

LIBROS & ARTES
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En todo amor se escucha siempre
la soledosa vena del agua
donde se copia ausente
un rostro vivo que fue nuestro.
El agua surge, el agua nombra,
con suaves labios transparentes,
la vieja cuna sola
y unas palabras en rescoldo.
El amor no es así. Nos siembra
sol en el alma, y con el agua
cánticos de la tierra
nos traen anhelos memoriosos.
Paloma triste de mi madre
abre en mi pecho la nostalgia;
Córdoba es adusta, y cae
en mí un ocaso susurrante.
Mi padre cabalgando, en marcha,
en hierro gris, en enemiga;
el Cuzco, noble patria,
piedra viril ante el destino.
Oh corazón, sé pozo quieto
pero vivo de amor por ellos;
guarda sus sombras, guarda
sus muy humanos resplandores.
Por sobre ti pongo el oído
y siento el rumor del sol, la luz
del agua, el surco tibio,
la mano buena del labriego.
El amor es así. La sangre,
el país que me habla por dentro,
me hacen saber, y sabe
ser corriente agua el recuerdo.
(De
La gruta de la sirena
)
Javier Sologuren
MEMORIADEGARCILASO, EL INCA
simbólica sobre sus cuña-
das y sus propias herma-
nas, que morían solteronas
después de custodiar a sus
sobrinos durante años.
Esta era o es la familia crio-
lla. En el otro lado estaba
la familia india y hoy la
popular, en las cuales muy
a menudo la carencia prin-
cipal es del padre y este
vacío es con frecuencia lle-
nado con los hermanos de
la madre, los tíos de
Garcilaso que hablaban
del paraíso perdido.
A esos años de humi-
llación como “sobrino” si-
guieron otros en España,
cuando se vio obligado a
cambiar su nombre de
bautismo, Gómez Suárez
de Figueroa, para evitar
confusión porque era tam-
bién el apellido del mar-
qués consorte de Priego.
En medio de ese caos emo-
cional Garcilaso quizás dio
palos de ciego. Sirvió bajo
las órdenes de Juan de
Austria, otro hijo natural,
y combatió a los moros de
la Alpujarras, criollos y
mestizos vencidos como
él, cuya resistencia en Es-
paña era comparable a la
de los incas de Vilcabam-
ba. Quizás en algún mo-
mento empezó a desarro-
llar Garcilaso en forma in-
consciente ese paradigma
binario que nos lleva a
pensar y organizar nuestras
vidas en dos fases, en la
segunda de las cuales tra-
taremos de repetir aque-
llos hechos que en la pri-
mera tuvieron signos ne-
gativos; no para que se rea-
licen de igual manera sino
para lo contrario.
En una suerte de ac-
ción mágica porque en el
fondo esperamos que en la
segunda fase todo tenga
un final feliz. Así Garcilaso
tiene por amante una es-
clava morisca de la cual
nace un hijo en las mismas
condiciones que él nació
pero tampoco llegó esta
segunda vez a ocurrir ma-
trimonio.
Garcilaso no es, por lo
que vemos, un símbolo de
armonía y reconciliación
entre lo occidental y lo
andino sino un esfuerzo,
un drama, un contrapun-
to. Al final de su vida,
cuando un amigo le pidió
consejo para viajar a la
América le respondió: al
Perú antes que a ninguna
parte y mejor hoy que
mañana; y en su testamen-
to pidió que le rezaran las
misas del destierro.
Este es en definitiva el
Garcilaso rescatado por
Luis Alberto Sánchez. Un
Garcilaso casi subversivo
visto con los ojos de un
desterrado político perua-
no del siglo XX. Eran los
momentos más duros del
APRA, el partido al que
perteneció Sánchez desde
su juventud; un partido
entonces denunciado co-
mo un enemigo no sólo
del orden sino también del
régimen y sobre todo del
sistema. Pasaron los años,
vinieron cambios ideoló-
gicos, políticos y persona-
les referidos tanto a Luis
Alberto Sánchez como al
partido aprista; cambios
que no corresponde preci-
sar en estos momentos.
De algún modo las pre-
ferencias estilísticas de
Sánchez pusieron en evi-
dencia todas esas tensio-
nes de tan diversa índole.
Continuó manejando la
agudeza y la dialéctica
como poderosas herra-
mientas de análisis; pero
privilegió cada vez más a
la sátira; y daba la impre-
sión de no querer jugarse
a fondo la mayoría de las
veces quizás porque, al fi-
nal, le quedaban estrechos
el tiempo y los enemigos.
Con todo, hubo siempre
un trasfondo, sólido y tris-
te, donde apuntaba ese
magma nostálgico tan vi-
sible en este libro suyo so-
bre Garcilaso. En el futu-
ro habría que leer a Luis
Alberto Sánchez con el
mismo ánimo desmitifica-
dor que él empleó para el
cronista inca. Despojados
de todo lo adjetivo, en es-
tos dos escritores subsiste
el mismo ánimo disconfor-
me, la necesidad de soñar,
de inventar y hacer una
realidad mejor; si no para
uno mismo, quizás para los
demás. Es decir, las virtu-
des que, más allá del dis-
curso mismo, comprome-
ten a cada hombre con la
auténtica acción a la vez
tradicional y revoluciona-
ria.