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LIBROS & ARTES

Página 16

nada. [Porque] “

Compren-

día, ahora, que aceptar

llevar a la muerte al ser

que se ama es, acaso, la

forma total del amor,

aquello que no puede ser

superado”.

IV

La última lectura de

La

condición humana

la reali-

cé hace cuatro meses,

mientras escribía los capí-

tulos finales de mi novela

Confesiones de Tamara

Fiol

. Habían transcurrido

más de veinticinco años

desde mi tercera lectura y

no obstante el hundimien-

to, la descomposición y

desnaturalización de las

sociedades socialistas, de

las revoluciones traiciona-

das y de los cambios eco-

nómicos, sociales y políti-

cos que se han operado en

el mundo, el libro conser-

va su jerarquía artística y

su validez humana, políti-

ca y moral, pues la causa

popular y la lucha por la

dignidad y la decencia es

anterior y posterior al so-

cialismo. De otro lado,

comprendí que la mejor

de las novelas que escribió

Malraux ha ejercido en mi

vida y en mi obra una in-

fluencia permanente, no

en cuanto a la forma y el

lenguaje, sino en cuanto al

pensamiento y al humanis-

mo revolucionario que

trasunta el libro. De no

haber leído esas extraordi-

narias escenas de comba-

te en las calles de Shan-

ghai por obreros y militan-

tes comunistas no habría

sentido la necesidad ni te-

nido la audacia y la fuerza

para evocar en

La violen-

cia del tiempo

, por ejemplo,

los últimos días de la Co-

muna de París. Y tampo-

co hubiera viajado a Chi-

na Popular en busca de

AQ, es decir del héroe

positivo, que como Kyo

enfrenta una situación

contrarrevolucionaria, ex-

periencia que me permi-

tió concebir al AQ de mi

novela

Babel, el paraíso

. Y

ahora mientras leía por

cuarta vez (no sé si será la

última) me di cuenta que

escribía con mayor facili-

dad y fluidez las contien-

das ideológicas y partida-

rias entre Tamara Fiol y el

abyecto Raúl Arancibia.

En la viña del Señor

n tópico deleznable asegura

que el arte y la literatura es-

tán más allá del bien y del mal, que

a los artistas y escritores hay que

ponderarlos por su talento y no por

su conducta y sus convicciones.

¡Como si se pudiera separar la vida

de la obra!

En

Historia de Mayta

, Mario

Vargas Llosa confiesa que cuando

intenta leer a Ernesto Cardenal o

a otros escritores comunistas, del

texto mismo se levanta, como un

ácido que lo degrada, el recuerdo

de las posiciones políticas del au-

tor. Algo similar me sucede con

muchos escritores, con la diferen-

cia de que mi aversión la hago ex-

tensiva al plano ético. Para mí, un

verdadero escritor, un artista au-

téntico, además de ser políticamen-

te correcto, debe tener una con-

ducta intachable, debe ser un ejem-

plo de moral y rectitud en su vida

pública y privada. Es por esa razón

que me he negado a leer a Catulo,

bisexual y procaz poeta latino que

hace ostentación de su vida liber-

tina. Y no entiendo cómo algunos

amigos míos, lectores exigentes,

pueden degustar la poesía de

Francois Villon, asaltante y vaga-

bundo del siglo XV. En el colmo

del cinismo, burlándose de la con-

ciencia y sus pesares, el desvergon-

zado ladrón escribe:

“Yo soy François ¡cuánto me

pesa!

de París, muy cerca de Pontuesa.

Pendiendo de la cuerda de una

toesa

sabrá mi cuello lo que mi culo

pesa”.

Esta insolente cuarteta fue el

punto de partida de su célebre

Ba-

lada de los ahorcados

, pieza muy

ilustrativa porque pone en eviden-

cia la talla delictiva de su autor. Y

pensar que no faltan historiadores

y críticos literarios que consideran

a Villon padre de la literatura fran-

cesa.

La pintura también tiene delin-

cuentes notables y mucho más

avezados que los literatos. El caso

de Caravaggio es emblemático.

Además de ser diestro con la pale-

ta y con la navaja, era un conocido

sodomita, amigo de prostitutas y

asesino a sueldo. El carácter reli-

gioso, a veces sobrecogedor, de mu-

chos de sus cuadros no es excusa

para su exhibición en las iglesias.

Es moralmente inadmisible que es-

tos sagrados lugares den cabida a la

obra de semejante escoria que no

tuvo ningún reparo en usar como

modelos a vagos, maricas, ladrones

y rameras para pintar personajes del

santoral católico.

