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LIBROS & ARTES

Página 28

L

I

B

R

O

S

Víctor Hurtado y las le-

tras (re)cobradas

Alonso Rabí Do Carmo

Quien haya visto la primera edi-

ción de este libro de Víctor Hurta-

do (El Caballo Rojo y Atenea, 1998)

notará algunas diferencias, además

de que en la presente hay textos nue-

vos y otros que solo resistieron la

primera vez. Una, y muy significati-

va, tiene que ver con el subtítulo o,

en todo caso, con una frase añadida

al título: “Escritos desde el olvido”,

rezaba la primera; “Segunda edición,

reducida y aumentada”, dice la si-

guiente. Me interesa señalar este as-

pecto porque creo que encierra cla-

ves de lectura que no deberíamos

desdeñar. En primer lugar, porque

“Escritos desde el olvido” nos ha-

bla a las claras del lugar de la enun-

ciación, situado en una marginalidad

íntima y desgarrada; en segundo tér-

mino porque la expresión antitética

“Segunda edición, reducida y au-

mentada” nos pone en contacto di-

recto con dos de los rasgos más

saltantes en este conjunto de textos:

el humor y la ironía.

En el Perú hay una larga tradi-

ción de prosistas de muy buenos

quilates, buena parte de ellos escrito-

res que han cimentado el periodis-

mo literario peruano. Aunque lo pa-

rezca, no hay contradicción en estos

términos, pues el periodismo no es

literario por aproximarse a la ficción,

como podría pensarse con cierta fa-

cilidad asociativa, sino porque el con-

tenido informativo no se transmite

con la frialdad propia de la noticia,

sino más bien con recursos que real-

zan la emotividad, el placer formal y

una subjetividad que no se arredra

ante su propios vericuetos. Desde

Abelardo Gamarra “El tunante” has-

ta jóvenes como Julio Villanueva —

pasando por “Cabotin”, More y tan-

tos nombres más–, el artículo, la cró-

nica y el ensayo periodístico tienen

en nuestro medio tanto una conti-

nuidad histórica como un afán por

la belleza que nos permiten separar

la paja del trigo en todo aquello que

los diarios publican. Y es en ese es-

cenario que los textos de Hurtado se

mueven como peces en el agua.

Pago de letras

nos muestra las pre-

ocupaciones centrales de Hurtado: la

política, la literatura y la música. La

mirada crítica, la ironía como una

trampa sutil, el ánimo sentencioso, el

gusto personal, la pericia en la lectu-

ra son, entre otros, los ingredientes

que el escritor mezcla con sabiduría

y buen temple. El libro se abre con

un prólogo que, desde el título (“Se

hace lo que se puede”), es una invo-

cación a la indulgencia del lector, pero

también un acto de autorreferencia

por parte del escritor, que dibuja así

su relación con la escritura, una rela-

ción mediada –al menos sobre el pa-

pel–, con el extrañamiento, la indife-

rencia y un sentimiento de inutilidad

frente la creación: “Solo pediría a

Zeus tener ganas de escribir: nunca

las he sentido (...) Tal vez con un poco

de esfuerzo, yo escribiría más, pero

no lo hago porque no tengo tiempo,

porque no sé qué decir o porque me

gusta más hacer otras cosas” (p.13).

Curioso diálogo el que establece

Hurtado con el prólogo que escri-

bió para la primera edición –que la

segunda recoge–, aquel en el que

decía: “He escrito demasiado; he

publicado barbaridades; he dicho

tonterías; he sido periodista” (p.15).

Esta misma estrategia irónica se hace

presente cuando el autor, en algunos

de sus textos, se refiere a su forma-

ción como escritor, tal como suce-

de en las primeras líneas de “Abo-

minación de indispensables”: “Yo

nunca estudié periodismo. Soy his-

toriador frustrado, lo cual es peor y

exige más esfuerzo. La verdad es

que, cuando yo era joven, el estu-

diar periodismo aún no había ga-

nado el prestigio que el periodismo

ya había perdido” (p.25).

Sus textos políticos —sobre po-

líticos, en este caso— nos recuerdan

las travesuras de Valdelomar. Burla

burlando, pasa revista a la coyuntura

mientras desmenuza a sus persona-

jes, se ubica en los cuadrantes de la

historia, pero su pluma no claudica

ante la posibilidad del humor o la

paradoja: “La política profesional es

el arte maravilloso de parecer indis-

pensable: algo así como el matrimo-

nio con la eternidad y poniendo a

los electores de testigos. Es una alu-

cinación colectiva –y por sutil– uno

de los más perfectos enemigos de

cualquier democracia. Si por los po-

líticos profesionales fuera, quedaría

prohibida la no reelección” (p.29).

