener un
sueño», aseveraba Wes-
tphalen en «Pecios de una
actividad incruenta», tex-
to leído en mayo de 1980,
en el Encuentro Interna-
cional de Escritores reali-
zado en México. El sueño
es una realidad psíquica
que existe fuera de nues-
tra decisión y control, él
irrumpe cuando se desva-
nece la vigilia y su natura-
leza es imprevisible e in-
controlable. El sueño, ade-
más, proviene de las zonas
nebulosas y desconocidas
que afloran para imponer
su propia lógica y organi-
zación. El poeta es enton-
ces, para Westphalen, un
intermediario que recoge
por un instante esa luz des-
conocida y casi inaborda-
ble y la vuelca en el texto
que produce. «Más le es
dado y más recibe el au-
tor de lo que él pone»,
añade en el mismo texto,
recalcando que la activi-
dad creativa es un víncu-
lo, un abrazo fugaz entre
las zonas inefables del in-
consciente y el espejismo
comunicativo del lengua-
je:
«Las palabras lo esco-
gen a uno para sus zaraban-
das (o autos de fe). En la
poesía –es sabido– el «mé-
dium» está sujeto a los dic-
tados de la Palabra. Aun
en la vida corriente –quién
no se ha sentido arrastra-
do a donde él mismo no
hubiera osado o no había
previsto? Nos extralimita-
ríamos empero si confun-
diéramos Poesía con Hado
–el Verbo entreoído (a
veces encarnado) con se-
mejanzas del destino».
Este poema de
Ha vuel-
to la diosa ambarina
revela
ese principio que ya hemos
mencionado. El poeta es
un «médium» y la escritu-
ra es el puente que vincu-
la las zonas oscuras de la
experiencia y la realidad
con la concreción que pro-
pone el lenguaje. La mis-
ma secuencia de las ma-
yúsculas para ciertos voca-
blos que anclan el texto
revela la personificación
de los conceptos nombra-
dos en entidades autóno-
mas y vivas que iluminan
un proceso. Es la
Palabra
que se basta a sí misma
para devenir en
Poesía
y
finalmente en
Destino.
Es-
cribir es así recibir el dic-
tado, merecerlo y encau-
zarlo aunque esta actuali-
zación sea fugaz; esta es la
razón por la que la crea-
ción poética recusa el
Hado
, es decir la dirección
de una existencia codifica-
da por la presencia perma-
nente de la poesía. Esta
solo adviene unas pocas
veces y cuando llega nada
tiene que ver con la con-
fesión o el itinerario per-
sonal. Esta cualidad desta-
ca en la obra de Westpha-
len y por eso es acertado
decir que su escritura es
probablemente una de las
más despersonalizadas de
nuestra tradición; esta sin-
gularidad es explicable
porque la creación no es
autoexpresión ni comuni-
cación, sino el don del len-
guaje conferido fugazmen-
te a un miembro de la es-
pecie humana.
En dos oportunidades
Westphalen actuó como
médium invadido por la
experiencia poética y so-
bre ellas han tejido los crí-
ticos múltiples suposicio-
nes. Como se ha repetido
tantas veces, en los prime-
ros años de la década del
treinta el poeta entregó
dos breves colecciones
que fueron suficientes para
otorgarle un lugar privile-
giado en la tradición poé-
tica peruana.
Las ínsulas
extrañas
(1933) y
Abolición
de la muerte
(1935) reco-
gen el acatamiento de esa
fuerza. «No percibo así
bien por qué de pronto fue
urgente en mi –de modo
impreciso pero imperati-
vo– la necesidad de unir
unas palabras para combi-
nar con ellas uno de esos
objetos que denominamos
poema», confiesa Wes-
tphalen en el texto leído
en el Encuentro Interna-
cional de Escritores que
venimos citando.
Este testimonio ratifica
el sentido autónomo de la
Poesía que dicta y mueve
a la mano que escribe. Esta
es una de las razones para
«LA FORMA MÁS
ARDIENTE
DE LA VIDA»
Carlos López Degregori
Emilio Adolfo Westphalen
L
1
Todas las citas de testimonios y
poemas las he tomado de Westphalen,
Emilio Adolfo.
Poesía completa y en-
sayos escogidos
. Lima: PUCP-Fon-
do Editorial, 2004.