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LIBROS & ARTES

Página 6

Hay alguna edad más adecuada

para escribir una obra maestra?

Recuerdo que hace algunos años, un

amigo me decía que todos los gran-

des libros se habían escrito cuando sus

creadores tenían alrededor de treinta

años. Es la edad, razonaba, en la que

se integran la energía creadora y la ex-

periencia de vida, la fórmula exacta

para escribir un gran cuento. En otra

ocasión, leí un comentario que seña-

laba en cambio que los cincuenta

años son “la mejor edad para escribir

una gran novela”.

Malcolm Gladwell, en un artículo

reciente en el New Yorker, recoge una

investigación hecha sobre los ciclos

de un creador. David Galenson, de la

Universidad de Chicago, realizó una

investigación sobre las edades en las

que sus autores habían escrito los más

grandes poemas en lengua inglesa y

llegó a la conclusión, contra lo que se

piensa, de que no siempre es cierto

que la juventud sea la edad más pro-

picia a la poesía. Según el recuento

de Galenson, muchos poetas, como

Robert Frost, William Carlos Williams

y Wallace Stevens, habían escrito cer-

ca de la mitad de sus poemas

antologados después de los cincuen-

ta años. “El Baile” de Williams, por

ejemplo, se escribió a los cincuenta y

nueve años, una edad que pocos ima-

ginan la de un poeta en la plenitud

de sus energías.

Galenson establece una diferencia

entre escritores precoces y tardíos. Los

precoces son aquellos que tienen unos

objetivos muy claros desde muy pron-

to en su obra y se concentran en ellos

de un modo obsesivo desde el primer

día. Los tardíos son tan obsesos como

los precoces pero su mundo pertene-

ce más a la experimentación y son

capaces de realizar muchas pruebas

antes de dar lo mejor de sí. Los tar-

díos, por lo general, no se convencen

de que son buenos en algo hasta que

cumplen los cincuenta años. Los pre-

coces, en cambio, tienen una fe en su

poder muy clara desde el primer mo-

mento. Los tardíos tienen objetivos

imprecisos y son capaces de volver

muchas veces sobre los mismos temas

de su investigación (Gladwell cita a

Ben Fountain, un escritor que escri-

bía una novela sobre Haití y que fue

a visitar el país decenas de veces, an-

tes de sentirse listo para escribir). Se-

gún Gladwell, precoces son pintores

como Picasso y cineastas como Orson

Welles. Ambos triunfan de modo muy

claro desde muy jóvenes. Un tardío

ilustre, en cambio, es Cézanne. Los tar-

díos necesitan de ayudas: mujeres,

mecenas, padres, amigos. Sin la ayu-

da de Zolá, de su padre y de Vollard,

que auspició su primera exhibición a

los cincuenta y seis años, Cézanne

nunca habría llegado a la genialidad

de su obra final. Los precoces, en cam-

bio, sólo se bastan a sí mismos.

La literatura moderna está llena de

ambos géneros. Uno de los precoces

es sin duda Pablo Neruda, que publica

Veinte poemas de amor y una canción

desesperada

a los veinte años y escribe

su obra maestra,

Residencia en la tierra

,

antes de los treinta. Mario Vargas Llosa

había terminado

La ciudad y los perros

a los 26 años y

La Casa Verde

a los trein-

ta. Hay pocos casos como el de

Faulkner. Entre los treinta y dos y los

treinta y cinco años, escribe cuatro

obras maestras,

El sonido y la furia,

Mientras agonizo, Santuario

y

Luz de

agosto

. Sin embargo, Alfred Hitchcock,

entre las respetables edades de 59 y 61

años, dirige

Vértigo

,

North by Northwest

y

Psicosis

. Libros como

Pedro Páramo

y

Cien años de soledad

se terminan de es-

cribir a edades intermedias, 38 y 40

años. Por otro lado,

Robinson Crusoe

se escribió a los casi sesenta. Borges no

escribió sino sus mejores libros hasta

después de los cuarenta años.

Tanto los precoces como los tar-

díos son creadores serios y trabajado-

res que tienen disciplina desde muy

pronto en sus vidas. La gran diferen-

cia está en la edad en la que logran lo

mejor de si. La creación es el resulta-

do de una integración de energías, y

su esplendor tiene edades distintas e

inesperadas, misteriosas en cada uno.

