

LIBROS & ARTES
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tima, “es hijo de la mise-
ria, de los barrios de Lima
que apestan como el Sex-
to”. Para él, son las condi-
ciones sociales las que ha-
cen posible estas atrocida-
des: “¿Crees que en un
país donde hay justicia, a
ese muchacho lo hubieran
entregado a Puñalada?” El
delincuente es culpable,
pero más lo es la sociedad,
parece sugerir Pedro. Y
aunque Gabriel tiende a
concordar con este razona-
miento, está convencido
de que el delincuente me-
rece la muerte: “Es como
aplastar un animal vene-
noso que se te acerca”
(188-189). Más adelante
“Puñalada” muere asesina-
do por otro recluso, un
episodio que subraya la vi-
sión de la cárcel como un
espacio donde la justicia
(si es que se le puede lla-
mar así a un ajuste de
cuentas contra alguien
que merecía la muerte)
solo puede ser ejercitada
por medio de la violencia.
Un día Cámac muere
en los brazos de Gabriel.
Este pierde no solo a su
compañero de celda y
confidente, sino también a
un hermano espiritual, al-
guien –en realidad, el úni-
co– con quien podía com-
partir las profundidades de
su dolor y la nostalgia por
su tierra y su cultura. En
una escena reveladora de
las radicales diferencias
entre Gabriel y los presos
políticos, aquel es acusa-
do por Pedro de haber
precipitado la muerte de
Cámac, al entonar con él
canciones serranas y per-
mitir que trabajara en la
fabricación de una guita-
rra: “No debí permitir que
se quedara contigo … Tú
eres un sentimental pe-
queño burgués y él era un
indio emotivo... Cantabas
música de serranos, y él se
decidió a fabricar una gui-
tarra y una mesa, cuando
ya no tenía pulmones”
(147). Gabriel replica:
“Usted no conocía a Cá-
mac ... En la soledad se
consumía. Yo le traje los
recuerdos de los pueblos
que amaba... Sus últimos
días fueron alegres, hasta
donde es posible en este
infierno” (148). La muer-
te de Cámac representa
para Gabriel un aliciente,
una fuente de esperanza y
fortaleza espiritual para so-
brevivir a la terrible expe-
riencia de la cárcel: “Sus
ojos cerrados, su cuerpo
inerte, me transmitían la
voluntad de luchar, de no
retroceder nunca” (145).
Pero, inevitablemente, esa
fortaleza se quiebra a ra-
tos, la desesperanza vuel-
ve, la voluntad de sobre-
vivir se resquebraja: “Her-
mano Cámac –se dice más
adelante Gabriel a sí mis-
mo, en voz alta, desespe-
ranzado– la noche no va a
terminar nunca” (177).
De lo que sí está seguro
Gabriel es que la muerte
de Cámac no significará
olvido ni separación: “Me
acompañará toda la vida”
(147).
La sordidez de la cár-
cel aparece descrita en
El
Sexto
con todo su sadismo,
brutalidad y deshumaniza-
ción. Hay dos factores a
tener en cuenta para en-
tender por qué Arguedas
quiso ofrecer una versión
literaria tan descarnada-
mente brutal del “infier-
no” de la cárcel. Por un
lado, la impresión perso-
nal que le causó ser testi-
go de tanta maldad huma-
na; por otro lado, la no-
ción de que la cárcel re-
presenta lo más decaden-
te de la sociedad criolla
limeña. “Esa maldad
nu’hay en los pueblos”, le
hace decir Arguedas al
Piurano, un preso provin-
ciano (p. 220). La barba-
rie, el primitivismo y la
degeneración, parece que-
rer demostrar Arguedas,
no son, como pretendían
los discursos racistas tan en
boga por entonces, carac-
terísticas de las sociedades
indígenas, sino más bien
resultado de ciertas es-
tructuras de poder –polí-
tico, institucional, cultu-
ral– de las cuales los indí-
genas (como los presos)
eran más bien sus víctimas.
Vargas Llosa ha subraya-
do el maniqueo contraste
que Arguedas parece tras-
mitir en
El Sexto
: los per-
sonajes viles de la cárcel
son costeños, mientras que
los “espíritus generosos y
nobles” del relato son
siempre serranos. La sordi-
dez de la cárcel es contras-
tada con las evocaciones
de Gabriel sobre los An-
des, la belleza de sus can-
ciones y el idealismo de sus
sentimientos (
La utopía
arcaica
, 215, 227).
Muchos años más tar-
de, en 1969, en una carta
a Hugo Blanco –quien
purgaba por entonces una
pena de prisión por su su-
puesta participación en la
muerte de un policía du-
rante las tomas de tierras
en Cusco– Arguedas escri-
be: “Ya no podrás olvidar-
me, aunque la muerte me
agarre, oye, hombre pe-
ruano, fuerte como nues-
tras montañas donde la
nieve no se derrite, a quien
la cárcel fortalece como a
piedra y como a paloma”.
Poco después Arguedas se
suicidó. ¿Se puede afirmar,
como sugiere Vargas Llo-
sa, que la experiencia de
la cárcel contribuyó a
acentuar la fragilidad emo-
cional del escritor? La cár-
cel fue un episodio más en
una vida llena de desafíos,
adversidades y experien-
cias dolorosas. Que Ar-
guedas, pese a todo, tu-
viera la fortaleza y la mo-
tivación para embarcarse
en una obra vasta, diversa
y fecunda, muestra que la
vida –y de algún modo
también la cárcel– lo for-
talecieron, “como a pie-
dra, y como a paloma”. La
experiencia de la prisión le
sirvió, además, para ima-
ginar un mundo mejor:
“Cuando hombres que
piensan como nosotros
tengan el poder –reflexio-
na Gabriel–, echaremos
podredumbre de siglos al
mar. El Perú brillará en el
mundo como una gran es-
trella. Su luz será la nues-
tra, la que hayamos en-
cendido nosotros” (134).
¿Utopía? ¿Mesianismo?
Probablemente sí, pero
en su formulación pode-
mos percibir la ardiente
voluntad de Arguedas de
acabar con la injusticia y
su fe en la posibilidad de
un mundo mejor para to-
dos.
18 de febrero de 2011
Universidad de Oregon
Tranvía en el Centro de Lima, durante los días de la prisión en
El Sexto
.
“Hay dos factores a tener en cuenta
para entender por qué Arguedas quiso ofrecer una versión
literaria tan descarnadamente brutal del ‘infierno’ de la cárcel.
Por un lado, la impresión personal que le causó ser testigo de tanta
maldad humana; por otro lado, la noción de que la cárcel
representa lo más decadente de la sociedad
criolla limeña”.