LIBROS & ARTES
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competitivas. Esta situación,
que por absurda no merece
comentarios, puede ilustrase
con una historia que alguna
vez le escuché relatar a Fer-
nando Savater: una vieja
dama rusa atravesaba en tren
la inhóspita Siberia, donde
una terrible tormenta hacía
aún más sobrecogedor el
paisaje. Un eventual compa-
ñero de viaje le dijo a la
dama: Qué tiempo terrible,
por Dios. Y ella, sabiamen-
te, le respondió: Es preferi-
ble que haya un tiempo te-
rrible a que no haya ningún
tiempo. ¿Es tan difícil enten-
der que por competitivas y
eficientes que sean las empre-
sas no habrá ningún negocio,
por fantástico que sea, que
pueda existir si la naturaleza
no puede prolongar su pro-
pia existencia? ¿Es tan difícil
entender que es preferible
que el planeta conserve la
vida y la salud a que un gru-
po de empresarios haga
buenos negocios? ¿Es admi-
sible que seamos tan rema-
tadamente tontos?
Cuando algunas de las
cabezas coronadas por el su-
puesto conocimiento de la
economía pontifica sobre
esta ciencia, pocas veces se
escucha hablar sobre las con-
secuencias del crecimiento
económico. Hablan de él
como un bien en sí mismo y
como si éste se diera en el
vacío, en una suerte de es-
pacio virtual invulnerable a
cualquier posibilidad de des-
trucción.
La lógica del capitalismo
salvaje es, a la larga, una ló-
gica ecocida y genocida que,
en el fondo, es más o menos
lo mismo. Ya nos dijo astu-
tamente el último y actual
presidente de los Estados
Unidos, que el ideal para que
no haya incendios en los
bosques es que no haya bos-
ques. Suena a ignorancia be-
ligerante o a broma, pero tie-
ne regusto a blasfemia.
Blasfemia porque atenta
contra lo único que tenemos
en común y que es el espa-
cio en el cual habitamos.
Templo en el cual la vida in-
tenta perpetuarse y crecer.
Más allá de las gigantescas
diferencias económicas, to-
dos vivimos de aire, agua y
alimentos. Y de los dos pri-
meros, al menos, comienzan
a deteriorarse el uno y a es-
casear el otro.
Las alarmas que comien-
zan a sonar en todo sitio pa-
recen no perturbar la mar-
cha de los mercados. Ellos
siguen jugando al subibaja de
las acciones mientras el espa-
cio exterior a las paredes que
albergan sus juegos infanti-
les comienza a caerse a pe-
dazos. Se me ocurre pensar
en ellos como en los conde-
nados que asisten a un últi-
mo banquete y que evitan
pensar en el tiempo que ven-
drá. Jugar a enriquecerse es
un estupendo pasatiempo
para olvidar el horror del
futuro. Desgraciadamente ni
siquiera esto es cierto. No se
están evadiendo. Así como
ayer fueron ciegos a las pre-
visiones que se les formula-
ban, hoy son ciegos, sordos
y estúpidos frente a lo que
ya está ocurriendo. No eva-
den, simplemente no pien-
san. Han interiorizado que el
mundo es un regalo que du-
rará siempre y no compren-
den que están actuando
como si su generación fuera
la última destinada a habitar
este planeta.
Los informes anuales de
las Naciones Unidas sobre
cada país repiten en cada
caso y casi como cantinela:
“sus ríos están contamina-
dos, sus recursos de agua
potable son cada vez más es-
casos, avanza el proceso de
desertificación”, etc. Con
respecto al proceso de
desertificación en el que la
actividad humana tiene res-
ponsabilidad directa, es bue-
no saber lo siguiente: Un ter-
cio de la superficie terrestre
(4.000 millones de hectáreas)
está amenazado por la
desertificación, y más de 250
millones de personas se ha-
llan directamente afectadas
por este fenómeno. Cada año
desaparecen 24.000 millones
de toneladas de tierra fértil.
Entre 1991 y 2000, solamen-
te las sequías han sido respon-
sables de más de 280.000
muertes, y representan el 11%
del total de desastres relacio-
nados con el agua.
El siglo XXI, dice la
ONU, nos enfrentará a las
guerras del agua. Las estadís-
ticas son desesperantes: “Un
tercio de la población mun-
dial vive en áreas con pro-
blemas de agua, donde el
consumo supera la deman-
da. Para el año 2025, dos ter-
cios de la población estarán
atrapados en esta grave situa-
ción de seguir sin control las
actuales tendencias”.
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Un quinto de la pobla-
ción mundial no tiene acce-
so al agua potable. Seis mil
personas, principalmente ni-
ños y en su mayoría en paí-
ses en desarrollo, mueren
cada día como resultado del
agua sucia y contaminada.
Anualmente, esto equivale a
que la población total de la
zona central de Paris queda-
ra borrada del mapa. La con-
taminación por efecto de las
aguas residuales de los ríos y
mareas ha precipitado una
crisis en salud de proporcio-
nes masivas. El consumo de
mariscos contaminados está
causando un estimado de
dos millones y medio de ca-
sos de hepatitis infecciosa
cada año, lo cual ha dejado
unas veinticinco mil muertes
y otras veinticinco mil per-
sonas sufriendo de una inca-
pacidad prolongada debido
a daños al hígado.
Aproximadamente la
mitad de los ríos del mundo
se encuentra en condiciones
de contaminación y agota-
miento graves.
Dos mil millones de per-
sonas, cerca de un tercio de
la población mundial, de-
penden de los suministros
que ofrecen las aguas
freáticas. En algunos países,
como en partes de India,
China, Asia Occidental, inclu-
yendo la Península Arábiga,
la ex Unión Soviética y la
zona oeste de los Estados
Unidos, los niveles de las
aguas freáticas están cayen-
do debido a una sobre ex-
tracción. Estas aguas en Eu-
ropa Occidental y Estados
Unidos están también con-
taminándose en forma cre-
ciente por el uso de quími-
cos en la agricultura.
Si bien hay algunas expe-
riencias positivas de recupe-
ración de algunos recursos,
como el Támesis que estaba
muerto y hoy tiene 120 es-
pecies vivas, la tendencia es
dramáticamente negativa.
El orden económico ac-
tual, que privilegia la eficien-
cia por sobre cualquier otro
factor, no permite enfrentar
adecuadamente la problemá-
tica de vida o muerte que es-
tamos atravesando. La vo-
luntad de sobrevivir, que se-
ñalaron a su monarca los sa-
bios de la historia con que
iniciamos esta nota, parece
haber sido ahogada por una
cultura del lucro y el bienes-
tar que, con la magia de sus
artificios atractivos pero va-
cíos, parece habernos hecho
perder la brújula del único
rumbo posible para salvar
nuestra especie y las demás
especies vivas.
Estamos atrapados en
un orden económico efecti-
vo pero irracional.
Quizá sea demasiado tar-
de para volver atrás, sin em-
bargo valdría la pena inten-
tarlo aunque fuera como el úl-
timo gesto de una humanidad
que intentó aprovechar
creativa y compasivamente las
magníficas potencialidades de
las que estaba dotada.
“Por ello resulta curioso que esta autoproclamada criatura
central del universo que es el ser humano actúe, en muchísimas
oportunidades, a contramano de este instinto básico y esencial que
es la lucha por la supervivencia.”