Previous Page  26 / 36 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 26 / 36 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 24

tencia del lector. Un lector al

que se debe provocar, gene-

rándole sentimientos de amor

u odio, valor o miedo, burla o

ira; un lector ávido de emo-

ciones y que debe ser alenta-

do y frustrado alternativa-

mente; en suma, un lector al

que hay que ser capaz de cau-

tivar con la magia de las pala-

bras. Lamentablemente la crí-

tica no siempre lo entendió

así. Eterno candidato al Pre-

mio Nobel, si no lo consiguió

aparentemente esto se debió

a una presunta “falta de pro-

fundidad”, en opinión del de-

saparecido Arthur Lundkvist,

caprichoso e influyente miem-

bro de la Academia Sueca que

también impidió que Borges

recibiera el preciado galardón.

El reproche del académi-

co escandinavo era injusto y

partía de un malentendido.

Greene alimentó una copiosa

obra narrativa con algunas

novelas a las que él colocaba

el subtítulo de “entreteni-

mientos”. Es el caso de

Una

pistola en venta

,

Orient Express

o

El tercer hombre

, escritas con

el propósito de divertir y que

cumplen una función similar

a la de ciertos

thrillers

cinema-

tográficos. Son, pues, incursio-

nes en la ficción sin mayores

pretensiones, una suerte de

juego que Greene se permi-

tía para oxigenarse mientras

se dedicaba a proyectos más

ambiciosos. Empero, tenemos

que aclarar que algunos de

estos “entretenimientos” al-

canzan el mismo nivel de sus

novelas “serias”, como ocu-

rre con la interesante y joco-

sa

Nuestro hombre en La Haba-

na

, y que sería errado juzgar-

las como meras obras comer-

ciales. Después de todo, con-

firman su versatilidad y am-

plitud de registros, y contri-

buyen a enriquecer su univer-

so.

Greene poseía una ex-

traordinaria habilidad para

componer personajes vivos y

consistentes con solo unos

cuantos trazos. Su capacidad

imaginativa iba paralela con

un agudo conocimiento de los

diversos matices del compor-

tamiento humano. Y, si se de-

sea hablar de profundidad, lo

cierto es que se trata de uno

de los escritores que más se

esforzó en sopesar conflictos

morales. En

Historia de una co-

bardía

, su primera novela, que

apareció en 1929, cuando

contaba con 25 años, colocó

el siguiente epígrafe: “Hay

otro hombre dentro de mí que

está enojado conmigo”. Des-

de entonces, esa pugna inte-

rior se traslucirá en muchos

de sus personajes: en el sacer-

dote alcoholizado y sacrílego

de

El poder y la gloria

, en el fun-

cionario atormentado y suici-

da de

El revés de la trama

, en el

arquitecto desencantado que

busca la redención de su alma

en un leprosorio africano en

Un caso acabado

y en el perio-

dista escéptico y amargado de

El americano impasible

, entre

tantos otros.

3

Por otra parte, no hay que

olvidar que Greene fue eti-

quetado por la crítica literaria

como escritor católico, deno-

minación que también incluía

a novelistas de su época como

Mauriac o Bernanos. Esto es

algo que le disgustaba, aunque

es innegable que su preocu-

pación por la culpa y la salva-

ción recorre nuchas de sus

páginas, a veces de manera

obsesiva. Greene se convirtió

al catolicismo en 1926 para

poder contraer matrimonio

con su primera mujer, Vivien

Dayrell-Browning. De cual-

quier modo, debe decirse en

su favor que, a pesar de sus

obras que abordan asuntos

vinculados a la problemática

religiosa (

El poder y la gloria

,

El fin de la aventura

,

Monseñor

Quijote

, etc.), su visión final no

concuerda del todo con los

preceptos de la fe católica. “El

mal perfecto marcha sobre el

mundo –expresó el novelista–

y por su camino el bien no

volverá a pasar. El péndulo

tan sólo asegura que al final

se hace justicia.” De ahí que

el interés del escritor tal vez

sea más de orden metafísico

que religioso, lo que lo

emparenta con Joseph

Conrad, cuyas aventuras eran

en realidad exploraciones del

fondo tenebroso del alma

humana.

4

Greene se definía como

un maníaco-depresivo que

necesitaba escribir y viajar

para alcanzar cierto equilibrio

en su vida emocional. Hay un

episodio de su adolescencia

que revela su compleja per-

sonalidad. De acuerdo con su

testimonio, a los diecisiete

años, una sensación de tedio

y desamor lo impulsó a jugar

a la ruleta rusa. Se dirigió a

un paraje solitario en el cam-

po, empuñó el revólver car-

gado con una bala, hizo girar

el tambor, apoyó el cañón en

su sien derecha y tiró del gati-

llo. Escuchar el “clic” salva-

dor le produjo, según recor-

daba, una rara excitación. Lo

asombroso es que llegó a ha-

cerlo en seis oportunidades.

Este juego mortal puede ser

entendido como el sucedáneo

de una droga, una vía de es-

cape para combatir el aburri-

miento y el vacío. Y, claro, tam-

bién es una maniobra auto-

destructiva. “Escribir es una

forma de terapia –sostenía el

escritor–; a veces me pregun-

to cómo se las arreglan los

que no escriben, componen o

pintan para escapar de la lo-

cura, la melancolía, el terror

pánico inherente a la situación

humana.”

