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LIBROS & ARTES

Página 23

comprehenda, la hermosee

y adereçe dignamente con

magestad” (Prólogo, p. 14.

Alcalá de Henares, 1575).

En

Suma de tratos y con-

tratos

(

ca.

1570) Tomás de

Mercado pide enunciar la

verdad con arte: “la subs-

tancia sola de la verdad …

no parece tal a nuestra vis-

ta lagañosa si no se pone

algún color de facundia y

elegancia y se viste de ar-

gumentos y razones con

algunas galas de antigüe-

dades” (Pról.). A fines del

XVI, imitando el gastado

tritus

latino Miramontes y

Zuázola invoca a las musas

y les pide inspiración para

cantar “con dulce, vivo

estilo, terso y alto” (

Armas

Antárticas

, oct. 134), pero

al parecer las musas están

muy ocupadas. O no quie-

ren ni oírlo. En

De histo-

ria, para entenderla y escri-

birla

aconseja Luis Cabre-

ra: “Trabaje las oraciones

bien con estilo liso, grave,

más lleno de buenas razo-

nes y sentencias que de

colores ni figuras de retó-

rica, no tan sin ellas que

parezca más plática que

oración”(Lib. II

,

disc. X,

De las oraciones

. Madrid,

1611). En 1614 González

de Nájera espera del lec-

tor que su obra “no este

tan desabrida, que sólo al

comenzar a gustarla te es-

trague el apetito de aca-

bar de leerla” (

Desengaño

y reparo de la guerra

… Al

lector,

ad fin

. Santiago, ed.

Medina, 1889). En 1630

Jufré del Águila, al fin de

su

Compendio historial

re-

vela que su intención fue

“mezclar algo provechoso

con lo entretenido”. En

Dell’arte istorica

(1636) el

citado Mascardi, jesuita

expulso y profesor de elo-

cuencia en Roma, siente

que la verdad histórica es

por esencia elusiva y ex-

horta a escribirla “

non solo

senza nota di falsità, ma con

lode d’eleganza, e di forza,

quando per altro sieno ben

regolate coi precetti dell’arte

[no sólo sin ápice de false-

dad, sino con encomio de

elegancia y vigor, en tan-

to se ajusten a los precep-

tos del arte. Trat. II, cap.

4, p. 595 ss.].

Ahora bien, tal afán de

hermosear la obra históri-

ca ¿no se va pareciendo

demasiado al

métier

del

poeta o novelista, que de

boca para afuera se recha-

za y condena?

Mucho más tarde el

benedictino Feijoo conce-

de: “Hágome cargo de que

el primor del estilo no es

de esencia de la historia;

pero es un accidente que

la adorna mucho y que la

hace más útil” (

Teatro crí-

tico universal

, tomo IV,

disc. 8, § VI-16). Ya pre-

vió Séneca los riesgos: “en-

tre los historiadores, los

hay que apetecen notorie-

dad relatando hechos in-

creíbles, y como los lecto-

res se dormirían sobre

acontecimientos demasia-

do comunes, los despier-

tan con prodigios … Este

es el vicio de todos estos

escritores que creen no

pueden gustar ni popula-

rizarse sus obras si no van

sazonadas con mentiras”

(

Cuestiones naturales

, lib.

VII, 16-1). Quince siglos

más tarde sigue en pie la

tentación. El cronista

teme que su libro caiga de

manos del lector si le brin-

da un escueto relato,

narratio nuda

, con que lan-

guidezca su curiosidad. Lo

confiesan tramos como

este de Álvarez de Tole-

do

:

“Demas de que la his-

toria cuando es larga

y va tratando siempre

de una cosa

aunque sea verdad, pe-

sada carga,

desabrida, cansada, y

enfadosa:

y la que mas en fábulas

se alarga

es mas dulce, agrada-

ble, y mas gustosa,

como al gusto de varios

paladares

las varias diferencias de

manjares” (

Purén

, canto

XI, octava 10).

