LIBROS & ARTES
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nada. [Porque] “
Compren-
día, ahora, que aceptar
llevar a la muerte al ser
que se ama es, acaso, la
forma total del amor,
aquello que no puede ser
superado”.
IV
La última lectura de
La
condición humana
la reali-
cé hace cuatro meses,
mientras escribía los capí-
tulos finales de mi novela
Confesiones de Tamara
Fiol
. Habían transcurrido
más de veinticinco años
desde mi tercera lectura y
no obstante el hundimien-
to, la descomposición y
desnaturalización de las
sociedades socialistas, de
las revoluciones traiciona-
das y de los cambios eco-
nómicos, sociales y políti-
cos que se han operado en
el mundo, el libro conser-
va su jerarquía artística y
su validez humana, políti-
ca y moral, pues la causa
popular y la lucha por la
dignidad y la decencia es
anterior y posterior al so-
cialismo. De otro lado,
comprendí que la mejor
de las novelas que escribió
Malraux ha ejercido en mi
vida y en mi obra una in-
fluencia permanente, no
en cuanto a la forma y el
lenguaje, sino en cuanto al
pensamiento y al humanis-
mo revolucionario que
trasunta el libro. De no
haber leído esas extraordi-
narias escenas de comba-
te en las calles de Shan-
ghai por obreros y militan-
tes comunistas no habría
sentido la necesidad ni te-
nido la audacia y la fuerza
para evocar en
La violen-
cia del tiempo
, por ejemplo,
los últimos días de la Co-
muna de París. Y tampo-
co hubiera viajado a Chi-
na Popular en busca de
AQ, es decir del héroe
positivo, que como Kyo
enfrenta una situación
contrarrevolucionaria, ex-
periencia que me permi-
tió concebir al AQ de mi
novela
Babel, el paraíso
. Y
ahora mientras leía por
cuarta vez (no sé si será la
última) me di cuenta que
escribía con mayor facili-
dad y fluidez las contien-
das ideológicas y partida-
rias entre Tamara Fiol y el
abyecto Raúl Arancibia.
En la viña del Señor
n tópico deleznable asegura
que el arte y la literatura es-
tán más allá del bien y del mal, que
a los artistas y escritores hay que
ponderarlos por su talento y no por
su conducta y sus convicciones.
¡Como si se pudiera separar la vida
de la obra!
En
Historia de Mayta
, Mario
Vargas Llosa confiesa que cuando
intenta leer a Ernesto Cardenal o
a otros escritores comunistas, del
texto mismo se levanta, como un
ácido que lo degrada, el recuerdo
de las posiciones políticas del au-
tor. Algo similar me sucede con
muchos escritores, con la diferen-
cia de que mi aversión la hago ex-
tensiva al plano ético. Para mí, un
verdadero escritor, un artista au-
téntico, además de ser políticamen-
te correcto, debe tener una con-
ducta intachable, debe ser un ejem-
plo de moral y rectitud en su vida
pública y privada. Es por esa razón
que me he negado a leer a Catulo,
bisexual y procaz poeta latino que
hace ostentación de su vida liber-
tina. Y no entiendo cómo algunos
amigos míos, lectores exigentes,
pueden degustar la poesía de
Francois Villon, asaltante y vaga-
bundo del siglo XV. En el colmo
del cinismo, burlándose de la con-
ciencia y sus pesares, el desvergon-
zado ladrón escribe:
“Yo soy François ¡cuánto me
pesa!
de París, muy cerca de Pontuesa.
Pendiendo de la cuerda de una
toesa
sabrá mi cuello lo que mi culo
pesa”.
Esta insolente cuarteta fue el
punto de partida de su célebre
Ba-
lada de los ahorcados
, pieza muy
ilustrativa porque pone en eviden-
cia la talla delictiva de su autor. Y
pensar que no faltan historiadores
y críticos literarios que consideran
a Villon padre de la literatura fran-
cesa.
La pintura también tiene delin-
cuentes notables y mucho más
avezados que los literatos. El caso
de Caravaggio es emblemático.
Además de ser diestro con la pale-
ta y con la navaja, era un conocido
sodomita, amigo de prostitutas y
asesino a sueldo. El carácter reli-
gioso, a veces sobrecogedor, de mu-
chos de sus cuadros no es excusa
para su exhibición en las iglesias.
Es moralmente inadmisible que es-
tos sagrados lugares den cabida a la
obra de semejante escoria que no
tuvo ningún reparo en usar como
modelos a vagos, maricas, ladrones
y rameras para pintar personajes del
santoral católico.
