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LIBROS & ARTES

Página 31

competitivas. Esta situación,

que por absurda no merece

comentarios, puede ilustrase

con una historia que alguna

vez le escuché relatar a Fer-

nando Savater: una vieja

dama rusa atravesaba en tren

la inhóspita Siberia, donde

una terrible tormenta hacía

aún más sobrecogedor el

paisaje. Un eventual compa-

ñero de viaje le dijo a la

dama: Qué tiempo terrible,

por Dios. Y ella, sabiamen-

te, le respondió: Es preferi-

ble que haya un tiempo te-

rrible a que no haya ningún

tiempo. ¿Es tan difícil enten-

der que por competitivas y

eficientes que sean las empre-

sas no habrá ningún negocio,

por fantástico que sea, que

pueda existir si la naturaleza

no puede prolongar su pro-

pia existencia? ¿Es tan difícil

entender que es preferible

que el planeta conserve la

vida y la salud a que un gru-

po de empresarios haga

buenos negocios? ¿Es admi-

sible que seamos tan rema-

tadamente tontos?

Cuando algunas de las

cabezas coronadas por el su-

puesto conocimiento de la

economía pontifica sobre

esta ciencia, pocas veces se

escucha hablar sobre las con-

secuencias del crecimiento

económico. Hablan de él

como un bien en sí mismo y

como si éste se diera en el

vacío, en una suerte de es-

pacio virtual invulnerable a

cualquier posibilidad de des-

trucción.

La lógica del capitalismo

salvaje es, a la larga, una ló-

gica ecocida y genocida que,

en el fondo, es más o menos

lo mismo. Ya nos dijo astu-

tamente el último y actual

presidente de los Estados

Unidos, que el ideal para que

no haya incendios en los

bosques es que no haya bos-

ques. Suena a ignorancia be-

ligerante o a broma, pero tie-

ne regusto a blasfemia.

Blasfemia porque atenta

contra lo único que tenemos

en común y que es el espa-

cio en el cual habitamos.

Templo en el cual la vida in-

tenta perpetuarse y crecer.

Más allá de las gigantescas

diferencias económicas, to-

dos vivimos de aire, agua y

alimentos. Y de los dos pri-

meros, al menos, comienzan

a deteriorarse el uno y a es-

casear el otro.

Las alarmas que comien-

zan a sonar en todo sitio pa-

recen no perturbar la mar-

cha de los mercados. Ellos

siguen jugando al subibaja de

las acciones mientras el espa-

cio exterior a las paredes que

albergan sus juegos infanti-

les comienza a caerse a pe-

dazos. Se me ocurre pensar

en ellos como en los conde-

nados que asisten a un últi-

mo banquete y que evitan

pensar en el tiempo que ven-

drá. Jugar a enriquecerse es

un estupendo pasatiempo

para olvidar el horror del

futuro. Desgraciadamente ni

siquiera esto es cierto. No se

están evadiendo. Así como

ayer fueron ciegos a las pre-

visiones que se les formula-

ban, hoy son ciegos, sordos

y estúpidos frente a lo que

ya está ocurriendo. No eva-

den, simplemente no pien-

san. Han interiorizado que el

mundo es un regalo que du-

rará siempre y no compren-

den que están actuando

como si su generación fuera

la última destinada a habitar

este planeta.

Los informes anuales de

las Naciones Unidas sobre

cada país repiten en cada

caso y casi como cantinela:

“sus ríos están contamina-

dos, sus recursos de agua

potable son cada vez más es-

casos, avanza el proceso de

desertificación”, etc. Con

respecto al proceso de

desertificación en el que la

actividad humana tiene res-

ponsabilidad directa, es bue-

no saber lo siguiente: Un ter-

cio de la superficie terrestre

(4.000 millones de hectáreas)

está amenazado por la

desertificación, y más de 250

millones de personas se ha-

llan directamente afectadas

por este fenómeno. Cada año

desaparecen 24.000 millones

de toneladas de tierra fértil.

Entre 1991 y 2000, solamen-

te las sequías han sido respon-

sables de más de 280.000

muertes, y representan el 11%

del total de desastres relacio-

nados con el agua.

El siglo XXI, dice la

ONU, nos enfrentará a las

guerras del agua. Las estadís-

ticas son desesperantes: “Un

tercio de la población mun-

dial vive en áreas con pro-

blemas de agua, donde el

consumo supera la deman-

da. Para el año 2025, dos ter-

cios de la población estarán

atrapados en esta grave situa-

ción de seguir sin control las

actuales tendencias”.

3

Un quinto de la pobla-

ción mundial no tiene acce-

so al agua potable. Seis mil

personas, principalmente ni-

ños y en su mayoría en paí-

ses en desarrollo, mueren

cada día como resultado del

agua sucia y contaminada.

Anualmente, esto equivale a

que la población total de la

zona central de Paris queda-

ra borrada del mapa. La con-

taminación por efecto de las

aguas residuales de los ríos y

mareas ha precipitado una

crisis en salud de proporcio-

nes masivas. El consumo de

mariscos contaminados está

causando un estimado de

dos millones y medio de ca-

sos de hepatitis infecciosa

cada año, lo cual ha dejado

unas veinticinco mil muertes

y otras veinticinco mil per-

sonas sufriendo de una inca-

pacidad prolongada debido

a daños al hígado.

Aproximadamente la

mitad de los ríos del mundo

se encuentra en condiciones

de contaminación y agota-

miento graves.

Dos mil millones de per-

sonas, cerca de un tercio de

la población mundial, de-

penden de los suministros

que ofrecen las aguas

freáticas. En algunos países,

como en partes de India,

China, Asia Occidental, inclu-

yendo la Península Arábiga,

la ex Unión Soviética y la

zona oeste de los Estados

Unidos, los niveles de las

aguas freáticas están cayen-

do debido a una sobre ex-

tracción. Estas aguas en Eu-

ropa Occidental y Estados

Unidos están también con-

taminándose en forma cre-

ciente por el uso de quími-

cos en la agricultura.

Si bien hay algunas expe-

riencias positivas de recupe-

ración de algunos recursos,

como el Támesis que estaba

muerto y hoy tiene 120 es-

pecies vivas, la tendencia es

dramáticamente negativa.

El orden económico ac-

tual, que privilegia la eficien-

cia por sobre cualquier otro

factor, no permite enfrentar

adecuadamente la problemá-

tica de vida o muerte que es-

tamos atravesando. La vo-

luntad de sobrevivir, que se-

ñalaron a su monarca los sa-

bios de la historia con que

iniciamos esta nota, parece

haber sido ahogada por una

cultura del lucro y el bienes-

tar que, con la magia de sus

artificios atractivos pero va-

cíos, parece habernos hecho

perder la brújula del único

rumbo posible para salvar

nuestra especie y las demás

especies vivas.

Estamos atrapados en

un orden económico efecti-

vo pero irracional.

Quizá sea demasiado tar-

de para volver atrás, sin em-

bargo valdría la pena inten-

tarlo aunque fuera como el úl-

timo gesto de una humanidad

que intentó aprovechar

creativa y compasivamente las

magníficas potencialidades de

las que estaba dotada.

“Por ello resulta curioso que esta autoproclamada criatura

central del universo que es el ser humano actúe, en muchísimas

oportunidades, a contramano de este instinto básico y esencial que

es la lucha por la supervivencia.”