Previous Page  19 / 52 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 19 / 52 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 17

fin al lector lo que piensa.

En buena hora, y sigamos

adelante con la última

novela de nuestro autor,

El zorro de arriba y el zorro

de abajo.

9

Al decidirse a escribir

esta obra, según declaró

desde 1968, como la vida

del novelista y el texto se

hallan tan entremezclados,

en una técnica que es tam-

bién la del contrapunto

musical, alternando “dia-

rios” afectivos con des-

cripciones más o menos

neutras, objetivas, es una

necesidad para nosotros

preguntarnos por el esta-

do de ánimo del escritor.

Sus diversas cartas dirigi-

das a la psiquiatra, la doc-

tora Hoffman,

10

nos ilus-

tran que Arguedas sufría,

al parecer desde 1965,

una nueva y aguda crisis

física y moral, mucho más

peligrosa que las antiguas.

En verdad, él pasó por va-

rias experiencias traumá-

ticas desde su niñez y ado-

lescencia. A mí, allá por

1953 o 1954, me contó

que la primera vez que es-

tuvo en Lima, a comien-

zos de la década de los 30,

se sintió tan abrumado

–quizá por la muerte de su

padre en 1932 o por el

duro cambio a la gran ciu-

dad–, que salió a pasear

sin rumbo por las calles y

perdió la memoria duran-

te cuatro o cinco días, de

los cuales no conservó ya

recuerdos. Un joven así

tenía que ser sujeto de

grandes pasiones, desde la

ternura, la bondad y la

extrema amistad, hasta el

ofuscamiento. Era muy

callado, pero si subía a una

tribuna dictaba admira-

bles conferencias en las

que su locuacidad y su

corrección idiomática

eran plausibles. Era calla-

do y tímido, pero, en una

gran reunión, si le pedían

que cantase, él se abraza-

ba de la guitarra y la tañía

con tal belleza, nostalgia y

ternura que los oyentes

daban gritos al oírle can-

tar; quizá como nadie, él

nos transportaba en que-

chua a siglos atrás, en que

tal vez había existido al-

guna felicidad en el país.

Para entender el senti-

do de la novela, debemos

leer el impacto que produ-

ce Chimbote en el escri-

tor (en especial las pági-

nas 140 y 149), quien se

deslumbra ante la nueva

realidad económica y so-

cial que él desconocía. Por

ejemplo, el jefe de una fá-

brica de harina de pesca-

do dice al narrador-prota-

gonista:

Pero no hemos subido

aquí... a seguir discur-

seando sino para que

usted conozca y vea lo

que es una gran fábri-

ca, cómo, ahora, que es

más grande, la manejan

un cuarto de obreros

que antes. Y lo que

Chimbote es de noche.

Chimbote de noche so-

mos nosotros, las fábri-

cas de harina de pesca-

do y aceite. Yo me ca-

rajeo del humo rosado

de la Fundición que a

usted lo impresionó. De

noche, estas máquinas,

nuestros muelles y las

bolicheras tragan an-

choveta y defecan oro;

eso es vida, ¿no? Los

otros, los comerciantes

y los miles de ham-

brientos duermen en la

oscuridad natura! o en

la oscuridad apagada.

Aquí, en mí fábrica

todo está prendido y no

encontrará aquí ni un

gringo, ni uno solo...

11

Ese “descubrimiento”

de Chimbote le hace final-

mente cambiar de proyec-

tos literarios, pues él tenía

pensado escribir sobre la

caleta de Supe, adonde

viajaba con su familia con-

tinuamente, y hasta tenía

en mente el título de

Pez

grande

. De aquí en adelan-

te, pospuso la tarea folcló-

rica que le había llevado

a Chimbote y nació en él

esta nueva novela amor-

fa, heterogénea, única en

nuestras letras, y juzgada

por muchos como incom-

pleta, si bien el crítico

Lienhard aconseja leerla

con la idea de que ha sido

“terminada”. Por mi par-

te, yo recomendaría leer-

la

como si estuviese conclui-

da

, pues no tenemos otro

camino sino respetarla tal

como está.

El lúcido Lienhard,

además, nos ha ilustrado

muchísimo, no sólo sobre

la fábula o leyenda de los

zorros, que Arguedas be-

bió en un relato de 1600,

sino cómo la picardía crio-

lla encarna a esos “zorros”

en la conducta habitual de

diversa clase de peruanos

actuales. He ahí otro

modo de aprovechar en la

ficción conocimientos de

otras disciplinas, lo que

vuelve a convertir a Ar-

guedas en el experimenta-

dor de temas, estructuras

y estilos de siempre, des-

de su primer libro. Inclu-

so, en forma sorpresiva,

pero natural en un escri-

tor latinoamericano, da su

opinión sobre la ciudad de

Nueva York, por ejemplo

(ver p. 97). Por todas es-

tas razones, se hallan muy

equivocados quienes su-

ponen que este libro

muestra cierta decadencia

narrativa de Arguedas; al

contrario, aquí él busca,

hurga, halla y retuerce

muchas formas de descri-

bir y dialogar, y revela en

cada una de ambas seccio-

nes (los “diarios” persona-

les y tas narraciones obje-

tivas), gran libertad de te-

mas y estilos. El contra-

punto de las dos secciones

es seguido por el vaivén

de lenguajes principales,

el culto y el popular, y

dentro de este aparecen las

distintas “jergas” de los

grupos de pescadores y de

jefes mañosos, sin olvidar

la carga violenta y sexual

de cada grupo. Aquí está

la vida “salvaje” en que el

“capo” es capaz de “co-

merse” a un subordinado,

vida propia que surge de

los bares, las apuestas, las

prostitutas y el alcohol.

