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LIBROS & ARTES

Página 39

tima, “es hijo de la mise-

ria, de los barrios de Lima

que apestan como el Sex-

to”. Para él, son las condi-

ciones sociales las que ha-

cen posible estas atrocida-

des: “¿Crees que en un

país donde hay justicia, a

ese muchacho lo hubieran

entregado a Puñalada?” El

delincuente es culpable,

pero más lo es la sociedad,

parece sugerir Pedro. Y

aunque Gabriel tiende a

concordar con este razona-

miento, está convencido

de que el delincuente me-

rece la muerte: “Es como

aplastar un animal vene-

noso que se te acerca”

(188-189). Más adelante

“Puñalada” muere asesina-

do por otro recluso, un

episodio que subraya la vi-

sión de la cárcel como un

espacio donde la justicia

(si es que se le puede lla-

mar así a un ajuste de

cuentas contra alguien

que merecía la muerte)

solo puede ser ejercitada

por medio de la violencia.

Un día Cámac muere

en los brazos de Gabriel.

Este pierde no solo a su

compañero de celda y

confidente, sino también a

un hermano espiritual, al-

guien –en realidad, el úni-

co– con quien podía com-

partir las profundidades de

su dolor y la nostalgia por

su tierra y su cultura. En

una escena reveladora de

las radicales diferencias

entre Gabriel y los presos

políticos, aquel es acusa-

do por Pedro de haber

precipitado la muerte de

Cámac, al entonar con él

canciones serranas y per-

mitir que trabajara en la

fabricación de una guita-

rra: “No debí permitir que

se quedara contigo … Tú

eres un sentimental pe-

queño burgués y él era un

indio emotivo... Cantabas

música de serranos, y él se

decidió a fabricar una gui-

tarra y una mesa, cuando

ya no tenía pulmones”

(147). Gabriel replica:

“Usted no conocía a Cá-

mac ... En la soledad se

consumía. Yo le traje los

recuerdos de los pueblos

que amaba... Sus últimos

días fueron alegres, hasta

donde es posible en este

infierno” (148). La muer-

te de Cámac representa

para Gabriel un aliciente,

una fuente de esperanza y

fortaleza espiritual para so-

brevivir a la terrible expe-

riencia de la cárcel: “Sus

ojos cerrados, su cuerpo

inerte, me transmitían la

voluntad de luchar, de no

retroceder nunca” (145).

Pero, inevitablemente, esa

fortaleza se quiebra a ra-

tos, la desesperanza vuel-

ve, la voluntad de sobre-

vivir se resquebraja: “Her-

mano Cámac –se dice más

adelante Gabriel a sí mis-

mo, en voz alta, desespe-

ranzado– la noche no va a

terminar nunca” (177).

De lo que sí está seguro

Gabriel es que la muerte

de Cámac no significará

olvido ni separación: “Me

acompañará toda la vida”

(147).

La sordidez de la cár-

cel aparece descrita en

El

Sexto

con todo su sadismo,

brutalidad y deshumaniza-

ción. Hay dos factores a

tener en cuenta para en-

tender por qué Arguedas

quiso ofrecer una versión

literaria tan descarnada-

mente brutal del “infier-

no” de la cárcel. Por un

lado, la impresión perso-

nal que le causó ser testi-

go de tanta maldad huma-

na; por otro lado, la no-

ción de que la cárcel re-

presenta lo más decaden-

te de la sociedad criolla

limeña. “Esa maldad

nu’hay en los pueblos”, le

hace decir Arguedas al

Piurano, un preso provin-

ciano (p. 220). La barba-

rie, el primitivismo y la

degeneración, parece que-

rer demostrar Arguedas,

no son, como pretendían

los discursos racistas tan en

boga por entonces, carac-

terísticas de las sociedades

indígenas, sino más bien

resultado de ciertas es-

tructuras de poder –polí-

tico, institucional, cultu-

ral– de las cuales los indí-

genas (como los presos)

eran más bien sus víctimas.

Vargas Llosa ha subraya-

do el maniqueo contraste

que Arguedas parece tras-

mitir en

El Sexto

: los per-

sonajes viles de la cárcel

son costeños, mientras que

los “espíritus generosos y

nobles” del relato son

siempre serranos. La sordi-

dez de la cárcel es contras-

tada con las evocaciones

de Gabriel sobre los An-

des, la belleza de sus can-

ciones y el idealismo de sus

sentimientos (

La utopía

arcaica

, 215, 227).

Muchos años más tar-

de, en 1969, en una carta

a Hugo Blanco –quien

purgaba por entonces una

pena de prisión por su su-

puesta participación en la

muerte de un policía du-

rante las tomas de tierras

en Cusco– Arguedas escri-

be: “Ya no podrás olvidar-

me, aunque la muerte me

agarre, oye, hombre pe-

ruano, fuerte como nues-

tras montañas donde la

nieve no se derrite, a quien

la cárcel fortalece como a

piedra y como a paloma”.

Poco después Arguedas se

suicidó. ¿Se puede afirmar,

como sugiere Vargas Llo-

sa, que la experiencia de

la cárcel contribuyó a

acentuar la fragilidad emo-

cional del escritor? La cár-

cel fue un episodio más en

una vida llena de desafíos,

adversidades y experien-

cias dolorosas. Que Ar-

guedas, pese a todo, tu-

viera la fortaleza y la mo-

tivación para embarcarse

en una obra vasta, diversa

y fecunda, muestra que la

vida –y de algún modo

también la cárcel– lo for-

talecieron, “como a pie-

dra, y como a paloma”. La

experiencia de la prisión le

sirvió, además, para ima-

ginar un mundo mejor:

“Cuando hombres que

piensan como nosotros

tengan el poder –reflexio-

na Gabriel–, echaremos

podredumbre de siglos al

mar. El Perú brillará en el

mundo como una gran es-

trella. Su luz será la nues-

tra, la que hayamos en-

cendido nosotros” (134).

¿Utopía? ¿Mesianismo?

Probablemente sí, pero

en su formulación pode-

mos percibir la ardiente

voluntad de Arguedas de

acabar con la injusticia y

su fe en la posibilidad de

un mundo mejor para to-

dos.

18 de febrero de 2011

Universidad de Oregon

Tranvía en el Centro de Lima, durante los días de la prisión en

El Sexto

.

“Hay dos factores a tener en cuenta

para entender por qué Arguedas quiso ofrecer una versión

literaria tan descarnadamente brutal del ‘infierno’ de la cárcel.

Por un lado, la impresión personal que le causó ser testigo de tanta

maldad humana; por otro lado, la noción de que la cárcel

representa lo más decadente de la sociedad

criolla limeña”.