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LIBROS & ARTES

Página 9

1

eñalando un camino,

el anciano me dijo que

por ahí se subía al pueblo

de San Miguel. Agregó

que a los sanmiguelinos les

decían “los zorros de arri-

ba” y a su vez los de San

Miguel llamaban a los de

Obrajillo “los zorros de

abajo”. La central eléctri-

ca de Obrajillo, que sumi-

nistra electricidad a Can-

ta, había apagado los ge-

neradores y yo leía (y es-

cribía) a la luz de una lám-

para a kerosene. Aunque

muchos años atrás había

leído el libro de Arguedas,

quedé aun más estremeci-

do por la revelación. Dejé

de leer y me asomé a la

ventana del segundo piso

del hotel. Obrajillo estaba

a oscuras, no había luna,

no sé si habría estrellas,

pero reparé en el ladrido

y aullido de una jauría de

perros que recorría el pue-

blo, quizá tras de una hem-

bra en celo. Entonces otro

recuerdo asaltó mi mente.

Ciro Alegría, internado en

un hospital para tratarse

de una tuberculosis, escu-

chando en la profundidad

de la noche el ladrido de

los perros que lo transpor-

tó a los años de su niñez y

que lo incitó a escribir

Los

perros hambrientos.

Enten-

dí que el espíritu funda-

mentalmente solar de

Ciro, mi primer maestro,

acudía en mi auxilio para

enfrentarme al espíritu tor-

turado

de José María.

2

Aprovechando una in-

acabable huelga universi-

taria en agosto de 1985 me

trasladé a Canta para de-

dicarme a tiempo comple-

to a mi novela

La violencia

del tiempo

, que crecía y cre-

cía, pero sin un eje que

impusiera un orden inter-

no a la proliferación de las

historias. Llevé unas pocas

novelas (

La guerra y la paz

y

Ulises

fueron mi lectura

permanente en esos días),

entre las que se encontra-

ba

Los zorros

, por lo demás

el único texto peruano

que me había propuesto

leer en mis horas de des-

canso.

¿Por qué había ele-

gido este “lisiado y des-

igual relato”, según lo lla-

mó Arguedas? Porque

creía que mi primera lec-

tura, urgido como estaba

por mis requerimientos de

profesor de literatura pe-

ruana en la Universidad

San Cristóbal de Huaman-

ga, había sido unilateral-

mente literaria. Además,

Obrajillo, el nombre toda-

vía resonaba en mi memo-

ria, estaba a unos pocos

kilómetros de Canta, y

pensé que el escenario

abriría otras connotacio-

nes a mi lectura. Y tam-

bién tendría resonancias

en ella (como lo tenía en

la novela que estaba escri-

biendo) el clima de gue-

rra que vivía el país, una

guerra en que los actos de

terror la caracterizaban

cruelmente. Como mu-

chos peruanos, yo me ha-

bía visto implicado en los

sucesos y hacía más de tres

años que un familiar muy

querido y cercano a mí

estaba preso en El Frontón

acusado de terrorismo. En

adelante procuraré aludir

a este clima de guerra solo

lo estrictamente necesa-

rio, pero añadiré que, se-

gún los vecinos, durante

las noches que pasé en

Obrajillo destacamentos

senderistas pasaban por las

alturas del pueblo y se te-

mía una incursión armada.

3

Como dije, en mi pri-

mera lectura centré mi

atención en los aspectos

literarios de

Los zorros

. Por

cierto, había empezado

por subrayar el carácter

único del libro de Argue-

das. ¿Con qué otro libro

peruano se le podía com-

parar? Solo con otro libro

único de la cultura perua-

na:

Nueva crónica y buen

gobierno,

de Guamán Po-

ma de Ayala, tal vez con

El pez de oro,

de Gamaliel

Churata. Desde otra pers-

pectiva podría comparár-

sele con algunas novelas

de la nueva vanguardia

latinoamericana, como

Rayuela

, de Cortázar,

Tres

tristes tigres

, de Cabrera

Infante, y en cierta forma

con

Sobre héroes y tumbas

(en un artículo Ricardo

González Vigil menciona

también

La región más

transparente

, de Fuentes).

Esta relación puede pare-

cer inusitada, arbitraria,

casi forzada, pero no lo es

por las siguientes razones.

Rayuela

, como

Los zorros,

tiene dos niveles estructu-

rales, uno es la novela de

Horacio Oliveira con la

Maga y Talita, y el otro,

con un carácter metalite-

rario, lo conforman las re-

flexiones sobre la novela

y la escritura novelesca de

Morelli, un novelista ex-

perimental. En

Los zorros

estos dos niveles corres-

ponderían a los Diarios

en

que el autor reflexiona so-

bre la novela y al relato

ficcional que Arguedas

denominó “Hervores”.

González Vigil añade un

parentesco aun más osado,

los dos lados que dividen

Rayuela

–“el lado de aquí”

y “el lado de allá”–, ten-

drían su contrapartida en

los zorros míticos, uno cu-

yos dominios es la región

de arriba, el de las alturas

andinas, y el otro, el de las

LOS ZORROS

EN OBRAJILLO

Miguel Gutiérrez

Recuerdo la segunda lectura de

El zorro de arriba y el zorro de abajo

(en adelante

Los zorros)

porque la hice en el pueblo de Obrajillo, en el mismo cuarto de hotel en que José María Arguedas, según el

“Primer diario” de su novela, decidió ahorcarse. Recuerdo que al llegar a este pasaje: “Anoche resolví ahorcarme

en Obrajillo de Canta, o en San Miguel, en caso de no encontrar un revólver”, interrumpí mi lectura y miré mi

cuarto, mi catre casi en la penumbra. ¿Era verdad lo que me había dicho el anciano caballero

propietario del hotel, que en este cuarto José María pasó una temporada?

S

“¿Era verdad lo que me había dicho el anciano caballero propietario del hotel, que en este cuarto José María

pasó una temporada?”