LIBROS & ARTES
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n los años siguientes
no me fue posible
conseguir otro ejemplar de
la novela, quizá porque no
puse todo el empeño para
encontrarlo pues por en-
tonces yo me hallaba ab-
solutamente entregado a
la lectura de Faulkner.
Pero un día de aquel ve-
rano, mientras husmeaba
en la para mí asombrosa
biblioteca de don Cosme
Espíritu, un anciano maes-
tro muy respetado por to-
das las comunidades del
valle del Mantaro y anti-
guo amigo e informante de
Mariátegui –en ese estan-
te con puertas de vidrio vi
por primera vez la colec-
ción completa de la revis-
ta
Amauta–
, inesperada-
mente descubrí en la sec-
ción de libros soviéticos o
relacionados con el movi-
miento comunista inter-
nacional la novela del es-
critor francés.
Recuerdo que reprimí
mi deseo de leer la obra
hasta que acabase de es-
cribir el capítulo de la his-
toria que estaba trabajan-
do. Cuando una semana
después, luego de dos no-
ches corridas, terminé de
leer
La condición humana
,
me abrumaban dos senti-
mientos contradictorios;
por el estremecimiento
humano y vital que me
despertó la lectura tuve
la certeza que había leído
una novela fundamental
en la historia de la litera-
tura contemporánea; pero
esta exaltación (incluso
esta felicidad) se veía
enturbiada por un senti-
miento menos noble, egoís-
ta: ¿por qué el azar me ha-
bía puesto ante un libro
que no sólo descalificaba
el contenido humano de
la novela que estaba escri-
biendo, sino mi propia re-
lación con la realidad y la
vida? ¡Si al menos hubie-
ra leído la novela de
Malraux después que ya
hubiese concluido mi po-
bre ficción! Porque frente
a esta auténtica tragedia
revolucionaria que es
La
condición humana
, con per-
sonajes de estirpe dosto-
wieskiana –Raskolnikov,
Stavrogin, Ivan Kara-
mazov, Verjovensky, son
los antecesores más cerca-
nos de Chen, Kyo, Katow,
incluso de Gisors y Clappi-
que– los tormentos y las
correrías alcohólicas y las
fantasías eróticas de los
adolescentes de
El viejo
saurio…
me parecieron
banales y mezquinos.
Por otro lado, ¿qué ha-
cía yo en esa comunidad
andina? ¿Por qué no había
escuchado la voz de mi
tiempo y de mi generación
viajando a Cuba a recibir
enseñanzas políticas y en-
trenamiento militar como
lo había hecho, entre mu-
chos otros, mi buen ami-
go Pedrito Pinillos? Pensé,
pensé mucho, en Javier
Heraud, la noticia de cuyo
asesinato había escuchado
casi un año atrás en esta
misma comunidad. Nun-
ca fui su amigo ni crucé
palabras con él, pero lo
veía a diario en la Plaza
Francia y en los pasillos de
la Facultad de Pre-Letras
y algunas veces habíamos
coincidido en las cantinas
de los alrededores. Sin
duda por prejuicios de pro-
vinciano, de clase y hasta
raciales, Javier me desper-
taba más bien antipatía,
como por lo demás me la
despertaban los limeñitos
y pitucos de la mediana y
alta burguesía que en esos
años constituían la mayo-
ría de los alumnos de la
Católica. Y recuerdo que
mi antipatía era mayor
con aquellos condiscípulos
que mostraban entusiasmo
por el socialismo y la re-
volución cubana, pues to-
dos me parecían una par-
tida de impostores y opor-
tunistas. En realidad, por
esos años yo estaba moles-
to con el mundo, no por
razones sociales o políticas
sino por el hecho mismo
de existir. Hasta que un
día, en un histórico reci-
CUATRO LECTURAS DE
LA CONDICIÓNHUMANA
André Malraux
Miguel Gutiérrez
Leí por primera vez
La condición humana
de André Malraux en el verano de 1964 en
Muquiyauyo, un pueblo de la margen derecha del Mantaro, cuando en un estado de alegría y de espléndida
irresponsabilidad avanzaba en la escritura de mi primera novela, que años después titulé
El viejo saurio se retira
.
Para ser exacto, tres años atrás yo había iniciado la lectura del libro de Malraux en Lima, por desgracia lo perdí o,
lo que es más probable, me lo robaron en una de esas noches de desordenada bohemia juvenil donde no
se hablaba de otra cosa más que de literatura, sobre todo de novelas y de novelistas.
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