LIBROS & ARTES
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tencia del lector. Un lector al
que se debe provocar, gene-
rándole sentimientos de amor
u odio, valor o miedo, burla o
ira; un lector ávido de emo-
ciones y que debe ser alenta-
do y frustrado alternativa-
mente; en suma, un lector al
que hay que ser capaz de cau-
tivar con la magia de las pala-
bras. Lamentablemente la crí-
tica no siempre lo entendió
así. Eterno candidato al Pre-
mio Nobel, si no lo consiguió
aparentemente esto se debió
a una presunta “falta de pro-
fundidad”, en opinión del de-
saparecido Arthur Lundkvist,
caprichoso e influyente miem-
bro de la Academia Sueca que
también impidió que Borges
recibiera el preciado galardón.
El reproche del académi-
co escandinavo era injusto y
partía de un malentendido.
Greene alimentó una copiosa
obra narrativa con algunas
novelas a las que él colocaba
el subtítulo de “entreteni-
mientos”. Es el caso de
Una
pistola en venta
,
Orient Express
o
El tercer hombre
, escritas con
el propósito de divertir y que
cumplen una función similar
a la de ciertos
thrillers
cinema-
tográficos. Son, pues, incursio-
nes en la ficción sin mayores
pretensiones, una suerte de
juego que Greene se permi-
tía para oxigenarse mientras
se dedicaba a proyectos más
ambiciosos. Empero, tenemos
que aclarar que algunos de
estos “entretenimientos” al-
canzan el mismo nivel de sus
novelas “serias”, como ocu-
rre con la interesante y joco-
sa
Nuestro hombre en La Haba-
na
, y que sería errado juzgar-
las como meras obras comer-
ciales. Después de todo, con-
firman su versatilidad y am-
plitud de registros, y contri-
buyen a enriquecer su univer-
so.
Greene poseía una ex-
traordinaria habilidad para
componer personajes vivos y
consistentes con solo unos
cuantos trazos. Su capacidad
imaginativa iba paralela con
un agudo conocimiento de los
diversos matices del compor-
tamiento humano. Y, si se de-
sea hablar de profundidad, lo
cierto es que se trata de uno
de los escritores que más se
esforzó en sopesar conflictos
morales. En
Historia de una co-
bardía
, su primera novela, que
apareció en 1929, cuando
contaba con 25 años, colocó
el siguiente epígrafe: “Hay
otro hombre dentro de mí que
está enojado conmigo”. Des-
de entonces, esa pugna inte-
rior se traslucirá en muchos
de sus personajes: en el sacer-
dote alcoholizado y sacrílego
de
El poder y la gloria
, en el fun-
cionario atormentado y suici-
da de
El revés de la trama
, en el
arquitecto desencantado que
busca la redención de su alma
en un leprosorio africano en
Un caso acabado
y en el perio-
dista escéptico y amargado de
El americano impasible
, entre
tantos otros.
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Por otra parte, no hay que
olvidar que Greene fue eti-
quetado por la crítica literaria
como escritor católico, deno-
minación que también incluía
a novelistas de su época como
Mauriac o Bernanos. Esto es
algo que le disgustaba, aunque
es innegable que su preocu-
pación por la culpa y la salva-
ción recorre nuchas de sus
páginas, a veces de manera
obsesiva. Greene se convirtió
al catolicismo en 1926 para
poder contraer matrimonio
con su primera mujer, Vivien
Dayrell-Browning. De cual-
quier modo, debe decirse en
su favor que, a pesar de sus
obras que abordan asuntos
vinculados a la problemática
religiosa (
El poder y la gloria
,
El fin de la aventura
,
Monseñor
Quijote
, etc.), su visión final no
concuerda del todo con los
preceptos de la fe católica. “El
mal perfecto marcha sobre el
mundo –expresó el novelista–
y por su camino el bien no
volverá a pasar. El péndulo
tan sólo asegura que al final
se hace justicia.” De ahí que
el interés del escritor tal vez
sea más de orden metafísico
que religioso, lo que lo
emparenta con Joseph
Conrad, cuyas aventuras eran
en realidad exploraciones del
fondo tenebroso del alma
humana.
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Greene se definía como
un maníaco-depresivo que
necesitaba escribir y viajar
para alcanzar cierto equilibrio
en su vida emocional. Hay un
episodio de su adolescencia
que revela su compleja per-
sonalidad. De acuerdo con su
testimonio, a los diecisiete
años, una sensación de tedio
y desamor lo impulsó a jugar
a la ruleta rusa. Se dirigió a
un paraje solitario en el cam-
po, empuñó el revólver car-
gado con una bala, hizo girar
el tambor, apoyó el cañón en
su sien derecha y tiró del gati-
llo. Escuchar el “clic” salva-
dor le produjo, según recor-
daba, una rara excitación. Lo
asombroso es que llegó a ha-
cerlo en seis oportunidades.
Este juego mortal puede ser
entendido como el sucedáneo
de una droga, una vía de es-
cape para combatir el aburri-
miento y el vacío. Y, claro, tam-
bién es una maniobra auto-
destructiva. “Escribir es una
forma de terapia –sostenía el
escritor–; a veces me pregun-
to cómo se las arreglan los
que no escriben, componen o
pintan para escapar de la lo-
cura, la melancolía, el terror
pánico inherente a la situación
humana.”
