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LIBROS & ARTES
últimas cartas escritas por
Arguedas a Hugo Blanco,
Vargas Llosa lo represen-
ta como alguien equivo-
cado, que cree en la efica-
cia de la literatura com-
prometida y que atrae a
“agitadores, reformadores,
publicistas, moralistas”.
No se incluye a sí mismo
entre este grupo, aunque
no tiene pelos en la len-
gua cuando se trata de
despotricar contra el na-
cionalismo o en apoyo al
neoliberalismo, y no titu-
bea en emplear la novela
Lituma en los Andes
para
denunciar a los que juzga
“ajenos a la modernidad”.
A pesar de la intención
polémica, sin embargo,
La
utopía arcaica
es un libro
basado en una investiga-
ción cuidadosa de las
fuentes biográficas y una
lectura igualmente cuida-
dosa de los cuentos y no-
velas. No es únicamente
una refutación sino un li-
bro elocuente aunque,
como su libro sobre Gar-
cía Márquez (
Historia de un
deicidio)
confirma su posi-
ción de juez y árbitro de
la calidad literaria.
Sin embargo, desde las
primeras páginas se nota la
determinación de descali-
ficar gran parte de la obra
creativa de Arguedas por
considerarla “comprome-
tida”. “Esta idea de la lite-
ratura, que Arguedas hizo
suya hasta el sacrificio de
su talento, excluía que ser
un escritor significará pri-
mera, o únicamente, asu-
mir una responsabilidad
personal: la de una obra
que, si es artísticamente
valiosa, enriquece la len-
gua y la cultura del país
donde ha nacido” (17).
Añade que en sus últimas
cartas, Arguedas “trató de
actuar en sintonía con esa
concepción que hace del
escritor un ideólogo, un
documentalista y un críti-
co social al mismo tiempo
que un artista”. Examine-
mos las implicaciones de
estas sentencias que anti-
cipan el argumento del li-
bro entero y según las cua-
les Arguedas era un fraca-
sado por haber subordina-
do lo literario a lo ideoló-
gico. Emitido por el autor
de
Lituma en los Andes
,
cuya tesis repetidamente
enfatizada es que la cultu-
ra andina además de pri-
mitiva es peligrosa, de-
muestra una extraña ce-
guera, como si él también
no fuera comprometido o
como si el compromiso
fuera solo una práctica de
la izquierda. Lo que le pa-
rece ideología cuando se
trata de opiniones con las
cuales discrepa, es sentido
común cuando coincide
con sus prejuicios.
El libro crea el retrato
de un escritor equivocado
y resentido por el maltra-
to, apegado al mito del
Inkarri, “ese dios mutila-
do que se reconstruía en
su refugio subterráneo era
un emblema del anhelo de
resurrección de aquella
utopía arcaica a la que fue
siempre instintivamente
fiel, aun cuando su razón
y su inteligencia le dijeran
que la modernización de la
región andina era inevita-
ble e indispensable” (163).
Vargas Llosa es demasia-
do inteligente para no sa-
ber que aquí está inven-
tando lo que en inglés se
llama “a straw man” (un
hombre de paja), un opo-
sitor inventado fácil de
derrotar, para mejor justi-
ficar su tesis de que la bue-
na literatura se aparta de
lo vivido para expresar
“aquel sueño, mito, fanta-
sía o fábula que su poder
de persuasión y su mágica
verbal hacen pasar por
realidad”. Si la literatura es
mentira, y el autor un dei-
cida, ¿por qué no acepta
que el mito de Inkarri po-
día servir a Arguedas de
fábula, que la utopia lejos
de ser arcaica es la forma
en que el pasado, al modo
benjaminiano, puede irrum-
pir en el presente? El pro-
blema para Vargas Llosa es
que Arguedas no represen-
taba el mito de la moder-
nización, o sea la versión
de la modernización “in-
evitable e indispensable”
predicada por el neolibe-
ralismo. El final del libro
celebra el triunfo de esta
modernidad neoliberal y el
fin de la historia, mitos que
ahora están cada vez más
desacreditados. En cam-
bio, Arguedas se oponía a
la “modernización inevi-
table e indispensable” no
por nostalgia, sino por ha-
ber conocido la moderni-
zación caótica de un capi-
talismo sin freno.
Lo que subyace a la
crítica de Vargas Llosa es
un mito de progreso que
informa tanto la literatura
como la política. Su pre-
paración como crítico li-
terario e investigador le
sirve para armar un libro
sobre la base de la investi-
gación de fuentes biográ-
ficas, de movimientos lite-
rarios y tendencias cultu-
rales cuyas referencias son
sólidas. Discute exhausti-
vamente cada texto escri-
to por Arguedas. Lo que
llama la atención, sin em-
bargo, es que en cada tex-
to encuentra lo mismo, o
sea, como se lee en la so-
lapa del libro, “el canto de
cisne del exhausto indige-
nismo” y, por supuesto, la
utopía arcaica.
Yawar fies-
ta
es “una ficción conser-
vadora”; su novela “más
hermosa”,
Los ríos profun-
dos,
no se salva de la nos-
talgia retrógrada porque el
“motivo recurrente” es “la
añoranza de ese mundo
primitivo y gregario –el de
la ‘tribu’ popperiana, co-
lectividad ya no escindida
en individuos, inmersa
mágicamente en una na-
turaleza con la que se
identifica y en la que se
diluye, férreamente unida
por una solidaridad que
nace de la fe compartida
en unos mismos dioses y
unos ritos y ceremonias
practicados en común”
(187).
El Sexto
es aparen-
temente un libro-testimo-
nio pero “en realidad, la
prisión es el decorado”. Lo
que Arguedas representa
es un drama de la margi-
nalidad “para soñar desde
allí con una sociedad al-
ternativa, mítica, de filia-
ción andina y antiquísima
historia, incontaminada de
los vicios y crueldades que
afean la realidad en la que
vive”.
Todas las sangres
,
“tal vez la peor de sus no-
velas”, representa un mun-
do “en parte arcaico, en
parte utópico”.
La cita de Popper nos
remite, como muchos crí-
ticos han señalado, al
ideólogo o autor intelec-
tual de su versión del pro-
greso. En
La sociedad abier-
ta y sus enemigos
Popper
hace una distinción entre
sociedades cerradas (co-
lectivistas) y las socieda-
des abiertas pobladas por
individuos libres. El mun-
do mágico y colectivista
es un mundo cerrado y al
tratar de restaurar este
mundo, terminamos “con
la Policía Secreta” y “una
mafia romantizada”. Al
suprimir la razón y la ver-
dad, la sociedad colecti-
vista da lugar a la destruc-
ción violenta y brutal de
todo lo humano. No es
posible una vuelta al esta-
do armonioso de la natu-
raleza. “Si volvemos hacia
atrás, tenemos que acep-
tar las consecuencias –la
vuelta a la bestialidad”.
Solo reemplazando lo má-
gico por el pensamiento
científico podemos trans-
formar la horda colectiva
y la tribu en una comuni-
dad de individuos libres y
soberanos.
Según esta tesis hay
José María Arguedas con Sebastián Salazar Bondy, Juan Mejía Baca y otros amigos en el café de la calle
Huérfanos en el centro de Lima.
“El final del libro celebra el triunfo de esta modernidad neoliberal
y el fin de la historia, mitos que ahora están cada vez más
desacreditados. En cambio Arguedas se oponía a la ‘modernización
inevitable e indispensable’ no por nostalgia, sino por haber
conocido la modernización caótica de un capitalismo sin freno”.