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LIBROS & ARTES

Página 22

cap. I). El lector agrade-

cerá a Bernal que a menu-

do olvide lo que prome-

tió. Pedro de Valdivia in-

forma al rey: “tuve relación

verdadera” (

Cartas

, X-

1552). Juan de la Isla con-

cluye su informe a la Co-

rona: “Lo qual todo es

ansi, y no hay otra cosa en

ello mas ni menos de

como aqui esta escrito, y

digo esto por que he vis-

to de molde y de mano

[= impresas y manuscri-

tas] otras relaciones que

carecen de toda verdad”

(

Descripción y relación

,

1564).

Pedro Pizarro, arqueti-

po de tránsfugas y rico

encomendero en Are-

quipa y en quien jamás

confió ni siquiera su deu-

do Gonzalo Pizarro, al que

traicionó y ante quien se

humilló más de una vez,

como más tarde ante La

Gasca en el reparto de

encomiendas en Huai-

narima y ante el poderoso

Toledo, alega ser “amigo

de la berdad y que la trato

sienpre y asi ba aqui todo

lo que ba escripto con

toda berdad” (

Relación

,

ad

finem

). El jesuita Acosta

en

Historia natural y moral

(1589) ansía “buscar la

verdad” (Proemio), en-

tiende que las tradiciones

“mas parecen cuentos o

fabulas de Ouidio que his-

toria” (

id.

I-22) y se resis-

te a “fabricar ficciones

poeticas y fabulosas” (

id

. I-

16). Para el mestizo mexi-

cano Diego Muñoz Ca-

margo, cooptado por el

Poder, su crónica “no fue

fábula ni la es porque en

efecto pasaba así” (

Histo-

ria de Tlaxcala,

I-17. Méxi-

co, ed. Chavero, 1892),

aunque expone más de

una vez sus dudas: “antes

más parece patraña que

verdad; mas está tan au-

torizado este negocio, y lo

tienen por tan cierto …”

(

id

. I-13). Y no esconde

jamás su interés por exal-

tar el decisivo apoyo que

su raza tlaxcalteca brindó

a Hernán Cortés en la con-

quista.

El clérigo Miguel Ca-

bello deplora el daño que

suelen causar los poetas “a

la verdad de las historias

… pues movidos con el

solo deseo de hermosear

sus escriptos pusieron en

ellos un millon de dispa-

rates” (

Miscelánea Antár-

tica

, II-10. 1586). Pero

acoge con sabia inconse-

cuencia leyendas locales y

cuentos de viejas, como

aquella del oso que rapta

una joven india para co-

habitar con ella “y la hiço

dueña y la dejo en cinta”

(

id

. III-3), fábula que más

tarde maquillará Felipe de

Pamanes. O da fe de ves-

tigios que prueban la cier-

ta llegada al Perú

in illo

tempore

del apóstol santo

Tomás predicador en el

Nuevo Mundo. O inserta

la meliflua y “notable his-

toria de los amores de

Quilaco yupangui de Qui-

to y Curicuillur de el Cuz-

co” cuya trama y peripe-

cias, como en mininovela

rosa por entregas, van en-

trelazadas con su crónica

andina a lo largo de ocho

capítulos (

id

. III-26 a 33).

Un soneto al cronista

Escobar, autor de la

Ver-

dadera relación de la felici-

ssima jornada

(1586) dice:

“En esta historia verda-

dera muestra

Antonio de Escobar su

esfuerço y arte” (

op. cit

. 4

vº)

Y el autor confirma

“haver procurado fuesse la

historia cabal y verdade-

ra” (

ibid

. 8 rº). “Escribo his-

toria verdadera y no for-

jada de mi cabeza” dice el

franciscano Mendieta

(

Historia eclesiástica,

III-

11) y omite “desatinos,

fábulas y ficciones” (

id

. II-

1). Motolinia, desgober-

nado enemigo de Las Ca-

sas en su impetuosa y apa-

sionada

Carta

al empera-

dor Carlos V, de Tlaxcala,

1555, asegura dar “testi-

monio de la verdad” (

His-

toria de los indios de Nueva

España

, III-10).

