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LIBROS & ARTES
Amaru
, está entre lo me-
jor que se ha publicado de
Martín Adán, fuera de
La
casa de cartón
. Yo creo
que ese «Aloysius Acker»
que se publicó en
Las mo-
radas
es verdaderamente
un poema muy bello. Pero
Moro estaba más cerca de
Westphalen.
WESTPHALEN,
CRÍTICO DE ARTE
¿Y qué opinión te mere-
ce Westphalen como crítico
de arte?
Es estupendo. Mira,
Westphalen es uno de esos
latinoamericanos especia-
les, de esos latinoamerica-
nos que felizmente hemos
producido bastante, pues
como no tenemos una cul-
tura propia, ni somos he-
rederos de la cultura occi-
dental, nos hemos intere-
sado por todas las cultu-
ras. Entonces, hay esos la-
tinoamericanos como Bor-
ges, como Octavio Paz,
como Alfonso Reyes; mu-
chos, y entre ellos Wes-
tphalen, que han leído to-
dos los libros, que se inte-
resaban en todo, se inte-
resaban en filosofía, en
ciencias, en poesía, en pin-
tura.
Ese fue el caso de Leza-
ma también, que como Wes-
tphalen fue director de im-
portantes revistas.
Claro, Lezama, sin
duda.
Con el título de «Poesía
quechua y pintura abstrac-
ta», Westphalen publicó un
ensayo sobre tu muestra ba-
sada en el poema quechua
anónimo Apu Inca Atawa-
llpaman (IAC, 1963). ¿Re-
veló ese estudio aspectos de
tu pintura que ignorabas, o
que no manejabas a nivel
consciente? ¿Fue esclarece-
dor para ti?
Sí, sí fue esclarecedor.
Y fue una sorpresa que se
interesara Emilio tan en
serio en mi pintura. Fue
para mí algo inolvidable,
porque te voy a decir que
el año 63 que hice esa ex-
posición yo todavía tenía
que hacer mil trabajos
para poder pintar, y en esa
exposición del
Apu Inca
Atawallpaman
fue la pri-
mera vez que vendí cua-
dros en Lima; fueron tre-
ce cuadros, y se vendie-
ron, creo, seis. Y ahí co-
mencé en realidad no solo
a vivir de la pintura sino a
descubrir mi camino. Para
mí fue una exposición im-
portante.
Tienes también una se-
rie de pinturas basadas en
Abolición de la muerte
.
¿Qué vasos comunicantes
tiendes entre tu obra y la
poesía de Westphalen?
¿Cómo interpretas en for-
mas y colores la catarata
de imágenes poéticas del li-
bro?
Nunca he tratado de
ilustrar. Se trata simple-
mente de un sentimiento
afín, los poemas de
Aboli-
ción de la muerte
me con-
mueven profundamente,
me sé muchos pedazos de
memoria. Y el espíritu con
el que han sido escritos
esos poemas es el espíritu
con el que yo concibo la
poesía y el amor.
Recuerdo haber visto ade-
más una edición de arte de
tiraje muy limitado, de agua-
fuertes inspirados en poemas
más recientes de Westpha-
len…
Ah, claro. Brighton
Press, una editorial de San
Diego, California, me dijo
que escogiera un poeta
peruano y cuatro poemas
suyos para hacer una pe-
queña edición bilingüe
con cuatro aguafuertes
míos. Y, entonces, claro,
escogí a Westphalen y
Emilio me dio cuatro poe-
mas que se llaman «Arti-
ficio para sobrevivir». Es
muy lindo porque… con
los años la poesía de Wes-
tphalen se fue volviendo
más y más erótica. Tiene
un poema en que una ami-
ga suya se transforma en
sueños en diversos instru-
mentos, y él le dice que la
prefiere como una viola da
gamba para tenerla entre
las piernas y apretarla. Es
una cosa impresionante…
Y todos los poemas que
escribió en Portugal son
muy eróticos.
REGRESO A
LAS MORADAS
Las moradas
fue la gran
revista de Emilio Adolfo
Westphalen. Según Luis
Loayza, permanece vigente
«como un libro que no se
agota con su publicación
sino que permite y reclama
nuevas lecturas, y muchos
años más tarde descubre aún
nuevos lectores…». Esto es
algo que hoy podemos com-
probar gracias a la excelente
edición facsimilar que ha rea-
lizado Ismael Pinto. Hábla-
nos de
Las moradas
.
Bueno,
Las moradas
es
una revista totalmente
hecha por Emilio Wes-
tphalen. Es decir que los
que figurábamos como sus
colaboradores no éramos
más que sus amanuenses.
Tú formaste parte del
comité de redacción de
Las
moradas
.
Claro, y también Blan-
ca Varela, que era mi pa-
reja en aquella época, y
sin embargo lo que hacía-
mos era ir a corregir las
pruebas.
