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LIBROS & ARTES

Página 28

cada una de estas oca-

siones le deparan al

lector el privilegio de po-

der estar rodeado de libros

y más libros, pero con la

particularidad de que di-

fieren de esas bibliotecas

que florecen a lo largo de

los años en nuestras casas,

y que rebosan de volúme-

nes antiguos y modernos,

así como de materias mu-

chas veces solo predilec-

tas de sus poseedores. Evi-

dentemente, he aquí en

cambio obras impresas en

fechas muy recientes, que

abarcan una gran diversi-

dad de asuntos, y que de

suyo cumplen el más no-

ble de los designios, como

es el transformar el mun-

do mediante el bienaven-

turado acto de la lectura.

Toda feria de libro re-

sulta una propicia piedra

de toque que nos estimu-

la a escudriñar, como

siempre con pasmo, la tra-

yectoria de aquello que

alberga en sus entrañas

como es la quintaesencia

del saber humano, y por

cierto también la de nues-

tros amores, quimeras,

alegrías y angustias. En

suma, la incesante ciencia

de todos y el insondable

reino interior de uno, que

se yerguen codo a codo

en las blancas páginas, es-

tas que sin duda descien-

den de unos seres inmóvi-

les, mudos y enhiestos,

como son los árboles, esos

habitantes de los parques

vecinos o de los bosques

remotos.

Y de improviso en una

torre de marfil –la que vi-

lipendian los escritores

vanguardistas– aparece la

figura de un humanoide,

extraño entre los extraños,

en cuya cabeza y dorso

están embutidos unos li-

bros, como si fueran su

carne y osamenta. Pero,

claro está, basta de fanta-

sías, y enseguida digamos

únicamente la pura ver-

dad: he aquí la reproduc-

ción de una pintura de

Arcimboldo, manierista

milanés, quien en el siglo

XVI desató el oprimido

seso representando el ros-

tro de sus congéneres con

los más diversos vegetales,

o con plateados peces o

suntuosas aves. Sin embar-

go, en el caso tal, eligió no

más un rimero de libros,

porque homenajeaba al

bibliotecario, apenas naci-

do por esas fechas.

Sin más ni más, enmen-

démosle la plana a Arcim-

boldo, y en vez del biblio-

tecario, pensemos que por

ejemplo sea un bibliófilo,

sí, en efecto, un antiguo

amigo limeño, que ha pa-

sado la vida primero en

bibliotecas públicas de los

cuatro puntos cardinales y,

por último, metido en su

biblioteca casera. Cuando

joven renegaba del lugar

donde había nacido, y hoy

en cambio está orgulloso,

hasta ser un bibliófilo

chauvinista. Porque nos

dice que en Lima el ita-

liano Antonio Ricardo es-

tableció en el ya citado si-

glo XVI la primera im-

prenta de América del

Sur, y que en el parnaso

peruano apareció un cu-

riosísimo libro denomina-

do

5 metros de poemas

, de

Carlos Oquendo de Amat,

fechado en 1927, que es

como un dije bibliográfi-

co, y que se despliega ho-

rizontalmente hasta una

longitud de 5 metros, por

lo cual el lector se con-

vierte en un boquiabierto

contemplador de cada pá-

gina y del volumen gene-

ral.

Pues bien, en días pre-

vios a un viaje a Venezue-

la, estuve con nuestro bi-

bliófilo, quien al enterar-

se de ello me manifestó

que había conocido al poe-

ta Juan Sánchez Peláez en

la gélida ciudad norteame-

ricana de Iowa, donde se

hizo su amigo y entusiasta

lector, añadiendo que en

su estilo poético hay una

soterrada atmósfera surre-

alizante, y que esta es una

de las tantas razones por

las que él lo admira. No

hace mucho visité su bi-

blioteca, y justo frente a la

sección francesa hay un

estante conteniendo una

muy nutrida colección his-

panoamericana, y allí so-

bresalen dos libros de

Sánchez Peláez, en reali-

dad un par de florilegios

suyos publicados en épo-

cas distintas, donde palpi-

tan unas dedicatorias afec-

tuosas.

