LIBROS & ARTES
Página 26
Crítica del lenguaje
de
Mauthner.
¿Cómo evocar lo que
sentí en nuestros diálogos de
entonces? Comentados por
Borges, los versos, las obser-
vaciones críticas, los episo-
dios novelescos de los libros
que yo había leído aparecían
con una verdad nueva y
todo lo que no había leído,
como un mundo de aventu-
ras, como el sueño deslum-
brante que por momentos la
vida misma llega a ser.
En 1936 fundamos la
revista
Destiempo
. El título in-
dicaba nuestro anhelo de sus-
traernos a supersticiones de
época. Objetábamos parti-
cularmente la tendencia de
algunos críticos a pasar por
alto el valor intrínseco de las
obras y a demorarse en as-
pectos folklóricos, telúricos
o vinculados a la historia li-
teraria o a las disciplinas y
estadísticas sociológicas.
Creíamos que los preciosos
antecedentes de una escuela
eran a veces tan dignos de
olvido como las probables,
o inevitables, trilogías sobre
el gaucho, la modista de cla-
se media, etcétera.
La mañana de septiem-
bre en que salimos de la im-
prenta de Colombo, en la
calle Hortiguera, con el pri-
mer número de la revista,
Borges propuso, un poco en
broma, un poco en serio, que
nos fotografiáramos para la
historia. Así lo hicimos en
una modesta galería de ba-
rrio. Tan rápidamente se ex-
travió esa fotografía, que ni
siquiera la recuerdo.
Destiem-
po
reunió en sus páginas a es-
critores ilustres y llegó al nú-
mero 3.
En muy diversas tareas
he colaborado con Borges:
hemos escrito cuentos
policiales y fantásticos de in-
tención satírica, guiones para
el cinematógrafo (con poca
fortuna), artículos y prólo-
gos; hemos dirigido colec-
ciones de libros, compilado
antologías, anotado obras
clásicas. Entre los mejores re-
cuerdos de mi vida están las
noches en que anotamos
Urn
Burial, Christian Morals
y
Religio Medici
de Thomas
Browne y la
Agudeza y arte de
ingenio
de Gracián y aquellas
otras, de algún invierno an-
terior, en que elegimos tex-
tos para la
Antología fantástica
y tradujimos a Swedenborg,
a Poe, a Williers de L´Isle
Adam, a Kipling, a Wells, a
Beerbohm. Por su mente
despierta, que no cede a las
convenciones, ni a las cos-
tumbres, ni a la haraganería,
ni al
snobismo
, por el caudal
de su memoria, por la apti-
tud para descubrir corres-
pondencias recónditas, pero
significativas y auténticas, por
su imaginación feliz, por la
inagotable energía de inven-
ción, Borges descuella en la
serie completa de tareas lite-
rarias. Con claridad, por cier-
to, distingue las actividades
laterales y el verdadero tra-
bajo. Muy al comienzo de
nuestra amistad, me previno.
–Si quiere escribir, no dirija
editoriales ni revistas. Lea y
escriba.
Años después comenté
el consejo:
–Así uno escribe mucho y
sobre todo mal. Hay que ver
los libros que por entonces
yo publicaba.
–Cuanto antes cometa uno
sus errores –contestó– me-
jor. Yo pasé por períodos de
escribir con arcaísmos espa-
ñoles y con palabras del lun-
fardo, y después por el
ultraísmo. De vez en cuan-
do encuentro a gente que
padece errores parecidos, y
pienso: “Yo estoy libre, por-
que ya los cometí.”
Todo libro mío de la dé-
cada del 30 debió recordar-
le que su interlocutor –tan
corriente y hasta razonable
cuando conversaban– ocul-
taba a un escritor erróneo, in-
cómodamente fecundo. Con
generosidad Borges escribió
sobre esos libros, elogiando
lo que merecía algún elogio,
alentando siempre.
La tarde de 1939, en las
barrancas de San Isidro,
Borges, Silvina Ocampo y
yo planeamos un cuento
(otro de los que nunca escri-
biríamos). Ocurría en Fran-
cia. El protagonista era un
joven literato de provincia, a
quien había atraído la fama
–limitada a los círculos lite-
rarios más refinados e
intuida por él– de un escri-
tor que había muerto pocos
años antes. Laboriosamente
el protagonista rastreaba y
obtenía las obras del maes-
tro: un discurso, que consis-
tía en una serie de lugares
comunes de buen tono y re-
dacción correcta, en elogio
de la espada de los acadé-
micos, publicado en
plaquette
;
una breve monografía, de-
dicada a la memoria de
Nisard, sobre los fragmen-
tos del
Tratado de la lengua la-
tina
de Varrón; una
Corona de
sonetos
igualmente fríos por el
tema que por la forma. Ante
la dificultad de conciliar es-
tas obras, tan descarnadas y
yertas, con la fama de su au-
tor, el protagonista iniciaba
una investigación. Llegaba al
castillo donde el maestro
había vivido y por fin logra-
ba acceso a sus papeles. De-
senterraba borradores bri-
llantes, irremediablemente
truncos. Por último encontra-
ba una lista de prohibiciones,
que nosotros anotamos
aquella tarde en la ajada so-
brecubierta y en las páginas
en blanco de un ejemplar de
An Experiment
with Time
; de
ahí la transcribo:
En literatura hay que evitar
:
–Las curiosidades y parado-
jas psicológicas: homicidas
por benevolencia, suicidas
por contento. ¿Quién ignora
que psicológicamente todo
es posible?
–Las interpretaciones muy
sorprendentes de obras y de
personajes. La misoginia de
Don Juan, etcétera.
–Peculiaridades, complejida-
des, talentos ocultos de per-
sonajes secundarios y aun
fugaces. La filosofía de Ma-
ritornes. No olvidar que un
personaje literario consiste en
las palabras que lo describen
(Stevenson).
–Parejas de personajes
burdamente disímiles: Qui-
jote y Sancho, Sherlock
Holmes y Watson.
–Novelas con héroes en pa-
reja: las referencias que llevan
la atención de un personaje
a otro son fastidiosas. Ade-
más, estas novelas crean di-
ficultades: si el autor aventu-
ra una observación sobre un
personaje, inventará una si-
métrica para el otro, sin abu-
sar de contraste ni caer en
lánguidas coincidencias, si-
tuación poco menos que
imposible
: Bouvard et Pécuchet
.
¿Cómo evocar lo que sentí en nuestros diálogos de entonces?
Comentados por Borges, los versos, las observaciones críticas, los
episodios novelescos de los libros que yo había leído aparecían con
una verdad nueva y todo lo que no había leído, como un mundo
de aventuras, como el sueño deslumbrante que por momentos la
vida misma llega a ser.