Enterarme de la verdadera ca-
tadura moral de escritores y artis-
tas por los que sentía una gran ad-
miración ha sido para m
í
una ex-
periencia dolorosa. Es el caso in-
creíble de Lewis Carroll. Justo
cuando leía
,
tan maravillado como
la propia Alicia, su libro más fa-
moso, me enteré de que este cléri-
go desgarbado era también un
pedófilo taimado que fotografiaba
desnudas a niñas muy tiernas, abu-
sando de su inocencia. Nunca más
volví a leer un libro suyo, a pesar
de sus tan atractivos títulos.
Otro pedófilo solapado es el pin-
tor renacentista Antonio Allegri,
más conocido como
Correggio
.
Aparte de sus hermosos cuadros re-
ligiosos, tiene otros inspirados en
la mitología pagana. Precisamen-
te, hablando de la serie
Mitos y ale-
gorías
, en su cuadro
Venus
,
Sátiro y
Cupido
, las voluptuosas formas del
rollizo
putto
compiten con las de
Venus. Una verdadera provocación
para el más inadvertido pederasta.
De la pintura de este esquizofréni-
co se podría decir que una de sus
manos era guiada por Dios y la otra
por el demonio.
Pero más maléfico que estos dos
pedófilos es el poeta Louis Aragón.
Aparte de su bien conocido estali-
nismo, en su juventud escribió una
novela pornográfica titulada
obscenamente
El coño de Irene
. A
este canalla le gustaba escandalizar
haciendo públicas sus torcidas pre-
ferencias: decía que entre un pre-
ceptor, un pediatra y un pedófilo,
el que verdaderamente ama a los
niños es el pedófilo. No me extra-
ña, porque otro comunista consi-
derado como cineasta genial,
Eisenstein, tenía iguales inclina-
ciones. Los comisarios de la cultu-
ra, siempre dispuestos a la censu-
ra, se hacían de la vista gorda con
las perversiones del cinéfilo
pedófilo, perfecto doble filo. Mien-
tras filmaba
¡Que viva México!
se
daba maña para seducir a los ado-
lescentes lugareños.
Las alertadas
madres escondían a sus hijos como
si hubiera llegado el ogro. Por más
maravillas que me hablen del
Acorazado Potemkin
, de
Iván el te-
rrible
o de
Alejandro Nevsky
, jamás
veré una sola de sus películas.
Se podría decir que en los ar-
tistas y escritores marxistas hay una
cómplice correspondencia entre su
incorrección política y su propen-
sión a una conducta disoluta. La
vida y la obra de Eluard, Brecht,
Picasso, Neruda, Visconti y otros
así lo confirman. No por gusto, la
escritora austriaca Ruth Fischer,
cuando era comunista, propuso in-
cluir la promiscuidad sexual entre
las conquistas sociales. Su moción
fue rechazada por razones tácticas
y no por escrúpulos morales.
Ni la música, por más celestial
que parezca a nuestros oídos, se
salva de la presencia de seres
repudiables. Confieso que desde
muy niño me encantaba Mozart,
su música me parecía maravillosa,
excelsa. Me he emocionado con su
Réquiem
, casi tanto como el meló-
mano Araníbar. Sin embargo, ni
bien supe de la vulgaridad de
Amadeus, de su coprolalia, de su
vida escandalosa y libertina, renun-
cié a sus pompas y a sus obras. Aho-
ra mi héroe musical es Salieri, que
consagró su castidad al Altísimo a
cambio de un poco de talento. Pre-
juicios aparte, creo sinceramente
que la música de Salieri se deja oír
plácidamente y sin ningún tipo de
ácido que degrade sus partituras.
Otra peluca empolvada, otra
abominación moral es el Marqués
de Sade, estúpidamente divinizado
por los surrealistas. Ni siquiera en
los momentos más descarriados de
mi juventud sentí el deseo de leer-
lo. Solamente un depravado como
Sade puede proponer un personaje
que pretende en un único acto co-
meter los pecados de estupro, sodo-
mía, incesto, adulterio y sacrilegio:
violar contra natura a su propia
hija frente al altar mayor, instan-
tes después de haber ella contraí-
do matrimonio.
Como la lista es larga, más bien
inacabable, prefiero cortarla con
un escritor de reconocida discre-
ción y, aparentemente, libre de
toda sospecha. Me refiero al gua-
temalteco Augusto Monterroso,
que tuvo la indecencia de escribir
que los viejitos provienen de la
cópula de dos niños varones al de-
jarse llevar por los arrebatos pro-
pios de su edad. Seguramente al ti-
morato Monterroso le debe haber
parecido una gran audacia posar de
provocador. Que alguno de los cír-
culos del infierno lo cobije por los
siglos de los siglos, amén.
LIBRES DE TODA CULPA
Lorenzo Osores
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