La obra de Greene es

muy vasta y desigual, pero

nunca defrauda en la compo-

sición de personajes y en la

recreación de atmósferas. Es

evidente que cuajó su estilo

directo y económico, que pri-

vilegiaba la acción y evitaba

las descripciones morosas,

con énfasis en el diálogo, du-

rante su etapa periodística. Sus

trabajos como corresponsal lo

llevaron a viajar por todo el

mundo y confirman que

Greene tenía una peculiar in-

clinación por meterse en la

boca del lobo, ya fuera en el

México sacudido por el alza-

miento de los cristeros (

Ca-

minos sin ley

y

El poder y la glo-

ria

)

,

en Kenia cuando se re-

belaron los Mau Mau (

Un

caso acabado

), en la guerra de

Indochina (

El americano impa-

sible

), en el Haití de Papá Doc

Duvalier y sus Tontons

Macoutes (

Los comediantes

) o

en Paraguay bajo la férula del

dictador Stroessner (

Viajes con

mi tía

). La lista es muy am-

plia. Greene era un trotamun-

dos y tenía el alma de esos

exploradores británicos que

en otros tiempos arriesgaban

sus vidas para arribar a luga-

res ignotos. Esa insaciable cu-

riosidad lo hizo testigo de

grandes acontecimientos de la

historia contemporánea. Lo

interesante es cómo se las in-

genió para elaborar sus ficcio-

nes a partir de estas experien-

cias, aunque algunos críticos

hayan objetado que a veces

no conocía lo suficiente los

países donde ambientaba sus

historias.

Pero, aun en sus novelas

más irregulares, Greene sabe

plantear tensiones dramáticas

que trascienden las caracterís-

ticas físicas del entorno. Tal

como refirió en su libro

autobiográfico

Vías de escape

,

sólo en una ocasión viajó

adrede a un país desconocido

en busca de un lugar donde

situar una intriga (Suecia, tras-

fondo de

Inglaterra me hizo así

).

Por lo general, fueron sus

dotes de fabulador las que lo

impulsaron a novelar sobre

personas y lugares con los que

tropezó por azar o por sus

misiones de corresponsal,

compensando con su inventi-

va las carencias inherentes a

un contacto fugaz o insufi-

ciente. Desde luego, no todas

sus novelas germinaron en

viajes circunstanciales.

El re-

vés de la trama

, por ejemplo,

refleja una estadía de casi cua-

tro años en Sierra Leona. Asi-

mismo, una estupenda histo-

ria de amor como la de

El fin

de la aventura

alude a su vida

en Londres, cuando la ciudad

fue sometida al inclemente

bombardeo de la aviación

nazi y el propio autor sufrió a

causa de un amor adúltero e

imposible. Y una novela ex-

cepcional como

El americano

impasible

sólo pudo ser conce-

bida luego de pasar largas tem-

poradas en Indochina en la

primera mitad de los cincuen-

ta, cuando el colonialismo

francés se derrumbaba ante

la vigorosa acometida del

Vietminh.

Greene pertenece a esa

clase de novelistas que no se

guían por un plan férreo sino

que prefieren improvisar a

medida que escriben. El dise-

ño de sus novelas está más li-

brado al azar, a las imposicio-

nes que demandan los quie-

bres de la trama o el desarro-

llo de los personajes, lo que

insta al narrador a continuar

por caminos insospechados. Y,

a falta de un esquema previo,

el novelista debe ser capaz de

encontrar soluciones ingenio-

sas ante los escollos que se le

presentan. Por ello es que sus

obras transmiten una sensa-

ción de frescura y espontanei-

dad, similar a la que se expe-

rimenta frente a alguien que

cuenta una historia con natu-

ralidad, sin trucos ni estri-

dencias.

5

Sin embargo, la prosa de

Greene parece más simple de

lo que en realidad es. No le

era tan fácil escribir, como se

advierte en su promedio dia-

rio de trabajo: apenas quinien-

tas palabras. Asimismo, el com-

promiso del autor con sus

personajes y sus dramas ad-

quiría tal intensidad que trans-

formaba su personalidad. “En

el caso de una novela –refi-

rió–, que quizá me lleve años

de trabajo, el autor no es al

final del libro el mismo hom-

bre que al principio. Sus per-

sonajes no sólo se han desa-

rrollado: él mismo ha ido evo-

lucionando. (...) La revisión de

una novela me parece inter-

minable: el autor procura en

vano adaptar el relato al cam-

bio de su personalidad, como

si fuera algo iniciado en la in-

fancia y debiera terminar en

la vejez. Hay momentos de

desesperación, cuando empie-

za quizá la quinta revisión de

la primera parte y ve la multi-

tud de correcciones nuevas.

¿Cómo evitar decirse: esto no

terminará nunca, jamás con-

seguiré dar forma a este pa-

saje? Lo que debería decirse

es: Nunca volveré a ser el mis-

mo hombre que escribió esto,

hace meses y meses. No es

extraño que en tales condicio-

nes el novelista resulte un mal

marido o un amante incons-

tante. Hay en él algo seme-

jante al actor que sigue in-

terpretando

Otelo

cuando ya

no está en el escenario; pero

el novelista es un actor que

ha representado demasiados

papeles durante una serie de

representaciones demasiado

largas. Está constelado de per-

sonajes. En cierta ocasión un

taxista negro del Caribe me

contó que había visto cómo

extraían un cadáver del mar.

‘No parecía un cuerpo huma-

no, porque estaba todo cu-

bierto de lampreas’, me dijo.

Imagen horrible, pero muy

apropiada para definir a un

novelista”.

“Escribió 21 novelas (doce llevadas al cine), dos libros de poemas, cinco

obras teatrales y varios relatos de viajes localizados en extraños y exó-

ticos itinerarios de gran riqueza narrativa. Vagabundo literario por

cinco continentes. Se definió como ‘católico que escribe novelas’:

cada

vez me resulta mas dificil creer en Dios y hasta me podría

definir como un ateo católico

”.