La investigación de Galenson no hace

sino acentuar el misterio.

¿DOS TIPOS DE CREADORES?

Alonso Cueto

¿

y más adentro aún

la no mía cabeza

mi cabeza llena de agua

de rumores y ruinas

seca sus negras cavidades

bajo un sol semivivo

mi cabeza en el más cru-

do invierno

dentro de otra cabeza

retoña

A la intemperie, ape-

nas difundida durante dé-

cadas, la poesía de Blanca

Varela ha sobrevivido a las

inclemencias del tiempo,

a la incuria, al desdén, gra-

cias al impacto profundo

que ha hecho en tantos

lectores. Estamos seguros

de que su lectoría aumen-

tará más todavía en el fu-

turo.

Tradicionalmente la

poesía occidental ha sido

escrita por varones. Sus

mejores logros, consegui-

dos a partir de Dante y

Petrarca, están asociados a

un platonismo que ideali-

za a la mujer. Su origen es

medieval y se construye

sobre la estructura del va-

sallaje. La mujer es alta

dama y señora; con el poe-

ta que la canta existen

obligaciones de reciproci-

dad, o por lo menos de to-

lerancia, como ocurría en

el siglo XVI con Fernan-

do de Herrera y su inalcan-

zable musa, pero el sujeto

que emite el discurso es

narcisista, tiene enfermiza

satisfacción en su propio

canto. Pero, como se ha

dicho en numerosas oca-

siones, la poesía hispano-

americana del siglo XX se

caracteriza por la variación

de los registros del lengua-

je. El sujeto emisor mezcla,

como en el caso de Va-

llejo, el lenguaje de la ciu-

dad y el lenguaje del cam-

po, el habla culta y el ha-

bla familiar. En esa direc-

ción, lo que hace Blanca

Varela es abandonar el

centro del discurso y ha-

blar desde periferias y vio-

lentar al sujeto emisor. En

el poema “Puerto Supe”

cambia la máscara habi-

tual, que es de identidad

entre la mano del sujeto

emisor y la

vox

que emite

el discurso, por la discor-

dancia. La

vox

que habla

en el poema bien puede

ser femenina o masculina,

sólo al final se percibe que

es masculina. Traslada así

Blanca Varela a la poesía

lírica una característica de

la novela o del teatro; la

no necesaria coincidencia

entre personajes y el sexo

del propio autor.

Pero hay algo más. El

enmascaramiento, bajo la

apariencia de un discurso

autobiográfico, prosigue a

lo largo de toda la produc-

ción poética de Blanca

Varela. Sus confesiones

son deliberadamente fal-

sas, son sumamente inten-

sas, pero al mismo tiem-

po, por su parquedad, por

su cultivada sequedad,

producen en poesía ese

efecto de distanciamiento

que anhelaba para la es-

cena Bertolt Brecht. Va-

rela introduce en sus ver-

sos, como Vallejo, distin-

tos registros de lenguaje,

una alusión culta puede

convivir con una expre-

sión típica limeña, esa

yuxtaposición da como

resultado una sensación de

extrañeza. Esa extrañeza,

esa dureza metálica que

envuelve a un corazón pal-

pitante y secretamente

sentimental, da a esta es-

critura un parentesco,

como queda dicho, con

Paul Celan y con Arthur

Rimbaud. “Yo soy otro”

había dicho el extraordi-

nario poeta francés. “Mi yo

es andrógino” y abarca

todo el sufrimiento huma-

no, podría decir si no Blan-

ca Varela, su propia escri-

tura, si acaso pudiera re-

flexionar sobre sí misma.

BIBLIOGRAFÍA

David Cayley.

Conversación

con Northrop Frye.

Barcelona, Pe-

nínsula, 1997.

Karl Kohut y José Morales

Saravia (Editores).

Literatura pe-

ruana de hoy.

Frankfurt, Publica-

ciones del Centro de Estudios La-

tinoamericanos de la Universidad

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Blanca Varela.

Poesía reunida.

México, Fondo de Cultura Eco-

nómica, 1986.

——.

Ejercicios materiales.

Lima, Jaime Campodónico editor,

1995.

——.

Concierto animal.

Pre-

textos. Valencia. Ediciones Peisa.

1999.