LIBROS & ARTES
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nas y está vivo, el dueño de
la otra mejilla, el que no sabe
amar como a sí mismo por-
que siempre está solo. Ve lo
que has hecho de mí. Pre-
destinado estiércol, cieno de
ojos vaciados.
Tu imagen en el espejo
de la feria me habla de una
terrible semejanza.
La diferencia con el
primer texto de la escritu-
ra de Blanca Varela es
muy grande. Ahora la es-
critora no necesita recurrir
a ningún recurso retórico.
No intenta guarecer su
vox
bajo ropajes masculi-
nos. Es una mujer la que
habla, está claro. Y esta
mujer tiene todas las mar-
cas del sufrimiento en la
sociedad patriarcal. Pobre,
miserable, debe abortar
cada luna. El hombre,
adopta, en cambio disfra-
ces, mago o proxeneta,
general en Bolivia o
tanquista en Vietnam, o
eunuco en las puertas de
los burdeles. Individuo que
expresa en sus actos la ex-
plotación símbolo de la
muerte, imagen de la cas-
tración. La
vox
narradora
del poema se compara con
el alacrán en su nido, con
la tortura desollada, el ár-
bol bajo el hacha.
La intensidad expresi-
va de este texto, pocas
veces alcanzada en la poe-
sía del Perú, descarna-
damente denuncia un
mundo hecho para la gue-
rra entre países, para la
confrontación de género,
con ventaja aparente para
el varón, pero en verdad
causa una degradación
que envuelve tanto al
hombre como a la mujer,
como se evidencia en la
última línea: “Tu imagen
en el espejo me habla de
una terrible semejanza”.
El título del poemario
y el propio título del poe-
ma merecen también una
breve explicación. El vals
europeo se adoptó en el
Perú y sufrió una serie de
transformaciones musica-
les. Pero más importante,
para lo que nos interesa,
es que el vals peruano tie-
ne letra y esta letra es pre-
ferentemente quejumbro-
sa. Los más conocidos val-
ses peruanos, los de Feli-
pe Pinglo, nos hablan de
amores imposibles entre
un plebeyo y una aristó-
crata o del triste transcu-
rrir de la vida en los ba-
rrios populares. Cuando
no es así, los valses están
colmados de nostalgia por
un tiempo pasado mejor,
como ocurre con las com-
posiciones de Chabuca
Granda. Durante décadas,
el vals fue el tipo de pieza
preferida en las fiestas, tan-
to en las llamadas de so-
ciedad como en las popu-
lares. En los años setenta
el vals ya había iniciado su
decadencia en el gusto de
los peruanos. Hoy mismo
existe un corpus intocable
de valses que son los mis-
mos desde hace treinta
años. Cristalizados, son
piezas de museo que los
peruanos recuerdan de
cuando en cuando, pero
que no expresan senti-
miento alguno, aunque
cuando fueron concebidos
y cantados hayan pareci-
do desgarradores. Cantan-
do un vals, nadie se con-
fiesa. Un vals es necesaria-
mente una falsa confesión.
Escogiendo el título
Valses
y otras falsas confesiones
, la
autora se distancia de la
materia que narra, horro-
rizada hasta cierto punto
de exhibir un sufrimiento
como Benn, el gran poeta
alemán, quien dijo: “¿Sen-
timientos? Yo no tengo
sentimientos”.
La mayor parte de la
poesía de Blanca Varela
está atravesada por el do-
lor que se resiste a exhi-
birse. Escribir para ella no
es acumular poemas, ni li-
bros ni distinciones. Es una
obligación interior. Cada
uno de sus poemas es ca-
bal, antologable, de un
despiadado rigor. Veamos
este, por ejemplo.
SECRETO DE FAMILIA
soñé con perro
con un perro desollado
cantaba su cuerpo su
cuerpo rojo silbaba
pregunté al otro
al que apaga la luz al car-
nicero
qué ha sucedido
por qué estamos a oscu-
ras
es un sueño estás sola
no hay otro
la luz no existe
tú eres el perro tú eres la
flor que ladra
afila dulcemente tu len-
gua
tu dulce negra lengua de
cuatro patas
la piel del hombre se que-
ma con el sueño
arde desaparece la piel
humana
solo la roja pulpa de can
es limpia
la verdadera luz habita
su legaña
tú eres el perro
tú eres el desollado can
de cada noche
sueña contigo misma y
basta
En su último libro, ti-
tulado
Concierto animal,
de 1999, escribe estos ver-
sos:
mi cabeza como una
gran canasta
lleva su pesca
deja pasar el agua mi ca-
beza
mi cabeza dentro de otra
cabeza
Bienal de Trujillo 1987. De izquierda a derecha: Antonio Cisneros, Javier Sologuren, Abelardo Sánchez León, Blanca Varela, Rodolfo Hinostroza, María Ofelia Cerro, Guillermo Niño
de Guzmán y Jorge Eduardo Eielson. Fotografía de Herman Schwarz.