Lo mismo puede notarse en su me-

lancólica despedida a Alfonso

Barrantes, el carismático Frejolito:

“Adiós, apacible

Frejolito

: no adver-

sario, sino compañero tan descon-

certado como todos. Provinciano,

solterón, desconfiado, sabroso narra-

dor de chistes verdes, solitario siem-

pre, viejo amigo en su momento (en

el mejor momento para serlo), des-

cansa en la paz que todos vamos ya

necesitando” (p.33).

En las secciones restantes del li-

bro, en cambio, imperan dos cosas:

la literatura y la música y allí el tono

será más íntimo. Y más intenso tam-

bién. Comparados estos textos a los

de la primera sección, no nos queda

la menor duda de que para Hurta-

do, placeres solitarios como leer o

escuchar encierran misterios más se-

ductores que los que podrían hallar-

se en la actividad del cronista políti-

co, que es sobre todo un testigo. Al

leer o escuchar, en cambio, uno es

actor, uno representa, sucumbiendo

al poder de la imaginación, en el es-

cenario de su propia sensorialidad.

Huelga decir que muchos de estos

escritos delatan en Hurtado al lec-

tor acucioso, a un sibarita, si cabe el

término, de la palabra y el sonido.

Lo mismo discurre sobre Vallejo,

Pedro Salinas o Borges que sobre

el bolero o el mítico mambista

Pérez Prado.

Aunque reducida y aumentada

–es solo un decir–, esta nueva ver-

sión de

Pago de letras

nos permite en-

contrarnos con un prosista fino, que

ha hecho de la impecabilidad una

norma de estilo y ofrecido digni-

dad literaria a su quehacer periodís-

tico. Y hay que agradecer, entre

otras cosas, que esta sentencia, pro-

ducto de su impudicia, sea cierta: “Si

yo tuviese ‘poética’, cabría en dos

frases: ‘Ninguna línea sin figura, nin-

guna línea sin idea’”. Eso es exacta-

mente lo que sucede en cada página

de este libro.

Pago de letras. Artículos y ensayos

. Víctor Hur-

tado Oviedo. El Caballo Rojo y Editorial

Horizonte, segunda edición. Lima, 2004.

Cabrera Infante, o el ser es

la nada por otros medios

Gustavo Faverón Patriau

A murder of silhouette crows I saw.

And the tears on my face, and the

skates on the pond, they spell

Alice

.

I’ll disappear in your name, but you

must wait for me.

Tom Waits,

Alice

Con un epígrafe inicia Cabrera

Infante su novela

Tres tristes tigres

: “Y

trató de imaginar cómo se vería la

luz de una vela cuando está apaga-

da”. La frase de Lewis Carroll, que

corresponde al primer libro de

Alice´s Adventures in Wonderland

, es en

el libro original como sigue:

And so it was indeed: she was

now only ten inches high, and her face

brightened up as she thought that she

was now the right size for going

through the little door into that lovely

garden. First, however, she waited

for a few minutes to see if she was

going to shrink any further: she felt a

little nervous about this; ‘for it might

end, you know,’ said Alice to herself,

‘in my going out altogether, like a

candle. I wonder what I should be

like then?’ And she tried to fancy what

the flame of a candle is like after the

candle is blown out, for she could

not remember ever having seen such

a thing” (12)

.

Doblemente comprometido

con el asunto de la traducción, por

ser él un traductor de oficio y por

lidiar su libro con el tema desde va-

riadas perspectivas, no parece inocua

la relectura que Cabrera Infante hace

de la frase de Carroll. Lo que en el

narrador de la novela inglesa es “the

flame of a candle (...) after the candle

is blown out”, en el libro cubano se

transforma en “la luz de una vela

cuando está apagada”. La diferencia

es sutil pero enorme a la vez: en la

primera versión, la luz ha existido y

se intenta recuperar con la imagina-

ción, pero también con la memoria,

tanto su aspecto como su ser; en la

segunda, la de Cabrera Infante, la luz

no existió jamás, y por tanto el ejer-

cicio de imaginarla no es una recu-

peración, sino una instauración en el

vacío. La distancia que va del autor

original al traductor es la misma que