LIBROS & ARTES
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infidelidad sexual que co-
mete la degradan como
militante
comunista.
¿Quién, entonces, según
los Radek y los Zhdanov,
sería el «héroe positivo»
de
La condición humana
?
Creo yo que sería Bo-
rodin, el burócrata de la
III Internacional, pues si
bien en esta novela ape-
nas si aparece, en
Los con-
quistadores
ocupa un rol
protagónico al lado de
Garin. Diré de paso que en
la última novela de Mal-
raux,
La esperanza,
que tie-
ne como trasfondo la gue-
rra civil española, desapa-
recen los héroes indivi-
duales y se relata la heroi-
cidad de los grupos de
combatientes que sin con-
ciencia problemática se
someten a la disciplina
partidaria, lo cual ha lle-
vado a la crítica a soste-
ner que en este libro apli-
ca Malraux la línea estali-
nista para narrar los acon-
tecimientos que forman la
trama novelesca.
Como ya he sostenido
en mi ensayo «Regreso a
Babel», no he leído ningu-
na novela que después de
la instauración del realis-
mo socialista en la Unión
Soviética a partir de 1934
presente personajes positi-
vos que sean humana y
artísticamente convincen-
tes. Con todo lo con-
troversial que pueda ser la
noción de «héroe positi-
vo», sólo en
La condición
humana
(
La esperanza
, la
otra gran novela de
Malraux, necesitaría un es-
tudio aparte), con Cheng,
Kyo y Katow, he visto re-
presentados personajes in-
dividuales y concretos
que, sin ocultar la densi-
dad de sus universos inte-
riores, son auténticos hé-
roes revolucionarios. De
los tres personajes, a mi
entender Katow es el me-
nos logrado, pues carece
de esa rotundidad plásti-
ca, existencial y sicológica
que poseen los restantes
personajes principales,
como, por ejemplo, el
«falstasiano» Clappique y
el humillado y ofendido
Hemmerlrich. Hasta el
momento crucial, en una
de las escenas más conmo-
vedoras en la historia de
la novela, aquella en la
que por dos veces obse-
quia el cianuro a dos ca-
maradas aterrorizados por-
que iban a ser quemados
vivos en el horno de una
locomotora, y él marcha
con sobria dignidad al te-
rrible sacrificio, hasta en-
tonces, decía, Katow es un
combatiente comunista
más bien borroso, casi sin
pasado y densidad exis-
tencial, yo creo que se me-
recía unas páginas más que
permitieran al lector aso-
marse a su intimidad y aca-
so a los enigmas de su vida.
En esta novela tan rica
en acontecimientos y en
escenas impactantes, hay
tres momentos memora-
bles que de manera uná-
nime la crítica ha resalta-
do. El primer momento es
la secuencia con que se
abre la novela. Cheng, el
terrorista, se dispone a ase-
sinar al traficante de armas
en cumplimiento de una
misión que tiene que ver
con la insurrección comu-
nista en Shanghai. Los
momentos previos a la eje-
cución del crimen, las imá-
genes y pensamientos que
invaden a Cheng mientras
con el puñal en la mano
observa el cuerpo, la car-
ne dormida e indefensa
del traficante, el acto mis-
mo del apuñalamiento y
luego la visión nocturna
de Shanghai vista desde la
conciencia atormentada
de un hombre que acaba
de matar a un ser huma-
no, difícilmente se borra-
rá de la memoria de los
lectores. Ya me he referi-
do al otro gran momento
de la novela: es aquel en
que se suicida Kyo tragán-
dose la cápsula de cianu-
ro y en que Katow, des-
pués del acto de fraterni-
dad al que ya he aludido,
se dispone a marchar a la
muerte.
El otro momento me-
morable –que ahora con
la tercera lectura he apre-
ciado mucho más– lo
compone el tenso y dolo-
roso diálogo de amor que
sostienen Kyo y May,
cuando ya es inminente la
sangrienta represión contra-
rrevolucionaria de Chang
Kai-sek. Kyo no tiene es-
capatoria y sabe que le es-
peran la cárcel, la tortura
y la muerte. Camaradas y
pareja de amantes del si-
glo XX, –para decirlo con
palabras de Lucien Gold-
mann– «sabiendo que en
su unión cada uno de ellos
ha conservado su propia
libertad y decidido respe-
tar la del otro, May, en un
momento de fatiga –y en
parte también emociona-
da por la piedad y la soli-
daridad que la unen a un
hombre de quien sabe co-
rre el riesgo de morir den-
tro de unas horas–, se ha
acostado con un compa-
ñero que la deseaba, si bien
ella no le amaba. Conven-
cida de que esto no tiene
ninguna importancia res-
pecto de su relación con
Kyo, que quedaría, sin
embargo, mancillada por
la menor mentira, May se
lo cuenta a este, quien
experimenta un intenso
dolor y un vivo sentimien-
to de celos». Novelistas
del siglo pasado–por un
lado, Proust, Thomas
Mann, Joyce, Musil; por
otro lado, Faulkner y
Hemingway, más cercanos
generacionalmente a Mal-
raux– han escrito estupen-
das historias de amor con
escenas muy celebradas
por la crítica. Pero lo que
torna singular al pasaje de
La condición humana
que
estoy comentando es que
se trata de un amor de na-
turaleza nueva y diferen-
te, que no rinde tributo al
viejo romanticismo (como
lo hace, por ejemplo, He-
mingway en
Adiós a las
armas
) y que sólo podía
darse en una situación re-
volucionaria del siglo XX.
Kyo, revolucionario y
hombre de pensamiento
moderno, sucumbe, sin
embargo a los celos y con
distintas razones que en-
cubren su deseo de ven-
ganza y castigo se niega,
pese a los ruegos reitera-
dos de ella, a llevarla a una
reunión urgente del comi-
té donde seguramente cae-
rá preso. Kyo, dejando
sola a May, sale de la habi-
tación y emprende la mar-
cha apresurada en busca de
sus camaradas. Pero enton-
ces toma conciencia del
oculto sentido de su con-
ducta y la profundidad de
su amor y vuelve corrien-
do a la habitación donde
May ha quedado abando-
André Malraux. París, década del treinta.