LIBROS & ARTES
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eñalando un camino,
el anciano me dijo que
por ahí se subía al pueblo
de San Miguel. Agregó
que a los sanmiguelinos les
decían “los zorros de arri-
ba” y a su vez los de San
Miguel llamaban a los de
Obrajillo “los zorros de
abajo”. La central eléctri-
ca de Obrajillo, que sumi-
nistra electricidad a Can-
ta, había apagado los ge-
neradores y yo leía (y es-
cribía) a la luz de una lám-
para a kerosene. Aunque
muchos años atrás había
leído el libro de Arguedas,
quedé aun más estremeci-
do por la revelación. Dejé
de leer y me asomé a la
ventana del segundo piso
del hotel. Obrajillo estaba
a oscuras, no había luna,
no sé si habría estrellas,
pero reparé en el ladrido
y aullido de una jauría de
perros que recorría el pue-
blo, quizá tras de una hem-
bra en celo. Entonces otro
recuerdo asaltó mi mente.
Ciro Alegría, internado en
un hospital para tratarse
de una tuberculosis, escu-
chando en la profundidad
de la noche el ladrido de
los perros que lo transpor-
tó a los años de su niñez y
que lo incitó a escribir
Los
perros hambrientos.
Enten-
dí que el espíritu funda-
mentalmente solar de
Ciro, mi primer maestro,
acudía en mi auxilio para
enfrentarme al espíritu tor-
turado
de José María.
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Aprovechando una in-
acabable huelga universi-
taria en agosto de 1985 me
trasladé a Canta para de-
dicarme a tiempo comple-
to a mi novela
La violencia
del tiempo
, que crecía y cre-
cía, pero sin un eje que
impusiera un orden inter-
no a la proliferación de las
historias. Llevé unas pocas
novelas (
La guerra y la paz
y
Ulises
fueron mi lectura
permanente en esos días),
entre las que se encontra-
ba
Los zorros
, por lo demás
el único texto peruano
que me había propuesto
leer en mis horas de des-
canso.
¿Por qué había ele-
gido este “lisiado y des-
igual relato”, según lo lla-
mó Arguedas? Porque
creía que mi primera lec-
tura, urgido como estaba
por mis requerimientos de
profesor de literatura pe-
ruana en la Universidad
San Cristóbal de Huaman-
ga, había sido unilateral-
mente literaria. Además,
Obrajillo, el nombre toda-
vía resonaba en mi memo-
ria, estaba a unos pocos
kilómetros de Canta, y
pensé que el escenario
abriría otras connotacio-
nes a mi lectura. Y tam-
bién tendría resonancias
en ella (como lo tenía en
la novela que estaba escri-
biendo) el clima de gue-
rra que vivía el país, una
guerra en que los actos de
terror la caracterizaban
cruelmente. Como mu-
chos peruanos, yo me ha-
bía visto implicado en los
sucesos y hacía más de tres
años que un familiar muy
querido y cercano a mí
estaba preso en El Frontón
acusado de terrorismo. En
adelante procuraré aludir
a este clima de guerra solo
lo estrictamente necesa-
rio, pero añadiré que, se-
gún los vecinos, durante
las noches que pasé en
Obrajillo destacamentos
senderistas pasaban por las
alturas del pueblo y se te-
mía una incursión armada.
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Como dije, en mi pri-
mera lectura centré mi
atención en los aspectos
literarios de
Los zorros
. Por
cierto, había empezado
por subrayar el carácter
único del libro de Argue-
das. ¿Con qué otro libro
peruano se le podía com-
parar? Solo con otro libro
único de la cultura perua-
na:
Nueva crónica y buen
gobierno,
de Guamán Po-
ma de Ayala, tal vez con
El pez de oro,
de Gamaliel
Churata. Desde otra pers-
pectiva podría comparár-
sele con algunas novelas
de la nueva vanguardia
latinoamericana, como
Rayuela
, de Cortázar,
Tres
tristes tigres
, de Cabrera
Infante, y en cierta forma
con
Sobre héroes y tumbas
(en un artículo Ricardo
González Vigil menciona
también
La región más
transparente
, de Fuentes).
Esta relación puede pare-
cer inusitada, arbitraria,
casi forzada, pero no lo es
por las siguientes razones.
Rayuela
, como
Los zorros,
tiene dos niveles estructu-
rales, uno es la novela de
Horacio Oliveira con la
Maga y Talita, y el otro,
con un carácter metalite-
rario, lo conforman las re-
flexiones sobre la novela
y la escritura novelesca de
Morelli, un novelista ex-
perimental. En
Los zorros
estos dos niveles corres-
ponderían a los Diarios
en
que el autor reflexiona so-
bre la novela y al relato
ficcional que Arguedas
denominó “Hervores”.
González Vigil añade un
parentesco aun más osado,
los dos lados que dividen
Rayuela
–“el lado de aquí”
y “el lado de allá”–, ten-
drían su contrapartida en
los zorros míticos, uno cu-
yos dominios es la región
de arriba, el de las alturas
andinas, y el otro, el de las
LOS ZORROS
EN OBRAJILLO
Miguel Gutiérrez
Recuerdo la segunda lectura de
El zorro de arriba y el zorro de abajo
(en adelante
Los zorros)
porque la hice en el pueblo de Obrajillo, en el mismo cuarto de hotel en que José María Arguedas, según el
“Primer diario” de su novela, decidió ahorcarse. Recuerdo que al llegar a este pasaje: “Anoche resolví ahorcarme
en Obrajillo de Canta, o en San Miguel, en caso de no encontrar un revólver”, interrumpí mi lectura y miré mi
cuarto, mi catre casi en la penumbra. ¿Era verdad lo que me había dicho el anciano caballero
propietario del hotel, que en este cuarto José María pasó una temporada?
S
“¿Era verdad lo que me había dicho el anciano caballero propietario del hotel, que en este cuarto José María
pasó una temporada?”