LIBROS & ARTES
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lo lleva hasta el mareo, la
inconsciencia, y el desma-
yo del futuro asesino:
Mi rabia había llegado
a revelarse con mi re-
solución de matarla; si
crecía, era colmado in-
mediatamente con la
proximidad cada vez
más inminente de la
“hora”. Era por eso que
en cada minuto me
sentía pasionalmente
más grande, más alto,
más feroz, sin perder mi
equilibrio.
Por encima de los mo-
lles que dan sombra al
camino en la entrada
del Credo, vi avanzar la
cabeza de ella; el potro
negro que le regalé yo,
mi gran potro negro,
domado por Tomas-
cha, estiró el cuello y
relinchó, reconociendo
al tordillo, su hermano
de tropa.
Me estremecí. Era ella
que entraba a la que-
brada, a su tumba. El
corazón me sacudió,
como antes, cuando la
vi llegar a los retama-
les de ‘Sulkaray’, don-
de la esperé para gozar
de su vida. ¡Qué mis-
terio es el corazón, her-
mano! Empecé a tem-
blar a pesar de mi va-
lentía. Vi amarillo,
todo amarillo, como la
tierra del barranco. La
tempestad, azuzada du-
rante diez horas, en-
grandecida en su es-
condite, apretada en la
oscuridad del corazón,
me sacudió a la vista
de ella, hasta tumbar-
me. Se oscurecieron
mis ojos; una película
negra, danzante, cubrió
la claridad del cielo, y
caí de espaldas sobre el
camino.
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Aquí no sólo el colo-
quio español ya ha sido
logrado, sino que el len-
guaje es dúctil y flexible
para adaptarse a diversas
situaciones, y lo mismo
sucederá en el cuento fi-
nal, “El cargador”, senci-
llo en su estructura lineal
y fácilmente comprensible
en su manejo de la varian-
te peruana del español.
En suma, cuando Ar-
guedas se lanza a escribir
Agua
(1935) no es porque
no supiera escribir bien el
coloquio español-peruano
(como muchos críticos lo
han supuesto), sino por-
que desea experimentar su
estructura y estilo por
otros caminos –más ínti-
mos y apegados al que-
chua– y seguir con su de-
fensa social del indio y con
la pintura de su intimidad
(lo que es ya algo nuevo
en el indigenismo). He
aquí logros y conceptos
que no debemos olvidar
en el escritor inicial. En
Agua
no existe el Argue-
das aprendiz, como yo tam-
bién lo creí en un tiempo,
sino el Arguedas experi-
mentador, que lo guiará a
través de todos sus libros,
quizá con la excepción de
Yawar fiesta
(1941) y
El
sexto
(1961), en que esa
experimentación no al-
canza los altos fines artís-
ticos de los demás.
Esta visión del futuro
no debe, tampoco, silen-
ciar sus relatos primarios,
simples, humildes, cuya
primordial intención era
denunciar los abusos de
autoridades provincianas
en una gran ciudad como
Lima, que ya en 1934 des-
pertaba políticamente de
modo variado, violento y
hasta bárbaro ante las con-
vulsiones sociales, que por
fin estallaron. Sin embar-
go, en el proceso de escri-
bir, Arguedas fue crecien-
do en el manejo de la es-
tructura (de las formas li-
neales, empieza luego por
el contrapunto de la des-
cripción y el diálogo, y
acaba en la intercalación
de cartas, y más aún, en el
deseo de descubrir el lado
psicológico y oscuro de la
conducta humana en ge-
neral), y del estilo, domi-
nando por fin, así sea con
sencillez, el coloquio po-
pular de ámbito regional
peruano y español.
Releer ahora mismo sus
cuentos de 1935 es reci-
bir el agua viva de un fres-
co manantial, todavía no
hollado por las supuestas
maestrías literarias. En su
frescura e ingenuidad, en
el torrente de la lengua
mixta y ruda, sentimos la
creación en su real auten-
ticidad. El autor va descri-
biendo paisajes, hechos y
hombres (en verdad, so-
bre todo niños), en rápi-
dos trazos de dibujante ali-
gerado por la prisa, por
subrayar lo esencial; los
personajes hablan ruda-
mente, casi en interjeccio-
nes, mezclando el castella-
no y el quechua; las esce-
nas parecen cortadas
abruptamente por hacha-
zos e hilvanadas por una
mano infantil, pero habi-
lísima. Las descripciones
son poéticas, la economía
verbal ha concertado la
esencia con la belleza. A
ratos hay ingenuidad y
cierto sentido de cosas in-
completas o quizá excesi-
vas, porque los cuentos
están escritos como si fue-
ran novelas cortas, muy
divididos por capítulos
que detienen o cortan el
argumento central. Pero
quizá así lo sentimos por-
que su marca es la del cin-
cel, no de la pluma.
