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Página 32

LIBROS & ARTES

ara elucidarlo, con-

viene centrarse en los

modos en que Vargas Llo-

sa, a través de la crítica y

la ficción, se involucra con

la obra, la poética y la bio-

grafía de José María Ar-

guedas. El escenario más

evidente de ese diálogo es

La utopía arcaica. José Ma-

ría Arguedas y las ficciones

del indigenismo

(1996),

pero otro sitio de encuen-

tro es

Lituma en los Andes

(1993), que es la primera

entre las novelas de Var-

gas Llosa que tiene su tea-

tro en el ámbito cultural y

físico donde se sitúa la

mayoría de los textos de

Arguedas. Textos de reco-

nocimiento, en los dos sen-

tidos de la palabra,

La uto-

pía arcaica

y

Lituma en los

Andes

son incursiones en

el territorio de Arguedas:

es decir, en el interior bi-

lingüe y rural, indígena y

mestizo, tradicional y su-

bordinado al centralismo

limeño, pero también y

sobre todo en una escritu-

ra

otra,

transculturada y

sensible tanto a las escisio-

nes históricas del país

como a los desgarramien-

tos de la subjetividad.

Señala Vargas Llosa,

en el prólogo de

La utopía

arcaica

: “Entre mis autores

favoritos, esos que uno re-

lee y llegan a constituir su

familia espiritual, casi no

figuran peruanos, ni si-

quiera los más grandes,

como el Inca Garcilaso de

la Vega o el poeta César

Vallejo. Con una excep-

ción: José María Argue-

das. Entre los escritores

nacidos en el Perú es el

único con el que he llega-

do a tener una relación

entrañable, como la ten-

go con Flaubert o Faulk-

ner o la tuve de joven con

Sartre” (9). En el círculo

más íntimo de los afectos

literarios, Vargas Llosa

coloca a Arguedas junto a

Flaubert, Faulkner y Sar-

tre, pero se apresura a

aclarar que no cree que

“Arguedas fuera tan im-

portante como ellos, sino

un buen escritor que escri-

bió por lo menos una her-

mosa novela,

Los ríos pro-

fundos

, y cuyas otras obras,

aunque éxitos parciales o

fracasos, son siempre inte-

resantes y a veces turba-

doras” (9).

La utopía arcaica

, aun-

que se consagra a indagar

en la historia y los textos

de un autor, no se sitúa en

el mismo plano que

La or-

gía perpetua

, el libro en el

que Vargas Llosa examina

con detallado fervor

Ma-

dame Bovary

, de Flaubert,

a la que juzga –por su

construcción y su lengua-

je– la primera novela mo-

derna. A propósito de

William Faulkner, Vargas

Llosa ha confesado que fue

el primer escritor cuyas

obras leyó con aplicación

de discípulo: “Recuerdo el

deslumbramiento que fue

leer –lápiz y papel a la

mano–

Luz de agosto

,

Las

palmeras salvajes

,

Mientras

agonizo

,

El sonido y la fu-

ria

, etc., y aprender en esas

páginas la infinita comple-

jidad de matices y resonan-

cias y la riqueza textual y

conceptual que podía te-

ner la novela. También,

que contar bien exigía una

técnica de prestidigitador”

(

Contra viento y marea III

,

241). Sartre –que a su vez

admiró a Faulkner y apro-

vechó pródigamente sus

lecciones en, por ejemplo,

La náusea

– ejerció sobre

Vargas Llosa un influjo

ideológico que, aunque

habría de extinguirse en la

década de 1970, fue viru-

lento durante la juventud

del autor. No en vano, en

la Lima de los años 50

Abelardo Oquendo y Luis

Loayza lo llamaban “el sar-

trecillo valiente”, como

recuerda él mismo en la

dedicatoria de

Conversa-

ción en La Catedral

. Flau-

bert, Faulkner y Sartre fue-

ron presencias ejemplares

y tutelares en la formación

literaria e intelectual de

Vargas Llosa: la admira-

ción se traduce en una for-

ma de la filiación, de

modo que no es excesivo

–aunque sea impreciso–

decir que la ética del tra-

bajo artístico de Vargas

Llosa es flaubertiana, que

los montajes espacio-tem-

porales y la concepción

del monólogo interior en

La ciudad y los perros

y

La

casa verde

son de estirpe

faulkneriana, y que un sar-

treano evidente fue quien

en 1967 pronunció en

Caracas, al recibir el pre-

mio Rómulo Gallegos, el

discurso “La literatura es

fuego”.

Otra es la clave del

vínculo con Arguedas,

como lo demuestra que

no haya en la trayectoria

de Vargas Llosa ninguna

etapa arguediana. La rela-

ción, a diferencia de lo que

sucedió con los otros au-

tores, pasa por el trato per-

sonal. Por eso, importa

volver a la escena del pri-

mer encuentro entre los

dos escritores: “

La utopía

arcaica

corona un interés

por Arguedas que empe-

zó en los años cincuenta,

cuando José María era ya

un escritor consagrado y

yo un estudiante lleno de

sueños literarios. En 1955

lo entrevisté para un pe-

riódico y su atormentada

personalidad y su limpie-

za moral me sedujeron, de

modo que empecé a leer-

lo con una curiosidad y un

afecto que se han mante-

nido intactos hasta ahora,

aunque mi valoración de

sus libros haya cambiado

con los años” (10). Puede

uno observar que en la

crónica de la relación se

desliza algo que podría

leerse como un sutil ana-

cronismo, pues de

Los ríos

profundos

se conocía sola-

mente un capítulo publi-

cado por Emilio Adolfo

Westphalen en un núme-

ro de

Las moradas

. A me-

diados de la década del

50, el panorama de la na-

rrativa peruana era más

bien desolado, lo cual ha-

bría de cambiar en el

transcurso de pocos años

por obra de, entre otros,

los propios Vargas Llosa y

Arguedas, además de los

narradores –Julio Ramón

Ribeyro, sin duda, el de

mayor importancia y

aliento– de la llamada Ge-

neración del 50. A di-

ferencia de Ciro Alegría,

que aun antes de la publi-

cación de

El mundo es an-

cho y ajeno

en 1941 era un

escritor vastamente difun-

VARGAS LLOSA Y

LOS ENCUENTROS CON ARGUEDAS

En el canon de la prosa peruana moderna, Mario Vargas Llosa y José María Arguedas

son sin duda los dos autores principales. Con frecuencia, la disputa –latente o abierta– por la hegemonía

en el campo de las letras peruanas ha hecho que la relación entre las obras y las personas de ambos se figure

en términos de confrontación, como si la importancia de Vargas Llosa y Arguedas invitara

al antagonismo y el duelo. El vínculo, sin embargo, es de otra índole.

Peter Elmore

P

José María Arguedas con su esposa Sibila Arredondo.