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LIBROS & ARTES

Página 4

PUERTO SUPE

Está mi infancia en esta

costa,

bajo el cielo tan alto,

cielo como ninguno, cie-

lo, sombra veloz,

nubes de espanto, oscu-

ro torbellino de alas,

azules casas en el hori-

zonte.

Junto a la gran morada

sin ventanas,

junto a las vacas ciegas,

junto al turbio licor y al

pájaro carnívoro.

¡Oh mar de todos los

días,

mar montaña,

boca lluviosa de la costa

fría!

Allí destruyo con brillan-

tes piedras

la casa de mis padres,

allí destruyo la jaula de

las aves pequeñas,

destapo las botellas y un

humo negro escapa

y tiñe tiernamente el aire

y sus jardines.

Están mis horas junto al

río seco,

entre el polvo y sus ho-

jas palpitantes,

en los ojos ardientes de

esta tierra

adonde lanza el mar su

blanco dardo.

Una sola estación, un

mismo tiempo

de chorreantes dedos y

aliento de pescado.

Toda una noche larga

entre la arena.

Amo la costa, ese espejo

muerto

en donde el aire gira

como loco,

esa ola de fuego que

arrasa corredores,

círculos de sombra y cris-

tales perfectos.

Aquí en la costa escala

un negro pozo,

voy de la noche hacia la

noche honda,

voy hacia el viento que

recorre ciego

pupilas luminosas y va-

cías,

o habito el interior de un

fruto muerto,

esa asfixiante seda, ese

pesado espacio

poblado de agua y de

pálidas corolas.

En esta costa soy el

que despierta

entre el follaje de alas

pardas,

el que ocupa esa rama

vacía,

el que no quiere ver la

noche.

Aquí en la costa tengo

raíces,

manos imperfectas,

un lecho ardiente en

donde lloro a solas.

Este poema llamó la

atención cuando se publi-

có y continúa llamándola,

cuando se le somete a di-

ferentes análisis literarios.

Basta decir que la origina-

lidad reside tanto en la

límpida dicción, en la que

con una imaginería de he-

rencia simbolista se da

cuenta de una situación

donde la hermosura de la

naturaleza contrasta con

una voluntad de destruc-

ción y un sufrimiento.

Quien dice que destruye la

casa de sus padres está se-

parándose de manera vio-

lenta de su tradición y de

su propia historia. Nace

independiente de su pro-

sapia. El otro aspecto que

la crítica ha subrayado ha

sido el carácter masculino

de la

vox

que narra el poe-

ma. Aunque este hecho

aparece solo al final del

texto, resulta ingenuo ne-

gar que tiñe desde esa po-

sición todo el poema. Es,

pues, una

vox

varonil la

que nos dice todo lo que

expresa “Puerto Supe”

.

Repárese que esta situa-

ción no volverá a repetir-

se en toda la escritura de

Blanca Varela. Aun así, la

elección de una

vox

mas-

culina para el primer poe-

ma que en su vida da a

conocer una mujer es un

hecho revelador dentro de

una sociedad patriarcal.

Cierto es que existen otras

formas literarias diferentes

de la poesía lírica, el tea-

tro, por ejemplo, o la no-

vela, donde una mujer es-

critora indistintamente

desarrolla parlamentos o

modos de pensar de hom-

bres, pero pocas veces en

la historia literaria las mu-

jeres, cuando se expresan

líricamente, escogen una

vox

masculina

.

El hecho

amerita un esbozo de in-

terpretación por lo menos.

Jung, el célebre discípulo

de Freud que temprana-

mente se apartó de las en-

señanzas del maestro, sos-

tenía que los varones tie-

nen una parte femenina, a

la que llamó

alma

, y que

las mujeres tienen una par-

te masculina, a la que lla-

animus.

Aceptemos o

no las denominaciones de

Jung, no cuesta mucho

consentir en que muchas

mujeres de valor, llámen-

se Teresa de Avila o Sor

Juana Inés de la Cruz, des-

tacan precisamente por su

ánimo. Adjudicarle al áni-

mo, al temple, a la forta-

leza, valores masculinos,

sin duda es una variable de

la sociedad patriarcal. Lo

que hay en el texto de

Blanca Varela es la deso-

lación de un individuo

que rompe con el pasado,

simbolizado por la casa de

los padres destruida, que

rompe su mundo afectivo

y queda desolado, en una

costa hermosa que es

como un lecho donde llo-

ra a solas.

En uno de sus libros

posteriores,

Valses y otras

falsas confesiones,

de

1971, Blanca Varela escri-

be un texto que conviene

contrastar con el que aca-

bamos de leer. Es su “Vals

del Angelus”

.

Dice:

Ve lo que has hecho de

mí, la santa más pobre del

museo, la de la última sala,

junto a las letrinas, la de la

herida negra como un ojo

bajo el seno izquierdo.

Ve lo que has hecho de

mí, la madre que devora a

sus crías, la que se traga sus

lágrimas y engorda. La que

debe abortar en cada luna,

la que sangra todos los días

del año.

Así te he visto vertiendo

plomo derretido en las ore-

jas inocentes, castrando bue-

yes, arrastrando tu azucena,

tu inmaculado miembro, en

la sangre de los mataderos.

Disfrazado de mago o de

proxeneta en la plaza de la

Bastilla Jules te llamabas ese

día y tus besos hedían a fós-

foro y cebolla. De general en

Bolivia, de tanquista en Viet-

nam, de eunuco en la puer-

ta de los burdeles en la Pla-

za México.

Formidable pelele frente

a los tableros de control;

gran chef de la desgracia re-

volviendo catástrofes en la

inmensa marmita celeste. Ve

lo que has hecho de mí.

Aquí estoy por tu mano

en esta ineludible cámara de

tortura, guiándome con san-

gre y con gemidos, ciego por

obra y gracia de tu divina

baba.

Mira mi piel envejecida al

paso de tu aliento, mira el

tambor estéril de mi vientre

que sólo conoce el ritmo de la

angustia, el golpe sordo de tu

vientre que hace silbar al pri-

sionero, al feto, a la mentira.

Escucha las trompetas de

tu reino. Noé naufraga cada

mañana, todo mar es terri-

ble, todo sol es de hielo, todo

cielo es de piedra. ¿Qué más

quieres de mí?

Quieres que ciega, irre-

mediablemente a oscuras deje

de ser el alacrán en su nido,

la tortuga desollada, el árbol

bajo el hacha, la serpiente

sin piel, el que vende a su

madre con el primer vagido,

y el que sólo es espalda y ja-

más frente, el que siempre

tropieza, el que nace de ro-

dillas, el viperino, el potro-

so, el que enterró sus pier-

En Italia, sus años juveniles.