LIBROS & ARTES
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–Diferenciación de persona-
jes por manías.
Cf.:
Dickens.
–Méritos por novedades y
sorpresa:
Trick-stories
. La bus-
ca de lo que todavía no se
dijo parece tarea indigna del
poeta de una sociedad culta;
lectores civilizados no se ale-
grarán en la descortesía de la
sorpresa.
–En el desarrollo de la tra-
ma, vanidosos juegos con el
tiempo y con el espacio:
Faulkner, Priestley, Borges,
etcétera.
–El descubrimiento de que
en determinada obra el ver-
dadero protagonista es la
pampa, la selva virgen, el
mar, la lluvia, la plusvalía.
Redacción y lectura de obras
de las que alguien pueda de-
cir esto:
–Poemas, situaciones, perso-
najes con los que se identifi-
ca el lector.
–Frases de aplicabilidad ge-
neral o con riesgo de con-
vertirse en proverbios o de
alcanzar la fama (son incom-
patibles con un
discours
cohérent
).
–Personajes que pueden que-
dar como mitos.
–Personajes, escenas, frases
deliberadamente de un lugar
o época. El color local.
–Encanto por palabras, por
objetos.
Sex y death-appeal
,
ángeles, estatuas,
bric-à-brac.
–La enumeración caótica.
–La riqueza de vocabulario.
Cualquier palabra a que se
recurre como sinónimo.
Inversamente,
le mot juste
.
Todo afán de precisión.
–La vividez en las descrip-
ciones. Mundos ricamente
físicos.
Cf.
: Faulkner.
–Fondos, ambiente, clima.
Calor tropical, borracheras,
la radio, frases que se repiten
como estribillo.
–Principios y finales meteo-
rológicos. Coincidencias me-
teorológicas y anímicas.
Le
vent se lève!... IIfaut tenter de vivre!
–Metáforas en general. En
particular, visuales; más par-
ticularmente, agrícolas, nava-
les, bancarias. Véase Proust.
–Todo antropomorfismo.
–Novelas en que la trama
guarda algún paralelismo
con la de otro libro.
Ulysses
de Joyce.
–Libros que fingen ser
menús, álbumes, itinerarios,
conciertos.
–Lo que puede sugerir ilus-
traciones. Lo que puede su-
gerir
films
.
–La censura o el elogio en
las críticas (según el precep-
to de Ménard). Basta con
registrar los efectos literarios.
Nada más candoroso que
esos
dealers in the obvious
que
proclaman la inepcia de
Homero, de Cervantes, de
Milton, de Molière.
–En las críticas, toda refe-
rencia histórica o biográfica.
La personalidad de los au-
tores. El psicoanálisis.
–Escenas hogareñas o eróti-
cas en novelas policiales. Es-
cenas dramáticas en diálogos
filosóficos.
–La expectativa. Lo patético
y lo erótico en novelas de
“Borges encara con prodigiosa intensidad de atención el asunto que le
interesa. Yo lo he visto apasionado por Chesterton, por Stevenson, por
Dante, por una cadena de mujeres (todas irreemplazables y únicas),
por las etimologías, por el anglosajón y siempre por la literatura.”
amor; los enigmas y la muer-
te ennovelas policiales; los fan-
tasmas en novelas fantásticas.
–La vanidad, la modestia, la
pederastia, la falta de pede-
rastia, el suicidio.
Los pocos amigos a
quienes leímos este catálogo,
inconfundiblemente mani-
festaron disgusto. Tal vez cre-
yeran que nos arrogábamos
las funciones de legisladores
de las letras y quién sabe si
no recelaban que tarde o
temprano les impondríamos
la prohibición de escribir li-
bremente; o tal vez no en-
tendieran qué nos proponía-
mos. En este punto, alguna
justificación tenían, pues el
criterio de nuestra lista no es
claro; incluye recursos lícitos
y prácticas objetables. Me fi-
guro que si hubiéramos es-
crito el cuento, cualquier lec-
tor hallaría suficiente explica-
ción en el destino del autor
de las prohibiciones, el lite-
rato sin obra, que ilustra la
imposibilidad de escribir con
lucidez absoluta.
Ménard, el del “precep-
to” citado más arriba, es el
héroe de “Pierre Ménard,
autor del Quijote”. La in-
vención de ambos cuentos,
el publicado y el no escrito,
corresponde al mismo año,
casi a los mismos días; si no
me equivoco, la tarde en que
anotamos las prohibiciones,
Borges nos refirió “Pierre
Ménard”.
Borges encara con pro-
digiosa intensidad de atención
el asunto que le interesa. Yo
lo he visto apasionado por
Chesterton, por Stevenson,
por Dante, por una cadena
de mujeres (todas irreempla-
zables y únicas), por las eti-
mologías, por el anglosajón
y siempre por la literatura.
Esta última pasión molesta a
mucha gente, que rápidamen-
te esgrime la habitual antino-
mia entre los libros y la vida.
Por lo demás, el mismo
Borges dice de sus primeros
relatos: “No son, no quieren
ser, psicológicos.” Con el
tiempo la crítica ha descubier-
to que Borges parece más in-
teresado en la trama que en
los personajes y se pregunta
si la circunstancia no revela
una íntima preferencia por el
juego argumental sobre las
personas. ¿No corresponde-
ría el mismo reparo a los anó-
nimos autores de
Las mil y una
noches?
Yo creo que Borges
retoma la tradición de los
grandes novelistas y cuentis-
tas, o dicho más claramente;
la tradición de los contado-
res de cuentos.
La imagen de Borges,
aislado del mundo, que al-
gunos proponen me parece
inaceptable. No alegaré aquí
su irreductible actitud con-
tra la tiranía, ni su preocu-
pación por la ética; recurri-
ré a un simple recuerdo li-
terario. Cuando nos encon-
tramos para trabajar en los
cuentos, Borges suele anun-
ciarme que trae noticias de
tal o cual personaje. Como
si los hubiera visto, como si
viviera con ellos, me refiere
qué hacían ayer Frogman o
Montene-gro, qué dijeron
Bonavena o la señora de
Ruiz Villalba. Las personas
y la comedia que tejen lo
atraen. Es un agudo obser-
vador de idiosincrasias, un
caricaturista veraz pero no
implacable.
Me pregunto si parte del
Buenos Aires de ahora que
ha de recoger la posteridad,
no consistirá en episodios y
personajes de una novela in-
ventada por Borges. Proba-
blemente así ocurra, pues he
comprobado que la palabra
de Borges confiere a la gen-
te más realidad que la vida
misma.