Previous Page  17 / 52 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 17 / 52 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 15

infidelidad sexual que co-

mete la degradan como

militante

comunista.

¿Quién, entonces, según

los Radek y los Zhdanov,

sería el «héroe positivo»

de

La condición humana

?

Creo yo que sería Bo-

rodin, el burócrata de la

III Internacional, pues si

bien en esta novela ape-

nas si aparece, en

Los con-

quistadores

ocupa un rol

protagónico al lado de

Garin. Diré de paso que en

la última novela de Mal-

raux,

La esperanza,

que tie-

ne como trasfondo la gue-

rra civil española, desapa-

recen los héroes indivi-

duales y se relata la heroi-

cidad de los grupos de

combatientes que sin con-

ciencia problemática se

someten a la disciplina

partidaria, lo cual ha lle-

vado a la crítica a soste-

ner que en este libro apli-

ca Malraux la línea estali-

nista para narrar los acon-

tecimientos que forman la

trama novelesca.

Como ya he sostenido

en mi ensayo «Regreso a

Babel», no he leído ningu-

na novela que después de

la instauración del realis-

mo socialista en la Unión

Soviética a partir de 1934

presente personajes positi-

vos que sean humana y

artísticamente convincen-

tes. Con todo lo con-

troversial que pueda ser la

noción de «héroe positi-

vo», sólo en

La condición

humana

(

La esperanza

, la

otra gran novela de

Malraux, necesitaría un es-

tudio aparte), con Cheng,

Kyo y Katow, he visto re-

presentados personajes in-

dividuales y concretos

que, sin ocultar la densi-

dad de sus universos inte-

riores, son auténticos hé-

roes revolucionarios. De

los tres personajes, a mi

entender Katow es el me-

nos logrado, pues carece

de esa rotundidad plásti-

ca, existencial y sicológica

que poseen los restantes

personajes principales,

como, por ejemplo, el

«falstasiano» Clappique y

el humillado y ofendido

Hemmerlrich. Hasta el

momento crucial, en una

de las escenas más conmo-

vedoras en la historia de

la novela, aquella en la

que por dos veces obse-

quia el cianuro a dos ca-

maradas aterrorizados por-

que iban a ser quemados

vivos en el horno de una

locomotora, y él marcha

con sobria dignidad al te-

rrible sacrificio, hasta en-

tonces, decía, Katow es un

combatiente comunista

más bien borroso, casi sin

pasado y densidad exis-

tencial, yo creo que se me-

recía unas páginas más que

permitieran al lector aso-

marse a su intimidad y aca-

so a los enigmas de su vida.

En esta novela tan rica

en acontecimientos y en

escenas impactantes, hay

tres momentos memora-

bles que de manera uná-

nime la crítica ha resalta-

do. El primer momento es

la secuencia con que se

abre la novela. Cheng, el

terrorista, se dispone a ase-

sinar al traficante de armas

en cumplimiento de una

misión que tiene que ver

con la insurrección comu-

nista en Shanghai. Los

momentos previos a la eje-

cución del crimen, las imá-

genes y pensamientos que

invaden a Cheng mientras

con el puñal en la mano

observa el cuerpo, la car-

ne dormida e indefensa

del traficante, el acto mis-

mo del apuñalamiento y

luego la visión nocturna

de Shanghai vista desde la

conciencia atormentada

de un hombre que acaba

de matar a un ser huma-

no, difícilmente se borra-

rá de la memoria de los

lectores. Ya me he referi-

do al otro gran momento

de la novela: es aquel en

que se suicida Kyo tragán-

dose la cápsula de cianu-

ro y en que Katow, des-

pués del acto de fraterni-

dad al que ya he aludido,

se dispone a marchar a la

muerte.

El otro momento me-

morable –que ahora con

la tercera lectura he apre-

ciado mucho más– lo

compone el tenso y dolo-

roso diálogo de amor que

sostienen Kyo y May,

cuando ya es inminente la

sangrienta represión contra-

rrevolucionaria de Chang

Kai-sek. Kyo no tiene es-

capatoria y sabe que le es-

peran la cárcel, la tortura

y la muerte. Camaradas y

pareja de amantes del si-

glo XX, –para decirlo con

palabras de Lucien Gold-

mann– «sabiendo que en

su unión cada uno de ellos

ha conservado su propia

libertad y decidido respe-

tar la del otro, May, en un

momento de fatiga –y en

parte también emociona-

da por la piedad y la soli-

daridad que la unen a un

hombre de quien sabe co-

rre el riesgo de morir den-

tro de unas horas–, se ha

acostado con un compa-

ñero que la deseaba, si bien

ella no le amaba. Conven-

cida de que esto no tiene

ninguna importancia res-

pecto de su relación con

Kyo, que quedaría, sin

embargo, mancillada por

la menor mentira, May se

lo cuenta a este, quien

experimenta un intenso

dolor y un vivo sentimien-

to de celos». Novelistas

del siglo pasado–por un

lado, Proust, Thomas

Mann, Joyce, Musil; por

otro lado, Faulkner y

Hemingway, más cercanos

generacionalmente a Mal-

raux– han escrito estupen-

das historias de amor con

escenas muy celebradas

por la crítica. Pero lo que

torna singular al pasaje de

La condición humana

que

estoy comentando es que

se trata de un amor de na-

turaleza nueva y diferen-

te, que no rinde tributo al

viejo romanticismo (como

lo hace, por ejemplo, He-

mingway en

Adiós a las

armas

) y que sólo podía

darse en una situación re-

volucionaria del siglo XX.

Kyo, revolucionario y

hombre de pensamiento

moderno, sucumbe, sin

embargo a los celos y con

distintas razones que en-

cubren su deseo de ven-

ganza y castigo se niega,

pese a los ruegos reitera-

dos de ella, a llevarla a una

reunión urgente del comi-

té donde seguramente cae-

rá preso. Kyo, dejando

sola a May, sale de la habi-

tación y emprende la mar-

cha apresurada en busca de

sus camaradas. Pero enton-

ces toma conciencia del

oculto sentido de su con-

ducta y la profundidad de

su amor y vuelve corrien-

do a la habitación donde

May ha quedado abando-

André Malraux. París, década del treinta.