Previous Page  27 / 36 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 27 / 36 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 25

nte una pregunta so-

bre mis autores prefe-

ridos, tomé la palabra y, de-

safiando la timidez, que me

impedía mantener la sintaxis

una frase entera, emprendí el

elogio de la prosa desvaída

de un poetastro que dirigía

la página literaria de un dia-

rio porteño. Quizás para re-

novar el aire, Borges amplió

la pregunta:

–De acuerdo –concedió–

pero fuera de Fulano ¿a quién

admira, en este siglo o en

cualquier otro?

–A Gabriel Miró, a Azorín,

a James Joyce –contesté.

¿Qué hacer con una res-

puesta así? Por mi parte no

era capaz de explicar qué me

agradaba en los amplios fres-

cos bíblicos y aun eclesiásti-

cos de Miró, en los cuadritos

aldeanos de Azorín ni en la

gárrula cascada de Joyce,

apenas entendida, de la que

se levantaba, como irisado

vapor, todo el prestigio de

lo hermético, de lo extraño

y de lo moderno. Borges dijo

algo en el sentido de que sólo

en escritores entregados al

encanto de la palabra en-

cuentran los jóvenes literatu-

ra en cantidad suficiente.

Después, hablando de la ad-

miración por Joyce, agregó:

–Claro. Es una intención, una

acto de fe, una promesa. La

promesa de que les gustará

–se refería a los jóvenes–

cuando lo lean.

De aquella época me

queda un vago recuerdo de

caminatas entre casitas de

barrios de Buenos Aires o

entre quintas de Adrogué y

de interminables, exaltadas

conversaciones sobre libros

y argumentos de libros. Sé

que una tarde, en los alrede-

dores de la Recoleta, le refe-

rí la idea del “Perjurio de la

nieve”, cuento que escribí

muchos años después, y que

otra tarde llegamos a una

vasta casa de la calle Austria,

donde conocí a Manuel

Peyrou y reverentemente oí-

mos en un disco del fonó-

grafo la

Mauvaise Priére

, can-

tada por Damia.

En 1935 o 36 fuimos a

pasar una semana en una es-

tancia en Pardo, con el pro-

pósito de escribir en colabo-

ración un folleto comercial,

aparentemente científico, so-

bre los méritos de un alimen-

to más o menos búlgaro.

Hacia frío, la casa estaba en

ruinas, no salíamos del come-

dor, en cuya chimenea crepi-

taban ramas de eucaliptos.

Aquel folleto significó

para mí un valioso aprendi-

zaje, después de su redacción

yo era otro escritor, más ex-

perimentado y avezado.

Toda colaboración con

Borges equivale a años de

trabajo.

Intentamos también un

soneto enumerativo, en cu-

yos tercetos no recuerdo

cómo justificamos el verso:

Los molinos, los ángeles, las

eles.

Y proyectamos un cuen-

to policial –las ideas eran de

Borges– que trataba de un

doctor Praetorius, un alemán

vasto y suave, director de un

colegio, donde por medios

hedónicos (juegos obligato-

rios, música a toda hora),

torturaba y mataba a niños.

Este argumento, nunca escri-

to, es el punto de partida de

toda la obra de Bustos

Domecq y Suárez Lynch.

Entre tantas conversa-

ciones olvidadas, recuerdo

una de esa remota semana en

el campo. Yo estaba seguro

de que para la creación artís-

tica y literaria era indispensa-

ble la libertad total, la liber-

tad

idiota

, que reclamaba uno

de mis autores, y andaba

como arrebatado por un

manifiesto, leído no sé dón-

de, que únicamente consistía

en la repetición de dos pala-

bras:

Lo

nuevo

; de modo que

me puse a ponderar la con-

tribución, a las artes y a las

letras, del sueño, de la irre-

flexión, de la locura. Me es-

peraba una sorpresa. Borges

abogaba por el arte delibe-

rado, tomaba partido con

Horacio y con los profeso-

res contra mis héroes, los

deslumbrantes poetas y pin-

tores de vanguardia. Vivimos

ensimismados, poco o nada

sabemos de nuestro prójimo

y en definitiva nos parece-

mos a ese librero, amigo de

Borges, que de treinta años

a esta parte puntualmente le

ofrece toda nueva biografía

de principitos de la casa real

inglesa o el tratado más

complejo sobre la pesca de

la trucha. En aquella discu-

sión Borges me dejó la últi-

ma palabra y yo atribuía la

circunstancia al valor de mis

razones, pero al día siguien-

te, a lo mejor esa noche, me

mudé de bando y empecé a

descubrir que muchos auto-

res eranmenos admirables en

sus obras que en las páginas

de críticos y de cronistas, y

me esforcé por inventar y

componer juiciosamente mis

relatos.

Por dispares que fuéra-

mos como escritores, la amis-

tad cabía, porque teníamos

una compartida pasión por

los libros. Tardes y noches

hemos conversado de

Johnson, de De Quincey, de

Stevenson, de literatura fan-

tástica, de argumentos

policiales, de

L´Illusion

comique

, de teorías literarias,

de las

contrerimes

de Toulet, de

problemas de traducción, de

Cervantes, de Lugones, de

Góngora y de Quevedo, del

soneto, del verso libre, de li-

teratura china, de Macedonio

Fernández, de Dunne, del

tiempo, de la relatividad, del

idealismo, de la

Fantasía me-

tafísica

de Schopenhauer, del

neocriol de Xul Solar, de la

LIBROS Y

AMISTAD

Adolfo Bioy Casares

A

Creo que mi amistad con Borges procede de una primera

conversación, ocurrida en 1931 o 32, en el trayecto entre San Isidro

y Buenos Aires. Borges era entonces uno de nuestros jóvenes escritores

de mayor renombre y yo un muchacho con un libro publicado en

secreto y otro con seudónimo.