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LIBROS & ARTES
nítidas, los rasgos físicos y
morales bien dados, y so-
bre todo hay una atmós-
fera lírica que va dibujan-
do la fantasía, la cual bro-
ta del paisaje (y de la ima-
ginación del protagonista,
por supuesto), cuyo trata-
miento merece una men-
ción aparte.
Cosa rara en el Argue-
das de los años 50, el pai-
saje es costeño, y se des-
criben con detallado por-
menor el desierto y la are-
na, la tierra, las lagunas y
animales (la víbora y el
pájaro chaucato), crean-
do especialmente una at-
mósfera mágica, de don-
de brotan los juicios de
Salcedo, para quien el
agua y el fuego se hallan
en el desierto, y aquí se
reúnen asimismo el aman-
te y su sirena. Así, con
este cuento, Arguedas
deja por un momento los
cerros y alcanza un mun-
do misterioso, donde con-
viven por igual hadas,
dromedarios prehistóricos
y hombres apasionados.
Aquí Arguedas ha salido
de su habitat normal,
como lo hará después en
El Sexto
y en
El zorro de
arriba y el zorro de abajo.
Por entonces, testigo de
que nadie se había ocupa-
do aún del estilo de Ar-
guedas, publiqué en nues-
tra revista
Letras Peruanas
7
una reseña de “Diamantes
y pedernales”, aunque en
verdad se dedicaba a co-
tejar el estilo de
Agua
con
el de “Orovilca”. Me pa-
reció que, mientras en
Agua
Arguedas quechui-
zaba el castellano, vol-
viéndolo áspero, telegráfi-
co, a veces poético y otras
infantil, “Orovilca” exhi-
bía una tendencia opues-
ta, de aproximación al es-
pañol castizo. En medio
de esos extremos, el lec-
tor común de 1954 igno-
raba aún cuál sería el es-
tilo definitivo de la próxi-
ma novela de Arguedas,
anunciada desde 1948 en
revistas, y desde 1951,
cuando
Letras Peruanas
publicó el capítulo “Zum-
bayllu”.
Un año antes, en 1950,
en la revista
Mar del Sur
,
en un ensayo, Arguedas
había confesado lo si-
guiente:
La búsqueda del estilo
fue... larga y angustio-
sa... Realizarse, tradu-
cirse, convertir en to-
rrente diáfano y legíti-
mo el idioma que pa-
rece ajeno, comunicar
a la lengua casi extran-
jera la materia de nues-
tro espíritu. Esa es la
dura, la difícil cues-
tión... era necesario
encontrar los sutiles
desordenamientos que
harían del castellano el
molde justo, el instru-
mento adecuado.
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La estructura fragmen-
taria de
Los ríos profundos
es la del contrapunto de
escenas y capítulos diver-
sos, no lineales, técnica
asimismo musical. Si en los
primeros capítulos se dan
las relaciones de Ernesto
con su padre, con su tío (El
Viejo), y con el Cusco y
Apurímac ancestrales, lue-
go viene la “educación
sentimental” del mucha-
cho en el “satánico” cole-
gio, donde se agudiza el
contrapunto lingüístico
entre los profesores espa-
ñoles y los alumnos perua-
nos, pero también donde
estallan el mal, la violen-
cia y el pecado, sólo para
despertar la bondad, la ter-
nura, y aun la rebelión so-
cial en el espíritu de Ernes-
to. Arguedas desea enla-
zar esas peripecias con el
motín de las chicheras,
con la peste, con la huida
del protagonista, y final-
mente, en confluencia con
la movilización de los co-
lonos en busca de libertad
y justicia.
