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LIBROS & ARTES

Página 31

una diferencia significati-

va entre la fe en la razón,

que respeta la unidad hu-

mana, y la fe en las facul-

tades místicas de la huma-

nidad, que divide a los

hombres en amigos y ene-

migos, en amos y esclavos.

El argumento supone que

la racionalidad va de la

mano con el individualis-

mo. En este caso, Estados

Unidos sería el lugar más

racional del mundo. Sin

embargo, es también uno

de los más supersticiosos:

miles están esperando ser

raptados de la tierra y

transportados al planeta

“Rapture” y miles más

aceptan las ideas deliran-

tes de Ayn Rand sobre lo

saludable del capitalismo,

mientras otros miles recha-

zan la razón científica y no

aceptan el cambio de cli-

ma global como prueba

del deterioro del medio

ambiente.

La idea de que los in-

dígenas son ajenos a la

modernidad o, como escri-

be Juan Carlos Ubilluz,

son apartados del resto de

la población peruana por

un cerco es, sin duda, el

sentido común que mucha

gente acepta sin cuestio-

nar. Da lugar a soluciones

drásticas como, por ejem-

plo, la etnofagia, que en

palabras de Díaz Polanco

“depende de los efectos

asimilantes de las fuerzas

múltiples que la cultura

nacional dominante pone

en juego”. En el capítulo

final de

La utopía arcaica

Vargas Llosa no puede

ocultar su triunfo al cons-

tatar que

El zorro de arriba

y el zorro de abajo

es la

prueba contundente del

fin de la cultura andina tra-

dicional. Para “el Argue-

das aferrado a la ‘utopía

arcaica’” “no había escapa-

toria: la justicia significa-

ba modernización, y esta,

hispanización y occidenta-

lización del indio, aun

cuando este proceso se hi-

ciera mediante el socialis-

mo. Este dilema no pudo

resolverlo porque no tenía

solución. Arguedas no

aceptó nunca en su fuero

interno que el precio del

progreso fuera la muerte

de lo indio, la sustitución

de su sociedad rural y ar-

caica, transida de tradicio-

nes quechuas, por una so-

ciedad industrial y urbana

occidentalizada” (306-7).

Cito este pasaje ente-

ro porque demuestra que

para Vargas Llosa solo hay

un modelo de moderniza-

ción, la de la “hispaniza-

ción y occidentalización”.

Seducido en ese momen-

to por “el otro sendero” de

Hernando de Soto, cele-

bra la victoria de la eco-

nomía informal y “ese nue-

vo Perú” que “hierve de

vitalidad” gracias a la

transformación mágica

que ocurre cuando se tras-

lada la población andina

a la ciudad. Aunque más

tarde se enfriará su entu-

siasmo por de Soto, en ese

momento acepta su tesis

de que los migrantes a la

ciudad anuncian la muer-

te de la sociedad andina

tradicional, sea bajo una

dictadura o en una demo-

cracia. “Aunque las opi-

niones varíen sobre mu-

chas otras cosas ... los pe-

ruanos de todas las razas,

lenguas, condiciones eco-

nómicas y filiaciones polí-

ticas están de acuerdo en

que el Perú en gestación

no será ni deberá ser el

Tahuantinsuyo redivivo,

ni una sociedad colectivis-

ta de signo étnico, ni un

país reñido con los valo-

res ‘burgueses’ del comer-

cio y la producción de la

riqueza en búsqueda de un

beneficio, ni cerrado al

mundo del intercambio en

defensa de su inmutable

identidad” (335). Al igual

que Popper, Vargas Llosa

concibe solamente dos

formas de sociedad, o co-

lectivista o “burguesa”

(esta última siendo, hoy

en día, tan arcaica como

lo incaico). Al final de las

336 páginas dedicadas a

combatir las ilusiones de

Arguedas, termina por re-

conocer que el régimen de

Fujimori es la expresión

política de ese país infor-

malizado, “de cultura chi-

cha”, que ha acabado con

el sueño de un “Tahuanti-

suyo redivino”. “Ni indio

ni blanco, ni indigenista ni

hispanista, el Perú que va

apareciendo con visos de

durar es todavía una in-

cógnita de la que sólo po-

demos asegurar, con abso-

luta certeza, que no co-

rresponderá para nada con

las imágenes con que fue

descrito –con que fue fa-

bulado– en las obras de

José María Arguedas”.

Esta es una conclusión

curiosa. No creo que el

valor de la obra literaria de

Arguedas para gran parte

de los lectores tenga que

ver con el mito del Inka-

rri, sino con el lenguaje li-

terario que introduce en el

español los ritmos y suti-

lezas del idioma quechua

y su capacidad para evo-

car algo que sobrepasa la

división entre el hombre y

la naturaleza. Pienso, por

ejemplo en el baile de

La

agonía de Rasu-Ñiti

, en el

momento que el ritmo es

el de yawar mayu, “de los

ríos inmensos, cargados

con las primeras lluvias”.

La industria del libro

cada vez más centrada en

España prefiere un lengua-

je neutral, traducible, ven-

dible en el mercado inter-

nacional. Arguedas seguía

otro camino, que Antonio

Cornejo Polar y muchos

otros han trazado, el cami-

no de la poesía y el len-

guaje poético que aumen-

ta nuestra sensibilidad ha-

cia otras maneras de vivir

en el mundo y que no está

limitada al llamado senti-

do común que Vargas Llo-

sa juzga racional. Argue-

das fue un pionero que

anunciaba los lenguajes

poéticos de ahora. Es una

lástima que no lograra co-

nocer la poesía contempo-

ránea en lenguas indígenas

–la poesía escrita en ma-

pudungun en Chile, en el

maya de Yucatan y el

mam de Guatemala.

Han pasado quince

años desde la publicación

de

La utopía arcaica

y en

estos años muchas cosas

han cambiado, incluyendo

las opiniones de Vargas

Llosa. En el discurso de

Estocolmo confiesa su or-

gullo al “sentirme herede-

ro de las culturas prehis-

pánicas que fabricaron los

tejidos y mantos de plu-

mas de Nazca y Paracas y

los cerámicos mochicas o

incas que se exhiben en los

mejores museos del mun-

do, de los constructores de

Machu Picchu, el Gran

Chimú, Chan Chan, etc.”.

Reconoce la crueldad de

la conquista y la larga his-

toria de explotación que

ha sufrido el pueblo indí-

gena, cuya emancipación

“es una responsabilidad

exclusivamente nuestra y

la hemos incumplido”.

Celebro esta concesión

tardía y sobre todo que

ahora emplea la palabra

“indígena” para reconocer

a un grupo cuya desapari-

ción había celebrado pre-

maturamente en

La utopía

arcaica

.

27 de febrero de 2011

Universidad de Columbia

“Han pasado quince años desde la publicación de

La utopía arcaica

y en estos años muchas cosas han cambiado, incluyendo las opiniones de

Vargas Llosa. En el discurso de Estocolmo confiesa su orgullo al ‘sentirme

heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos

de plumas de Nazca y Paracas y los cerámicos mochicas o incas que se

exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de

Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, etc.’”

Un domingo en Abancay: la alegría del pueblo.

Fotografía: Juan Mendoza.