El bogotano Rodríguez

Freyle en su crónica-nove-

la

El carnero

(1638) pro-

mete al lector que “será la

relación sucinta y verda-

dera … ni tampoco lleva-

rá ficciones poéticas, por-

que sólo se hallará en ella

desnuda la verdad” (Cara-

cas, ed. Achury, 1979, p.

ix). ¡Desnuda la verdad

…! Vano ofrecer de un

amenísimo autor cuyo li-

bro trae a las mientes el

estilo que Johan Huizinga

llamaba

parfumeren ges-

chiedenis

, ese tipo de

histo-

ria perfumada

que con ca-

riz de ceñido texto docu-

mental se alivia a placer

con cuentos cortos, digre-

siones, anécdotas, inven-

ciones.

¿EMBELLECER LA

OBRA DE HISTORIA?

Ocurre que más de un

autor añora el recurso de

ornarse con

frasis de estilo

y con galas retóricas. Me-

diado el XV, Fernán Pérez

de Guzmán discute la cre-

dibilidad de la historia y

sugiere: “E a mi ver para

las estorias se fazer bien e

derechamente son neçe-

sarias tres cossas: la prime-

ra que el estoriador sea

discreto e savio e aya bue-

na retorica para poner la

estoria en fermosso e alto

estilo: porque la buena for-

ma onrra e guarneçe la

materia” (

Generaciones y

semblanzas

, Proemio).

El citado Speroni ad-

mite con Flavio Josefo que

gramática, retórica, poesía

entran en la composición

de la historia, mas es rea-

cio a embellecerla en de-

masía: “

che d’Historia

quando ella è arte ò con arte

fatta, non più Historia ma

arte sola debba appellarsi

[que la historia, cuando es

arte o hecha con arte ya

no debe llamarse historia

sino sólo arte” (

Dialoghi,

2º, Dialogo primo del’his-

toria

. Ed. 1564, p. 366).

Dionigi Atanagi distingue

historia y anales en

Ragio-

namiento… della eccellentia

et perfettion de la historia

[

Discurso de la excelencia y

perfección de la historia

.

1559] y opina que la his-

toria “

niuna cosa muta,

niuna aggiugne, niuna ne

toglie, ma narra la verità del

fatto, benché con ornamen-

to et leggiadria

” [no muda

ni añade ni suprime cosa

alguna, sino que narra la

verdad del hecho, bien

que con aliño y donosura.

Ed. facsimilar, Munich,

1971, p. 69].

Giovanni Antonio Vi-

perano, autor de

De bello

melitensi historia

(Perusiae,

1567), descripción del si-

tio de Malta de 1565 en

que fueron vencidos los

turcos, escribió también

un tratado de historia,

De

scribenda historia

. El obis-

po Viperano, poeta, trata-

dista y consejero del rey

Felipe II de España, exige

al historiador las virtudes

del orador según la máxi-

ma horaciana del

Ars

poetica

aut prodesse …aut

delectare

” (enseñar delei-

tando) y la plantilla

ciceroniana. Dice que “es-

cribir historia significa na-

rrar hechos humanos en

forma sabia y atractiva: es

tarea tan difícil y laborio-

sa para el historiador co-

mo útil y placentera al lec-

tor” (

De scribenda

, An-

twerp, 1569, p. 9) y para

lograr éxito recomienda

no ahorrar la

enargeia

(

pathos

emocional). Tam-

bién los preceptistas Uber-

to Foglietta en

De ratione

scribendæ historiæ

[

Del arte

de escribir historias

. Roma,

1573] y Alfredo Sardi en

Antimacho, de i precetti

historici

[

Antímaco, de los

preceptos históricos

. Vene-

cia, 1586] juzgan que la

exornatione

es fina presea

del historiador. El anticua-

rio, filólogo y cronista real

Ambrosio de Morales, del

que en dudosa frase de

encareciniento

dice Gar-

cilaso que lo adoptó por

hijo (Carta de Las Posadas,

31-XII-1592), en

Las an-

tigüedades de las ciudades de

España

alega que la histo-

ria “requiere grauedad y

dulçura en el dezir, que

ayudando a la verdad, para

que mejor se parezca y