Previous Page  13 / 52 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 13 / 52 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 11

capaz de dialogar con los

perros, como un perro con

otros perros. Los lugareños

de Obrajillo me habían

dicho que a mediodía,

cuando el sol andino cal-

deaba las aguas, podía ba-

ñarme en el río, en las al-

bercas o piscinas naturales

que el Chillón conforma-

ba en los recodos de rocas.

Y allí iba a bañarme y na-

dar un poco acompañado

de Negro y el ejemplar de

Los zorros

, pero no leía los

trabajosos capítulos ficcio-

nales del libro, sino que

leía y, mejor aún, releía los

pasajes de los Diarios

que

más me habían conmovi-

do. Uno de esos días,

acompañado de Negro

subí al pueblo de San Mi-

guel. Después de nadar un

poco, había releído un

pasaje del Primer Diario

que a mí me conmovía

particularmente. Es un

pasaje (hermosísimo y de

una tristeza casi intolera-

ble) que mejor refleja la

lucha agónica de José Ma-

ría por vencer los llama-

dos de la muerte a través

de la escritura novelesca.

Seguido, repito, de Negro

yo iba como en busca de

los pasos perdidos del au-

tor que generosamente

había leído mis primeros

cuentos. Ansiaba descu-

brir en la vera del camino

esa flor de color amarillo

en forma de zapatito de

niño de pecho que crece

entre los muros de piedra

y es cortejada y asediada

por un moscón negro, el

huayronqo,

que hunde su

cuerpo y sus patas en el

abundante polvo amarillo

de la flor. Nos dice Argue-

das que a esta flor los lu-

gareños la llaman

ayaq sa-

patillan

, zapatito de muer-

to, y con su color amarillo

simboliza la muerte, el lla-

mado, los reclamos de la

muerte. En mi tierra tam-

bién las flores amarillas

simbolizan la muerte y yo

recuerdo que en mi prime-

ra infancia y en mi antiguo

barrio de gentes muy po-

bres, en los sepelios, junto

con otros niños de la cua-

dra, llevábamos ramos de

flores amarillas acompa-

ñando el féretro. Por fin,

entre las paredes de piedra

del cerro vi como una

eclosión de estos “zapati-

tos de muerto” y a varios

moscardones como blin-

dados de acero –el cuer-

po azuleaba de tan negro-

que se hundían en las co-

rolas de las flores para ba-

ñarse ávidamente de ese

polvo amarillo. ¿Qué ha

hecho, que situación ha-

bía determinado en la

mente y el corazón de Ar-

guedas evocar este duelo,

esta danza funeraria, entre

la flor amarilla y el

huay-

ronqo

? Al empezar esta se-

cuencia del Primer Diario,

José María dice que se

siente cercano a la muer-

te, justo cuando parecía

que el torrente de la vida

iba a rescatarlo y ganarlo.

En tono críptico, Argue-

das escribe: “Hice algo

contraindicado, contrain-

dicado por mí. Cada quien

toma veneno, a sabiendas,

de vez en cuando, y yo

siento los efectos en estos

instantes”. ¿Qué veneno

había ingerido José María?

¿Una relación sexual?

¿Una relación sexual pros-

tibularia? ¿O un acto mas-

turbatorio? Podemos ha-

cer muchas conjeturas,

pero lo cierto es que des-

pués de aquella ingesta ve-

nenosa el imperio de la

muerte de nuevo empezó

a reclamarlo. El polvo ce-

menterial de color amari-

llo ahora se ha instalado en

su cuerpo, en sus ojos, en

su mente. Le duele terri-

blemente la nuca, no pue-

de dormir, no puede con-

tinuar con el relato ficcio-

nal, y no le queda otra ta-

bla de salvación que el

Diario, que ahora le sirve

para polemizar con algu-

nos de los destacados na-

rradores latinoamericanos

del

boom

. Entre tanto ha-

bíamos llegado a San Mi-

guel, cuyas calles recorrió

Arguedas. Entré a la úni-

ca cantina del pueblo, que

estaba frente a un cuadri-

látero sembrado de molles

que era la plaza del pue-

blo. Entre los clientes ha-

bía un hombre todavía jo-

ven que tenía estudios

universitarios. Había leído

a Arguedas, había leído

Los zorros

cuando supo

que el escritor había ele-

gido su pueblo como lu-

gar para ahorcarse o pegar-

se un tiro. No me habló

propiamente del libro,

sino de las supuestas razo-

nes que lo llevaron al sui-

cidio, pero yo no arriesgué

ninguna hipótesis. Antes

de que empezara el atar-

decer, bajé de regreso a

Obrajillo acompañado de

Negro. Cuando avizora-

mos el pueblo le dije: “De

una cosa estoy seguro, vie-

jo. Que tú te habrías en-

tendido mejor con José

María que conmigo”.

7

Uno de los temas de los

Diarios que me produjo

alguna desazón es aquel en

que Arguedas se refiere al

boom

y vierte opiniones

sobre algunos de sus repre-

sentantes, como Carpen-

tier, Lezama Lima, Julio

Cortázar o Carlos Fuentes.

Asumiendo el tono del

inferior, del subalterno, del

pariente pobre provincia-

no, llama a Carpentier

“don Alejo” o “don Julio”

a Cortázar. El tono, por

supuesto, pretende ser iró-

nico, humorístico o irre-

verente, pero para mí tie-

nen un cierto regusto feu-

dal, como del indio o el

pongo cuando se dirige,

sombrero en mano, a los

mistis wiracochas. Pero

quizá nos encontramos

ante actitudes tradiciona-

les de la cultura andina,

como se puede notar en el

Inca Garcilaso con sus pro-

tocolos de falsa modestia

o las maneras ceremonio-

sas que emplea para diri-

girse a personajes que per-

tenecen a estratos sociales

superiores. Con todo, las

secuencias que le dedica

al tema revelan el impac-

to que recibió José María

ante la irrupción de los

nuevos novelistas latinoa-

mericanos, algunos de los

cuales eran mayores o

menores que él. Todos es-

tos escritores no sólo ha-

bían revolucionado la es-

critura novelesca en len-

gua española sino que de-

fendían y propugnaban la

profesionalización del ofi-

cio de novelista. José Ma-

ría, sin ser consciente, era

todavía un romántico en

cuanto a la condición de

escritor, según la cual se

escribe exclusivamente

por una necesidad interior

de dar un testimonio ver-

dadero acerca de la situa-

ción social de los hombres

en el mundo. También es-

critores como Carpentier,

Cortázar u Onetti sentían

el mandato interior, pero

asimismo tenían en cuen-

ta las demandas exterio-

res, como las demandas

del mercado, por ejemplo,

sin que esto desvirtuara el

imperativo creador que

los abrasaba. La verdad es

que Arguedas nunca llegó

a aceptar ciertas premisas

de la modernidad litera-

ria. La propuesta que hizo

Borges por la década de

1930 (y que aceptaban

Carpentier, Lezama, Cor-

tázar, sin duda el mismo

Rulfo) de que la literatura

es artificio y en este senti-

do una mentira, a José

María le resultaba aberran-

te, profanadora como lo

manifestó en su polémica

con Sebastián Salazar Bon-

dy en el Primer Encuentro

de Narradores realizado en

Arequipa en 1965. Esta

nueva realidad literaria,

más las opiniones críticas

que dieron en un conver-

satorio reconocidos cien-

tíficos sociales sobre

Todas

las sangres,

debieron su-

mirlo más en el pozo de la

depresión en que se en-

contraba. Sintió, como lo

Máximo Damián, otro de sus grandes amigos músicos.