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LIBROS & ARTES

Página 15

lo lleva hasta el mareo, la

inconsciencia, y el desma-

yo del futuro asesino:

Mi rabia había llegado

a revelarse con mi re-

solución de matarla; si

crecía, era colmado in-

mediatamente con la

proximidad cada vez

más inminente de la

“hora”. Era por eso que

en cada minuto me

sentía pasionalmente

más grande, más alto,

más feroz, sin perder mi

equilibrio.

Por encima de los mo-

lles que dan sombra al

camino en la entrada

del Credo, vi avanzar la

cabeza de ella; el potro

negro que le regalé yo,

mi gran potro negro,

domado por Tomas-

cha, estiró el cuello y

relinchó, reconociendo

al tordillo, su hermano

de tropa.

Me estremecí. Era ella

que entraba a la que-

brada, a su tumba. El

corazón me sacudió,

como antes, cuando la

vi llegar a los retama-

les de ‘Sulkaray’, don-

de la esperé para gozar

de su vida. ¡Qué mis-

terio es el corazón, her-

mano! Empecé a tem-

blar a pesar de mi va-

lentía. Vi amarillo,

todo amarillo, como la

tierra del barranco. La

tempestad, azuzada du-

rante diez horas, en-

grandecida en su es-

condite, apretada en la

oscuridad del corazón,

me sacudió a la vista

de ella, hasta tumbar-

me. Se oscurecieron

mis ojos; una película

negra, danzante, cubrió

la claridad del cielo, y

caí de espaldas sobre el

camino.

4

Aquí no sólo el colo-

quio español ya ha sido

logrado, sino que el len-

guaje es dúctil y flexible

para adaptarse a diversas

situaciones, y lo mismo

sucederá en el cuento fi-

nal, “El cargador”, senci-

llo en su estructura lineal

y fácilmente comprensible

en su manejo de la varian-

te peruana del español.

En suma, cuando Ar-

guedas se lanza a escribir

Agua

(1935) no es porque

no supiera escribir bien el

coloquio español-peruano

(como muchos críticos lo

han supuesto), sino por-

que desea experimentar su

estructura y estilo por

otros caminos –más ínti-

mos y apegados al que-

chua– y seguir con su de-

fensa social del indio y con

la pintura de su intimidad

(lo que es ya algo nuevo

en el indigenismo). He

aquí logros y conceptos

que no debemos olvidar

en el escritor inicial. En

Agua

no existe el Argue-

das aprendiz, como yo tam-

bién lo creí en un tiempo,

sino el Arguedas experi-

mentador, que lo guiará a

través de todos sus libros,

quizá con la excepción de

Yawar fiesta

(1941) y

El

sexto

(1961), en que esa

experimentación no al-

canza los altos fines artís-

ticos de los demás.

Esta visión del futuro

no debe, tampoco, silen-

ciar sus relatos primarios,

simples, humildes, cuya

primordial intención era

denunciar los abusos de

autoridades provincianas

en una gran ciudad como

Lima, que ya en 1934 des-

pertaba políticamente de

modo variado, violento y

hasta bárbaro ante las con-

vulsiones sociales, que por

fin estallaron. Sin embar-

go, en el proceso de escri-

bir, Arguedas fue crecien-

do en el manejo de la es-

tructura (de las formas li-

neales, empieza luego por

el contrapunto de la des-

cripción y el diálogo, y

acaba en la intercalación

de cartas, y más aún, en el

deseo de descubrir el lado

psicológico y oscuro de la

conducta humana en ge-

neral), y del estilo, domi-

nando por fin, así sea con

sencillez, el coloquio po-

pular de ámbito regional

peruano y español.

Releer ahora mismo sus

cuentos de 1935 es reci-

bir el agua viva de un fres-

co manantial, todavía no

hollado por las supuestas

maestrías literarias. En su

frescura e ingenuidad, en

el torrente de la lengua

mixta y ruda, sentimos la

creación en su real auten-

ticidad. El autor va descri-

biendo paisajes, hechos y

hombres (en verdad, so-

bre todo niños), en rápi-

dos trazos de dibujante ali-

gerado por la prisa, por

subrayar lo esencial; los

personajes hablan ruda-

mente, casi en interjeccio-

nes, mezclando el castella-

no y el quechua; las esce-

nas parecen cortadas

abruptamente por hacha-

zos e hilvanadas por una

mano infantil, pero habi-

lísima. Las descripciones

son poéticas, la economía

verbal ha concertado la

esencia con la belleza. A

ratos hay ingenuidad y

cierto sentido de cosas in-

completas o quizá excesi-

vas, porque los cuentos

están escritos como si fue-

ran novelas cortas, muy

divididos por capítulos

que detienen o cortan el

argumento central. Pero

quizá así lo sentimos por-

que su marca es la del cin-

cel, no de la pluma.

