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LIBROS & ARTES

Página 21

y del mercado, la apari-

ción de la escuela, la cre-

ciente alfabetización, el

retroceso del quechua,

una nueva relación entre

la ciudad y el campo, el

proceso de urbanización,

las migraciones del campo

a las ciudades, etc.

Una cuarta dimensión

es la utopía andina. Bus-

cando una respuesta a este

complejo problema, Flores

Galindo analizó el indige-

nismo y los indigenistas

concentrando su atención

en la obra antropológica y

literaria de Arguedas. En

realidad, Flores Galindo

superó las diversas versio-

nes del indigenismo y su

carácter inorgánico me-

diante los imaginativos

planteamientos de la uto-

pía andina, apoyándose en

la obra de Arguedas. Ella

expresa el movimiento de

la sociedad andina misma

y permite dejar de lado la

visión inorgánica y susti-

tutiva de los intelectuales

de las clases medias. La

utopía andina consiste, se-

gún Flores Galindo, en el

conjunto de mitos, leyen-

das, creencias, sueños, fes-

tividades y formas religio-

sas que, apelando al pasa-

do y al retorno del impe-

rio incaico, orienta, da

sentido e impulsa la ac-

ción colectiva del mundo

andino derrotado por la

Conquista y oprimido y

explotado por la Colonia

y la República. Gracias a

la utopía andina, el frag-

mentado mundo indígena

actual puede recomponer

su identidad y constituirse

como sujeto de acción co-

lectiva. Los diversos com-

ponentes de la utopía andi-

na van cambiando con la

historia. Unos mitos se ex-

tinguen, otros mantienen su

vigencia. Se pueden debili-

tar algunas creencias y le-

yendas en la memoria co-

lectiva, pero ciertas formas

religiosas mantienen encen-

dida la llama de la fe.

El mundo andino tam-

poco permanece inmóvil.

La dominación y el con-

flicto lo han transformado

a lo largo de la historia co-

lonial y republicana. Lo

que caracteriza actual-

mente al mundo andino es

la fragmentación. Apelan-

do a los elementos de la

utopía andina, ese mundo

fragmentado puede cons-

tituirse como sujeto colec-

tivo con una determinada

identidad cultural: “La

utopía andina son los pro-

yectos (en plural) que pre-

tendían enfrentar esta rea-

lidad. Intentos de navegar

contra la corriente para

doblegar tanto a la depen-

dencia como a la fragmen-

tación. Buscar una alter-

nativa entre la memoria y

lo imaginario: la vuelta de

la sociedad incaica y el re-

greso del Inca. Encontrar

en la reedificación del pa-

sado, la solución a los pro-

blemas de identidad”

(Flores Galindo, 1986:

14). Flores Galindo soste-

nía que la utopía andina

desborda los Andes para

instalarse en la cultura po-

pular del Perú. Una expre-

sión de ese desborde sería

la valoración positiva que

los escolares de la educa-

ción secundaria prove-

nientes de las diversas cla-

ses sociales tienen del Im-

perio Incaico. Esta valora-

ción positiva del Imperio

Incaico y de la justicia y

la armonía que, según los

escolares encuestados, lo

caracterizaban es, sin em-

bargo, como el mismo Flo-

res-Galindo lo reconoce,

una forma de negar el pre-

sente más que un deseo de

volver al pasado.

Una quinta dimensión

es el porvenir de la socie-

dad andina. Flores Galin-

do se pregunta con Argue-

das: “¿Está condenada a

desaparecer? ¿A asimilar-

se al mundo occidental? o,

por el contrario, ¿puede

incorporar algunos de sus

elementos y convivir con

él? ¿Son absolutamente

antagónicos cultura andi-

na y mundo occidental?”.

Estas interrogantes no sólo

expresaban un frío proble-

ma intelectual sino tam-

bién una desgarradora an-

gustia que tocaba la vida

de Arguedas y la de miles

de personas.

El zorro de

arriba y el zorro de abajo

es

el escenario intelectual en

el que se encuentran Ar-

guedas novelista y Argue-

das antropólogo para bus-

car algunas respuestas a

esas preguntas angustian-

tes. Esa búsqueda vital

concluyó en el suicidio.

Llamado a algunos doctores

(Fragmento)

A Carlos Cueto Fernandini y John V. Murra.

icen que ya no sabemos nada, que somos el atraso,

que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor.

Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los

tiempos, que está lleno de temores, de lágrimas, como

el de la calandria, como el de un toro grande al que se

degüella; que por eso es impertinente;

Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros;

doctores que se reproducen en nuestra misma tierra, que

aquí engordan o que se vuelven amarillos.

Que estén hablando, pues; que estén cotorreando si

eso les gusta.

¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha

la carne de mi corazón?

Los ríos corren bramando en la profundidad.

El oro y la noche, la plata y la noche temible forman

las rocas, las paredes de los abismos en que el río suena;

de esa roca están hechos mi mente, mi corazón, mis de-

dos.

¿Qué hay a la orilla de esos ríos que tú no conoces,

doctor?

Saca tu largavista, tus mejores anteojos. Mira, si pue-

des. Quinientas flores de papas distintas crecen en los

balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre

la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se

mezclan. Esas quinientas flores son mis sesos, mi carne.

¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha

desaparecido la sombra en todas partes, doctor?

Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes.

Las plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros

se han convertido en arco iris y alumbran.

Las cien flores de la quinua que sembré en las cum-

bres hierven al sol en colores; en flor se han convertido

la negra ala del cóndor y de las aves pequeñas.

Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas;

la gran nieve con lampos amarillos, con manchas roji-

zas, lanza su luz a los cielos.

En esta fría tierra siembro quinua de cien colores, de

cien clases, de semilla poderosa. Los cien colores son

también mi alma, mis infatigables ojos.

Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras

idiotas que te han hundido.

El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz

de la nieve rojiza que, espantando, brilla en las cum-

bres; el jugo feliz de millares de yerbas, de millares de

raíces que piensan y saben, derramaré en tu sangre, en

la niña de tus ojos.

Marzo, 1966

José María Arguedas / Poesía

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