LIBROS & ARTES
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o por coquetería, a Arguedas
no le gustaba hablar de sus
propias lecturas, más bien
solía decir que una larga do-
lencia de origen nervioso lo
había incapacitado durante
muchos años para el placer
de leer libros y novelas. Sin
embargo, durante esta bús-
queda rápida e informal que
he realizado en torno a la
presencia de Proust en nues-
tra narrativa, y por las razo-
nes que he venido exponien-
do en este trabajo, consideré
que era perfectamente posi-
ble que Arguedas hubiese leí-
do por lo menos parcial-
mente la obra de Proust.
¿Acaso no estaba muy liga-
do a un grupo de escritores
e intelectuales de refinada
formación literaria, que sin
duda conocían y admiraban
al autor de
EBDTP
, como
los poetas E.A. Westphalen
y Manuel Moreno Jimeno y
los filósofos Luis Felipe
Alarco, Carlos Cueto Fer-
nandini y Francisco Miró
Quesada?
Pero ¿qué de estimulan-
te hubiera encontrado
Arguedas, un escritor de raí-
ces andinas, en un autor que,
como escribiera Mariátegui,
pertenecía al decadente mun-
do de las altas clases sociales
de Francia? Pienso que, en
primer, lugar Arguedas ha-
bría encontrado particular-
mente inspirador que el uni-
verso narrativo de Proust
reposara sobre dos ejes, dos
caminos, dos mundos: el de
los Guermantes, una de las
más altas familias de la no-
bleza de Francia, cuyo linaje
se remonta a la época
merovingia, y el mundo de
M. Swann y de los Verdurin,
de la más alta burguesía, de
tradición republicana y de la
revolución burguesa. A
Arguedas lo habría estreme-
cido que estos caminos (rea-
les y simbólicos) que condu-
cen hacia estos dos mundos
partieran de la casa de los
padres del Narrador cuyo
centro en Combray es el
dormitorio donde un niño
enfermizo y soñador, con el
corazón tempranamente di-
vidido, piensa con acceder y
ser admitido en ellos. Tam-
bién Arguedas fue constru-
yendo sus universos narra-
tivos a partir de la existencia
de dos mundos –el mundo
de los mistis y el mundo in-
dígena– distintos y opuestos
entre sí social, étnica y
culturalmente, y cuya con-
tienda, sorda y feroz, reper-
cute en el corazón dividido
y agónico de Arguedas o de
sus representantes simbólicos
–esos egos experimentales
de los que habla Kundera–
que casi siempre son niños y
preadolescentes, como Er-
nesto, el narrador de
Los ríos
profundos.
Es difícil imaginar que un
escritor con la sensibilidad de
Arguedas no se hubiera sen-
tido impresionado por las
características físicas, si-
cológicas y morales del na-
rrador de
Por el camino de
Swann
. Como han señalado
los biógrafos de Proust,
Marcel, el narrador, en las
diferentes estaciones de su
vida ha sido concebido se-
gún la compleja personalidad
de su autor. En el primer li-
bro de la vasta novela, el na-
rrador es un niño (después
un adolescente) de una ex-
tremada sensibilidad, incluso
morbosa. Se trata de un niño
enfermizo, mimado, con
arrebatos de histerismo, con
precoces (y terribles) expe-
riencias de los lados oscuros
de la existencia humana, pero
es además un niño de una in-
teligencia excepcional que
emplea para el análisis de su
propia conciencia y el exa-
men de todas las manifesta-
ciones de la cultura y el arte.
Desde
Agua
, el primer libro
de relatos de Arguedas, los
niños narradores poseen una
aguda, hiriente, dolorosa sen-
sibilidad de carácter auto-
punitivo que los lleva a consi-
derarse responsables no sólo
de la injusticia que reina en el
mundo, sino de la de-
fectividad moral que carac-
teriza la vida de los seres hu-
manos. Recuérdese que en
alguno de sus cuentos, des-
pués de vivir una situación
atroz, el narrador invoca a
Dios para que le envíe a la
muerte.
Pero hay otro aspecto de
la obra proustiana que habría
sobrecogido a Arguedas de
manera particular. Me refie-
ro a la obsesión de Proust
por abarcar la totalidad de
lo existente, tanto de la reali-
dad objetiva como de los
procesos mentales, emotivos
y oníricos de los personajes
y sobre todo del yo del na-
rrador, de ahí que la descrip-
ción sea uno de los recursos
centrales de
EBDTP.
Pero
Arguedas habría reparado en
que las descripciones prous-
tianas tienen características
únicas que las diferencian de
las empleadas por los gran-
des maestros de la novela del
siglo XlX. En efecto. Nada
más preciso y pertinente que
las admirables descripciones
de un Balzac, de un Flaubert,
de un Zola que, según la tra-
dición del realismo-natu-
ralismo, se basan en la ob-
servación casi científica y
fenomenológica. Como afir-
ma Curtius, las descripciones
de Proust, siendo minucio-
sas y estrictas, trascienden la
observación científica, para
convertirse en contempla-
ción y visión interior en que
se rompe la barrera entre el
sujeto y objeto; por ello las
descripciones proustianas
–de un rosedal, de una cate-
dral gótica, de las piedras de
Venecia, de interiores y na-
turalezas muertas, o de obras
de arte, como las pinturas de
Elstir, el septeto de Vinteuil,
de un sueño– no son alea-
torias y resultan imprescindi-
bles para comprender su
empresa narrativa. Y mien-
tras el lector de Proust no
descubra la naturaleza de es-
tas descripciones no podrá
acceder al mundo prous-
tiano con todas las maravi-
llas, secretos y misterios que
contiene..
Fue lo que me pasó a mí
la primera vez que intenté
leer
Los ríos profundos.
Acos-
tumbrado, por ejemplo, a las
descripciones de Ciro Ale-
gría –por lo demás bellas en
sí mismas, como las páginas
iniciales de
La serpiente de oro
o la descripción de la comu-
nidad de Rumi desde los ojos
del alcalde Rosendo Maqui–
las descripciones arguedianas
me parecían enclaves gratui-
tos, pues interrumpían con
demasiada frecuencia las ac-
ciones de la novela. Pero
después de mi primera lec-
tura de Proust –lenta y tra-
bajosa–, pude entender y go-
zar de este dimensión esen-
cial de
Los ríos profundos,
como
la maravillosa descripción
del Zumbayllu o de las pie-
dras de la catedral del Cusco,
en las que la prosa y poesía
arguedianas alcanzan su ma-
yor esplendor verbal y una
emotividad profunda que
cala y revela la naturaleza y
espíritu del mundo andino
.
¿Pero dónde radica el paren-
tesco entre las descripciones
de Arguedas con las descrip-
ciones de Proust? No en la
frase ni en la sintaxis ni en el
estilo, sino en la actitud del
narrador que mediante la
contemplación (extática y ce-
remonial) quiere absorber
chupar, el jugo, la esencia de
seres y cosas, recuperando
por un instante el vínculo per-
dido entre el hombre y el
mundo. Pero la diferencia
entre los dos narradores en
la vía de acceso a la ontolo-
gía es que la contemplación
proustiana sigue el camino
de los místicos, mientras que
la visión arguediana de índole
mágico reside en la fe de que
los seres y cosas y el mundo
de los hombres son parte de
una totalidad cósmica.