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LIBROS & ARTES

Página 19

Maríneo acusa con incivil

rudeza porque “oluidan-

dose de la verdad hizo

della un ventoso palo de

ciego” y por “su fraylesca

passion y colera indigesta

de monge mal domado”,

en

Historia de Aragón

, Ar-

gumento, fol. iii rº. Valen-

cia, 1524), suma a las bon-

dades de la historia el eter-

nizar a hombres y hechos:

“la fvente perhenal [= pe-

renne] de las uidas que es

la historia” (

Coronica

,

Prologo 2º), recordando

que el verbo escrito dura

más que el bronce, como

reza la altiva sentencia

horaciana

Exegi monu-

mentum aere perennius

(

Odas,

III, 30, 1-ss.). La

apologética obra del cis-

terciense Vagad fue criti-

cada por Menéndez y

Pelayo y Benedetto Croce

la juzgó “

libro puerile senza

dubbio, censurato poi dagli

stessi sapgnuoli”

[libro pue-

ril, sin duda, censurado por

los propios españoles.

La

Spagna nella vita ialiana

durante

la

Rinascenza

,

Bari, 1949, p. 107]. Es

acentuado ejemplo de

chovinismo aragonés y de

credulidad que arrebata.

Cumplido inventor de so-

poríferas arengas, sin avi-

so nos deslumbra con

miríficas apariciones de la

virgen María y san Jorge y

su “angelica caualleria”.

En parangón Jaime I

el

Conquistador

, al que cubre

de elogios desorbitados,

vgr. fol. LXXV y ss., opa-

ca al Cid. Hace a Aris-

tóteles de cuna española

(“Aristotiles ahun que na-

cido enla Grecia: de ci-

miento y linage de aca

dizen que fue dela hes-

paña”. Prólogo 1º), como

también al emperador

sacrogermánico Maximi-

liano I (“pujante y siem-

pre augusto maximiliano:

español … de aca de nues-

tra España fue y de ahí le

alcanza ser tan magnifico

y poderoso”.

Ibid

.). Y

cuando mienta a “los

alevosos traydores cristia-

nos” que perdieron el rei-

no ante los moros de

Tarik acusa al “prîcipal

dellos el côde dô julian

que no fue godo ni espa-

ñol mas ytaliano (!!) y de

linaje dlos cesares de

Roma” (

ibid

.).

(Sobre las epifanías

milagrosas en cuestión,

recordemos que el apóstol

Santiago que lucha contra

los moros en la Reconquis-

ta es viejo tema en la tra-

dición medieval española,

vgr. en el

Poema del Mío

Cid

, en el

Poema de Alfon-

so onceno

o en el

Poema de

Fernan González

, v. 407

ss., v. 556 ss.. Emilio Choy

analizó la migración del

ícono “matamoros” y su

espectral presencia en los

cielos de América, mon-

tado en un caballo blanco

y blandiendo flamígera es-

pada con que aterra y

pone en fuga a los indíge-

nas. Repiten el tema de-

masiados cronistas y auto-

res, vgr. 1553 Cieza de

León y Betanzos, 1555

Gómara,

post

1550 Santa

Clara, 1590 José de Acos-

ta, 1609 Garcilaso, 1613

Juan de Torquemada, 1615

Huaman Poma, fray An-

tonio de Remesal y Fran-

cisco de Fuentes y

Guzmán, 1646 Alonso de

Ovalle, 1662 Espinosa

Medrano, 1683 Antonio

de Solís, 1742 Matías de

la Mota Padilla. El trabajo

pionero de Emilio Choy,

De Santiago Matamoros a

Santiago Mataindios

, Lima,

1958, debe actualizarse

con una reciente y nota-

ble investigación de Ha-

rold Hernández Lefranc,

El

trayecto de Santiago apóstol

de España al Perú,

Lima,

2006.)

El teólogo erasmista

Pere Antoni Beuter, cate-

drático de súmulas en el

Estudio General de Valen-

cia, sin rubor saquea a

Florián de Ocampo y afir-

ma: “

consistix la perfecció de

les scriptures historials en

contenir veritat de totes les

cosas que tracten, y en no-

tar lo temps en què-s seguí

cada cosa de les que

escriven

” [la perfección de

los escritos históricos radi-

ca en decir la verdad de

todas las cosas que tratan

y anotar los tiempos en

que ocurrió cada cosa de

las que escriben».

Història

de València

, 1ª, lib. I. Va-

lencia, 1538], frase que en

el Perú copia Sarmiento:

“el caudal y perficion de

la historia consiste en la

verdad del hecho” (

Histo-

ria índica

, cap. 4) y debie-

ra ganarle los cien años de

perdón. Autor ameno,

Beuter recoge más de una

leyenda como aquella de

Wilfredo

el Velloso

y las

‘quatro barras’ del escudo

que hoy comparten las co-

munidades de Baleares, Va-

lencia, Cataluña y Aragón.

Anota el vasco Esteban

de Garibay y Zamalloa,

cronista de Felipe II: “la

autoridad de las historias

fue siempre tenida por ve-

nerable y sacrosanta” (

Los

quarenta libros del compen-

dio historial de las chronicas

y Vniversal historia

, lib. I,

cap. 2. Amberes, 1570),

aunque a veces el amor al

terruño le impide romper

una visión de campanario

que se complace en con-

sejas y hablillas. Y en un

libro miscelánico de mil

páginas salpicado de anéc-

dotas, de erudito cotilleo

a lo Aulio Gelio y aires de

amena enciclopedia que

ni siquiera es obra históri-

ca, en 1540 el cronista real

Pero Mexía, sumiso

apologista de Carlos V en

su

Historia del emperador

,

ahora subraya: “Enlo q.

toca a la verdad de histo-

ria, y de las cosas q. se tra-

tan, es cierto que ninguna

cosa digo, ni escriuo, que

no la aya leydo en libro de

grande autoridad” (

Silva

de varia lecion

.

Prohemio

y prefacion.

Madrid,

1587).

Sabe Jerónimo Zurita

cuán difícil es conocer el

alba de los pueblos: “de

aquí resulto que los cuen-

tos dela origen de muy

grandes Imperios y Rey-

nos, fueron a parar, como

cosas inçiertas y fabulosas

en diuersos Poëtas”. Y re-

niega de los que escriben

«con artificiosa contextu-

ra y ofuscando la verdad»

(

Anales de la Corona de

Aragon

, lib. I, fol. 1 vº.

Zaragoza, 1610). Pero en

su obra, que a ratos luce

un dislocado florilegio de

hazañas famosas, calla al-

gunos autores que sigue y

silencia el origen de docu-

mentos que copia. Ardid

que, sin escrúpulo, usan

más cronistas indianos de

lo que uno piensa.

(Su alerta sobre la vana

exploración del origen de

los pueblos coincide con

autores como el citado

Pasquier, pero llega tarde,

mal y nunca a la crónica

de Indias. Muchas de

ellas, cautivas del modelo

vigente, despliegan un

variopinto abanico de po-

Hasta el siglo XVIII la costa del Pacífico Sur tuvo mayor peso que la del Atlántico.