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Página 38

LIBROS & ARTES

movimiento de gente, di-

nero, mercancías y servi-

cios en el interior de

El

Sexto

, y con los abusos

cometidos por unos presos

contra otros. Cámac es un

hombre sensible, que sen-

tía en carne propia el su-

frimiento de los demás:

“¡Me duele el pecho!”,

exclama, mientras es tes-

tigo de los abusos cometi-

dos contra algunos reclu-

sos (51). Cámac concibe

la cárcel como una conti-

nuación o un espejo de lo

que sucede afuera: “¿Dón-

de está la diferencia entre

el negocio de esos, de

afuera, y de estos, aquí

adentro?”, exclama, refi-

riéndose a los traficantes

de miseria de la prisión y

a los explotadores capita-

listas, ejemplificados en

“los gringos que se apro-

vechan, [y que] nos con-

vierten en perros” (52).

Gabriel admira a Cámac

por “la claridad de sus re-

flexiones y la belleza de su

lenguaje” (38), y descubre

poco a poco en él una es-

pecie de alma gemela y

apoyo espiritual: “Cámac,

hermanito –le dije– sé

ahora que podré aguantar

la prisión” (53).

Aunque Cámac es co-

munista, su sensibilidad

genera conflictos con los

dirigentes de ese partido

en la prisión, especialmen-

te Pedro, quien le repro-

cha que “hemos venido

aquí, no a llorar sino a

pensar” (55). También

Gabriel es víctima de la

incomprensión de Pedro,

a quien acusa de ser “un

pequeño burgués senti-

mental” (94) y de tener

“la enfermedad de los so-

ñadores” (137). Gabriel,

por otro lado, sufre los in-

sultos de los militantes

apristas, quienes mezcla-

ban un racismo antiindíge-

na (“serrano e’mierda”)

con acusaciones políticas

(“lambe culo de los comu-

nistas”, “traidor, vende

patria”). “¡Qué sabe usted

de política! Bien veo que

es usted un pobre estu-

diante, un comunistoide”,

le enrostra a Gabriel un

aprista (101).

Para enfrentar a ese

“coro de insultos” Gabriel

se transporta imaginaria-

mente a uno de los días

más felices de su infancia,

aquel en que pudo ver “la

marcha de los cóndores

cautivos” en su pueblo de

origen. La oposición no

puede ser más radical y

transparente: el sufrimien-

to de la cárcel es contras-

tado con la felicidad y pu-

reza de sentimientos de la

niñez en los Andes. “¿No

te has sentido –le pregun-

ta a Cámac– superior al

mundo entero al ver en la

plaza de tu pueblo la

chon-

guinada

, las

pallas

, o el

sa-

chadaza

? ¿Qué sol es tan

grande como el que hace

lucir en los Andes los tra-

jes que el indio ha creado

desde la conquista?” (115-

116). A diferencia de los

hombres andinos, sin em-

bargo, los “señores” y los

“místeres” no tienen de

qué sentirse orgullosos:

“Sus mujeres tienden a la

desnudez, casi todos los

hombres a los placeres as-

querosos y a amontonar

dinero a cambio de más

infierno para los que tra-

bajan, especialmente para

los indios” (116).

Las pugnas entre apris-

tas y comunistas son un

tema recurrente en la no-

vela. “No hemos de pe-

learnos como los delin-

cuentes”, reclama Pedro,

tratando de limar aspere-

zas entre ellos al tiempo

que subraya la distancia

entre los presos políticos y

los comunes (70). Gabriel,

sin embargo, se siente dis-

tinto tanto de los apristas

como de los comunistas, y

es visto como un “soña-

dor” que jamás entenderá

la política, pues estima “a

las personas, no los prin-

cipios”, una interpretación

que, reveladoramente,

Gabriel no rechaza. Suce-

de que si bien Gabriel

comparte con apristas y

comunistas su rechazo a la

dictadura y su ambición de

construir un mundo más

justo, no se ve adecuada-

mente representado en la

ideología y la praxis de

dichos partidos. Su sensi-

bilidad humanista, y espe-

cialmente su nostalgia y

cariño por la cultura an-

dina (lo que Vargas Llosa

llama con cierto desdén

“nacionalismo andinista”)

no encajan con la dureza

y hasta cinismo de la mili-

tancia tal como la practi-

caban apristas y comunis-

tas.

La novela constituye

también una denuncia de

la barbarie de la cárcel y

la complicidad de las au-

toridades en las atrocida-

des cometidas contra los

detenidos. Cuando una

delegación de presos acu-

de a quejarse con el comi-

sario, este los recibe con

brutal franqueza: “¿Qué

creen ustedes que es la pri-

sión? ¿Un lugar de recreo?

Aquí han venido ustedes

a padecer, a estar jodidos,

no a engordar y gozar”.

Cuando ellos le reprochan

que permita que un asesi-

no maneje un negocio de

prostitución dentro de la

prisión (“nos da asco”, le

dicen), el comisario repli-

ca: “¡Asco! Nosotros tene-

mos asco de ustedes, trai-

dores de la patria” (131).

Uno de los presos se atre-

vió a decir que no había

diferencia entre el comisa-

rio y el delincuente cono-

cido como “Puñalada”, a

lo que Gabriel acotó: “El

ejercicio de la maldad es

un abismo sin fondo”

(132). Las represalias no

se hicieron esperar: pata-

dones, escupitajos, maltra-

tos. Los presos a duras pe-

nas podían contener su

indignación. Más tarde,

cuando a la muerte de

Cámac se produce una in-

tensa confrontación entre

los presos y las autorida-

des, Pedro lanza un agre-

sivo discurso de denuncia:

“Que las cárceles estén lle-

nas de luchadores no es

una prueba de que la tira-

nía sea fuerte. Es una con-

fesión de su debilidad; des-

cansa únicamente en el

poder de las armas en con-

tra de la voluntad de todo

el país. A nosotros no nos

amedrentan las balas”

(156).

Pero Gabriel dirige

también su rabia contra

los delincuentes comunes.

“Puñalada” debe morir,

piensa, por haber violado

cruelmente a un preso se-

rrano adolescente, casi un

niño. Pedro le explica que

el delincuente también es

de alguna manera una víc-

Años treinta. Teatro Colón, frente a la plaza San Martín en Lima.

“La novela constituye también una denuncia de la barbarie

de la cárcel y la complicidad de las autoridades en las atrocidades

cometidas contra los detenidos. Cuando una delegación de presos

acude a quejarse con el comisario, este los recibe con brutal

franqueza: ‘¿Qué creen ustedes que es la prisión? ¿Un lugar de

recreo? Aquí han venido ustedes a padecer, a estar

jodidos, no a engordar y gozar’”.