La obra de Greene es
muy vasta y desigual, pero
nunca defrauda en la compo-
sición de personajes y en la
recreación de atmósferas. Es
evidente que cuajó su estilo
directo y económico, que pri-
vilegiaba la acción y evitaba
las descripciones morosas,
con énfasis en el diálogo, du-
rante su etapa periodística. Sus
trabajos como corresponsal lo
llevaron a viajar por todo el
mundo y confirman que
Greene tenía una peculiar in-
clinación por meterse en la
boca del lobo, ya fuera en el
México sacudido por el alza-
miento de los cristeros (
Ca-
minos sin ley
y
El poder y la glo-
ria
)
,
en Kenia cuando se re-
belaron los Mau Mau (
Un
caso acabado
), en la guerra de
Indochina (
El americano impa-
sible
), en el Haití de Papá Doc
Duvalier y sus Tontons
Macoutes (
Los comediantes
) o
en Paraguay bajo la férula del
dictador Stroessner (
Viajes con
mi tía
). La lista es muy am-
plia. Greene era un trotamun-
dos y tenía el alma de esos
exploradores británicos que
en otros tiempos arriesgaban
sus vidas para arribar a luga-
res ignotos. Esa insaciable cu-
riosidad lo hizo testigo de
grandes acontecimientos de la
historia contemporánea. Lo
interesante es cómo se las in-
genió para elaborar sus ficcio-
nes a partir de estas experien-
cias, aunque algunos críticos
hayan objetado que a veces
no conocía lo suficiente los
países donde ambientaba sus
historias.
Pero, aun en sus novelas
más irregulares, Greene sabe
plantear tensiones dramáticas
que trascienden las caracterís-
ticas físicas del entorno. Tal
como refirió en su libro
autobiográfico
Vías de escape
,
sólo en una ocasión viajó
adrede a un país desconocido
en busca de un lugar donde
situar una intriga (Suecia, tras-
fondo de
Inglaterra me hizo así
).
Por lo general, fueron sus
dotes de fabulador las que lo
impulsaron a novelar sobre
personas y lugares con los que
tropezó por azar o por sus
misiones de corresponsal,
compensando con su inventi-
va las carencias inherentes a
un contacto fugaz o insufi-
ciente. Desde luego, no todas
sus novelas germinaron en
viajes circunstanciales.
El re-
vés de la trama
, por ejemplo,
refleja una estadía de casi cua-
tro años en Sierra Leona. Asi-
mismo, una estupenda histo-
ria de amor como la de
El fin
de la aventura
alude a su vida
en Londres, cuando la ciudad
fue sometida al inclemente
bombardeo de la aviación
nazi y el propio autor sufrió a
causa de un amor adúltero e
imposible. Y una novela ex-
cepcional como
El americano
impasible
sólo pudo ser conce-
bida luego de pasar largas tem-
poradas en Indochina en la
primera mitad de los cincuen-
ta, cuando el colonialismo
francés se derrumbaba ante
la vigorosa acometida del
Vietminh.
Greene pertenece a esa
clase de novelistas que no se
guían por un plan férreo sino
que prefieren improvisar a
medida que escriben. El dise-
ño de sus novelas está más li-
brado al azar, a las imposicio-
nes que demandan los quie-
bres de la trama o el desarro-
llo de los personajes, lo que
insta al narrador a continuar
por caminos insospechados. Y,
a falta de un esquema previo,
el novelista debe ser capaz de
encontrar soluciones ingenio-
sas ante los escollos que se le
presentan. Por ello es que sus
obras transmiten una sensa-
ción de frescura y espontanei-
dad, similar a la que se expe-
rimenta frente a alguien que
cuenta una historia con natu-
ralidad, sin trucos ni estri-
dencias.
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Sin embargo, la prosa de
Greene parece más simple de
lo que en realidad es. No le
era tan fácil escribir, como se
advierte en su promedio dia-
rio de trabajo: apenas quinien-
tas palabras. Asimismo, el com-
promiso del autor con sus
personajes y sus dramas ad-
quiría tal intensidad que trans-
formaba su personalidad. “En
el caso de una novela –refi-
rió–, que quizá me lleve años
de trabajo, el autor no es al
final del libro el mismo hom-
bre que al principio. Sus per-
sonajes no sólo se han desa-
rrollado: él mismo ha ido evo-
lucionando. (...) La revisión de
una novela me parece inter-
minable: el autor procura en
vano adaptar el relato al cam-
bio de su personalidad, como
si fuera algo iniciado en la in-
fancia y debiera terminar en
la vejez. Hay momentos de
desesperación, cuando empie-
za quizá la quinta revisión de
la primera parte y ve la multi-
tud de correcciones nuevas.
¿Cómo evitar decirse: esto no
terminará nunca, jamás con-
seguiré dar forma a este pa-
saje? Lo que debería decirse
es: Nunca volveré a ser el mis-
mo hombre que escribió esto,
hace meses y meses. No es
extraño que en tales condicio-
nes el novelista resulte un mal
marido o un amante incons-
tante. Hay en él algo seme-
jante al actor que sigue in-
terpretando
Otelo
cuando ya
no está en el escenario; pero
el novelista es un actor que
ha representado demasiados
papeles durante una serie de
representaciones demasiado
largas. Está constelado de per-
sonajes. En cierta ocasión un
taxista negro del Caribe me
contó que había visto cómo
extraían un cadáver del mar.
‘No parecía un cuerpo huma-
no, porque estaba todo cu-
bierto de lampreas’, me dijo.
Imagen horrible, pero muy
apropiada para definir a un
novelista”.
“Escribió 21 novelas (doce llevadas al cine), dos libros de poemas, cinco
obras teatrales y varios relatos de viajes localizados en extraños y exó-
ticos itinerarios de gran riqueza narrativa. Vagabundo literario por
cinco continentes. Se definió como ‘católico que escribe novelas’:
cada
vez me resulta mas dificil creer en Dios y hasta me podría
definir como un ateo católico
”.