Es tan profunda la se-

creta amistad entre histo-

ria y ficción que a fines del

XVIII aún puede Feijoo

afirmar que “no hay histo-

rias más gustosas que

aquellas que más se pare-

cen a las novelas. De aquí

es, que muchas veces se

atropella la verdad, por en-

dulzar la lectura con la fic-

ción” (

Teatro crítico univer-

sal

, tomo IV, disc. 8, § 13-

38). Una vez más:

verdad

o

ficción

¿es un dilema real?

No es la cuadratura del

círculo. La historia ha de

ser veraz, mas sin la ficción

aburrirá al lector. Los cro-

nistas descubren la

historia

romanceada

: historia-fábu-

la que baraja noticias cier-

tas con cuentos y anécdo-

tas (y muchos hay que di-

rían, con Merimée: “

Je

n’aime dans l’histoire que les

anecdotes

”. De la historia

sólo me gustan las anécdo-

tas.

Chronique du règne de

Charles IX

. Preface).

His-

toria romanceada

es cada

relato indiano. Mas algu-

nos lo escriben en super-

lativo, vgr. Gómara, Zá-

rate, Garcilaso, dueños de

fantasía, lenguaje castizo,

mot juste

. Por vestir hábi-

tos, el clérigo cuzqueño

disfraza de historia su ame-

na novela de los incas,

ofrece no mezclar “cosas

fabulosas con historia ver-

dadera”, opone ‘sueños o

fábulas’ a ‘hechos historia-

les’ y concluye: “la histo-

ria manda y obliga a

escrevir verdad, so pena

de ser burladores de todo

el mundo, y por ende in-

fames” (

Comentarios

, 2ª,

lib. I, cap. 18. Lisboa,

1609). ¿Llamarlo infame?

¡Qué va! Pero así como

nadie discute la belleza de

su estilo, ya nadie cree en

sus

verdades

fabuladas. Vie-

ne a cuento la sátira de

Ricardo Palma, que advir-

tió que el buen Garcilaso

“miente más que el telé-

grafo”. Le duele que

Ercilla compusiera “en ga-

lanos versos”

La Arau-

cana

escribiendo en poe-

sía y no en historia “para

que fuese mas creido”,

queja que extiende a la

vasta producción de cró-

nicas-en-verso: “fuera me-

jor escrevirlas en prosa,

porque fuera historia y no

poesia, y se les diera mas

credito” (

id

., 2ª, lib. VIII,

cap. 13).

Cosa de notar. Aparte

el blindaje con que los

autores del áureo siglo

escudan su poesía escé-

nica al bautizar sus temas

de

históricos

, es raro hallar

en las letras castellanas

una trinchera de resisten-

cia más sutil y batallona

que esta que humilla el

quehacer poético ante el

oficio de historiar. Otros

aires en las letras de Italia

(Tasso,

Discorsi dell’arte

poetica

, 1594) o Francia

(Ronsard,

Abregé de l’art

poëtique

François

. Paris,

1565 o Corneille,

Discours

sur la tragédie

). O en la In-

glaterra.

Philip Sidney, gran fi-

gura isabelina, de mano de

Aristóteles nota las caren-

cias del historiador y, en

un pasaje que mal encu-

bre una petición de prin-

cipio (= lo ficticio no es

falso), lo compara al poe-

ta: “

the Poet, he nothing

affirmeth, and therefore

never lieth: for as I take it,

to lie, is to affirme that to bee

true, which is false … the

Historian, affirming manie

things … hardly escape from

manie lies. But the Poet as I

said before, never affirmeth,

… he citeth not authorities

of other histories …In troth,

not laboring to tel you what

is, or is not, but what should,

or should not be”

[el poeta

nada afirma y por ello nun-

ca miente, pues, según

creo, mentir es afirmar que

es cierto lo que es falso …

el historiador, al afirmar

tantas cosas …difícilmente

evita muchas falsedades …

Mas el poeta, como dije

antes, nunca afirma … ni

cita autoridades de otras

historias ... En realidad, no

se esfuerza en decir lo que

es o no es, sino lo que po-

dría o no podría ser”] (

The

defence of poesie

. Ed.

William Ponsonby, 1595).

¡Esto es razonar en círculo!

Pero es, también, defender

con brío el coto de caza.