LIBROS & ARTES
Página 21
“Marcel Proust inauguró con su literatura una noche fatigada, elegan-
te, metropolitana, licenciosa, de la que Occidente capitalista no sale
todavía. Proust era el trasnochador fino, ambiguo y pulcro que se des-
pide a las dos de la mañana, antes de que las parejas estén borrachas
y cometan excesos de mal gusto
”
.
José Carlos Mariátegui
do social de la era del jazz de
Scott Fitzgerald que a losmun-
dos sociales de Marcel Proust.
Los salones rivales de la
duquesa de Guermantes o
de Mme. Verdurin eran es-
cenarios de despiadadas in-
trigas sociales y amatorias,
pero también eran centros
muy activos de discusiones
políticas sobre el porvenir de
Francia y de debates sobre
la cultura, la naturaleza del
arte y la manera de ser de los
artistas. Los personajes que
surgían de estos mundos no
podían ser personajes de una
sola pieza, sino seres com-
plejos, de muchas aristas,
con universos interiores se-
cretos y que sólo el paso del
tiempo irá develando. En
cambio, los personajes de
Duque
son personajes planos,
unidimensionales, de preca-
rias vidas espirituales. Aunque
al decir de Luis Alberto
Sánchez, Carlos Astorga y
Teddy Cronwnchield, los
homosexuales de la historia,
fueron sacados de la vida
real, pertenecen en versión
criolla y elemental al linaje li-
terario del baron de Charlus
o de Saint Loup o del violi-
nista Morel. Las profundas
diferencias de tono que exis-
ten entre ambos libros –más
allá de las calidades literarias
y de problemas de sensibili-
dad– provienen de la actitud
de los narradores frente al
mundo que quieren revelar.
En la novela de Proust
el narrador se representa a sí
mismo como parte com-
prometida de la historia, de
ahí que sus sentimientos fluc-
túen entre la atracción y la re-
pulsión, entre la piedad y la
condena. Por su parte, el na-
rrador de
Duque
–la novela
está escrita en tercera perso-
na pero por momentos se
escucha la voz subjetiva del
narrador– se construye
como ajeno y distante de la
historia que está contando.
Consecuencia de este distan-
ciamiento es el tono conde-
natorio, de moralista, que
prima en el relato, donde la
sátira y el esperpento consti-
tuyen las modalidades bási-
cas de la mimesis narrativa.
A medida que el extraño
triángulo que forman Carlos
Astorga, su hija Beatriz y su
novio Teddy Cronwnchield,
este amante pasivo de aquel,
se acentúa la condena mo-
ral, casi bíblica, del narrador,
que salvo a Duque, nombre
del perro que da título a la
novela, a nadie perdona, in-
cluyendo a Carmen Cronwn-
chield, única imagen mater-
na del libro pero a la que se
representa como mujer algo
ligera y dispuesta para la lu-
juria y cuyo hijo Teddy es un
habitante de las ciudades de
la llanura.
Las referencias a Marcel
Proust en
La casa de cartón
son explícitas. No es el úni-
co autor que se nombra,
pero acaso sea el autor más
importante, después de Ja-
mes Joyce, que recorre las
páginas del libro. Si a Joyce
se le evoca por ser el crea-
dor de Stephen Dédalus
–modelo ideal de joven ar-
tista con el que se identifican
el narrador y sus otros egos,
como el jovencito Ramón–,
el nombre de Proust surge
ligado a realidades espacia-
les: “…Hemos venido, Lu-
cho y yo, al malecón inter-
medio, al cual hemos bauti-
zado con el nombre de bu-
levar Proust. Sí, bulevar
Proust –malecón, antiguo,
valioso, notable, que no es un
bulevar por los dos lados,
sino por uno solamente- al
otro, sicológica inmensidad
del mar, la acera de la calle
en que está la casa de la fa-
milia Swann, la puerta senti-
da en cada una de sus molé-
culas, el cálculo infinitesimal
de sus probabilidades, etcé-
tera…”. Y esto me lleva a la
antigua clasificación que se
hacía de las ficciones épicas,
según fuera el factor
desencadenante del discurso
narrativo, el acontecimiento,
el personaje o el espacio.
Pues bien. Desde la pri-
mera frase de
La casa de car-
tón
se señala el elemento
estructurador del texto: “Ya
ha principiado el invierno en
Barranco”. Así como el
Combray de
Por el camino de
Swann
o el
Balbec de
A la
sombra de las muchachas en flor
,
Barranco –imagen del triste
paraíso a punto de perder-
se– es el verdadero objeto
de la representación artística,
ya que los sucesos (muy me-
nudos) y los personajes que
carecen de devenir son ini-
maginables sin el espacio que
los ha generado. Pero a di-
ferencia del narrador prous-
tiano que desde niño se ve
de cara al mal (como en el
terrible suceso, de carácter
profanatorio, de “Montjou-
vain”), nada perturbador ni
perverso ni moralmente pro-
hibido acontece en el espa-
cio idílico , cuya poesía el
narrador adolescente descu-
bre con la ayuda de sus au-
tores favoritos: son ellos los
que le enseñan a mirar Ba-
rranco con ojos de artista.
Por eso, en el texto de
Martín Adán, prima la des-
cripción y luego la digresión
lírica sobre la narración. Esto
llevó a Luis Alberto Sánchez
a afirmar que la presencia de
Proust en
La casa de cartón
se
hace evidente por la abun-
dancia de descripciones, mo-
rosas y prolijas, que utiliza el
emisor del discurso. Pero
esto no es exacto, pues las
descripciones de Martín
Adán semejan pinturas –ma-
rinas, paisajes urbanos y ru-
rales– de carácter impre-
sionista, profusas en imáge-
nes de cepa vanguardista o
inspiradas en las greguerías
de Ramón Gómez de la
Serna y tienen un valor or-
namental; en cambio, las des-
cripciones de Proust, con un
fraseo sinuoso y envolvente,
con cadenas de metáforas
–metáforas de metáforas–
aspiran a captar las esencias
de los objetos representados,
pero no de manera gratuita
sino al servicio de la narra-
ción. Curiosamente, en esta
estación de su vida el narra-
dor de
La casa de cartón
, un
muchacho precoz, conoce-
dor sólo de pecados venia-
les y de espíritu festivo, di-
fiere de Marcel, el narrador
de
Sodoma y Gomorra
, espíri-
tu trágico que después de
haber transitado por los ca-
minos del mal aspira a la re-
dención a través del arte.
Pero más adelante, cuando
Martín Adán opte por una
marginalidad radical, tam-
bién será alcanzado por el
sentimiento trágico de la
existencia.
5
Recuerdo que hace mu-
chos años, en un artículo so-
bre
Los ríos profundos
,
califi-
qué a Arguedas de “escritor
proustiano”, como una ma-
nera de destacar y aun cele-
brar la naturaleza y esplen-
dor de sus descripciones sin
los cuales el discurso narrati-
vo de Ernesto perdería sus
calidades poéticas. No afir-
mé, sin embargo, que exis-
tiese una influencia de Proust
sobre la escritura arguediana,
sino que existían más bien
afinidades entre los dos en
cuanto a sensibilidad huma-
na y artística. Sea por decoro