Ningún otro escritor ha

descrito ese panorama de

“fuerzas” que actúan sobre

Chimbote y el Perú. Y por

otra parte, frente al diálo-

go popular y licencioso de

los obreros y sus “capos”,

se halla el lirismo y la ter-

nura de los “diarios”; en el

libro, las dos mitades lu-

chan lingüística y simbó-

licamente entre sí. Es

como si “vida” y “arte” es-

tuvieran separados por

la lucha económica pro-

vinciana.

Para quienes se intere-

san sólo en el argumento

y lo llaman incompleto, en

el texto “¿Último diario?”

está el proyecto de las es-

cenas faltantes; y en cuan-

to a la postura intelectual

del escritor, Lienhard aña-

de que aquí Arguedas no

practica un “indigenismo

paternalista”, ni es una voz

que habla

en vez

de los

explotados, sino que jun-

to con la suya, había tam-

bién los

explotados indios

;

es decir, les ha dado a es-

tos la libertad que no les

concedieron los autores

llamados indigenistas a se-

cas.

En una palabra, Argue-

das no se apagó luego de

Todas las sangres

, dolido

por el ataque de los sabi-

hondos sociólogos, sino

que surgió con un proyec-

to aún más experimental,

valiéndose inclusive del

ensayo como arma nove-

lística, y defendiendo su

posición personal de

modo extremo, por lo cual

los editores de la novela

han hecho bien en publi-

car un

Epílogo

, donde

constan las últimas deci-

siones del escritor que va

camino del suicidio, así

como el oportuno texto

de su discurso “No soy un

aculturado”, donde de-

fiende al escritor peruano,

cargado de temas propios,

testigo de la vida de “pi-

caflores que llegan hasta el

sol para beberle su fuego

y llamear sobre las flores

del mundo”, a quien sólo

le faltarían

técnicas ajenas

,

pero no esencias. Creo

que esta opinión suya la

hemos confirmado con su

obra y con la de nuestra

generación de narradores

de los años 50.

Otro tema muy impor-

tante en la obra literaria de

Arguedas es la

carga ideo-

lógica,

digo, el

sustrato en-

sayístico

(de opiniones, ar-

tículos, reportajes, confe-

rencias y ensayos) que el

autor despliega, dentro o

fuera de los textos litera-

rios mismos, para susten-

tar su posición como pen-

sador sobre su angustia (y

a veces su felicidad) de

vivir en dos mundos, el

andino y el costeño, y su

larga marcha hacia la bús-

queda de un camino real.

Por suerte, él mismo

halla ese camino desde

1953, fecha de su ensayo

“La sierra en el proceso de

la cultura peruana”,

12

tex-

to valioso en su evolución

hacia las

esencias

del país.

Ahí comprueba al fin que

en los hechos, por ejem-

plo, en torno a Junín,

Huancayo, y la zona cen-

tral, han sucedido cambios

económicos y sociales fa-

vorables, que la inserción

en el mundo moderno es

posible, y que, por supues-

to, él mismo eligió bien al

preferir el castellano como

lengua expresiva de nivel

mundial. Ahí se siente res-

paldado por los juicios del

cronista español Cieza de

León, por Wilhelm Dil-

they y por Antonello Ger-

bi en su periplo ideológi-

co. Quizá ahí nació su an-

helo de juntar a “todo” el

Perú en su vida y obra.

9

José María Arguedas,

El zorro

de arriba y el zorro de abajo

(Bue-

nos Aires, Losada, 1971), 2a. ed.

10

John V. Murra y Mercedes Ló-

pez-Baralt,

Las cartas de Arguedas

(Lima , Fondo Editorial de la Univer-

sidad Católica, 1996), pp. 127-128,

y 140-144. Respecto a la carta a su

ex-esposa, Celia, aparece en el Domi-

nical de

El Comercio

, 28 de noviem-

bre de 1999.

11

Cfr.

El zorro de arriba...

, p.

140.

12

Extracto del artículo publicado

en la edición conmemorativa de

La Pren-

sa

, 23 de setiembre 1953, el cual apa-

rece también en el libro

Sociología

,

ed. José Pareja Soldán, Lima, Edic.

Sol, 1963.

“En una palabra, Arguedas no se apagó luego de

Todas

las sangres

, dolido por el ataque de los sabihondos sociólogos,

sino que surgió con un proyecto aún más experimental, valiéndose

inclusive del ensayo como arma novelística, y defendiendo su

posición personal de modo extremo, por lo cual los editores de la

novela han hecho bien en publicar un

Epílogo

, donde constan las

últimas decisiones del escritor que va camino del suicidio”.