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LIBROS & ARTES

Página 23

ijo de un director de es-

cuela, había nacido en

Berkhamsted, en 1904, y su

vida se prolongó hasta co-

mienzos de la década del no-

venta. Figura incómoda pero

auténtica, fue un espíritu vi-

gilante de los sucesos de su

tiempo, que no dudaba en ir

contra la corriente si lo esti-

maba necesario.

Había en él cierto estoi-

cismo típicamente inglés, una

propensión a resistir las ad-

versidades que continuamen-

te lo empujaba a transgredir

los límites, como si tuviera

que estar poniéndose a prue-

ba constantemente. Su itine-

rario vital es el de un perpe-

tuo insatisfecho. Greene pa-

recía no encontrarse a gusto

en ningún sitio o, quizás, en

demasiados lugares a la vez.

Esta búsqueda incesante lo lle-

vó de un lado a otro del pla-

neta, de Inglaterra a Sierra

Leona, de España a México,

de Paraguay a Indochina, de

Cuba a Argentina, de Austria

a Suecia, de Kenia a Haití. La

excusa era su oficio periodís-

tico, pero la verdad es que no

podía permanecer tranquilo

en una ciudad imperturbable

como Londres. Y, claro, como

buen escritor vampiro apro-

vechó cada uno de estos via-

jes y estancias para pergeñar

novelas que aspiraban a algo

que parecen haber perdido de

vista los fabuladores de hoy:

atrapar a un lector con una

historia sencilla pero intere-

sante, una intriga vibrante y

personajes sólidos y conmo-

vedores con los que resulta

fácil identificarse.

Graham Greene es uno

de los últimos escritores mo-

dernos en cuyas obras aún se

respira algo del aliento clási-

co de los grandes contadores

de historias, desde Defoe has-

ta Dickens y Wilkie Collins. Si

sus obras alcanzaron un éxito

masivo esto se debió, en pri-

mer término, a la simplicidad

de su estilo: una prosa llana,

directa, despojada de solem-

nidad, sin malabarismos téc-

nicos, ejercitada en su prime-

ra vocación, el periodismo.

Asimismo, a la elección de

gente corriente como prota-

gonistas de sus ficciones, hom-

bre grises y atormentados por

miserias cotidianas que eran

las mismas que sufrían sus

lectores. Y, finalmente, al exo-

tismo de sus historias que se

ubicaban sobre todo fuera de

la vieja Inglaterra.

No obstante, a Greene el

éxito no le llegó de la noche a

la mañana. Debió publicar

casi una decena de libros an-

tes de poder vivir de la litera-

tura. Sus primeras novelas sig-

nificaron pérdidas para los

editores y, según el propio

autor, eran malas (tanto así

que se negó a reeditar dos de

ellas y las quitó de su biblio-

grafía). Había seguido estudios

en Oxford y a los 22 años

entró a trabajar como redac-

tor en el

London Times

. Sin

embargo, decidió renunciar a

esta buena colocación para

dedicarse a escribir novelas. Y,

como no podía mantener a su

familia con esta actividad, se

vio obligado a ejercer la críti-

ca literaria y cinematográfica,

además de misiones de corres-

ponsal extranjero. Cuando es-

talló la segunda guerra mun-

dial, Greene fue incorporado

al Foreign Office. De ahí sur-

giría, años más tarde, su no-

table novela de espionaje

El

factor humano

.

Como opina otro compa-

triota suyo, J. G. Ballard, quien

reconoce haber sido influido

por su estilo, “en el primer pá-

rrafo de una novela de

GrahamGreene, uno tiene la

inconfundible sensación de lo

que sucederá desde el punto

de vista de la imaginación y la

psicología. La escena inicial del

héroe-narrador, que desde un

embarcadero ve cómo los

sampanes van río abajo a la

deriva, mientras espera con

sentimientos encontrados a

que su esposa enferma des-

embarque, deja una imagen

indeleble en la mente del lec-

tor”. Y, quizá lo que distingue

a Greene entre otros autores

de su generación sea que, “a

pesar de su gran preocupación

por los dilemas psicológicos y

espirituales de sus personajes,

nunca moraliza sobre un tema

de esa manera que le es tan

cara al escritor inglés de pro-

vincias. Las fuerzas y flaque-

zas, los motivos dudosos y el

origen social se aceptan sin co-

mentarios como la grasa en

el ventilador o la suciedad que

se acumula en la uña de los

dedos”. Nada más cierto,

pues ya se trate de un asesi-

no, de un drogadicto o de un

adúltero, Greene no condena

sino que se limita a

adentrarnos en la conciencia

oscura de estos individuos

cuyas vidas se encuentran al

garete, aunque con una espe-

ranza remota de redención.

2

Todavía recordamos el

impacto que nos causó una de

sus últimas novelas,

El capi-

tán y el enemigo

,

escrita hacia

sus 85 años. Bastaba leer las

primeras líneas para ser lite-

ralmente “abducido” por su

trama, siempre de actualidad,

como se corroboraría con los

hechos: casi la mitad de la

acción de la novela transcu-

rría en Panamá y poco des-

pués de su publicación se pro-

dujo la invasión norteameri-

cana. Lo curioso es que la fic-

ción concluía con una adver-

tencia acerca de la latente

amenaza que significaba Es-

tados Unidos. Esta vocación

antiimperialista de Greene fue

una de las constantes en una

obra en la que América Lati-

na y el Tercer Mundo ocupa-

ron un lugar preferencial.

Anteriormente el escritor bri-

tánico había abordado el tema

panameño en un libro de no-

ficción,

Descubriendo al general

,

un afectuoso testimonio de su

amistad con Torrijos y de los

entretelones de la firma del

Tratado del Canal. Un Greene

cargado de años pero risueño

evocaría luego su satisfacción

por haber concurrido a la ce-

remonia enWashington como

invitado oficial del general

Torrijos, emboscado bajo un

pasaporte panameño, pues

antes había tenido trabas para

obtener el visado necesario

para entrar en Estados Uni-

dos e incluso, en una ocasión,

había sido deportado de Puer-

to Rico.

¿En qué reside la maes-

tría narrativa de Greene? Pro-

bablemente en su disposición

para tomar en cuenta la exis-

Centenario de un gran novelista

GRAHAM GREENE:

“SOY UN ATEO

CATÓLICO”

Guillermo Niño de Guzmán

H

Graham Greene fue uno de esos pocos escritores que consiguieron iman-

tar tanto al gran público como a la crítica. Sin embargo, a pesar de su

popularidad, no solía hacer concesiones. Individualista y rebelde, pres-

cindió de las convenciones imperantes en la sociedad británica y no vaci-

ló en desafiar al sistema político.