Por algo el mundo que

pinta es mayormente in-

fantil, así sea que conoz-

ca, un poco de lejos, el

amor. Los “escoleros” es-

tán por todas partes. Ni-

ños-hombres que buscan

cambiar la sociedad. Pue-

den ser Juancha, Pantacha

o Ernesto los pequeños

héroes de esos pueblos

que sufren entre la cruel-

dad y el olvido. Pero siem-

pre se darán con los repre-

sentantes del pasado tra-

dicional, como don Brau-

lio o don Ciprián, que les

negarán la felicidad y les

ofrecerán el espectáculo

infernal de la perversión y

la maldad. La lucha está

dada, y en el nivel huma-

no todavía no se ha alcan-

zado la dignidad. Y tam-

poco el amor, puesto que

en “Warma Kuyay” la ri-

validad entre un adoles-

cente indio y un niño mes-

tizo, pero occidentalizado,

no se manifiesta por la

gran amistad que los une

a ambos, y tampoco nin-

guno de ellos se comporta

como un amante real que

avance de hecho hacia la

amada. Hay otros cuentos,

de diversos autores, sobre

amores de niño, que son

una exhibición de tremen-

das pasiones, aunque, por

supuesto, carezcan de la

delicadeza y la profunda

ternura del texto de Ar-

guedas. Yo creo que él ha

mezclado varios temas en

este cuento, y que el del

amor no es el principal,

sino la descripción gene-

ral del pequeño pueblo y

las diversas relaciones, in-

clusive de niños, con la

autoridad grosera, pedes-

tre, injusta y cruel.

Lo cierto es que han

pasado más de ochenta

años de la aparición de

Agua

y el libro se mantie-

ne en un sitial de conside-

ración. He aquí el segun-

do gran paso estructural y

estilístico. Respecto a la

composición, no le impor-

tan ya a Arguedas las in-

terrupciones, las rupturas

de tiempo o espacio; y no

le importa usar de nuevo,

en los ratos de crispación,

un lenguaje ingenuo e in-

fantil:

Dos, tres balas sonaron

en el corredor. Los

principales, don Ino-

cencio, don Vilkas, se

entromparon con don

Braulio. Los sanjuanes

se escaparon por todas

partes y no volteaban

siquiera, corrían como

perseguidos por los to-

ros bravos de K’oñani;

las mujeres chillaban en

la plaza; los escoleros

saltaron de los pilares.

5

Y con este lenguaje sen-

cillo describe inclusive es-

cenas de humor:

Don Braulio, parecía

chancho pensativo;

miraba el suelo con las

manos atrás; curvo, me

mostraba su cogote

rojo, lleno de pelos ru-

bios.

6

Ahora bien, en un lap-

so de veinte años (entre

1934 y 1954), Arguedas

sólo había publicado

“Zumbayllu”, como texto

breve; pero este se anun-

ció como un fragmento de

una novela desconocida.

La expectación de sus lec-

tores era notable, pues

creíamos que su novela

Yawar fiesta

(1941) no era

el punto alto que esperá-

bamos. En esa incertidum-

bre publicó

Diamantes y

pedernales

(1954), donde

había un cuento nuevo,

“Orovilca”. El alma nos

volvió al cuerpo. “Orovil-

ca” es un cuento de tema

y paisaje distintos a las

narraciones andinas de

Arguedas. Aquí, en un

ambiente costeño, en ple-

no desierto que rodea a

Huacachina, vemos una

mayor preocupación por

el lenguaje, una conquis-

ta visible y distinta por asi-

milar una prosa castellana,

sin deformarla demasiado.

Se ve la tendencia hacia

la frase española no que-

chuizada, pero siempre

dentro de una oralidad

mestiza que él buscaba. En

“Orovilca” hay una retó-

rica más pulida y menos

agreste que en

Agua

. De

algún modo puede decir-

se que en “Orovilca” la

intención poética se da

mejor que en los textos

previos. La prosa de

Agua

sería un diamante en bru-

to; en “Orovilca” ya está

pulido. Y debido a este

pulimento no vemos que-

chuismos ni “traduccio-

nes” del quechua, sin que

tampoco se necesiten

“glosarios”. En una pala-

bra, hay soltura de lengua-

je y las frases se encadenan

mejor que antes para lo-

grar el ritmo de los párra-

fos.

De otro lado, hay una

buena pintura de retratos,

especialmente de Salcedo,

de Wilster y del narrador.

Las figuras están precisas,

4

“El vengativo”, op. cit, pp.45-

46.

5

José María Arguedas.

Amor

mundo y todos los cuentos

(Lima,

Francisco Moncloa Edit, 1967), p. 35.

6

Op. cit., p. 34.

“De algún modo

puede decirse que

en ‘Orovilca’ la

intención poética

se da mejor que

en los textos

previos. La prosa

de

Agua

sería un

diamante en

bruto; en

‘Orovilca’ ya

está pulido”.