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LIBROS & ARTES

Página 11

n los años siguientes

no me fue posible

conseguir otro ejemplar de

la novela, quizá porque no

puse todo el empeño para

encontrarlo pues por en-

tonces yo me hallaba ab-

solutamente entregado a

la lectura de Faulkner.

Pero un día de aquel ve-

rano, mientras husmeaba

en la para mí asombrosa

biblioteca de don Cosme

Espíritu, un anciano maes-

tro muy respetado por to-

das las comunidades del

valle del Mantaro y anti-

guo amigo e informante de

Mariátegui –en ese estan-

te con puertas de vidrio vi

por primera vez la colec-

ción completa de la revis-

ta

Amauta–

, inesperada-

mente descubrí en la sec-

ción de libros soviéticos o

relacionados con el movi-

miento comunista inter-

nacional la novela del es-

critor francés.

Recuerdo que reprimí

mi deseo de leer la obra

hasta que acabase de es-

cribir el capítulo de la his-

toria que estaba trabajan-

do. Cuando una semana

después, luego de dos no-

ches corridas, terminé de

leer

La condición humana

,

me abrumaban dos senti-

mientos contradictorios;

por el estremecimiento

humano y vital que me

despertó la lectura tuve

la certeza que había leído

una novela fundamental

en la historia de la litera-

tura contemporánea; pero

esta exaltación (incluso

esta felicidad) se veía

enturbiada por un senti-

miento menos noble, egoís-

ta: ¿por qué el azar me ha-

bía puesto ante un libro

que no sólo descalificaba

el contenido humano de

la novela que estaba escri-

biendo, sino mi propia re-

lación con la realidad y la

vida? ¡Si al menos hubie-

ra leído la novela de

Malraux después que ya

hubiese concluido mi po-

bre ficción! Porque frente

a esta auténtica tragedia

revolucionaria que es

La

condición humana

, con per-

sonajes de estirpe dosto-

wieskiana –Raskolnikov,

Stavrogin, Ivan Kara-

mazov, Verjovensky, son

los antecesores más cerca-

nos de Chen, Kyo, Katow,

incluso de Gisors y Clappi-

que– los tormentos y las

correrías alcohólicas y las

fantasías eróticas de los

adolescentes de

El viejo

saurio…

me parecieron

banales y mezquinos.

Por otro lado, ¿qué ha-

cía yo en esa comunidad

andina? ¿Por qué no había

escuchado la voz de mi

tiempo y de mi generación

viajando a Cuba a recibir

enseñanzas políticas y en-

trenamiento militar como

lo había hecho, entre mu-

chos otros, mi buen ami-

go Pedrito Pinillos? Pensé,

pensé mucho, en Javier

Heraud, la noticia de cuyo

asesinato había escuchado

casi un año atrás en esta

misma comunidad. Nun-

ca fui su amigo ni crucé

palabras con él, pero lo

veía a diario en la Plaza

Francia y en los pasillos de

la Facultad de Pre-Letras

y algunas veces habíamos

coincidido en las cantinas

de los alrededores. Sin

duda por prejuicios de pro-

vinciano, de clase y hasta

raciales, Javier me desper-

taba más bien antipatía,

como por lo demás me la

despertaban los limeñitos

y pitucos de la mediana y

alta burguesía que en esos

años constituían la mayo-

ría de los alumnos de la

Católica. Y recuerdo que

mi antipatía era mayor

con aquellos condiscípulos

que mostraban entusiasmo

por el socialismo y la re-

volución cubana, pues to-

dos me parecían una par-

tida de impostores y opor-

tunistas. En realidad, por

esos años yo estaba moles-

to con el mundo, no por

razones sociales o políticas

sino por el hecho mismo

de existir. Hasta que un

día, en un histórico reci-

CUATRO LECTURAS DE

LA CONDICIÓNHUMANA

André Malraux

Miguel Gutiérrez

Leí por primera vez

La condición humana

de André Malraux en el verano de 1964 en

Muquiyauyo, un pueblo de la margen derecha del Mantaro, cuando en un estado de alegría y de espléndida

irresponsabilidad avanzaba en la escritura de mi primera novela, que años después titulé

El viejo saurio se retira

.

Para ser exacto, tres años atrás yo había iniciado la lectura del libro de Malraux en Lima, por desgracia lo perdí o,

lo que es más probable, me lo robaron en una de esas noches de desordenada bohemia juvenil donde no

se hablaba de otra cosa más que de literatura, sobre todo de novelas y de novelistas.

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E