¿Cómo se hacía Las mo-
radas?
Todo lo hacía Emilio,
todo, absolutamente todo,
no había nada que Emilio
consultara. Al doctor Po-
rras, que mandó un artícu-
lo para el tercer número, le
corrigió no sé qué cosas. Y
cuando Bendezú publicó
un grupo de poemas en
Las
moradas
se los corrigió ín-
tegros, todos. Le borró poe-
mas, le borró fragmentos.
Era implacable, y como era
tan severo todo el mundo
le tenía miedo.
Los ocho números de la
colección aparecieron entre
1947 y 1949. Sin embar-
go, Westphalen se trasladó
a los Estados Unidos en
1948. ¿Cómo se articuló el
trabajo de edición de esos
últimos números?
Yo creo que los dos úl-
timos números fueron uno
doble, y que él tenía todo
el material y lo dejó. No
recuerdo quién lo ayudó
acá, pero el hecho es que
no varió en absoluto la
dirección; nadie se atrevió
nunca a sugerirle un tex-
to. Tú podrás observar que
yo escribí un artículo (en
el número 4 si no me equi-
voco) sobre el pintor cu-
bano Mario Carreño y la
pintura latinoamericana, y
el me mandó un texto co-
rrigiéndome todo lo que
yo decía.
En el mismo número.
Sobre la expresión america-
na en arte…
En el mismo número,
sí. Muy simpático, ¿no?
Toda su vida lo fue. Una
vez le dije: «¿Por qué no
te vienes a almorzar? Va a
venir a almorzar Mario
Vargas Llosa, José Miguel
Oviedo, su mujer, y no sé
quién más». Y el me con-
testó: «A mí toda reunión
de más de cuatro personas
me es insoportable».
Entre 1964 y 1966
Westphalen dirigió siete nú-
meros de la
Revista Perua-
na de Cultura
, que editó la
antigua Casa de la Cultura
bajo la gestión de José Ma-
ría Arguedas. Es una bue-
na revista, sin embargo en
ella no aparece su nombre
como director. ¿A qué crees
que se deba esta omisión?
Yo creo que él no que-
ría aparecer como director
de una revista con la que
no estuviera totalmente
de acuerdo. Porque mu-
chos eran artículos que le
mandaban para que los
publicara, era una cosa
que dependía del Gobier-
no directamente. A mí en
esa época Arguedas me
nombró para hacer un en-
sayo de reformación del
Museo de Arqueología.
Me dijo que por qué no
empezaba por una sala de
la colección de oro del
Museo de Magdalena. Fui.
Yo era amigo del doctor
Muelle, el director del
museo, que era una perso-
na muy precisa. Entonces
me encontré con que ha-
bía un notario, y que de la
caja fuerte del museo sa-
caban una pieza y me la
enseñaban: «Plato de oro,
mide tanto por tanto», lo
pesaban, en una balanza
que tenían ahí prestada,
«lo tienen aquí ustedes,
pesa 120 gramos»… Y
había que hacer eso con
todas las piezas. A mí me
pareció una locura tener
que hacer una sala con
unas cosas que estaban en
la caja fuerte… Bueno,
mal que bien hice el pro-
yecto de reforma, pero re-
nuncié al mes al nombra-
miento porque había mu-
cho peso y la burocracia
nunca me ha gustado.
Incluso
Amaru
, que es
considerada una gran revis-
ta, no era del todo del agra-
do de Westphalen. Recuer-
do que alguna vez me lo dijo,
por ciertos condicionamien-
tos que recibía de la UNI;
que ni siquiera el nombre
había sido escogido por él.
No, no le gustaba el
nombre:
Amaru
. Serpiente
resplandeciente quiere de-
cir, ¿no? No le gustaba. San-
tiago Agurto era una per-
sona dada a tener concep-
tos muy precisos de lo que
quería. Pero fue una mara-
villosa revista, para ser una
revista de la Universidad de
Ingeniería, sobre todo.
Al llegar al final de
nuestra conversación Fer-
nando de Szyszlo nos ma-
nifiesta su complacencia
por el homenaje que se rin-
de a don Emilio Adolfo en
estas páginas. Fue justa-
mente el gestor involunta-
rio de esta iniciativa, al re-
cordar durante el homena-
je a José María Arguedas
en el Museo de la Nación
que estos dos grandes ami-
gos nacieron el mismo año.
Al respecto nos comenta
con entusiasmo que el Fon-
do de Cultura Económica
de México viene preparan-
do la publicación de la co-
rrespondencia entre Ar-
guedas y Westphalen.
“Al doctor Porras, que mandó un artículo para el tercer número,
le corrigió no sé qué cosas. Y cuando Bendezú publicó un grupo
de poemas en
Las moradas
se los corrigió íntegros, todos. Le
borró poemas, le borró fragmentos. Era implacable, y como era
tan severo todo el mundo le tenía miedo”.