Ahora bien, las mismas
virtudes obtenidas en
Los
ríos profundos
son visibles
en el espléndido cuento
“La agonía de Rasu-Ñiti”
(1962). En verdad, su pro-
greso en el cuento es asi-
mismo notable. Sí en
1954 publica “Orovilca”,
en 1955 aparece “La
muerte de los hermanos
Arango”, que gana un pre-
mio en México, y en 1957
divulga “Hijo solo”, y por
fin, “El forastero” (1964),
en Montevideo. En gene-
ral, en este género se ve
mejor su acercamiento a la
sintaxis española, pero sin
renunciar a sus descripcio-
nes mágicas y a esa espiri-
tualidad o animismo que
envuelven a su autor con
todas las cosas, vivas o in-
animadas, desde que era
niño.
Respecto a su penúlti-
ma novela
Todas las san-
gres
(1964), por falta de
espacio, sólo diré que la
considero otro gran expe-
rimento narrativo, una
empresa difícil que ya no
podía resolverse con el len-
guaje poético de
Los ríos
profundos
, ni con los diá-
logos crudos y aun bestia-
les de
El Sexto
, ni con la
simple marcha de una na-
rración lineal. Arguedas
va más allá, busca un fres-
co pictórico, un desplie-
gue de personajes, descrip-
ciones, modos de hablar
peruanos, y diálogos y jui-
cios sobre nuestra sierra
todavía feudal y nuestra
costa torpe, racista y pre-
sumida. Ese libro significó
para él lo que
La casa ver-
de
para Vargas Llosa: el
tratamiento, por primera
vez, de un mundo vasto y
complejo. Y en segundo
lugar, como otro mérito,
ese fresco pictórico se da
mediante una estructura
de sucesos y anécdotas
entrelazados, donde el no-
velista ya no avanza lineal-
mente, sino es un arquitec-
to que construye en diver-
sos planos, y que no debe
perder la visión del con-
junto, esto es, el reunir a
todo un país en medio de
una vieja y renovada gue-
rra moral y simbólica, en-
tre el bien y el mal. He
aquí un nuevo paso posi-
tivo en el manejo de la
estructura.
Y también diré que no
estuve ni estoy de acuer-
do con que un grupo de
investigadores sociales
“juzgaran” esa novela
como si fuera un tratado
de sociología, cuando so-
lamente es lo que debe
ser, una obra de arte: Si
analizáramos una novela
fuera de su campo, estaría-
mos cometiendo el mismo
error de Salvador de Ma-
dariaga cuando pretendió
“juzgar” el
Hamlet
de
Shakesperare como un
doble tratado de psicolo-
gía y filosofía.
Al desplegar su especie
de mural, Arguedas nece-
sita de varios personajes
importantes, o sea, no
sólo de retratos distintos,
sino de actitudes y “vo-
ces” y aun tonos diferen-
tes, tarea nueva que tam-
bién resuelve. Y en cuan-
to a las ideas que cada per-
sonaje emite, oigámoslas
como opiniones de cual-
quier hombre libre, y dis-
cutámoslas o no, pero no
condenemos a su autor
por emitir juicios a través
de sus personajes. Esa es
una costumbre ancestral
en literatura, en una obra
de ficción. Quienes hemos
crecido leyendo a Una-
muno, a Pío Baroja, a Al-
dous Huxley, a David
Herbert Lawrence, a Cor-
tázar o a Borges, no pode-
mos sorprendernos de sus
juicios contradictorios, de
sus apasionadas discusio-
nes. La literatura, como
parte de la humanística,
tiene pleno derecho a usar
las ideas e inclusive el gé-
nero del ensayo para ven-
tilar juicios. Al contrario,
es un triunfo que un escri-
tor como Arguedas, tan
sencillo, tan enemigo de
pasar por hombre ilustra-
do y doctoral, explique al
7
Telémaco, seud. de C.E.Z.,
“José María Arguedas”. Reseña a Dia-
mantes y pedernales (
Letras Perua-
nas
n.° 12, Lima, agosto, 1955, pp.
179-180).
8
José María Arguedas, “La no-
vela y el problema de la expresión litera-
ria en el Perú”, en
Mar del Sur
. Lima,
enero-febrero, p. 70.
Fueron los años de
boom
de la pesca en Chimbote.