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LIBROS & ARTES

Página 7

una inesperada alteración

de la realidad (el milagro)

(…) de una ampliación de

las escalas y categorías de

la realidad”. Para el narra-

dor cubano, la identifica-

ción y transmisión verbal

de la sensación de lo ma-

ravilloso presupone una fe.

Por su parte, desde sus pri-

meros libros, la obra ar-

guediana trasunta una fe

agónica, una convicción

indubitable en la perdura-

bilidad de las estructuras

de cognición, sociabilidad

y mitologías andinas. Esto

no quiere decir que Ar-

guedas fuera ciego a los

cambios y a los nuevos

productos híbridos de las

sociedades andinas, su no-

velística va incorporando

a los nuevos sujetos mes-

tizos culturalmente y arrai-

gados tanto en la tierra de

la tradición como en la

arena de la modernidad.

Sus impugnadores se equi-

vocan cuando lo quieren

presentar como un defen-

sor de formas puras arcai-

cas, sus novelas formalizan

la violencia y la creativi-

dad de la migración cul-

tural y los nuevos sende-

ros del mundo andino.

El excepcional primer

capítulo que abre

Todas

las sangres

contiene una

conjunción de sonidos y

colores que enmarcan sim-

bólicamente el inicio de

los trágicos acontecimien-

tos. El cerro tutelar, el

Apukintu, con flores en-

tre sus pedregales; las car-

gas de pólvora reventan-

do en las alturas como co-

lofón de la fiesta religiosa;

la flor de k’antu resplan-

deciente con el color y el

brillo de la sangre en la su-

perficie muerta de la tie-

rra en invierno; la evoca-

ción de la pureza de la nie-

ve del Q’oropuna; los can-

tos fúnebres quechuas:

todo confluye para crear

un tramado de símbolos y

correspondencias entre la

acción humana y el espa-

cio recreado de la natura-

leza y del pueblo de San

Pedro.

En toda la obra encon-

tramos la irrupción de su-

cesos extraordinarios y

maravillosos representa-

dos como cotidianos e in-

tegrados a la práctica so-

cial de los personajes. Por

ejemplo, la muerte del vie-

jo ebrio, hacendado prin-

cipal, que maldijo a sus

hijos desde lo alto de la

torre de la iglesia desenca-

dena una mezcla comple-

ja de rituales sociocultura-

les andinos y occidentales:

las autoridades de la co-

munidad lo despiden

como a indio notable con

plañideras y canciones

quechuas, un gorrión can-

ta para calentar el corazón

del muerto en su última

travesía, y el mayordomo

lava los pies del fallecido

para que pueda llegar a la

otra vida. Con un lengua-

je poético quechuizado, el

narrador celebra la rela-

ción del indio con su en-

torno natural que trascien-

de la razón instrumental y

la lógica cartesiana: “las

novias se convertían en

mujeres; gozaban el mun-

do; lo bebían, transmitien-

do a la tierra el fuego de

sus cuerpos tiernos”, “en

mi adentro habla claro la

cascada”, o esas piedras

quebradas por los rayos

que oyen y saben escuchar

“tranquilizando a todo co-

razón”.

Bruno, personaje atra-

vesado por conflictos cul-

turales, también acepta las

creencias mágicas andinas,

como los cerros que de

noche luchan y silban, las

lagunas llenas de toros de

oro y picaflores de cande-

la. Todo ese sustrato má-

gico no funciona como

mera decoración, sino

como elemento constitu-

tivo de la realidad que

perciben los personajes.

Sin embargo, el texto re-

presenta también cómo el

Mal busca aprovecharse

de esas creencias y degra-

dar sus historias, así Gre-

gorio no duda en inventar

que en la mina hay un

Amaru grande, un come-

indios que es el hijo del

cerro Apark’ora y que no

quiere que le saquen su

mineral. Con esta inven-

ción construida con ele-

mentos del pensamiento

mágico andino, él busca

contribuir con los intere-

ses del ingeniero Hernán

Cabrejos y del gran capi-

tal norteamericano que

este defiende.

Otra escena, central

por su complejidad semán-

tica y por su relevancia en

la configuración psíquica

del personaje Rendón

Willka, es el ingreso de

este a la escuela. El aula

de clases y la institución

escolar es un motivo recu-

rrente en la narrativa in-

digenista porque conden-

sa las formas de la violen-

cia institucionalizada, pero

también el afán de la mo-

dernización de los subalter-

nos. Los vecinos de San

Pedro se oponen a la crea-

ción de una escuela de in-

dios, el alcalde del pueblo

lo expresa con honesta

brutalidad: “En eso nos

diferenciamos de los in-

dios. Si aprenden a leer

¿qué no querrán hacer y

pedir esos animales?” (61).

Por ello, Rendón Willka es

un adolescente indio en

un colegio de niños, hijos

de los hacendados, quie-

nes lo ven con desconfian-

za y temor; además, sus

padres inoculan en ellos el

odio social contra el indio.

El punto más alto de la

tensión de ese episodio se

produce cuando un ado-

lescente de 14 años de

apellido Brañes “le sacó

del bolso el pizarrín; lo

arrojó al suelo y lo destro-

zó a pisotones”; el indio,

que se refugiaba en los re-

creos bajo la sombra de un

arbolito de lambras, rehú-

ye contestar la agresión.

Algunos niños le expresan

su solidaridad y uno de los

más pequeños es golpea-

do por el primer agresor,

allí sí reacciona el indio,

quien agarra a Brañes del

cuello, lo levanta en el aire

y lo arroja contra el poyo.

El castigo contra el indio

fueron quince azotes “bajo

la sombra del salón prin-

cipal de la escuela, delan-

te del maestro”, quien más

sufrió por el excesivo cas-

tigo fue el mozuelo agre-

sor, quien quedó “algo

extraviado” ante la vio-

lencia que contempló. Al

finalizar los azotes, el indio

se fue de la escuela, impa-

sible y sin mirar a nadie.

El narrador consigue

producir un efecto estéti-

“Desde sus primeros libros, la obra arguediana trasunta una fe agónica,

una convicción indubitable en la perdurabilidad de las estructuras de

cognición, sociabilidad y mitologías andinas. Esto no quiere decir que

Arguedas fuera ciego a los cambios y a los nuevos productos híbridos de

las sociedades andinas, su novelística va incorporando a los nuevos

sujetos mestizos culturalmente y arraigados tanto en la tierra de la

tradición como en la arena de la modernidad”.