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LIBROS & ARTES

Página 22

o por coquetería, a Arguedas

no le gustaba hablar de sus

propias lecturas, más bien

solía decir que una larga do-

lencia de origen nervioso lo

había incapacitado durante

muchos años para el placer

de leer libros y novelas. Sin

embargo, durante esta bús-

queda rápida e informal que

he realizado en torno a la

presencia de Proust en nues-

tra narrativa, y por las razo-

nes que he venido exponien-

do en este trabajo, consideré

que era perfectamente posi-

ble que Arguedas hubiese leí-

do por lo menos parcial-

mente la obra de Proust.

¿Acaso no estaba muy liga-

do a un grupo de escritores

e intelectuales de refinada

formación literaria, que sin

duda conocían y admiraban

al autor de

EBDTP

, como

los poetas E.A. Westphalen

y Manuel Moreno Jimeno y

los filósofos Luis Felipe

Alarco, Carlos Cueto Fer-

nandini y Francisco Miró

Quesada?

Pero ¿qué de estimulan-

te hubiera encontrado

Arguedas, un escritor de raí-

ces andinas, en un autor que,

como escribiera Mariátegui,

pertenecía al decadente mun-

do de las altas clases sociales

de Francia? Pienso que, en

primer, lugar Arguedas ha-

bría encontrado particular-

mente inspirador que el uni-

verso narrativo de Proust

reposara sobre dos ejes, dos

caminos, dos mundos: el de

los Guermantes, una de las

más altas familias de la no-

bleza de Francia, cuyo linaje

se remonta a la época

merovingia, y el mundo de

M. Swann y de los Verdurin,

de la más alta burguesía, de

tradición republicana y de la

revolución burguesa. A

Arguedas lo habría estreme-

cido que estos caminos (rea-

les y simbólicos) que condu-

cen hacia estos dos mundos

partieran de la casa de los

padres del Narrador cuyo

centro en Combray es el

dormitorio donde un niño

enfermizo y soñador, con el

corazón tempranamente di-

vidido, piensa con acceder y

ser admitido en ellos. Tam-

bién Arguedas fue constru-

yendo sus universos narra-

tivos a partir de la existencia

de dos mundos –el mundo

de los mistis y el mundo in-

dígena– distintos y opuestos

entre sí social, étnica y

culturalmente, y cuya con-

tienda, sorda y feroz, reper-

cute en el corazón dividido

y agónico de Arguedas o de

sus representantes simbólicos

–esos egos experimentales

de los que habla Kundera–

que casi siempre son niños y

preadolescentes, como Er-

nesto, el narrador de

Los ríos

profundos.

Es difícil imaginar que un

escritor con la sensibilidad de

Arguedas no se hubiera sen-

tido impresionado por las

características físicas, si-

cológicas y morales del na-

rrador de

Por el camino de

Swann

. Como han señalado

los biógrafos de Proust,

Marcel, el narrador, en las

diferentes estaciones de su

vida ha sido concebido se-

gún la compleja personalidad

de su autor. En el primer li-

bro de la vasta novela, el na-

rrador es un niño (después

un adolescente) de una ex-

tremada sensibilidad, incluso

morbosa. Se trata de un niño

enfermizo, mimado, con

arrebatos de histerismo, con

precoces (y terribles) expe-

riencias de los lados oscuros

de la existencia humana, pero

es además un niño de una in-

teligencia excepcional que

emplea para el análisis de su

propia conciencia y el exa-

men de todas las manifesta-

ciones de la cultura y el arte.

Desde

Agua

, el primer libro

de relatos de Arguedas, los

niños narradores poseen una

aguda, hiriente, dolorosa sen-

sibilidad de carácter auto-

punitivo que los lleva a consi-

derarse responsables no sólo

de la injusticia que reina en el

mundo, sino de la de-

fectividad moral que carac-

teriza la vida de los seres hu-

manos. Recuérdese que en

alguno de sus cuentos, des-

pués de vivir una situación

atroz, el narrador invoca a

Dios para que le envíe a la

muerte.

Pero hay otro aspecto de

la obra proustiana que habría

sobrecogido a Arguedas de

manera particular. Me refie-

ro a la obsesión de Proust

por abarcar la totalidad de

lo existente, tanto de la reali-

dad objetiva como de los

procesos mentales, emotivos

y oníricos de los personajes

y sobre todo del yo del na-

rrador, de ahí que la descrip-

ción sea uno de los recursos

centrales de

EBDTP.

Pero

Arguedas habría reparado en

que las descripciones prous-

tianas tienen características

únicas que las diferencian de

las empleadas por los gran-

des maestros de la novela del

siglo XlX. En efecto. Nada

más preciso y pertinente que

las admirables descripciones

de un Balzac, de un Flaubert,

de un Zola que, según la tra-

dición del realismo-natu-

ralismo, se basan en la ob-

servación casi científica y

fenomenológica. Como afir-

ma Curtius, las descripciones

de Proust, siendo minucio-

sas y estrictas, trascienden la

observación científica, para

convertirse en contempla-

ción y visión interior en que

se rompe la barrera entre el

sujeto y objeto; por ello las

descripciones proustianas

–de un rosedal, de una cate-

dral gótica, de las piedras de

Venecia, de interiores y na-

turalezas muertas, o de obras

de arte, como las pinturas de

Elstir, el septeto de Vinteuil,

de un sueño– no son alea-

torias y resultan imprescindi-

bles para comprender su

empresa narrativa. Y mien-

tras el lector de Proust no

descubra la naturaleza de es-

tas descripciones no podrá

acceder al mundo prous-

tiano con todas las maravi-

llas, secretos y misterios que

contiene..

Fue lo que me pasó a mí

la primera vez que intenté

leer

Los ríos profundos.

Acos-

tumbrado, por ejemplo, a las

descripciones de Ciro Ale-

gría –por lo demás bellas en

sí mismas, como las páginas

iniciales de

La serpiente de oro

o la descripción de la comu-

nidad de Rumi desde los ojos

del alcalde Rosendo Maqui–

las descripciones arguedianas

me parecían enclaves gratui-

tos, pues interrumpían con

demasiada frecuencia las ac-

ciones de la novela. Pero

después de mi primera lec-

tura de Proust –lenta y tra-

bajosa–, pude entender y go-

zar de este dimensión esen-

cial de

Los ríos profundos,

como

la maravillosa descripción

del Zumbayllu o de las pie-

dras de la catedral del Cusco,

en las que la prosa y poesía

arguedianas alcanzan su ma-

yor esplendor verbal y una

emotividad profunda que

cala y revela la naturaleza y

espíritu del mundo andino

.

¿Pero dónde radica el paren-

tesco entre las descripciones

de Arguedas con las descrip-

ciones de Proust? No en la

frase ni en la sintaxis ni en el

estilo, sino en la actitud del

narrador que mediante la

contemplación (extática y ce-

remonial) quiere absorber

chupar, el jugo, la esencia de

seres y cosas, recuperando

por un instante el vínculo per-

dido entre el hombre y el

mundo. Pero la diferencia

entre los dos narradores en

la vía de acceso a la ontolo-

gía es que la contemplación

proustiana sigue el camino

de los místicos, mientras que

la visión arguediana de índole

mágico reside en la fe de que

los seres y cosas y el mundo

de los hombres son parte de

una totalidad cósmica.