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LIBROS & ARTES

Página 27

–Diferenciación de persona-

jes por manías.

Cf.:

Dickens.

–Méritos por novedades y

sorpresa:

Trick-stories

. La bus-

ca de lo que todavía no se

dijo parece tarea indigna del

poeta de una sociedad culta;

lectores civilizados no se ale-

grarán en la descortesía de la

sorpresa.

–En el desarrollo de la tra-

ma, vanidosos juegos con el

tiempo y con el espacio:

Faulkner, Priestley, Borges,

etcétera.

–El descubrimiento de que

en determinada obra el ver-

dadero protagonista es la

pampa, la selva virgen, el

mar, la lluvia, la plusvalía.

Redacción y lectura de obras

de las que alguien pueda de-

cir esto:

–Poemas, situaciones, perso-

najes con los que se identifi-

ca el lector.

–Frases de aplicabilidad ge-

neral o con riesgo de con-

vertirse en proverbios o de

alcanzar la fama (son incom-

patibles con un

discours

cohérent

).

–Personajes que pueden que-

dar como mitos.

–Personajes, escenas, frases

deliberadamente de un lugar

o época. El color local.

–Encanto por palabras, por

objetos.

Sex y death-appeal

,

ángeles, estatuas,

bric-à-brac.

–La enumeración caótica.

–La riqueza de vocabulario.

Cualquier palabra a que se

recurre como sinónimo.

Inversamente,

le mot juste

.

Todo afán de precisión.

–La vividez en las descrip-

ciones. Mundos ricamente

físicos.

Cf.

: Faulkner.

–Fondos, ambiente, clima.

Calor tropical, borracheras,

la radio, frases que se repiten

como estribillo.

–Principios y finales meteo-

rológicos. Coincidencias me-

teorológicas y anímicas.

Le

vent se lève!... IIfaut tenter de vivre!

–Metáforas en general. En

particular, visuales; más par-

ticularmente, agrícolas, nava-

les, bancarias. Véase Proust.

–Todo antropomorfismo.

–Novelas en que la trama

guarda algún paralelismo

con la de otro libro.

Ulysses

de Joyce.

–Libros que fingen ser

menús, álbumes, itinerarios,

conciertos.

–Lo que puede sugerir ilus-

traciones. Lo que puede su-

gerir

films

.

–La censura o el elogio en

las críticas (según el precep-

to de Ménard). Basta con

registrar los efectos literarios.

Nada más candoroso que

esos

dealers in the obvious

que

proclaman la inepcia de

Homero, de Cervantes, de

Milton, de Molière.

–En las críticas, toda refe-

rencia histórica o biográfica.

La personalidad de los au-

tores. El psicoanálisis.

–Escenas hogareñas o eróti-

cas en novelas policiales. Es-

cenas dramáticas en diálogos

filosóficos.

–La expectativa. Lo patético

y lo erótico en novelas de

“Borges encara con prodigiosa intensidad de atención el asunto que le

interesa. Yo lo he visto apasionado por Chesterton, por Stevenson, por

Dante, por una cadena de mujeres (todas irreemplazables y únicas),

por las etimologías, por el anglosajón y siempre por la literatura.”

amor; los enigmas y la muer-

te ennovelas policiales; los fan-

tasmas en novelas fantásticas.

–La vanidad, la modestia, la

pederastia, la falta de pede-

rastia, el suicidio.

Los pocos amigos a

quienes leímos este catálogo,

inconfundiblemente mani-

festaron disgusto. Tal vez cre-

yeran que nos arrogábamos

las funciones de legisladores

de las letras y quién sabe si

no recelaban que tarde o

temprano les impondríamos

la prohibición de escribir li-

bremente; o tal vez no en-

tendieran qué nos proponía-

mos. En este punto, alguna

justificación tenían, pues el

criterio de nuestra lista no es

claro; incluye recursos lícitos

y prácticas objetables. Me fi-

guro que si hubiéramos es-

crito el cuento, cualquier lec-

tor hallaría suficiente explica-

ción en el destino del autor

de las prohibiciones, el lite-

rato sin obra, que ilustra la

imposibilidad de escribir con

lucidez absoluta.

Ménard, el del “precep-

to” citado más arriba, es el

héroe de “Pierre Ménard,

autor del Quijote”. La in-

vención de ambos cuentos,

el publicado y el no escrito,

corresponde al mismo año,

casi a los mismos días; si no

me equivoco, la tarde en que

anotamos las prohibiciones,

Borges nos refirió “Pierre

Ménard”.

Borges encara con pro-

digiosa intensidad de atención

el asunto que le interesa. Yo

lo he visto apasionado por

Chesterton, por Stevenson,

por Dante, por una cadena

de mujeres (todas irreempla-

zables y únicas), por las eti-

mologías, por el anglosajón

y siempre por la literatura.

Esta última pasión molesta a

mucha gente, que rápidamen-

te esgrime la habitual antino-

mia entre los libros y la vida.

Por lo demás, el mismo

Borges dice de sus primeros

relatos: “No son, no quieren

ser, psicológicos.” Con el

tiempo la crítica ha descubier-

to que Borges parece más in-

teresado en la trama que en

los personajes y se pregunta

si la circunstancia no revela

una íntima preferencia por el

juego argumental sobre las

personas. ¿No corresponde-

ría el mismo reparo a los anó-

nimos autores de

Las mil y una

noches?

Yo creo que Borges

retoma la tradición de los

grandes novelistas y cuentis-

tas, o dicho más claramente;

la tradición de los contado-

res de cuentos.

La imagen de Borges,

aislado del mundo, que al-

gunos proponen me parece

inaceptable. No alegaré aquí

su irreductible actitud con-

tra la tiranía, ni su preocu-

pación por la ética; recurri-

ré a un simple recuerdo li-

terario. Cuando nos encon-

tramos para trabajar en los

cuentos, Borges suele anun-

ciarme que trae noticias de

tal o cual personaje. Como

si los hubiera visto, como si

viviera con ellos, me refiere

qué hacían ayer Frogman o

Montene-gro, qué dijeron

Bonavena o la señora de

Ruiz Villalba. Las personas

y la comedia que tejen lo

atraen. Es un agudo obser-

vador de idiosincrasias, un

caricaturista veraz pero no

implacable.

Me pregunto si parte del

Buenos Aires de ahora que

ha de recoger la posteridad,

no consistirá en episodios y

personajes de una novela in-

ventada por Borges. Proba-

blemente así ocurra, pues he

comprobado que la palabra

de Borges confiere a la gen-

te más realidad que la vida

misma.