Enterarme de la verdadera ca-

tadura moral de escritores y artis-

tas por los que sentía una gran ad-

miración ha sido para m

í

una ex-

periencia dolorosa. Es el caso in-

creíble de Lewis Carroll. Justo

cuando leía

,

tan maravillado como

la propia Alicia, su libro más fa-

moso, me enteré de que este cléri-

go desgarbado era también un

pedófilo taimado que fotografiaba

desnudas a niñas muy tiernas, abu-

sando de su inocencia. Nunca más

volví a leer un libro suyo, a pesar

de sus tan atractivos títulos.

Otro pedófilo solapado es el pin-

tor renacentista Antonio Allegri,

más conocido como

Correggio

.

Aparte de sus hermosos cuadros re-

ligiosos, tiene otros inspirados en

la mitología pagana. Precisamen-

te, hablando de la serie

Mitos y ale-

gorías

, en su cuadro

Venus

,

Sátiro y

Cupido

, las voluptuosas formas del

rollizo

putto

compiten con las de

Venus. Una verdadera provocación

para el más inadvertido pederasta.

De la pintura de este esquizofréni-

co se podría decir que una de sus

manos era guiada por Dios y la otra

por el demonio.

Pero más maléfico que estos dos

pedófilos es el poeta Louis Aragón.

Aparte de su bien conocido estali-

nismo, en su juventud escribió una

novela pornográfica titulada

obscenamente

El coño de Irene

. A

este canalla le gustaba escandalizar

haciendo públicas sus torcidas pre-

ferencias: decía que entre un pre-

ceptor, un pediatra y un pedófilo,

el que verdaderamente ama a los

niños es el pedófilo. No me extra-

ña, porque otro comunista consi-

derado como cineasta genial,

Eisenstein, tenía iguales inclina-

ciones. Los comisarios de la cultu-

ra, siempre dispuestos a la censu-

ra, se hacían de la vista gorda con

las perversiones del cinéfilo

pedófilo, perfecto doble filo. Mien-

tras filmaba

¡Que viva México!

se

daba maña para seducir a los ado-

lescentes lugareños.

Las alertadas

madres escondían a sus hijos como

si hubiera llegado el ogro. Por más

maravillas que me hablen del

Acorazado Potemkin

, de

Iván el te-

rrible

o de

Alejandro Nevsky

, jamás

veré una sola de sus películas.

Se podría decir que en los ar-

tistas y escritores marxistas hay una

cómplice correspondencia entre su

incorrección política y su propen-

sión a una conducta disoluta. La

vida y la obra de Eluard, Brecht,

Picasso, Neruda, Visconti y otros

así lo confirman. No por gusto, la

escritora austriaca Ruth Fischer,

cuando era comunista, propuso in-

cluir la promiscuidad sexual entre

las conquistas sociales. Su moción

fue rechazada por razones tácticas

y no por escrúpulos morales.

Ni la música, por más celestial

que parezca a nuestros oídos, se

salva de la presencia de seres

repudiables. Confieso que desde

muy niño me encantaba Mozart,

su música me parecía maravillosa,

excelsa. Me he emocionado con su

Réquiem

, casi tanto como el meló-

mano Araníbar. Sin embargo, ni

bien supe de la vulgaridad de

Amadeus, de su coprolalia, de su

vida escandalosa y libertina, renun-

cié a sus pompas y a sus obras. Aho-

ra mi héroe musical es Salieri, que

consagró su castidad al Altísimo a

cambio de un poco de talento. Pre-

juicios aparte, creo sinceramente

que la música de Salieri se deja oír

plácidamente y sin ningún tipo de

ácido que degrade sus partituras.

Otra peluca empolvada, otra

abominación moral es el Marqués

de Sade, estúpidamente divinizado

por los surrealistas. Ni siquiera en

los momentos más descarriados de

mi juventud sentí el deseo de leer-

lo. Solamente un depravado como

Sade puede proponer un personaje

que pretende en un único acto co-

meter los pecados de estupro, sodo-

mía, incesto, adulterio y sacrilegio:

violar contra natura a su propia

hija frente al altar mayor, instan-

tes después de haber ella contraí-

do matrimonio.

Como la lista es larga, más bien

inacabable, prefiero cortarla con

un escritor de reconocida discre-

ción y, aparentemente, libre de

toda sospecha. Me refiero al gua-

temalteco Augusto Monterroso,

que tuvo la indecencia de escribir

que los viejitos provienen de la

cópula de dos niños varones al de-

jarse llevar por los arrebatos pro-

pios de su edad. Seguramente al ti-

morato Monterroso le debe haber

parecido una gran audacia posar de

provocador. Que alguno de los cír-

culos del infierno lo cobije por los

siglos de los siglos, amén.

LIBRES DE TODA CULPA

Lorenzo Osores

U