Por algo el mundo que
pinta es mayormente in-
fantil, así sea que conoz-
ca, un poco de lejos, el
amor. Los “escoleros” es-
tán por todas partes. Ni-
ños-hombres que buscan
cambiar la sociedad. Pue-
den ser Juancha, Pantacha
o Ernesto los pequeños
héroes de esos pueblos
que sufren entre la cruel-
dad y el olvido. Pero siem-
pre se darán con los repre-
sentantes del pasado tra-
dicional, como don Brau-
lio o don Ciprián, que les
negarán la felicidad y les
ofrecerán el espectáculo
infernal de la perversión y
la maldad. La lucha está
dada, y en el nivel huma-
no todavía no se ha alcan-
zado la dignidad. Y tam-
poco el amor, puesto que
en “Warma Kuyay” la ri-
validad entre un adoles-
cente indio y un niño mes-
tizo, pero occidentalizado,
no se manifiesta por la
gran amistad que los une
a ambos, y tampoco nin-
guno de ellos se comporta
como un amante real que
avance de hecho hacia la
amada. Hay otros cuentos,
de diversos autores, sobre
amores de niño, que son
una exhibición de tremen-
das pasiones, aunque, por
supuesto, carezcan de la
delicadeza y la profunda
ternura del texto de Ar-
guedas. Yo creo que él ha
mezclado varios temas en
este cuento, y que el del
amor no es el principal,
sino la descripción gene-
ral del pequeño pueblo y
las diversas relaciones, in-
clusive de niños, con la
autoridad grosera, pedes-
tre, injusta y cruel.
Lo cierto es que han
pasado más de ochenta
años de la aparición de
Agua
y el libro se mantie-
ne en un sitial de conside-
ración. He aquí el segun-
do gran paso estructural y
estilístico. Respecto a la
composición, no le impor-
tan ya a Arguedas las in-
terrupciones, las rupturas
de tiempo o espacio; y no
le importa usar de nuevo,
en los ratos de crispación,
un lenguaje ingenuo e in-
fantil:
Dos, tres balas sonaron
en el corredor. Los
principales, don Ino-
cencio, don Vilkas, se
entromparon con don
Braulio. Los sanjuanes
se escaparon por todas
partes y no volteaban
siquiera, corrían como
perseguidos por los to-
ros bravos de K’oñani;
las mujeres chillaban en
la plaza; los escoleros
saltaron de los pilares.
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Y con este lenguaje sen-
cillo describe inclusive es-
cenas de humor:
Don Braulio, parecía
chancho pensativo;
miraba el suelo con las
manos atrás; curvo, me
mostraba su cogote
rojo, lleno de pelos ru-
bios.
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Ahora bien, en un lap-
so de veinte años (entre
1934 y 1954), Arguedas
sólo había publicado
“Zumbayllu”, como texto
breve; pero este se anun-
ció como un fragmento de
una novela desconocida.
La expectación de sus lec-
tores era notable, pues
creíamos que su novela
Yawar fiesta
(1941) no era
el punto alto que esperá-
bamos. En esa incertidum-
bre publicó
Diamantes y
pedernales
(1954), donde
había un cuento nuevo,
“Orovilca”. El alma nos
volvió al cuerpo. “Orovil-
ca” es un cuento de tema
y paisaje distintos a las
narraciones andinas de
Arguedas. Aquí, en un
ambiente costeño, en ple-
no desierto que rodea a
Huacachina, vemos una
mayor preocupación por
el lenguaje, una conquis-
ta visible y distinta por asi-
milar una prosa castellana,
sin deformarla demasiado.
Se ve la tendencia hacia
la frase española no que-
chuizada, pero siempre
dentro de una oralidad
mestiza que él buscaba. En
“Orovilca” hay una retó-
rica más pulida y menos
agreste que en
Agua
. De
algún modo puede decir-
se que en “Orovilca” la
intención poética se da
mejor que en los textos
previos. La prosa de
Agua
sería un diamante en bru-
to; en “Orovilca” ya está
pulido. Y debido a este
pulimento no vemos que-
chuismos ni “traduccio-
nes” del quechua, sin que
tampoco se necesiten
“glosarios”. En una pala-
bra, hay soltura de lengua-
je y las frases se encadenan
mejor que antes para lo-
grar el ritmo de los párra-
fos.
De otro lado, hay una
buena pintura de retratos,
especialmente de Salcedo,
de Wilster y del narrador.
Las figuras están precisas,
4
“El vengativo”, op. cit, pp.45-
46.
5
José María Arguedas.
Amor
mundo y todos los cuentos
(Lima,
Francisco Moncloa Edit, 1967), p. 35.
6
Op. cit., p. 34.
“De algún modo
puede decirse que
en ‘Orovilca’ la
intención poética
se da mejor que
en los textos
previos. La prosa
de
Agua
sería un
diamante en
bruto; en
‘Orovilca’ ya
está pulido”.