Muchos de los biblió-

filos terrenales acostum-

bran a remontarse men-

talmente varias centurias

de la imparable historia.

Porque quieren saber de

dónde vienen las niñas de

sus ojos –es decir, los li-

bros–, quieren saber por

qué están acá, y sobre

todo cuál será el destino

del libro en el futuro. Bien

vale la pena emularlos, y

vayamos entonces en vo-

landas por los aires del

tiempo, desde luego ha-

cia atrás, hasta el siglo XV,

a la alemana ciudad de

Maguncia, y allí acercar-

nos a Gutemberg, y solo

atisbar su incunable prefe-

rido. Y de paso enterarnos

de la pronta expansión

del libro, y pensar por pri-

mera vez cómo el copista

se convierte en impresor,

el manuscrito en volumen,

y, en fin, el momento en

que surgen los capítulos y

los párrafos en beneficio

de una mayor legibilidad.

Pero ¿qué ocurre en el

rotundo presente? He

aquí el libro en manos de

nuestra grey, en el centro

del planeta, aunque en

honor de la verdad le ha

surgido un poderoso com-

petidor: frente a él está la

computadora; frente al bi-

bliófilo, el cibernauta; y

frente a cada rectangular

folio, el espacio del in-

ternet infinito. Además,

hay sentimientos encon-

trados, tremendamente

dispares como el día y la

noche. Por un lado, el gre-

mio de los jóvenes poetas,

tan jubilosos porque sus

versos circulan de modo

ilimitado, vivitos y colean-

do, a través de espacios

realmente siderales, dejan-

do atrás los consabidos

tirajes de 500 ejemplares

en los que antes agoniza-

ba la poesía; y, por otro,

LOS LIBROS, NIÑAS

DE LOS OJOS

Carlos Germán Belli

Hoy día, en el umbral de un siglo y un milenio,

justamente nuevos, nuestro querido y antiguo libro sigue por

fortuna vivo, en sus trece, incluso con una visible salud de hierro,

según lo prueban los sucesivos eventos que suele suscitar puntualmente en

el curso de las últimas décadas, hasta convertir a las respectivas

sedes en capitales emblemáticas de la cultura.

la natural inquietud de los

devotos del libro, que se

aferran a él con uñas y

dientes, porque para ellos

nunca será lo mismo leer

en una computadora que

en unas cálidas y livianas

páginas.

Por cierto, en las con-

troversias hay que dirimir.

Reconocemos las bonda-

des de la Cibernética, por

añadidura desde sus albo-

res ya algo lejanos, y en-

tre tantísimos beneficios

que ha traído por cierto

hay uno a favor del arrin-

conado género literario

para que vuelva a difun-

dirse, según ocurría en el

pasado. Pero el libro de

suyo despierta una devo-

ción tal porque, hoy en

día, sigue siendo el mejor

medio para devorar allí la

palabra poética, con la

mayor de las gulas, pala-

deando su forma y engu-

llendo su contenido. Sin

duda, en esos descendien-

tes de los árboles, como en

efecto son las inmaculadas

páginas, se lee mejor, has-

ta con suma placidez. Por

ello hay bibliófilos que se

transfiguran en biblióma-

nos, que suelen coleccio-

nar libros como los orfe-

bres las pepitas de oro, y

que consideran sus edicio-

nes raras como unos talis-

manes bienhechores, y

que le vuelven las espal-

das al Hada Cibernética,

y saben que, si bien algu-

na vez no lleguen a desen-

trañar la obra admirada

que poseen, la pueden ab-

sorber entonces con la vis-

ta, el olfato y el tacto.

Además, el sensitivo bi-

bliómano anida en su

mente la feliz idea de que

sus volúmenes predilectos

distan de ser cosas inertes,

porque poseen la facultad

de cambiar la vida del

hombre. Pero nuestro bi-

bliómano es igualmente

muy imaginativo al pensar

que el libro también po-

dría transformar a aquel

enigmático animalillo, si

este tuviera el don huma-

no de leer y la fortuna de

formar una biblioteca en

su propio pesebre.

Y